Constituyente fascista o Constituyente para una paz democrática
por Alberto Pinzón Sánchez
Las tres principales leyes de impunidad o punto final (marco para la paz, reforma a la Justicia y fuero militar) presentadas por el gobierno de Colombia al Congreso para su aprobación no se resuelven con la recolección de firmas para un referendo revocatorio. Porque la soberbia y arrogancia que han dado tantos años de impunidad a la corrompida oligarquía militarista colombiana en el ejercicio del poder, manifestada plenamente en el repugnante episodio que estamos viendo de la aprobación de la llamada reforma a la Justicia y su devolución al Congreso (más ilegal aun) por parte del presidente Santos, ha destapado una vez más la profunda crisis tanto social como ética y moral de la sociedad colombiana (sobre lo cual la Iglesia católica no ha dicho ni pío) y que subyace debajo de todo el fenómeno, exigiendo un tratamiento de raíz, o como dice el refranero popular colombiano: ”A grandes males, grandes remedios”.
Las tres leyes mencionadas y las demás reformas complementarias que están en trámite son parte de toda una estrategia de impunidad o punto final del llamado conflicto colombiano, diseñada desde hace años por el ministro de defensa de Uribe Vélez, Juan Manuel Santos, cuando diseñó la jugada maestra de hacerse elegir presidente y diseñar un “posconflicto”, con la engañosa ficción de que tenía la llave para la paz.
Pero la realidad termina por desenmascarar al más curtido tahúr, así tenga muy entrenados sus nervios y músculos de la cara. Lo que se observa en el tortuoso camino de conformar la llave jurídica para la paz de Santos, es reguero de quemados que sirvieron de idiotas útiles a la jugada maestra de su elaboración.
El primer damnificado es el vicepresidente Angelino, “ese modesto muchachón bien intencionado”, quien prestó su nombre y prestigio de ex comunista-católico para la elección presidencial de Santos y fue quemado cruelmente en el intento de llegar a la OIT (toda la Casa de Nariño sabía era imposible), quemadura que le motivó el accidente cerebrovascular trombótico en el mesencéfalo que hoy lo tiene en coma irreversible.
El segundo quemado es el Congreso de la República, que se constituyó en una aplanadora santista y con el cuento de estar legislando para la paz terminó haciendo una chapuza corrompida de impunidad en beneficio propio. El tercer quemado son los partidos políticos de la unidad nacional gobernante, que ayudaron al diseño de estas leyes y las votaron masivamente. El hijo de Céesar Gaviria, Simón, junto con el corrupto Corzo, la veleta de Roy Barreras, y el ministro de Defensa de Samper Esguerra Portocarrero son los más floridos ejemplos de estos idiotas útiles repudiados. El cuarto quemado son los magistrados, quienes engolosinados con las gabelas dadas en la misma ley (12 años de periodo, pensión a los 70 y cooptación total) continúan sin decir ni mu.
Frente a ese chicharrón chamuscado y apestoso, se alza triunfante la propuesta de Uribe Vélez por boca de sus dos mejores políticos: el representante Miguel Gómez Martínez, nieto de Laureano Gómez, y el senador Juan Carlos Vélez, quienes acaban de anunciar que, ante la situación en la que se encuentra la reforma aprobada, ”lo necesario es rehacer la constitución”, y para tal fin presentarán el próximo 20 de julio un proyecto de convocatoria a una asamblea constituyente. http://www.caracol.com.co/
Con lo cual se abre otro camino político diferente a los engorrosos y burocráticos ”firmatones” y referendos: cambiar la Constitución colombiana de 1991, que ha mostrado definitivamente su agotamiento en estos 21 años de neoliberalismo oligárquico, terror de Estado y pudrición moral. Y frente a lo cual (como en todo proceso social) se abren dos posibilidades: una Constitución totalmente fascista como la desean los godos y los uribistas, o una Constitución amplia democrática para la paz con justicia social que resuelva de una vez por todas la difícil y compleja crisis de la sociedad colombiana.
Pero esta última oportunidad exige la grandeza, a quien le corresponde, de hacer a la insurgencia una oferta de paz digna y definitiva, mediante una tregua bilateral, discusión de una agenda mínima de paz, con tiempos precisos y elaboración y refrendación popular de una nueva Constitución progresista y democrática para la paz. Puede ser la trasformación de la crisis en oportunidad histórica, tal como lo enseña el pueblo chino.
(*) Alberto Pinzón Sánchez es médico y antropólogo colombiano.
Fuente: Rebelión
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