Decrecimiento, drogas y “anticolonialismo”, ¿contrarrevolucionarios?
Cuando solo quieres construir un movimiento como un fin en sí mismo, en lugar de utilizar este movimiento como un medio para derrotar al sistema, te conviertes en nada más que un actor que se beneficia del descontento sin ayudar a resolver los problemas que lo causan.
Rainer Shea
Incluso si un comunista puede describirse coloquialmente como de izquierda, existe una distinción entre el comunismo y «la izquierda». Esto está implícito en el título de La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo, de Lenin. Mientras que la izquierda, un gran término que incluye una miríada de ideologías incompatibles, apunta simplemente a actuar como una oposición hacia el orden actual por el bien de este, los comunistas tienen una visión coherente de cómo derrotar al sistema: hacer avanzar el desarrollo de la historia hasta la siguiente etapa.
La izquierda, por su falta de compromiso con ese objetivo marxista central, naturalmente asume un papel oportunista. Porque cuando solo quieres construir un movimiento como un fin en sí mismo, en lugar de utilizar este movimiento como un medio para derrotar al sistema, te conviertes en nada más que un actor que se beneficia del descontento sin ayudar a resolver los problemas que lo causan.
Este es el marco a través del cual podemos entender la brecha inevitable que se está desarrollando entre los actores políticos que se toman en serio la revolución y los que solo buscan perpetuar “la izquierda”, incluso si ésta en realidad no gana la victoria para los trabajadores.
Que la izquierda haya fracasado en la lucha de clases y siga siendo una fuerza inerte desde la perspectiva de la agencia histórica, no les importa a los oportunistas mientras puedan seguir beneficiándose de su existencia desde los espacios discursivos, organizativos y académicos que les brindan beneficios sociales o monetarios. Para mantener el acceso a estos espacios, hay ciertas ideas que no se pueden cuestionar. Incluso si esas ideas son fundamentales para impedir la construcción de un movimiento obrero efectivo y el derrocamiento del estado capitalista.
Vendiendo el ecofascismo desde un ángulo de “izquierda”
Durante la etapa de declive capitalista en la que hemos estado desde el colapso de 2008, donde las consecuencias de la desindustrialización estadounidense para los niveles de vida de la clase trabajadora se sienten peor que nunca, una de estas ideas intocables es el «decrecimiento». Los defensores del decrecimiento que se presentan como marxistas insisten en que la iteración liberal maltusiana de la idea puede separarse de lo que entienden como una versión «marxista» de ella, pero la realidad práctica de nuestras condiciones en el centro imperial muestra que tal separación es imposible.
Si implementáramos una versión marxista del decrecimiento, ya no sería decrecimiento, sería algo demasiado alejado de eso para ser honestamente merecedor de la etiqueta.
Esto se debe a que la desindustrialización del centro imperial ha hecho que, para sacar a los trabajadores del continente de sus espantosas condiciones actuales, necesitemos revitalizar la industria estadounidense. No en la forma capitalista de industria en aras de la ganancia, sino en la forma socialista de industria en aras del humanitarismo. Si la gente dentro de lo que ahora se llama “Estados Unidos” va a construir una economía fuerte después de haberse aislado de los beneficios extractivos del imperialismo, van a necesitar reconstruir sus fábricas deterioradas.
La destrucción de estas fábricas se ha convertido durante décadas en una serie de verdaderos ataques terroristas industriales contra la clase trabajadora, llevados a cabo por la clase capitalista. La burguesía ha cometido estos crímenes para poder intensificar el sometimiento de países como México, cuyo pueblo fue sometido a un nivel de explotación tan cruel después del TLCAN que provocó una revolución en el extremo sur del país. Para deshacer estos errores, mientras salimos de la pobreza que el neoliberalismo nos ha impuesto, necesitaremos reindustrializarnos al menos en algunos aspectos.
Este objetivo es compatible con la sustitución de automóviles por transporte ferroviario de alta velocidad como en el este de Asia, la eliminación de los combustibles fósiles como fuente de electricidad y las demás medidas necesarias para combatir el calentamiento global.
Pero las voces discursivas dominantes de la izquierda no creen que estas cosas puedan conciliarse, sino que deciden presentar argumentos engañosos que hacen que la solución que he descrito parezca insostenible (por ejemplo: presentar la energía nuclear como demasiado insegura para reemplazar los combustibles fósiles, incluso aunque los países socialistas existentes han implementado con éxito la energía nuclear). La única solución que estos izquierdistas pueden ayudar a avanzar es, irónicamente, una ecofascista, donde el bienestar de los pobres se sacrifique para evitar que la crisis climática destruya el capitalismo.
Incluso si estos izquierdistas imaginan que el decrecimiento puede significar algo diferente, ese es el objetivo en el que están avanzando. Porque mientras no presenten una alternativa seria al capitalismo, el capitalismo persistirá y se convertirá en ecofascismo. Recordemos que el propósito de estos actores no es derrotar al sistema, sino lucrar con el discurso que surge como respuesta a las contradicciones del sistema.
Esta falta fundamental de seriedad, esta priorización de lo que te mantiene en el círculo de la izquierda en lugar de lo que se necesita para lograr el cambio, está detrás de otra operación psicológica que promueve la izquierda antimarxista: la operación psicológica de los “trabajadores de la droga”. Si el propósito de la operación psicológica del decrecimiento es defender a las corporaciones “verdes”, el propósito de la operación psicológica de los trabajadores de la droga es defender a la CIA. Eso es lo que está haciendo cualquiera que use esa frase, o que minimice el papel de la CIA como la fuente principal detrás del uso autodestructivo de drogas en este hemisferio.
Trabajando para lumpenizar a los trabajadores
Las drogas, incluso las drogas más suaves como los psicodélicos y la marihuana, han sido históricamente usadas como armas por el Estado contra la causa revolucionaria.
Desde la operación en curso de la CIA para inundar con crack a las comunidades pobres que no son blancas, hasta el proyecto para reemplazar la lectura de teoría con el uso de psicodélicos como medio para que los jóvenes adquieran una conciencia alternativa, pasando por la táctica común de Cointelpro de hacer que los infiltrados manipulen a los organizadores induciéndolos a los narcóticos, estas sustancias se han utilizado como herramientas para lumpenizar a los trabajadores, para evitar que se organicen, arrojando a sus hogares a la disfunción inducida por la adicción y usando sustancias más suaves para influir en los radicales en desarrollo para que no se conviertan en revolucionarios efectivos.
Por lo tanto, la actitud correcta que debe tener un marxista hacia las drogas es la de resistir los intentos liberales de fetichizarlas. Rechazar el reciente esfuerzo de los liberales en las redes sociales para clasificar a los traficantes de drogas como “trabajadores de la droga”, una frase que además de oscurecer el uso contrarrevolucionario de estas sustancias también funciona para dejar sin sentido el concepto de proletariado. Porque si los agentes del ala de narcóticos de la CIA ahora son proletarios, entonces la palabra “trabajador” ha perdido su significado material.
El proceso de pensamiento detrás de este abuso del lenguaje y la teoría proviene de una mala interpretación fundamental de lo que es el socialismo. El socialismo no es moralismo. En esencia, no es un esfuerzo para levantar a los generalmente desposeídos. Es un esfuerzo para poner a los trabajadores, en particular, en el poder. Que los vendedores ambulantes hagan esto por despojo económico no cambia su carácter de clase. Todavía carecen de la relación única con los medios de producción que tiene el proletariado, el papel que hace que el proletariado esté en condiciones de cerrar la economía si dejara de trabajar.
Que estos liberales tengan una intención altruista detrás del uso del lema «trabajador de la droga», o detrás de su presentación de las drogas como algo que no vale la pena combatir en ninguna capacidad, es irrelevante. Lo que importa son las consecuencias que tienen sus acciones, que son ayudar al envenenamiento de los trabajadores por parte de la CIA.
No creo que el modelo de política antidrogas de China, que surgió como reacción a la crisis del opio, sea completamente aplicable a las condiciones de Estados Unidos o incluso completamente razonable en sus propias condiciones. La criminalización de la marihuana por parte de China no es necesaria, aunque la sustancia puede causar síntomas de demencia en los adolescentes y, por lo tanto, puede valer la pena restringirles la venta.
Lo que China nos ha enseñado es que bajo un sistema socialista, donde las políticas del Gobierno están diseñadas por defecto para levantar incluso a los ex lumpen desposeídos, la represión aún puede ser efectiva para reducir la adicción. En sus descripciones del progreso que la República Popular China ha logrado en esto, la Embajada del país explica cómo ese progreso no proviene simplemente de ejecutar a los proveedores, por muy justificable que sea esta práctica. Otras partes cruciales han sido las iniciativas que ha emprendido el Gobierno para mejorar las condiciones de la gente:
Se llevó adelante la rectificación y [la] situación en áreas críticas afectadas por las drogas había cambiado fundamentalmente. Dando importancia a áreas clave y problemas destacados relacionados con las drogas, las autoridades chinas instaron a los Gobiernos locales a cumplir con seriedad sus responsabilidades, tomar medidas específicas e integradas para abordar de manera efectiva los problemas destacados que enfrentan 139 condados, ciudades y distritos, por ejemplo: fabricación de drogas, cultivo, tráfico, abuso, etc., contribuyendo a la mejora continua de toda la situación de las drogas en China.
Se avanzó sólidamente en la creación y demostración de ciudades modelo, lo que trajo una mejora visible en la gestión de los problemas de drogas en toda la ciudad. Las autoridades chinas realizaron una demostración innovadora de ciudades modelo bajo la iniciativa China Segura y obtuvieron un gran apoyo de los Gobiernos de las ciudades participantes.
Las autoridades chinas también fortalecieron el liderazgo organizacional, aclararon responsabilidades, optimizaron políticas y medidas y profundizaron la gobernanza integral. La Comisión Nacional de Control de Estupefacientes de China designó el primer lote de 41 ciudades nacionales de demostración antidrogas, promovió sus mejores prácticas y experiencias exitosas, y mejoró el trabajo de control de drogas a nivel de ciudad en toda China.
Este progreso ha implicado dar a los lumpenproletarios, que antes no tenían otra opción que entrar en el narcotráfico, oportunidades de conseguir mejores trabajos. Lo que significa que cuando China ha ejecutado a narcotraficantes, estos traficantes no han sido víctimas de un sistema cruel, sino oportunistas que han estado dispuestos a dañar los intereses de la revolución por codicia personal. Aunque la revolución china, al salvar a 800 millones de la pobreza, ha implicado en efecto levantar a los desposeídos, si los revolucionarios hubieran dejado que el elemento criminal compartiera el poder estatal antes de que se proletarizara, la revolución se habría disipado hace mucho tiempo.
Esto se debe a que los individuos sin incentivos materiales para construir las fuerzas productivas, por estar desvinculados de estas fuerzas, serán susceptibles de actuar como agentes de la contrarrevolución. La forma de minimizar la cantidad de personas que tienen un incentivo material para entrar en el narcotráfico es resistir el argumento engañoso y no dialéctico del liberalismo sobre cómo tenemos el supuesto deber moral de tratar a los lumpen como si fueran proletarios. Porque si haces eso, la revolución fracasará, y esta gente por la que los liberales dicen preocuparse tanto nunca podrá escapar de su pobreza.
Otras medidas importantes dentro de un programa antidrogas socialista óptimo son establecer servicios de rehabilitación para los adictos y educar a los miembros del partido sobre los riesgos que pueden surgir incluso del uso de marihuana o psicodélicos. Sería excesivo purgar a cualquiera que los use, eso sería puritano. Sin embargo, sería completamente irresponsable dejar que la psicoterapia liberal de fetichización de las drogas influya en nuestra cultura organizativa sin ningún tipo de retroceso.
Lo que los liberales buscan hacer es convencer a quienes están en el proceso de desarrollar una conciencia revolucionaria de que no hay necesidad de advertirse contra el hábito de las drogas, o buscar rehabilitación si son adictos a este tipo de drogas más leves. Que estas sustancias no sean mortales no significa que no puedan obstaculizar la capacidad de alguien para actuar de manera disciplinada y contribuir a la lucha.
Si alguien ha llegado a esta situación, debe buscar ayuda para salir de ella. No tomes el consejo de los liberales que fingen que no hay ningún problema posible con el consumo de estas drogas, o que abogan por la legalización total y sin restricciones, incluso de los peores tipos. Una vez que hayamos construido un sistema para apoyar a los adictos y hayamos elevado tanto el nivel de vida que los traficantes de drogas de hoy tengan la opción de salir de ese estilo de vida, podremos perseguir a los traficantes del mercado negro sin que esto tenga la efectos opresivos de la guerra de Estados Unidos contra las drogas.
Podríamos eludir la rigidez defectuosa de la propia campaña antidrogas de China incluso yendo tan lejos como para abrir medios legales para la distribución, lo que haría más que justificado apuntar a aquellos que aún distribuyen ilegalmente., ya que solo estarían haciendo esto con fines de explotación y destrucción.
Estas son las soluciones dialécticamente informadas, que los liberales no quieren que adoptemos. La idea que los saboteadores antimarxistas promueven consistentemente es que no necesitamos priorizar lo que es demostrablemente mejor para la causa revolucionaria, que podemos inventar nuestras propias reglas. Así es como los ultraizquierdistas de este tipo promueven el fetichismo de las pandillas, que está naturalmente entrelazado con el fetichismo de las drogas. A medida que el centro imperial ve una creciente resistencia hacia la OTAN y el militarismo estadounidense, esta forma ahistórica de analizar nuestras condiciones se utiliza principalmente para frustrar este esfuerzo de resistencia.
Reemplazar el antiimperialismo con una versión radical del “anticolonialismo”
Laine Sheldon-Houle, miembro de la nación originaria de Swan River, ha identificado la forma en que el «anticolonialismo», tal como lo entendemos típicamente, es incompatible con el marxismo:
En 2012, Eve Tuck y K. Wayne Yang publicaron un ensayo titulado “La descolonización no es una metáfora”, en el que argumentan que la descolonización significa: “Para que los movimientos de justicia social, como Occupy, realmente aspiren a la descolonización de manera no metafórica, deberían empobrecer, no enriquecer, al 99%+ de la población de colonos de los Estados Unidos”. Esto enfrenta directamente a los pueblos indígenas contra los «colonos». La cifra del 99 por ciento a la que se refería el movimiento Occupy es la población total menos el uno por ciento más rico. Esto se refiere principalmente a la clase trabajadora, aunque no de manera precisa.
La conclusión cínica de “La descolonización no es una metáfora” es que los intereses fundamentales de los pueblos indígenas se oponen a los intereses de todos los no indígenas. Pero en realidad esta no es la división fundamental del capitalismo. De hecho, dentro de la comunidad indígena hay capitalistas indígenas que se benefician de la explotación de los trabajadores indígenas y no indígenas. En respuesta a la explosión del movimiento indígena, el Gobierno liberal canadiense ha estado trabajando arduamente para fomentar una clase gobernante indígena para cooptar a los líderes indígenas y dar una apariencia de cambio.
El hecho de que la descolonización no sea una metáfora que exija inequívocamente un mayor empobrecimiento de la clase trabajadora no ha impedido que se convierta en un recurso estándar para ser promovido dentro de la izquierda, al igual que el libro Settlers de J. Sakai o las obras de Gerald Horne. Esto se debe a que, al igual que Sakai y Horne, promoverlo es sumamente beneficioso para alguien que busca ganarse el favor dentro de estos espacios oportunistas. Esta literatura pueden hacer que quienes los citan parezcan virtuosos y en contacto con los pueblos marginados, mientras que en realidad no representan una amenaza para el poder de la clase dominante.
Esto es evidente en cómo el Proyecto 1619, a pesar de tener supuestamente el propósito de montar una oposición seria a las estructuras de opresión de este país, ha sido facilitado por el New York Times, el Partido Demócrata, la academia “poscolonial” y los actores en línea que propagan acríticamente su versión del “anticolonialismo” pueden denunciar la supremacía blanca todo lo que quieran, sin hacer nada para acercarla a su fin. Y les gusta que sea así, porque su objetivo no es hacer avanzar la causa revolucionaria sino obtener los beneficios que se derivan de ser un crítico de “izquierda”.
La crítica sistémica no es útil si se hace de una manera que perjudique activamente los esfuerzos prácticos hacia el cambio revolucionario, que es lo que están haciendo no solo al enfrentar a los indígenas y negros contra los trabajadores blancos, sino al tratar de desacreditar la visión dialéctica de la historia, que es la visión que puede guiar a un radical en desarrollo hacia la participación en el objetivo más importante que tienen los marxistas en este momento: combatir el imperialismo estadounidense.
Lo que busca este elemento oportunista es reemplazar el antiimperialismo por el anticolonialismo. Lo cual, cuando se usa para tal propósito, no es una idea que realmente tenga esperanza de deshacer los efectos del colonialismo europeo. Podemos ver esto en cómo el New York Times, por muy dispuesto que esté a presentar a quienes critican la estructura de poder de los EEUU desde esta perspectiva liberal “anticolonial”, promueve continuamente la propaganda imperialista.
¿Por qué el Times y sus instituciones liberales ideológicamente alineadas aceptarían los argumentos de Horne sobre la ilegitimidad del Estado estadounidense si están tan obviamente involucrados en reforzar este Estado y perpetuar su violencia global? Porque el tipo de crítica ofrecida por Horne, y por los otros “anticolonialistas” que carecen de un análisis dialéctico, es de tan amplio alcance que irónicamente socava su propia capacidad de plantear una seria amenaza a la existencia del Estado.
Una parte central de las ideas de Horne, y a la que el Times naturalmente ha ignorado las objeciones, es el argumento de que 1776 no fue un evento histórico progresista. Además de que esta afirmación se basa en falsificaciones históricas dentro del trabajo de Horne y contradice la opinión sobre 1776 que ha sido sostenida por todas las principales figuras históricas comunistas, simplemente no es necesaria en la tarea de argumentar que los Estados Unidos deben ser abolidos.
Todo lo que tiene que hacer para hacer este argumento es señalar cómo el imperio estadounidense continúa subyugando y explotando sus colonias internas. Y cómo incluso si la formación de este Estado pudiera considerarse progresista dentro de su contexto, no hay razón para que deba seguir existiendo mucho después de que el capitalismo haya madurado lo suficiente como para prepararnos para la revolución proletaria.
Pero Horne y estos otros críticos de izquierda todavía hacen este argumento aparentemente sin sentido, así como el argumento aún más innecesario de que la sección blanca del proletariado tiene intereses materiales que son fundamentalmente opuestos a los de las colonias internas. (Como se demuestra en la declaración de Horne sobre cómo «los euroamericanos votan a través de las líneas de clase por falsos multimillonarios», lo que deja fuera el contexto importante de que MAGA ha sido desproporcionadamente pequeñoburgués).
Esto se debe a que su prioridad no es hacer avanzar el movimiento obrero, sino “criticar” a la sociedad simplemente por hacerlo. Se ignoran las consecuencias que estas críticas puedan tener para el movimiento obrero, por la misma razón que muchos de estos críticos devalúan el concepto de movimiento obrero alegando que va en contra de los intereses de las colonias internas.
Este tipo de crítica se basa en una visión de la historia que es incompatible con la visión marxista. La visión marxista considera que un desarrollo es progresivo cuando actúa para acercar el desarrollo de la historia al comunismo, cuando hace avanzar la historia a la siguiente etapa de desarrollo. Dentro de este modo de análisis, la guerra de Rusia contra el fascismo ucraniano es progresista, no solo porque está destruyendo un ejército fascista sino porque está trabajando para resolver la principal contradicción global: la hegemonía estadounidense.
La visión de la historia promovida por los oportunistas de izquierda es la que dice que si algo tiene contradicciones, es necesariamente reaccionario, lo que explica por qué pueden racionalizar llamar reaccionario a 1776 a pesar de cualquier contraevidencia con la que se enfrenten.
¿Qué tipo de impacto tiene este marco analítico en nuestra práctica? Nos lleva a descuidar la principal tarea revolucionaria del momento presente, que es combatir el imperialismo estadounidense y sus operaciones psicológicas, a favor de un tipo insular de discurso retórico “anticolonial”. Un discurso que hoy tiene una visión del mundo aún más sesgada que los discursos de izquierda de “cualquier cosa menos clase” que describió Parenti, porque este nuevo discurso está intensamente en línea.
Las mentes de aquellos dentro de este espacio tipo fandom no están enfocadas en construir una coalición contra la guerra, o llegar a los trabajadores durante la gran oportunidad de este momento para la radicalización masiva, o luchar contra las operaciones psicológicas del imperialismo. Están enfocados en cualquier enemigo en línea con el que el fandom esté en guerra, lo que limita su capacidad para conectarse con cualquiera que no haya pasado por la tubería particular que lleva a alguien a asimilarse a este tipo de círculos.
Al igual que con el discurso del decrecimiento y el discurso de los trabajadores de la droga, los actores que impulsan este tipo de discurso «anticolonial» son fundamentalmente poco serios. No necesitamos apaciguarlos para triunfar en nuestra tarea revolucionaria, de hecho son un estorbo para nuestros objetivos. Y al igual que con esos otros ejemplos, el socialismo existente proporciona una solución a los problemas de los que hablan, una solución que es realmente practicable. Los países socialistas, históricamente y hasta el día de hoy, tienen programas anticolonialistas.
Lo que he tenido que aprender es que hay una diferencia entre la teoría “decolonial” o “poscolonial”, que son medios académicos liberales para “criticar” la sociedad, y la teoría marxista anticolonial, es decir, el marxismo mismo. La solución es abolir los Estados Unidos para que las colonias internas puedan tener autodeterminación con un carácter socialista, algo que no puede suceder a menos que seamos serios acerca de llegar a la gente. No abandonar el camino dialéctico para complacer los gritos manipuladoramente moralistas de actores que ni siquiera tienen en mente los mejores intereses de la revolución. Cíñete a lo que la dialéctica te dice que es verdad y ganarás.
Traducción de 45-rpm.net
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