Guerrillera por decisión
Cada guerrillero dentro de las FARC tiene una historia particular, de cómo ingresó, sus visiones frente a la Organización, a la paz, sus recuerdos. En la X Conferencia todas estas historias han podido ser contadas por ellos mismos.
Ella camina despacio. Lleva en una mano una olla de tapa azul y en la otra un vaso de aluminio y está a punto de rebosar la limonada que hay dentro. Saluda un poco desconfiada, acepta la idea de conversar y me invita a su caleta. Su nombre es Mónica Suazo, tiene 37 años y 21 de ellos ha vivido en las FARC.
Le agrada cuando le planteo que no será una entrevista sino una charla, eso hace que ella se tranquilice y empiece a contar su historia. Tiene ojos rasgados, muestra sus grandes dientes cuando se sonríe. Coge una peineta que mantiene en sus manos mientras conversamos, se le cae un par de veces porque aún no ha entrado en confianza, la recoge y sigue conversando. En una mesa hay algunas revistas guerrilleras, dos cuadernos, un par de aretes, e objetos de aseo personal.
En un pedazo de árbol cortado y enterrado en el suelo hay dos fusiles colgados. Al lado hay dos morrales llenos de uniformes y unas cuantas prendas civiles, las que empezarán a usar los guerrilleros en poco tiempo. La caleta está elaborada para dos personas. Mónica vive con su compañero sentimental.
Ella nació en zona guerrillera, en el municipio del Castillo, “al pie de Granada”, en el Meta. Tenía 16 años cuando ingresó a las FARC. No se le hizo difícil estar allí. Llegó un día a las nueve de la mañana al campamento y a las dos de la tarde ya estaba con toda la confianza, inmediatamente empezó a cumplir sus funciones de guerrillera y a formarse políticamente. Fue recibida por una guerrillera que había conocido en la vida civil, dormían juntas mientras Mónica aprendía a preparar su caleta.
Se fue de la casa veinte días antes de ingresar y estuvo donde una tía. El papá fue a buscarla, le decía que no se fuera, que ella tenía otras posibilidades en la vida. Sin embargo, su familia simpatizaba con la guerrilla. Mónica conoció el 31 Frente desde que tenía diez años, “ahora no existe guerrilla de ese tiempo, casi todos han muerto, eran camaradas muy fuertes”.
Su familia se compone ocho hermanos. Uno era guerrillero y ya murió. Una hermana estuvo en el 36 Frente de las FARC, pero quedó embarazada, le dieron licencia y no quiso volver.
Historias que sobrevivirán
Mónica nunca había visto a Timochenko. “Fue una alegría inmensa, de verdad estamos bien representados. Cuando llegó no lo saludé porque había mucha gente tomando fotos y a mí me dio pena, pero se que llegará el momento de abrazarlo y agradecerle todo”.
Pero sí tuvo la fortuna de conocer al Mono Jojoy. Vivió con él cuatro meses. “Era una alegría completa, nos inculcaba el estudio, había baile, mucha dinámica con él. Se mantenía hablando. Algo muy particular era que cuando la gente bailaba hacía huecos en la tierra, él llegaba con una pala y les echaba más tierra para que siguieran bailando. Decía que tenían que darse los diálogos, que muy pronto llegaba la paz y que, si moría, la lucha debía seguir. No nos podíamos sentir mal, con berraquera para continuar la lucha que él construyó. La mejor representación era llevar la idea, las personas mueren pero las ideas no, se mantienen”.
Tiene claro que por principio hay que ser desconfiados, “pero una desconfianza constructiva. Eso nos lo inculcaba mucho el Mono”.
Tuvo que enfrentar diez combates con el ejército. Cuenta, con algo de asombro, que la primera vez tuvo mucho susto porque no tenía experiencia. Tenían entrenamiento desde que ingresaban, pero en la realidad se mostraba lo que habían aprendido. Para Mónica fue fácil adaptarse al fusil y agradece que estuvo rodeada de compañeros con mucha experiencia que la iban guiando. A lo que no se pudo adaptar fue al sonido de los disparos, siempre pensaba que esas balas iban con el fin de matar a un soldado.
Vio morir a muchos de sus compañeros en esos combates. “A algunos había que dejarlos en el lugar donde morían porque no los podíamos cargar, me daba tristeza pero debía seguir el camino”.
Mónica no conoce una ciudad y le entusiasma la idea poder visitar alguna en poco tiempo. En el 98 fue a Bogotá porque tenía leishmaniasis y debía ser tratada por un médico, pero ni por la ventana del bus pudo mirar la ciudad.
Dice que no es malgeniada, “es un defecto feo”. Antes de entrar a la guerrilla tuvo un novio. Él pensaba llevarla a vivir con él pero la mamá no la dejó. “Eso fue por algo, tal vez ni hubiera estado aquí sino que estaría de ama de casa, porque era difícil acceder al estudio”. Dentro de la guerrilla ha tenido varios novios. No prohíben que hayan relaciones sentimentales, pero sí les aconsejan que eso no interfiera con el ideal guerrillero. “Una sola por ahí es muy duro”.
Le gustan los vallenatos, la música sentimental. No escribe diarios por seguridad. Le gusta el pollo campesino, el pescado de río y los jugos. “Me parece increíble que ahora los pollos estén criados a los 45 días, cuando antes se demoraban seis meses. Nunca me he acostado sin comer. Tenemos un mismo horario para todo. En guerra esos horarios podían cambiar”.
Mónica casi no ha sentido tristeza en la vida, es alegre. “No me detengo en lamentos”. Está leyendo unos tomos con los diarios de Manuel Marulanda, “ahí habla sobre la historia de la guerrilla. Mucho de lo que dice ahí yo ya lo conocía, pero también encuentro elementos nuevos que me ayudan a entender más mi propia historia”.
Otra realidad que se avecina
Mónica quisiera aprender sistemas, sin embargo dice que no abandonará el campo, y se pondrá a cultivar. “Extrañaré la selva, porque allí he estado gran parte de mi vida y es ahí donde sé defenderme, pero ahora todo este proceso será como un nuevo nacimiento para cada uno de nosotros”.
Ella quisiera un presidente que lo democratice todo, “que tenga en cuenta a todos los colombianos y se pueda elegir por voto popular y no con el dinero de los más poderosos y que cumpla”.
No tiene hijos pero dice que tendría uno cuando estén dadas las condiciones y esté adaptada a la vida civil.
“Da alegría estar aquí, viendo civiles que se interesan por nosotros. Estuvimos en armas pero por necesidad. Las armas son la defensa, pero se siente miedo dejarlas porque quedaremos desprotegidos”.
Invita a las mujeres a luchar, a ser independientes, “que nadie nos maltrate, que nadie nos humille. Hay que organizarse para tener la unidad entre mujeres, sin competencia, no entregarle todo nuestro mundo a los hombres. Hay que ayudar a las mujeres jóvenes, debemos ser una sola rueda de mujeres”.
Ella sabe que para el pueblo representan la lucha por la libertad, por la igualdad. “Con la presencia nuestra en las ciudades, en los pueblos, va a cambiar la mala imagen que nos han creado los medios de comunicación, porque no somos malos. Hemos defendido al pueblo y lo seguiremos haciendo, así es la guerra, tiene sus complejidades”.
“Si vienen ustedes los periodistas a conocernos, ahora que todavía estamos en armas, más adelante podrán conocer otra faceta de nosotros, la de las ideas, la de la política. Los poderosos toda la vida nos van a rechazar, pero desde que el pueblo nos quiera, la historia de este país puede cambiar”.
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