El carnaval del secuestro
En la década de 1920, Colombia y su juventud más representativa, la que luego llegaría regir con saña anticomunista el poder de la república, se modernizaba en la base económica pero marchando en contra de la modernidad
Alberto Pinzón Sánchez
El erudito, prolijo y minucioso libro de James Henderson “La modernización en Colombia. Los años de Laureano Gómez, 1889-1965”1, en donde cada frase está prácticamente sustentada con una cita de algún libro sobre el país, habla sobre los “efectos liberadores causados por la explosión del dinero en efectivo y los bienes de consumo” en la sociedad bogotana dominante de mediados de los años 20 del siglo pasado, debida a la bonanza cafetera, los dólares de la “indemnización por Panamá”, las economías de enclave gringo, junto con los jugosos empréstitos oficiales con la banca norteamericana e inglesa, vivida en aquellos años en Colombia y que fuera denominada por algunos historiadores como “la prosperidad al debe”.
Como ilustración para su tesis trae en las páginas 182 y 183 el recuento de una anécdota (que el autor denomina charada) sobre cómo los jóvenes universitarios bogotanos, cachacos o “filipichines” de la alta clase social colombiana, con una imaginación también muy colombiana (posiblemente inspirada en el histórico secuestro extorsivo inaugural que hizo el conquistador español Jiménez de Quesada del cacique Sazipa) se ingeniaron un “secuestro” para conseguir dinero y financiar un reinado estudiantil, el que puede considerarse pionero en Colombia:
”Cuando los estudiantes universitarios de la ciudad inauguraron el carnaval de 1926, por ejemplo, lo hicieron mediante una complicada charada que publicaron en un folleto de cincuenta páginas con fotografías y caricaturas de Pepe Gómez (hermano menor de Laureano) titulado “Proceso de Pericles Carnaval y Neira”. Siete jóvenes disolutos, entre ellos Olga Noguera Dávila, Tonny Greiffestein, Germán Arciniegas y Miguel López Pumarejo, secuestraron (sic) al rico e imaginario Pericles Carnaval, a quien planeaban extorsionar para obtener el dinero necesario para el festival estudiantil de aquel año y para el baile de caridad.
Infortunadamente la víctima había sido herida durante el ataque y la cantidad de brandy que literalmente se le aplicó no pudo impedir que falleciera. Los maleantes (sic) fueron juzgados por el juez Simón Araujo y por un jurado conformado por Alberto Lleras Camargo, Helena Ospina y otros. Hernando Uribe Cualla y Julio Holguín Arboleda encontraron a los acusados culpables de los cargos que se les imputaban y los sentenciaron a conseguir dinero para la nueva fiesta de las flores que tendría lugar en el parque de la Independencia de Bogotá… Las celebraciones, después de todo, parecían especialmente apropiadas en la Colombia de la década del veinte, cuando fluían el dinero y la champaña y el cambio estaba en el aire.
La bella Maruja Vega Jaramillo fue elegida reina de los estudiantes. Se alquilaron disfraces, se construyeron carrozas y las festividades fueron programadas para el 21 de septiembre. El día del carnaval todo salió como se esperaba: el desfile de los estudiantes obstaculizó el tráfico en las calles de Bogotá y luego los jóvenes llenaron el teatro Colón para el baile de coronación. Maruja Primera fue coronada en una ceremonia cuyo punto culminante fue un discurso pronunciado en su honor por Laureano Gómez, a quien se le había pedido que fuese el “orador oficial” del evento. Gómez pronunció un discurso que se describió como ‘lírico, impresionante y bello, un discurso completamente apropiado para aquella noche memorable’ (…)”.
Así, entre secuestros de charada para conseguir dinero en efectivo, modalidad prontamente adoptada y generalizada por el pueblo raso y la “guacherna” carnavalesca, bailes de disfraces, reinados de champaña y discursos líricos y bellos del caudillo falangista Laureano Gómez, Colombia y su juventud más representativa, la que luego llegaría regir con saña anticomunista el poder de la república, se modernizaba en la base económica pero marchando en contra de la modernidad:
Construyendo mediante la violencia política desde el poder de “todo” el Estado una base económica librecambista y luego transnacional y neoliberal posiblemente moderna, pero con una supraestructura “contrainsurgente y anticomunista” basada en el nacional-catolicismo o falangismo ultramontano de los gamonales criollos, anterior a la modernidad. ¡La historia como farsa y después como tragedia!
- Henderson, James. La modernización en Colombia. Los años de Laureano Gómez, 1889-1965. Editorial U de Antioquia. Medellín 2006. Páginas 182-183. ↩
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