Venezuela: Acerca de los cinco molinos por derribar…
Análisis critico ante la coyuntura política en Venezuela
por Corriente Revolucionaria Bolívar y Zamora
Arrancamos con una noción muy básica, pero aclaratoria para definir lo que consideramos los principales males y contradicciones que enfrenta la revolución bolivariana: burocracia, ineficiencia, reformismo y corrupción.
Según los diccionarios:
Burocracia: 1. Conjunto de normas, papeles y trámites necesarios para gestionar una actividad administrativa: la burocracia oficial exige documentación compulsada.
2. Complicación y lentitud excesiva en la realización de estas gestiones, particularmente en las que dependen de la administración de un Estado: con tanta burocracia, le atenderán cuando no lo necesite.
3. Conjunto de funcionarios públicos: no le gustaba ser miembro de la burocracia por su consideración social.
Ineficiencia: Incapacidad para lograr un fin empleando los mejores medios posibles: no siempre eficacia es sinónimo de eficiencia.
Ineficacia: Incapacidad para obrar o para conseguir un resultado determinado.
Reformismo: Tendencia o doctrina que procura cambios y mejoras en una situación, sin soluciones radicales: reformismo político.
Corrupción: En las organizaciones, especialmente en las públicas, práctica consistente en la utilización de las funciones y medios de aquellas en provecho, económico o de otra índole, de sus gestores.
Quizás arrancamos de una manera poco ortodoxa, apelando una noción muy básica, pero aclaratoria en torno a ciertos conceptos que usamos a diario para definir lo que consideramos los principales males y contradicciones que enfrenta la revolución bolivariana. Se trata de salir de la formulación aparente, de la cáscara que envuelve, quizás el asunto más trascendental de la fase actual por la cual transita el proceso bolivariano, y adentrarnos en el contenido político e histórico de de tales afirmaciones.
Pero antes es necesario despejar un poco el escenario. En este texto se trata de escudriñar en los males que llevamos dentro, en las carencias y debilidades de proceso revolucionario bolivariano, que han ido cobrando relevancia en la medida que se convierten en contradicciones que trancan el paso a los avances del poder popular. Sin embargo, no podemos olvidar ni por un segundo que nuestro proceso se desarrolla enfrentando directamente al imperio norteamericano y a la oligarquía cipaya venezolana. Que Venezuela bolivariana representa el sueño y la esperanza de millones de pobres de América Latina y el Mundo, que es una bandera que empuñan a lo largo y ancho del planeta los que aman la dignidad, la libertad y la justicia.
Nuestra lealtad al proyecto histórico que se encarna en el liderazgo del presidente Chávez es indestructible, porque allí se encuentran depositadas las energías populares, la vitalidad de las pasiones de millones de mujeres y hombres que dejaron de ser anónimos y echaron a andar.
La crítica revolucionaria como arma del cambio radical, intransigente en la defensa de los principios y de los intereses de los excluidos de siempre, pero humilde y sencilla a la hora de la autocrítica, a la hora de reconocer errores, en el afán de ser un pedacito más de la construcción de la patria buena que nos dejara como herencia a realizar el Padre Bolívar.
Vamos pues a tomar “el toro por los cachos…”
La burocracia y el burocratismo no se remiten exclusivamente a representar un mal que pudiera describirse como un elefante blanco que entorpece la acción cotidiana de la gente, que vuelve todo trámite engorroso, lento y hasta humillante. No, el problema es muchísimo mayor y representa quizás uno de los desafíos más grandes que enfrente el movimiento revolucionario a escala planetaria. La burocracia ha tendido a conformarse, sobre todo al calor de los últimos cien años del desarrollo social, en un complejo entramado que vive y existe para sí.
Más allá de la clase que esté en el poder, esta burocracia se ha ido configurando como un eslabón principalísimo de intermediación de la sociedad. Podríamos arriesgarnos inclusive en afirmar que ha secuestrado o expropiado diversos espacios del Estado, principalmente en su dimensión pública, para servirse de ella en aras de reproducirse y mantener el “statu quo”. Una vieja película italiana “un burgués pequeño-pequeño” la retrata brillantemente cuando estaba aún en pañales.
La burocracia y su expresión cotidiana, el burocratismo se sirven en el caso de la revolución bolivariana de la caricaturesca estética rojo-rojita, para cubrirse de un manto ideológico que no posee, o más bien sí lo posee, pero es el radicalmente opuesto a los cambios revolucionarios que pregona la subversión del viejo orden imperante, la ruptura de la verticalidad del poder oligárquico-burgués y la imposición del poder popular socialista. El burocratismo es enemigo acérrimo y antagónico de los cambios histórico-culturales, aunque aparezca fogosamente retratado en marchas y movilizaciones electorales, y sin duda, hará todo por frenar cualquier intento por democratizar el espacio de la toma de decisiones públicas, por quebrar el dominio autocrático.
No se trata de entender el burocratismo como un sólido bloque consciente y organizado, que racionalmente defiende una forma de organización social determinada. Su resistencia se halla enclavada en lo profundo de su composición genética, en su ADN más primitivo, que lo lleva a reproducir desde la práctica cultural cotidiana la expropiación del poder formal (y del social), desconociendo y combatiendo los poderes y saberes populares que emergen al calor del proceso revolucionario.
En el caso del burocratismo venezolano presenta una serie de particularidades que refuerzan su grado de cohesión enajenante. Podemos resaltar algunas de las principales:
1.- El carácter de la renta petrolera.
2.- El peso de los empleados públicos en el universo del trabajo (el Estado como principal generador de empleo).
3.- La deforme construcción del estado venezolano (distribución geográfica, concentración urbana, inexistencia del mismo en amplias zonas de la periferia).
4.- Las políticas expansivas de gasto público y social.
5.- El alienante patrón de consumo.
El burocratismo encontró en la transición del “rentismo capitalista” al “socialismo rentístico” el ambiente propicio para desarrollarse en plenitud. En la cabeza dirigencial de la mayor parte de los jerarcas del gobierno, el socialismo es una expresión discursiva parcial (para muchos inentendible), que no tiene coherencia con la práctica social cotidiana. Se remite a símbolos, consignas, frases repetidas y eslóganes. Se produce por lo tanto una disociación entre el lenguaje público y el lenguaje privado, entre el discurso público y la vida privada.
Lo que se ha dado en llamar “boliburguesía” o “boligarcas”, más allá de reproducir la creatividad popular, expresa una contradicción que entraña enormes riesgos y potencialidades. Cuando una sociedad como la nuestra vive la lucha de clases en el alto grado de expresión durante un tiempo prolongado, saltando de coyuntura en coyuntura, debe asimilar grandes experiencias en lapsos temporales muy limitados. Décadas de combate se sintetizan, con el riesgo de que su sistematización se vea obviamente limitada, y ello supone que, si bien un amplio sector del pueblo ha ido acogiendo el discurso “socialista”, sus basamentos sean aún superficiales, y que para la mayor parte del mismo, el experimento histórico actual esté en completa tela de juicio.
Es decir, estamos dispuestos a lanzarnos a probar este socialismo del siglo XXI, pero si fracasa este modelo fracasa el meollo, el contenido global de la propuesta revolucionaria, y ese es un grandísimo riesgo. Si bien el reformismo representa un peligro de claudicación, de generar espacios que transen los cometidos estratégicos del proyecto revolucionario, es infinitamente más riesgoso el nefando papel del burocratismo. A veces estos se juntan y retroalimentan, sobre todo porque el burocratismo siempre preferirá reforma a revolución, y en muchos de sus enclaves soñarán con la restauración del domino del capital transnacional. Pero no todo reformismo es asociable al burocratismo.
Pero vamos más allá: la burocracia y su expresión cotidiana. El burocratismo en Venezuela, a diferencia de otros procesos que tienen que luchar con los mismos males, está ligado hasta ahora indisolublemente más allá del Estado, a la política. Y esto es inevitable, por lo que hemos comentado infinitas veces. La falta de tradición del movimiento obrero venezolano, la debilidad de las orgánicas políticas de la izquierda durante el siglo pasado, su desapego de las grandes masas, en fin, el “estado-partido” remplaza equivocadamente la ecuación históricamente necesaria: estrategia revolucionaria-partido-pueblo.
El problema se incrementa cuando la burocracia afila los dientes y siente que estas condiciones generales son las óptimas para su desarrollo y dominio. En ese momento aferra las uñas en aras de mantener la situación creada, de fortalecer su poder y reproducir su carácter de casta.
Entonces comienzan a darnos a dos manos. La clásica burocracia engordada al calor del “socialismo rentístico” nos abofetea a diario a través de la expresión de los inservibles servicios públicos; el transporte masivo: un desastre; la electricidad: un desastre; el agua potable: un desastre; las telecomunicaciones: un desastre; y no paramos más. Los servicios no sirven, discriminan como siempre a los más pobres, y los trabajadores de los mismos no asumen la rectificación necesaria. En algunos casos, porque no les interesa más que gozar de los beneficios del empleado público y en otros, los mayoritarios, porque las gerencias “rojo-rojitas” están “en otra”, usufructuando para sí y sus entornos de la mágica relación con el poder.
Algunos incluso sanamente divagan por los laberintos teóricos de “la conciencia del deber social” mientras sus huestes obreras ven resquebrajarse las columnas diarias de la sobredosis ideológica, en el rostro cotidiano de la gerencia enajenada, autócrata, despótica y sobre todo patronal.
Cuando los trabajadores pretenden asumir un rol autónomo ideológicamente, cuando muestran pujanza y vitalidad se intenta por todos los medios cooptarles por tal o cual ministerio, por tal o cual espacio de poder local o regional, por una misión, en aras de ganar puntos ante el Comandante-Presidente y de domesticar cualquier intento “anárquico” de organización social. Así se cierran las puertas, se nos etiqueta, se nos margina incluso, se nos persigue. Cuántas veces se le ha acusado a dirigentes “díscolos” o independientes de estar infiltrados o de estar al servicio de la contrarrevolución? Nada extraño, allí opera el racional sentido y el subjetivo instinto de supervivencia de los burócratas todopoderosos.
Ahora vamos despejando un tanto el entorno. ¿Qué sucede con los históricamente aptos para emprender la tarea de vanguardizar los cambios sociales?
¿Es en Venezuela bolivariana la clase obrera la llamada a liberarse a sí misma y consigo al conjunto de los explotados?
¿Cómo y desde dónde se conforma el Bloque Popular Revolucionario (BPR) o la Fuerza Social Revolucionaria (FSR) que emprenderá conscientemente las tareas de la liberación social y nacional?
Continuamos despejando…
No todos los trabajadores son obreros. Ni por ser obreros son “puros y están libres de pecado”. Dejémonos de teologismos y de paradigmas eurocentristas, de la absolutista racionalidad judeo-cristiana. La clase obrera es quizás la más complicada en estos días en el cuento de la liberación.
Los pueblos originarios, el movimiento campesino, tienen mayor facilidad de comprender el rol que ocupan en la cadena que alimenta al capital transnacional, entre otras cosas por su ubicación geográfico-cultural. El movimiento obrero en particular y los trabajadores en general tienen que romper una doble cadena dominadora, la de la venta de su fuerza de trabajo manual e intelectual, y la del patrón de consumo que les ahoga. Los pobres habitantes mayoritarios en los espacio geográfico-sociales urbanos son la fuerza mezcladora de la pluriculturalidad y de la multietnicidad que nos caracteriza, ¿cómo cabe su fuerza organizada en el campo popular bolivariano? Ya llegaremos por ahí.
Retornamos al campo de los trabajadores. Este concepto da para mucho, sobre todo por la posmodernidad en boga.
Los empleados públicos viven de una manera diferente la explotación con respecto a su par obrero, ya sea metalúrgico, de la construcción o el propio trabajador de a pie en PDVSA. Es más fácil concebirse un peldaño arriba de “los pata en el suelo”, y así aspirar a la silicona y “el 12 años” que consume el jefe, el gerente, el que está en la mesa servida del reino. Al carro, el plasma y el blackberry. El demoniaco “patrón de consumo” hace estragos.
En todo este enredado entramado alienante, uno de los problemas mayores es que nuestros gerentes han sido designados jefes políticos, y por tanto, parte de la concatenación ideológica, así como nuestros alcaldes, nuestros gobernadores y ministros. ¡La burocracia en pleno ungida dirección y conducción, nada más y nada menos que de una revolución socialista! (Que debiera conducir el proletariado según los manuales, ¿no?)
La pobreza teórica no puede dar para tanto. No será fácil invertir la ecuación y colocar al tan mencionado pueblo pobre en un sitio que no sea la base de la pirámide, esto, entre otras cosas, porque el gustillo del poder genera adicción, explota las apetencias individuales y en aras de “reemplazar transitoriamente” al pueblo organizado mientras esté madura, asesinamos sin ternura alguna el sueño de la revolución bolivariana.
Porque entre otras aptitudes, la burocracia y el burocratismo estrangulan las pasiones, cercenan las subjetividades al negar en lo cotidiano la realización de las expectativas de los pobres y de los excluidos. De tanta cachetada diaria la gente se cansa. De tanta desvergüenza y de tanto sinvergüenza. Lo peor es que con el tiempo se olvida la rabia, se esfuma la arrechera y se impone la resignación, y si ello sucede retrocedemos al punto de partida.
Volvamos a ciertas premisas estructurantes:
En la ruptura con el neoliberalismo y su afán privatizador que reinaban sin cortapisas hasta la llegada del presidente Chávez al gobierno, el estado central ha ido cobrando un peso estratégico cada vez mayor en el plano estratégico de la economía, pero en una dirección que aún queda muy lejos de la parada de socialismo revolucionario, se halla en la encrucijada de la instalación preponderante de empresas capitalistas de estado, por mucho socialista que le pongan de apellido hasta los cochinos de PDVSA agrícola.
De otra parte se amplificó geométricamente la cantidad de empleados públicos que pasaron de cerca de un millón y medio en 1998 a cerca de cuatro millones y pico en el 2010.
Pero, ¿qué hay detrás de esta estatización masiva? ¿Habrá alguna base teórica que esté alimentando la idea de generar “proletariado emancipador” concluyendo ciertas tareas propias del desarrollo del estado nacional burgués? Esto de cierto modo nos retrae al reformismo del siglo pasado de aquella izquierda que sustentaba darle tiempo a la burguesía para que cumpliera con su misión histórica. Si es así “estamos pelando bolas”.
Esta estatización (muy particular enfoque de la nacionalización) multiplica geométricamente la burocracia a quienes ubica en una “gerencia socialista” que nadie sabe explicar cuál sería su carácter anticapitalista, porque eso sería ser socialista, ¿no?
En estas benditas gerencias los obreros, los campesinos, brillan por su ausencia, por ejemplo en el caso de Agropatria, es decir los que son “objeto de la revolución” no están capacitados para dirigir ni conducir la transición al modo de producción que les sería inherente.
¿Cómo, cuándo y desde dónde cambiarían entonces las relaciones de producción? Quien se apropia en teoría ahora del plusvalor en las empresas estatizadas sería el conjunto del pueblo, ¿pero esto es realmente así? ¿Y qué sucede con las relaciones laborales al interior de la empresa? ¿Es el comité de trabajadores quien controla y dirige la producción? ¿Tienen los trabajadores alguna capacidad y potestad de ejercer la contraloría? ¿Quién y cómo se fija el salario? ¿Cómo y desde que piso ético se construye una cultura del trabajo?
No está para nada escrito que vaya a ser más fácil trascender desde el capitalismo de estado al socialismo del siglo XXI.
La burguesía ha expropiado históricamente a los pobres, se ha apropiado de los bienes y recursos de todos para su propia satisfacción, los ha convertido en su propiedad privada.
La expropiación que ejerce el Estado de los bienes de los ricos no necesariamente pasa a ser patrimonio de todos.
Que el Estado asuma su control estará condicionado siempre por la naturaleza de clase de dicho estado, y ello determinará finalmente su orientación estratégica. Y ya sabemos que aún prevalece la esencia del viejo estado burgués.
Para que los recursos expropiados pasaran efectivamente a ser patrimonio popular se requiere entre otras cosas un alto grado de conciencia social del pueblo pobre. Una larga batalla en la conciencia de las mayorías, una dura experiencia organizativa, de movilización y combate reivindicativo. Esta amalgama de hechos y sucesos no es posible de suplantar desde las esferas del Estado y el Gobierno, ello más bien tiende a generar pasividad y distanciamiento de la base popular que debe ser el dinamo y motor de la lucha revolucionaria. Es la antítesis del sujeto histórico, es una fórmula distante y contradictoria con respecto al poder popular.
Parece ser que la creencia sobre la cual descansa gran parte del discurso presidencial acerca de la “transferencia” de poder al pueblo es una utopía plagada de buena intención, pero imposible de materializar. La burocracia y el burocratismo no apostarán a su suicidio colectivo así de gratis, nadie entrega sus privilegios sin resistencias. Basta ver el caso de la oligarquía venezolana y el mundo de los ricos, que no sólo se defienden a como dé lugar, sino que contraatacan.
El pueblo pobre tiene que apropiarse del poder, y para ello sus grados de conciencia, de organización y de movilización deben acrecentarse sin pausa y sin tregua. Debe expropiar el poder que tiene la vieja clase dominante, pero también debe hacerse con los espacios de poder que el gobierno bolivariano ha logrado conquistar. Gobierno que debe hacer realmente suyo, y no como sucede hasta ahora que el pueblo está subordinado a la gestión del Gobierno.
En este caso vale la pena adentrarse en la situación del PSUV porque este “nonato” aparece mezclado en una indefinición estructural. Fue creado en aras de convertirse en el instrumento de vanguardia de la revolución bolivariana, y aún aprendiendo a gatear le ha tocado estrenarse en la dura actividad coyuntural que caracteriza a la revolución bolivariana, y desde tan chiquito ha ido recibiendo todas “las malas influencias” del entorno.
Se le ha mezclado con el Gobierno y el Estado, sin definir los límites de acción de cada uno, haciendo de ello un revoltijo del cual burócratas y funcionarios han hecho un festín. Se le ha llevado a un límite peligroso que amenaza seriamente su supervivencia. Entre maquinaria electoral, trampolín para el ascenso social, espacio de cogollos y entramados de grupos y personalismos, ha puesto en tela de juicio sus posibilidades de hacerse creíble como instrumento de combate de los pobres en pos de su liberación social y nacional.
Está “ad portas” de convertirse en una superación transitoria del Movimiento V República, y por tanto de agotar aceleradamente su ciclo de vida.
Las bases populares deben asumir la lucha por la disputa de su dirección y conducción de manera decidida. La confluencia y construcción de una corriente revolucionaria en su seno que dispute abierta y honestamente su hegemonía es crucial. La acción consciente y común en aras de transformarle en un acerado ariete clasista y combativo. Sin partido revolucionario no hay práctica revolucionaria posible. En gran parte los destinos de la revolución bolivariana se juegan en la cancha de la construcción del partido revolucionario. De mantenerse por el camino que va, sólo tendría vida como el partido del Estado y del Gobierno, una suerte de PRI “bolivariano” que nace mocho e impotente para cumplir con las tareas revolucionarias para la cual fue ideado.
El pueblo con Chávez combaten al burocratismo, corrupción, ineficiencia y reformismo por la consolidación del socialismo.
Corriente Revolucionaria Bolívar y Zamora; Frente Nacional Comunal Simón Bolívar (FNCSB), Frente Nacional Campesino Ezequiel Zamora (FNCEZ), Centro para la Formación y Estudios Sociales Simón Rodríguez (CEFES).
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