El capital industrial y fascismo: una amistad forjada en acero
¿Cómo fue, en concreto, la relación entre los grandes capitalistas de la industria pesada y los fascistas? ¿Qué función histórica desempeñaba la retórica obrerista ligada a la clase obrera industrial en el seno del movimiento fascista?
Arteka
«Quienes integramos la firma Krupp no somos idealistas, sino realistas. Teníamos la impresión de que Hitler nos ofrecería la posibilidad de un desarrollo auténtico. Por lo demás, lo ha llevado a cabo. Al principio votamos por el partido populista, pero los conservadores no podían gobernar el país; eran muy débiles. En esta lucha implacable por el pan y el poder, teníamos la necesidad de ser guiados por una mano fuerte y dura; la de Hitler lo era. Tras los años transcurridos bajo su mando nos sentimos satisfechos. Deseábamos un sistema eficiente y que nos proporcionara los medios de trabajar tranquilamente» — Alfried Krupp
Las anteriores palabras fueron pronunciadas por el ex jefe del consorcio Krupp, antepasado de la empresa alemana TyssenKrupp AG, en la declaración que realizó en el proceso de Nuremberg. En la primera mitad del siglo XX, el grupo Krupp se encontraba en la cima de la industria armera europea. Debido a ello, fue protagonista en la política económica de todos los gobiernos alemanes.
Alfried, quien tomó el relevo de la empresa en 1941, tuvo especialmente una marcada vocación fascista; al igual que la mayoría de los capitalistas de la industria pesada de aquella generación. Desde 1931, fue miembro de las SS1, fiel seguidor de Hitler. Cuando los nazis llegaron al poder, el grupo Krupp se convirtió en el fabricante de armas preferido del ejército nazi. Gracias a ello, situó unidades de producción en numerosos territorios ocupados por la Wehrmacht. Tan solo en las fábricas de Krupp, utilizaron cerca de 100 000 judíos y eslavos como fuerza de trabajo esclava.
Estos datos no son la constancia de un caso anecdótico, sino que nos indican la tendencia de toda una maniobra histórica llevada a cabo por sectores significativos de la alta burguesía alemana e italiana a principios del siglo XX. Nos hemos referido al grupo Krupp, pero podríamos encontrar en la misma posición tanto a Thyssen, Siemens, Bosch, Volkswagen, BMW, Bayer como a otros conglomerados industriales de gran importancia en su momento.
Pero, ¿cómo condicionaron exactamente estos capitales industriales la forma y el rumbo del fascismo del siglo XX? ¿Cómo fue, en concreto, la relación entre los grandes capitalistas de la industria pesada y los fascistas? ¿Qué función histórica desempeñaba la retórica obrerista ligada a la clase obrera industrial en el seno del movimiento fascista? Este reportaje pretende plantear elementos de reflexión en torno a estas cuestiones.
Tal y como se ha mencionado a menudo, los fascistas recibieron en Italia y Alemania el apoyo directo de los niños ricos de la industria pesada, de los grandes terratenientes y de determinados banqueros con intereses en estas ramas. Por otra parte, se ha solido decir que su movimiento de masas estuvo dotado de pequeños burgueses y trabajadores; a pesar de tratarse de un fenómeno político que respondía a los intereses de la alta burguesía. Además, algunas facciones concretas de la clase dominante tuvieron actitudes contrarias al fascismo. El comunista francés Daniel Guerin explicó estos intereses confusos que se alinearon en el seno de los estados fascistas, profundizando en los conceptos de la competencia interburguesa y de la lucha de clases en general.
«Por eso es importante investigar si en Alemania e Italia fue toda la burguesía, aquella que subvencionó al fascismo, la que quiso una dictadura o si la quisieron exactamente algunos grupos capitalistas. No creo que sea necesario repetir que los partidos burgueses no son el reflejo sino, más bien, el instrumento de los diversos grupos capitalistas», señaló2. Según sus palabras, por lo general, ha existido una confrontación histórica entre la industria pesada y la ligera.
De hecho, Guerin expone que ambos grupos han desarrollado «tanto intereses económicos como estrategias sociales divergentes». La burguesía ligada a la industria ligera se ha solido quejar del monopolio histórico del hermano mayor de acero. En cuanto a la política exterior, la industria pesada, que tiene más relación con la armería, ha priorizado actitudes agresivas y aventuras imperialistas. La industria ligera, en cambio, como exporta productos no militares, ha sido más proclive a rechazar la guerra y la autarquía. Además, esta última ha estado más relacionada con el capital internacional, mientras que las industrias pesadas han recurrido al proteccionismo.
Los dos grupos capitalistas clásicos también difieren en su actitud respecto a la clase trabajadora. Guerin sostiene que los capitalistas de la metalurgia y la minería, por ejemplo, han desarrollado una mentalidad de patronos de combate, es decir, se han comportado de forma más autoritaria frente al movimiento obrero. Señala dos razones para ello: 1) El peso político que ha tenido tanto el tamaño de sus empresas tanto en la economía nacional como en el seno del Estado. 2) La composición orgánica del capital. Profundizando en el segundo factor, nos referimos, tal y como explicó Karl Marx, a la relación entre capital constante (maquinaría, materias primas, tierra…) y capital variable (fuerza de trabajo)3.
Como en la industria pesada la composición orgánica del capital es mucho más alta, los límites para obtener ganancias son más estrechos. Por ejemplo, cuando las grandes empresas de producción de acero no utilizan sus capacidades productivas a pleno rendimiento, deben amortizar los gigantescos costes constantes de sus instalaciones con escasos productos fabricados. Llevado a términos políticos, con tan solo unas pocas horas de huelga, la burguesía de la industria pesada puede sufrir pérdidas económicas millonarias. Con la crisis, en cambio, a la industria pesada le sucede lo siguiente: como no puede reducir sus gastos de capital constante, tendrá que sacar todo ahorro a costa de la fuerza de trabajo.
En consecuencia, la salvaje reducción de los salarios les es absolutamente necesaria en momentos críticos de declive económico. La resistencia organizada de los trabajadores y las mínimas libertades políticas le bloquean, como es evidente, esa salida de emergencia. Los burgueses de la industria ligera, por otro lado, suelen querer domesticar al proletariado con la colaboración de clase o con la paz social, de forma similar a la socialdemocracia clásica. Por consiguiente, los capitalistas de la industria pesada han tenido más razones objetivas para apoyar al fascismo, sobre todo en las unidades de mando imperialistas con mercados reducidos y fuentes de materias primas agotadas.
En cualquier caso, la actitud de los burgueses de la industria ligera y de las facciones políticas liberales no fue, en absoluto, firme ante el fascismo. ¿A qué se debe? Tal y como explica Guerin, los grupos capitalistas de la industria ligera no deseaban el triunfo del fascismo; pero, por dos razones, tampoco le pusieron grandes obstáculos.
En primer lugar, por el carácter nacional del fascismo, es decir, porque se trata de un movimiento a disposición de las clases poseedoras. En segundo lugar, porque en un principio subestimaban el alcance totalitario del fascismo y pensaban que lo podían teledirigir a su antojo. Guerin sostiene que preveían utilizarlo como «contrapeso frente a las fuerzas proletarias»; ya sea de forma parlamentaria o con grupos de choque en las calles.
Sin embargo, en Italia y Alemania el fascismo acumuló una fuerza de masas significativa y un peso político propio. Las hordas de Benito Mussolini y Adolf Hitler se situaron en la escena política con la determinación de defender los intereses específicos de las facciones de mando mencionadas con gran agresividad, eliminando poco a poco toda oposición. Asimismo, para cuando el peligro real era evidente, ya era tarde para combatir al fascismo por vías no armadas.
Los capitalistas de la industria ligera y los políticos liberales dieron un paso atrás, poniendo sus intereses históricos generales de clase por encima de las diferencias parciales. Como no estaban dispuestos a derramar sangre de sus compatriotas en guerras civiles, dejaron pista libre al mando totalitario del fascismo. Así, distintos grupos capitalistas nacionales conformaron, por activa o por pasiva, un bloque de granito. Dicho de otra forma, el fascismo llegó al poder debido a que el partido histórico de la burguesía lo apoyó para una coyuntura determinada.
En resumen, siguiendo la interpretación de Guerin, el fascismo de Alemania e Italia experimentó dos fases. En cada ciclo del proceso, como veremos más adelante, la retórica obrerista cumplió una función y un grado de protagonismo distintos.
1) Al inicio, el gran capital no tenía intención de llevar al fascismo al poder. La razón para dar carta blanca a los grupos uniformados fue, en un principio, la de reprimir la resistencia proletaria y la de lograr la revancha histórica del Tratado de Versalles de 1919.
2) Cuando la crisis capitalista amenazó de forma crítica las tasas de rentabilidad, sin embargo, tan solo un Estado fuerte podría garantizar la estabilidad del sistema. Así, dieron un salto cualitativo y las clases dirigentes de las potencias que salieron derrotadas de la Primera Guerra Mundial catapultaron el fascismo al poder político, imponiendo así una nueva modalidad de dictadura4.
Crisis, libertades políticas y fascismo sociológico
El pensador marxista belga Ernest Mandel también desglosó los factores que permitieron al fascismo hacerse con el poder político, distinguiendo conceptos como amenaza inmediata del fascismo rampante y Estado fuerte. Recordó que «el punto de partida del fascismo se encuentra en la pequeña burguesía desclasada y empobrecida»5. Es decir, para que el fascismo tenga un alcance de masas, es una condición objetiva indispensable que el empobrecimiento relativo de las clases medias, derivado de la crisis capitalista, profundice en tendencias progresivas hacia la polarización socioeconómica.
Fenómenos como la inflación, la quiebra de los pequeños negocios, la disminución de las ganancias de los rentistas, la congelación de los salarios de los funcionarios o el paro de los técnicos con estudios superiores suelen constituir el pasto del fascismo. Cuando estas tendencias se acentúan, surgen reacciones nostálgicas pequeñoburguesas, que a menudo entrelazan el nacionalismo extremista con la demagogia anticapitalista.
Por el contrario, cuando prevalece sociológicamente una pequeña burguesía retrógrada y próspera, «el neofascismo no tiene ninguna posibilidad objetiva de ganar una amplia base de masas. Los ricos propietarios no se lanzan a combates en la calle contra los trabajadores revolucionarios o los estudiantes de extrema izquierda. Prefieren llamar a la policía y equiparla con mejores armas para que se ocupe de las perturbaciones»6.
Según Mandel, es ahí donde radica la diferencia entre el fascismo que se dedica a aterrorizar a la clase trabajadora mediante la organización de los elementos desesperados de las clases medias y el Estado fuerte. Aunque el Estado autoritario pueda reprimir duramente tanto al movimiento obrero como a los militantes revolucionarios, lo más habitual es que no consiga su plena atomización y desmoralización.
Por las razones anteriores, en la época en que Mandel escribió la obra El Fascismo (1969) no se podía apreciar ninguna amenaza fascista directa en el feudo del Estado de Bienestar de Europa. Eso sí, la situación ha cambiado completamente desde entonces, y el autor advertía del siguiente peligro: «Haría falta que la situación económica cambiase de forma decisiva para que el peligro inmediato del fascismo reapareciera en los estados capitalistas occidentales. En ningún caso se descarta que este tipo de cambios se puedan producir en el futuro; es más, se trata de una hecho muy probable»7.
Antes de que se desate un ataque fascista parecido al de los años 30 del siglo pasado, el pensador belga destaca una tarea imprescindible: «Es mejor evitar ser fascinados por la amenaza inexistente del fascismo, hablar menos de neofascismo y hacer más hincapié en la lucha sistemática contra la tendencia muy real y muy concreta de la burguesía hacia el «Estado fuerte», es decir, hacia la reducción sistemática de los derechos democráticos de los trabajadores»8.
Algunas de las reducciones evidentes de estas libertades políticas serían las medidas de excepción, las violaciones del derecho a huelga, las multas y penas de prisión por organizar huelgas combativas, las limitaciones al derecho de manifestación, la manipulación de los medios de comunicación de masas, las detenciones preventivas, etcétera. Al igual que la propia crisis, son, sin duda, fenómenos de plena actualidad.
Sin embargo, el marxista belga reconoció que las teorías del fascismo rampante y permanente tenían algunos elementos correctos. Y es que, la aceptación pasiva y despolitizada de los ataques a las libertades políticas fundamentales entraña un riesgo: imponer eficazmente las restricciones puede aumentar el ansia represiva de la clase dominante y empujarla a cosas más severas.
Asimismo, si tanto el movimiento obrero como el revolucionario no hacen frente a la ofensiva política, estarían regalando al enemigo de clase el escaso poder del que disponen. Expropiada de todo instrumento de lucha, la resistencia de la clase trabajadora estaría vendida para el próximo declive grave que imponga la coyuntura económica. «Si la resistencia no ha sido preparada con constancia y firmeza en las batallas cotidianas durante años, no caerá milagrosamente del cielo en el último minuto»9, nos advierte Mandel.
Tirando del mismo hilo, deberíamos tener en cuenta que no todos los factores para el fascismo están provocados por la crisis, ya que muchos de ellos son elementos ideológicos permanentes en la formación social capitalista. Ciertas condiciones subjetivas determinadas que están dadas antes de que el fascismo tome fuerza facilitan su desarrollo de masas. Ejemplo de ello son las numerosas mentalidades reaccionarias arraigadas en las clases medias del centro imperialista occidental. Esto tiene algo que ver con los elementos culturales nacionalistas y obreristas que les son propios por la posición que tienen dichos estratos sociales tanto en las relaciones de producción capitalistas como en los aparatos del estado burgués.
El racismo, la xenofobia, el resentimiento irracional hacia los sucesos extraños, el securitarismo, la actitud agresiva hacia minorías revolucionarias e inconformistas, la meritocracia, la cultura del esfuerzo, considerar a los parados crónicos como vagos, la comparación de las personas que viven de ayudas sociales con parásitos o la superioridad moral sobre el capital financiero-especulador son elementos que están muy arraigados en la conciencia colectiva de las clases medias contemporáneas.
Partiendo de la condición de ciudadano que se vertebra objetivamente mediante el trabajo asalariado y la propiedad privada, las clases medias a menudo sueñan con eliminar, marginar o disciplinar a quienes no comparten esta definición existencial o se atreven a cuestionarla. Podríamos decir que esa amalgama de ideas conforma el germen del fascismo. A pesar de que estos rasgos hibernan políticamente en tiempos de prosperidad económica, pueden experimentar un terrible despertar inimaginable en momentos de crisis; hasta el punto de que quienes parecían grupos de opinión inofensivos se conviertan en ejércitos eficaces de delatores y matones.
Movimiento fascista de masas y obrerismo
Según el psicólogo marxista austrohúngaro Wilhelm Reich, distinguir los intereses subjetivos de la base de masas del fascismo de la función objetiva del propio movimiento político constituye un criterio metodológico adecuado10. Parafraseando a Guerin, se puede decir que el fascismo no es un mero instrumento subordinado al gran capital, sino que también es una rebelión mística de la pequeña burguesía empobrecida y enfadada11.
Así, Reich consideraba que las principales contradicciones del fascismo se basaban en el antagonismo entre estos dos aspectos. Se debe partir de ese interclasismo funcional para investigar el rol que cumple la ideología obrerista en el seno del fascismo, así como los momentos estratégicos generales que experimentó el fascismo del siglo XX: la fase del movimiento de masas y la fase del poder político.
En la fase inicial del movimiento de masas, el fascismo disfrutó de una relativa independencia ideológica respecto a la burguesía y de cierta posibilidad de desarrollarla políticamente. La práctica proselitista empleó, entre otros, declaraciones abstractas a favor de la clase trabajadora, palabrería anticapitalista utópica, estética socialista, golpismo, protagonismo del ala izquierda del fascismo o temáticas proletarias. Sin ir más lejos en busca de ejemplos, el nombre completo del partido nazi era Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán. La destreza política del fascismo fue, sin embargo, tal y como dijo Guerin, la de presentarse a sí mismo como anticapitalista, sin causar males mayores al capitalismo.
El pensador francés decía que las masas de Italia y Alemania «están predispuestas a creer que el verdadero enemigo no es su propio capitalismo, sino el capitalismo extranjero»12. Además, el capital extranjero, en el caso de los nazis, se asociaba a los judíos. Para ello, el concepto clave fue el de nación proletaria, para que las masas trabajadoras identificasen a la clase social más golpeada con la nación, y viceversa. Como explicó Reich, esta fórmula llevaba a los trabajadores a identificarse con la autoridad, las empresas, la nación y el Estado.
«Representa una realidad psíquica y constituye uno de los mejores ejemplos de una ideología convertida en fuerza material», concluyó Reich13. Estas frases del ministro nazi de propaganda Josef Goebbels, por su parte, recogen perfectamente la táctica propagandística obrerista del fascismo: «¿Cuál es el fin del socialismo alemán? Quiere que en el porvenir no haya en Alemania ni un solo proletario. ¿Cuál es el fin del nacionalismo alemán? Que en el futuro, Alemania deje de ser el proletario del mundo»14.
Este concepto propagandístico, que podía ser suficiente para llamar la atención de la pequeña burguesía, no resultó del todo útil para penetrar en las capas obreras. Por ello, los fascistas practicaron funambulismo político en la fase del movimiento de masas, bailando entre las dos clases sociales principales. Mientras se dedicaban, principalmente, a sabotear huelgas y otras movilizaciones del movimiento obrero, también quisieron evitar la fama de esquiroles. Organizaron sus propias huelgas y, en algunos casos, las milicias fascistas llevaron a cabo ataques puntuales contra algunos burgueses particulares. Todo ello, sin embargo, encontraría límites ideológicos y políticos.
En primer lugar, los ideólogos fascistas, en tanto que eran pequeñoburgueses, «atacan al capitalista ocioso, al prestamista, al banquero, no al capitalista productor»15. Por consiguiente, no solo podían conseguir proteger los intereses de la pequeña burguesía, sino que también podían desviar mediante ello la atención de los trabajadores con una conciencia de clase más reducida de la lucha contra la totalidad capitalista. Por otra parte, si en la fase del movimiento de masas llegaron a criticar a los capitalistas industriales, no fueron demasiado lejos.
Ahí también reflejaron, una vez más, las quimeras retrógradas de los pequeños propietarios de los medios de producción; denunciando, como mucho, la competencia, la concentración industrial o los monopolios. «El nacionalsocialismo quiere detener el movimiento mecánico de la rueda capitalista, poner un freno a esta rueda y luego hacerla girar en sentido contrario hasta su punto de partida, para, una vez allí, estabilizarla»16, manifestó un joven ideólogo nazi.
Otro anzuelo importante (quizá el más eficaz) que el fascismo empleó para atraer y neutralizar políticamente a la clase trabajadora fue la promesa corporativista. El corporativismo sueña con desproletarizar a los trabajadores, restablecer las relaciones de producción precapitalistas de la época de los gremios y artesanos y reavivar la convivencia armoniosa de los pequeños productores autónomos.
Para regular todo esto, la idea era conciliar y aunar orgánicamente los intereses de los productores agrupados en base a criterios técnicos (por oficios). Esto es, la imposición de un Estado corporativo que sustituiría a la democracia liberal parlamentaria. En este sentido, se puede decir que los eslóganes económicos del movimiento de masas del fascismo y el reformismo clásico beben de la misma inspiración obrerista.
El pensador marxista greco-francés Nicos Poulantzas explicó el sentido histórico del corporativismo fascista y la ilusión que este despertó entre los trabajadores. Según él, el corporativismo, además de fomentar la colaboración de clase y quimeras retrógradas, respondía a las ansias reales de los trabajadores por hacerse con el control sobre los medios de producción; aunque fuese para una determinada coyuntura y de forma desviada.
Además, Poulantzas especificó que estas herramientas ideológico-discursivas se suelen situar políticamente en el ala izquierda del fascismo, socialmente en la clase media e históricamente en la fase del movimiento de masas. Los líderes fascistas y la burguesía monopolista que estaba por encima de ellos ataron en corto ideas como estas, igual que el uso de otros temas obreristas17; no porque pudieran suponer un peligro revolucionario, sino para impedir que la clase media dominase políticamente en el movimiento.
El fascismo en el poder
Los fascistas llegaron al poder convencidos de que habían apagado el motor de la historia mediante represión y propaganda. La lucha de clases, sin embargo, al igual que los ríos artificialmente cubiertos, corrió su curso. La falsa superación del antagonismo social causó inundaciones a nivel internacional, tanto en los países fascistizados como en el seno de los partidos fascistas. La demagogia obrerista de los plebeyos fascistas encontraría cada vez más obstáculos en el nuevo Estado, hasta estrellarse contra el muro histórico.
Poulantzas explica que, para aumentar la explotación sobre la clase trabajadora, los estados fascistas siguieron un plan que respondía a los principios de progresividad y división. Nada más instalarse en el poder, por ejemplo, impusieron ciertos compromisos económicos a determinados grandes capitales, pero entre tanto se dedicaba a destruir las organizaciones obreras, disolver los comités de empresa, derogar el derecho a huelga, anular los convenios colectivos y restablecer el absolutismo patronal en las empresas. Después, comenzaron a crear sistemáticamente categorías privilegiadas entre los trabajadores18.
Paralelamente, comenzaron a limpiar las facciones obreristas y los órganos obreros del movimiento fascista. En 1933, con motivo de la agitación provocada en varias fábricas por el sindicato fascista alemán, Hermann Göring, mano derecha de Hitler, recomendó a la policía en una circular interna «actuar con energía contra los miembros de las células de empresa, que no han comprendido todavía el verdadero carácter del Tercer Reich»19. Así, los sindicatos fascistas se convirtieron, progresivamente, en una simple extensión del Estado y la patronal.
Algo parecido ocurrió con las milicias fascistas. La noche de los cuchillos largos es el ejemplo perfecto. Entre el 31 de junio y el 1 de julio de 1934, las SS y la policía secreta Gestapo limpiaron a la organización paramilitar SA que había sido tan importante para aplastar a la clase obrera en la fase del movimiento de masas. La SA pedía reformas sociales más profundas y la fusión de las milicias con el ejército y, además, provocaba altercados en las calles.
Asimismo, con algunos asesinatos políticos selectivos, el Partido Nazi sometió a la SA fanática, garantizando la confianza tanto de la alta burguesía como de los mandos militares. Si bien el ejemplo de Alemania es el más evidente y sangriento, también puede sacarse un aprendizaje similar del caso de España, en el que las grandes familias capitalistas del franquismo fagocitaron orgánicamente e instrumentalizaron a la Falange20.
El fascismo mostró su verdadero rostro a la clase media, haciéndole pagar caro el delirio idealista. Como explicó Mandel, cuando el movimiento de masas del fascismo consigue aplastar a la clase obrera organizada, ya ha cumplido su cometido ante los ojos de los representantes del capital monopolista. Entonces, se lleva a cabo la burocratización del movimiento fascista de masas, fundiéndolo en el aparato de estado burgués. Para que esto ocurra, hay que erradicar tanto de la superficie como de la ideología oficial a las extremas demagogias plebeyas pequeñoburguesas que, supuestamente, formaban parte de los objetivos del movimiento21.
Tras todas estas medidas, les fue mucho más fácil imponer las reducciones salariales y del nivel de vida. «Cuando semejantes conquistas se arrancan por medio de una crisis grave, la burguesía se dedica en primer lugar a modificar la relación real de fuerzas sobre la cual se han fundado esas conquistas, y sólo después pasa al ataque directo de las conquistas mismas»22, decía Poulantzas. En Alemania, por ejemplo, desde la llegada de los nazis al poder en 1933 hasta el verano de 1935, los salarios bajaron entre un 25 % y un 40 %. Además, establecieron una gran cantidad de impuestos regresivos sobre las rentas de los trabajadores, reduciendo aún más los sueldos (entre el 20 % y el 30 %).
Si redujeron el paro para calmar a la clase media, fue porque pidieron a la patronal la contratación de más trabajadores de los necesarios; por supuesto, a costa de dar remuneraciones por carga adicional, de reducir los salarios generales o de bajar el número de horas de trabajo de cada trabajador23. Una vez desarticulada la resistencia proletaria, oprimidos los elementos izquierdistas en su seno y emprendida una ofensiva económica total contra las condiciones de vida de la clase trabajadora, el corporativismo fue el último espectáculo de ilusionismo que el fascismo llevó a cabo frente a la pequeña burguesía y la aristocracia obrera.
La base social del fascismo tenía todavía cierta esperanza en aquel corporativismo prometido. La alta burguesía, sin embargo, tenía claro que no admitiría ninguna intervención ajena en la esfera de la producción. Las organizaciones mixtas que las clases medias fascistas proponían inocentemente para tomar decisiones políticas en el ámbito económico fueron reiteradamente rechazadas en el seno de los Estados fascistas. Guerin señala la tenacidad de la lucha de clases, la cual no desaparecía ni en medio del régimen más totalitario: «Es decir, la aspiración constante de la clase obrera al control de la producción y a la autogestión, así como la hostilidad irreductible de la burguesía a cualquier intento, por inofensiva que parezca, que comprometa su poder absoluto»24.
Para terminar de caracterizar la fase de mando, mencionaremos los puntos cardinales de la política económica del fascismo, aunque resultan bastante conocidos: el restablecimiento del capitalismo privado de los monopolios estatales, las amnistías fiscales para el gran capital, la prohibición de la apertura de nuevas industrias, la obligación de otros productores que compitieran con los monopolios nacionales a unirse a grupos industriales, la salvación de empresas deficitarias mediante la socialización de pérdidas, convertir al Estado en principal cliente de la industria con contratos para la defensa y las obras públicas, movilizar los fondos de los pequeños rentistas mediante cajas de ahorros y el control de los bancos para hacer frente al déficit del Estado, la autarquía, la economía de guerra, etc.25.
«La política del “todo o nada” del fascismo se traslada a la esfera financiera, no deja más salida que la aventura militar en el exterior», expresaba Mandel a propósito de estas medidas desesperadas. Evidentemente, tales decisiones no favorecían mucho los intereses económico-políticos de la pequeña burguesía y la aristocracia obrera; al contrario, los dejaba muy perjudicados. A medida que estas tendencias se materializaban y se dejaba ver el carácter de clase del fascismo, su base activa y consciente se vio irremediablemente reducida, esto es, la dictadura fascista tendió a destruir su base de masas26.
Obrerismo fascista hoy en día
Por último, observemos cuáles son los factores que condicionan la posición del obrerismo en el seno de los movimientos fascistas actuales. En estos, se observa que la situación política actual del fascismo es más marginal que en el siglo anterior y que la crisis capitalista, por su parte, es cada vez más severa. Estos dos elementos abren la posibilidad de que diversos grupos fascistas y conservadores recuperen la demagogia obrerista27. Estos discursos obreristas, sin embargo, no tienen el mismo sentido táctico que tenían en la experiencia anteriormente analizada, ya que hoy por hoy no existe una resistencia proletaria fuerte que el Estado democrático burgués no pueda superar mediante represión y deba oprimir inevitablemente.
Por lo tanto, el sentido de la fraseología obrerista del fascismo debe situarse en la autonomía ideológica relativa del mismo, y no tanto en la urgencia histórica de descarrilar a la clase trabajadora. Por otra parte, en cuanto a la autonomía ideológica, no se debe olvidar que el obrerismo es una lógica que las clases medias reproducen espontáneamente, es decir, como el fascismo es hijo de las clases medias, tiene sentido que estas características mantengan una presencia mínima permanente en los grupos fascistas. Aun así, es verdad que en las sociedades capitalistas la función objetiva de la prevención contrarrevolucionaria también es constante.
Por último, respecto a la modernización de las fuerzas de productivas, la industria pesada va perdiendo su relevancia estructural en el tejido productivo europeo. Por ello, el corredor histórico concreto que apostó a favor del caballo del fascismo se ha debilitado en el Viejo Continente tanto política como materialmente. Estos son los resultados de la combinación de todos estos factores: la posibilidad de crear un movimiento de masas fascista fuerte o bien nuevos Estados fascistas es más complicada que en el siglo XX.
Por otra parte, renace una oportunidad autónoma para los discursos obreristas dentro del fascismo, lo cual dispone de una efectividad incierta a la hora de atraer a masas amplias. Sean cuales sean los intereses coyunturales del capital monopolista, mientras la sociedad burguesa se mantenga en pie, siempre habrá ideólogos y militantes que estén a favor de los principios fascistas. Eso sí, su probabilidad de éxito político dependerá tanto de la dinámica interna del capital (crisis y competencia imperialista) como del desarrollo político del movimiento obrero.
Respecto a las representaciones obreristas del fascismo del siglo XXI, se pueden diferenciar dos casuísticas interesantes; por una parte, la propaganda clásica de los grupos neofascistas puros, y por otra, las organizaciones obreras en pleno proceso de fascistización. Los grupos neofascistas emplean la misma fórmula del siglo anterior para interpelar a la clase trabajadora. El grupo neofascista español Hogar Social Madrid, por ejemplo, dijo lo siguiente: «Cuando hablamos de la defensa del taxi hablamos de soberanía nacional, de la gente trabajadora, de quienes no se rinden ante los gigantes»28, en relación a la huelga de conductores de taxis de 2018.
La nueva organización juvenil fascista del Estado Español, Bastión Frontal, se define de la siguiente manera: «gente de barrio, humilde, jóvenes de clase trabajadora»29. Sin embargo, probablemente el pensamiento más completo entre los movimientos fascistas contemporáneos en Europa sea la organización Casa Pound de Italia. Si leemos su programa, veremos que su política económica, energética y social está repleta de propuestas obreristas (pleno empleo, reindustrialización, el retorno de la manufactura, el derecho de tener una vivienda en propiedad, todas las prestaciones sociales del estado de bienestar…).
Por otra parte, en las declaraciones de Casa Pound también encontramos la demagogia anticapitalista pequeñoburguesa de siempre. Identifican la clase trabajadora italiana con la Nación Italiana que ha perdido su soberanía ante la Unión Europea y los capitales extranjeros. Asimismo, proponen la «participación de los trabajadores en la gestión de la empresa y las ganancias»30, manteniendo así la reivindicación corporativista clásica.
Si echamos la vista a las organizaciones obreras en proceso de fascistización nos encontraremos con el Frente Obrero, del Estado español. Esta organización se define a sí misma como de izquierdas, demostrando así la compatibilidad entre ser de izquierdas y ser reaccionario. Como hicieron los sindicalistas sorelianos que se convirtieron en fascistas a principios del siglo XX31, el Frente Obrero relaciona su sindicalismo revolucionario con un nacionalismo español cada vez más notable. Según Edmondo Rossoni, ministro en la Italia de Mussolini, «la suerte de los obreros italianos está unida indisolublemente a la de la nación italiana»32.
Si observamos su uso del concepto patria, el cual es central en las lecturas del Frente Obrero, veremos muchas similitudes. «Los trabajadores somos los verdaderos patriotas, levantamos nuestro país y construimos nuestra patria cada día. Por lo tanto, la historia de España no es más que la historia del pueblo español», decían con motivo del Día de la Hispanidad, el 12 de octubre.
Iban aún más allá: «nosotros no somos progres nihilistas que fomentan el rechazo de su patria para instaurar la cultura yanqui y el imperialismo de la Unión Europea. Queremos transformar nuestro país, España, y no se puede transformar un país renegando de él»33. Por lo tanto, realiza un doble acercamiento al ideario obrerista del movimiento de masas fascista: por una parte, en la identificación entre la clase trabajadora y la nación, y por otra, en la proyección del antagonismo económico, político y cultural con la burguesía internacional.
Además, el pasado 18 de mayo, el Frente Obrero tuvo un acercamiento xenófobo. Con motivo de la crisis diplomática entre Marruecos y España, numerosos migrantes intentaron atravesar la frontera entre ambos estados. Ante esto, el Frente Obrero reivindicó «la recuperación de la soberanía nacional de España», al igual que el cierre de la frontera y la suspensión de las relaciones diplomáticas con Marruecos. Esta lectura no expresaba de manera explícita odio fascista contra las personas migrantes, pero aún así, suponía un salto cualitativo en la defensa de la soberanía nacional.
Así hablaban sobre Marruecos: «No solo obliga a nuestro país a pagarles por proteger su propia frontera, sino que además exige que también lo haga la Unión Europea. ¡Cómo si no fuera su obligación controlar los límites de su propio territorio!»34. Como consecuencia, convocaron concentraciones en varias capitales de España. En algunos casos, poco les faltó para encontrarse con las convocatorias de la Falange y Bastión Frontal.
Conclusiones
Mientras el círculo vicioso de la crisis que es innato a la formación social capitalista y los juegos de guerra siguen su curso, la clase dominante siempre tendrá la tentación de llevarse la mano a la pistola ante el proletariado. Dado el agravamiento de las contradicciones del modo de producción capitalista y la competencia ante las potencias imperialistas, la militancia comunista no puede obviar la atención analítica e importancia política del fascio. Sea fuerte o débil, esté compuesto de convencidos idealistas o tecnócratas corruptos, se vista de apariencia chovinista u obrerista, que el fascismo siempre nos pille en guardia.
Bibliografía
Anónimo. ¿Qué antifascismo vencerá al fascismo? elcorro.org, 2022.
Guerin, D. Fascismo y gran capital. Editorial Fundamentos. Madrid, 1973.
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Reich, W. Psicología de masas del fascismo. Editorial Ayuso. Madrid, 1972.
Rosés, A. El capitalismo alemán y los orígenes del nazismo: La Liga Antibolchevique (1918) y el «socialismo» de los industriales del acero. Archivos de la Historia, 2021.
- Su nombre completo era Schutzstaffel, escuadra de defensa en castellano. Fue el aparato político-militar integral que, sucesivamente, se encargó de la defensa del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán y del régimen nazi. ↩
- Guerin, D. Fascismo y gran capital. Editorial Fundamentos. Madrid, 1973. pp. 35-38. ↩
- Marx, K. El Capital. Crítica de la economía política. Libro primero. El proceso de producción del capital. Siglo XXI de España Editores. Madrid, 2021. pp. 263-274. ↩
- Guerin, D. Fascismo y gran capital. Editorial Fundamentos. Madrid, 1973. pp. 38-39. ↩
- Mandel, E. El fascismo. ernestmandel.org. p. 27. ↩
- Ibídem. ↩
- Ibídem. P. 28. ↩
- Ibídem. ↩
- Ibídem. ↩
- Reich, W. Psicología de masas del fascismo. Editorial Ayuso. Madrid, 1972. pp. 60. ↩
- Guerin, D. Fascismo y gran capital. Editorial Fundamentos. Madrid, 1973. pp. 19-20. ↩
- Ibídem. p. 120. ↩
- Reich, W. Psicología de masas del fascismo. Editorial Ayuso. Madrid, 1972. p. 64. ↩
- Mencionado por Daniel Guerin, en Fascismo y gran capital. Editorial Fundamentos. Madrid, 1973. pp. 122. ↩
- Guerin, D. Fascismo y gran capital. Editorial Fundamentos. Madrid, 1973. p. 127. ↩
- Mencionado por Daniel Guerin, en Fascismo y gran capital. Editorial Fundamentos. Madrid, 1973. p. 132. ↩
- Poulantzas, N. Fascismo y dictadura, La III Internacional frente al fascismo. Siglo XXI Editores. Madrid, 1973. pp. 188-189. ↩
- Ibídem. pp. 190-191. ↩
- Mencionado por Daniel Guerin, en Fascismo y gran capital. Editorial Fundamentos. Madrid, 1973. p. 278. ↩
- Kortazar, J. Franquismo, fascismo y fascistización. Arteka. ↩
- Mandel, E. El fascismo. ernestmandel.org. p. 15. ↩
- Poulantzas, N. Fascismo y dictadura, La III Internacional frente al fascismo. Siglo XXI Editores. Madrid, 1973. p. 158. ↩
- Guerin, D. Fascismo y gran capital. Editorial Fundamentos. Madrid, 1973. pp. 282-283. ↩
- Ibídem. pp. 286-287. ↩
- Para profundizar en la política económica del fascismo, véase Guerin, D. Fascismo y gran capital, pp. 299-367. ↩
- Mandel, E. El fascismo. ernestmandel.org. p. 15. ↩
- Aldalur, B. Fascismo en el siglo XXI. Una comparación histórica. Arteka. ↩
- Hogar Social Madrid en defensa del sector del Taxi (31 de julio de 2018). elmunicipio.es. ↩
- Ortega, P. Bastión Frontal, la extrema derecha nacida con la pandemia (11 de febrero de 2021) elpais.com. ↩
- Casa Pound Italia. Il Programa. casapounditalia.org. ↩
- El sorelianismo se inspira en el pensamiento del sindicalista francés Georges Sorel, que vivió durante los siglos XIX y XX. Con las revisiones conservadoras del socialismo y el marxismo, tenía como clave para vencer la lucha de clases la huelga general y el mito. Según algunos historiadores, Sorel reemplazó el proletariado con la comunidad nacional, creando conceptos que le serían útiles al fascismo. ↩
- Mencionado por Daniel Guerin, en Fascismo y gran capital. Editorial Fundamentos. Madrid, 1973. p. 120. ↩
- Comité Pro-Frente Obrero España. La Hispanidad. Unión nº5: Por la España Obrera y Popular. p. 11. ↩
- Frente Obrero España. Movilización contra el gobierno de Marruecos. frenteobrero.es. ↩
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