Aquella ofensiva
Por Guillermo Rodríguez Rivera
Hace un par de semanas escribí una nota sobre Segunda cita, el último disco de Silvio Rodríguez. Allí sostenía – sin pretender originalidad, porque el propio Silvio lo había dicho al presentar el fonograma en Casa de las Américas –, que este era un disco intensamente vuelto hacia la realidad de Cuba.
En sus escasas cuatro cuartillas – la reseña estaba destinada a ser publicada en uno de nuestros periódicos, cosa que finalmente no ocurrió — se aludía a claras alusiones del trovador a los males actuales del país y citaba estos versos de la canción que justamente da título al disco:
Quisiera ir al punto naciente
de aquella ofensiva
que hundió con un cuño impotente
tanta iniciativa.
Y, decía yo que, presentados los versos como lo hacía el diario madrileño El País, pareciera que la ofensiva era la propia Revolución Cubana de 1959, mientras que los versos realmente aludían a la Ofensiva Revolucionaria de marzo de 1968, que liquidó en el país toda actividad económica que no fuera la estatal: medianas empresas (de las que quedaban pocas), pequeñas empresas y hasta el puro trabajo privado individual.
Comentaba yo algunos de los males que trajo la Ofensiva de marzo de 1968, pero el espacio de aquella reseña apenas si me dejaba tiempo para abundar. Como sabe todo el que me conoce, yo no soy economista, sino apenas escritor, filólogo y profesor. Estoy seguro que no soy la persona mejor dotada para llevar adelante lo que ahora me propongo hacer: examinar con cierta hondura “aquella ofensiva” y sus consecuencias. He esperado en vano que alguno de los numerosos y brillantes economistas y sociólogos que tenemos lo hiciera, seguramente mejor que yo, pero quien se lanzó con una alusión fue el trovador, así que me imagino que, en este inning, no merecerá anatema el poeta por creer que la economía es demasiado importante como para dejársela a los economistas quienes, encima de eso, no acaban de entrar al cajón de batear.
En marzo de 1968, hacía unos buenos siete años que todos los sectores fundamentales de la economía cubana eran manejados por el Estado y nuestro gobierno. Todas las industrias de importancia, todas las grandes fábricas, toda la banca, más del 70% de todas las tierras del país, los centrales azucareros, la minería, la extracción y refinación del petróleo, todo el comercio de exportación e importación, todas las líneas de carga por camiones, los ferrocarriles, la líneas de autobuses urbanos e interurbanos, los grandes hoteles, las grandes tiendas, los grandes centros de entretenimiento, la prensa, la radio, la televisión, los centros educacionales y de salud y a ello habría que añadirle un largo, casi interminable etcétera, los poseía y los hacía funcionar el estado cubano.
¿Quedaba algo fuera del aparato estatal? Quedaba, cómo no. Quedaba una impresionante red de pequeños centros de elaboración de innumerables productos, la red del comercio minorista de las ciudades – bodegas, panaderías, carnicerías, puestos de frutas y viandas, pescaderías, fondas, mínimos restaurantes, bares (sólo en La Habana había 880), gasolineras, quincallas, talleres de diversos rubros: de mecánica automotriz, de arreglos de electrodomésticos, poncheras, barberías, peluquerías, heladerías, etc.,etc.,etc..
Todo esto era una suerte de infraestructura de economía popular, que subsistía al amparo de la familia.
Todos estos pequeños negocios fueron “intervenidos”. Se había llegado a unos extremos que jamás habían soñado Marx y Engels: la socialización del puesto de fritas. Una clara mayoría de estos negocios fueron simplemente cerrados, no estatalizados, porque todo este laberinto productivo y comercial – hondamente relacionado con la vida real — estaba hondamente reñido con los modos de organización del estado cubano, y yo diría, con los de cualquier estado. Simplemente, no podían ser asimilados por el elefantiásico estado.
Si un hombre tenía una mínima ponchera, digamos, en el patio o el garaje de su casa, no había otro personal que él mismo. El propio sujeto era propietario del lugar o lo tenía rentado; el mismo, que reparaba el ponche en el neumático, daba mantenimiento al equipo que utilizaba para hacer su trabajo, limpiaba el lugar y se procuraba los insumos que eran necesarios para “coger” el ponche porque, si no podía comprarlos producidos por alguna empresa estatal, siempre habría algún productor privado con quien arreglar el suministro de esos insumos imprescindibles para realizar su trabajo. El propio ponchero cobraba al cliente y administraba las realmente modestas entradas del negocio. De ellas vivían, también modestamente pero sin que nada esencial les faltara, el operario y su familia.
Cuando la exigua ponchera fue estatalizada, tuvo que ser asignada a alguna empresa que reuniera a poncheros o, si ello no era posible, al menos tuvo que reunirse con practicantes de oficios semejantes. El humor popular, por esos años, hizo surgir entidades insólitas, como fue por ejemplo la ECOCHINTIM, esto es, la “Empresa Consolidada de Chinchales y Timbiriches”.
Pero cada una de estas unidades debía tener, al menos, un administrador, un responsable de mantenimiento y un auxiliar de limpieza, además de mantener el local, pagar la mensualidad del teléfono, y ya no había una persona y su familia a mantenerse con los ingresos de la microponchera, sino que eran al menos cuatro familias las que debían vivir de esas magras entradas.
Alguien debió calcular cuánto descendieron los volúmenes de producción o la cuantía de los servicios en estos negocios estatalizados y cuántas nuevas dificultades aparecieron para caer encima de las que ya soportaba la población, pero por esos años se decidió que los contadores públicos tampoco debían existir.
Hacía seis años que se había decretado el bloqueo económico, comercial y financiero por el gobierno de los Estados Unidos. Ese mismo año de 1962 apareció la libreta de abastecimiento y los cubanos debimos enfrentar una creciente desaparición de las piezas y los recambios en un país que estaba casi totalmente montado sobre tecnología norteamericana, desde los tomacorrientes de la electricidad hasta las cocinas de los hogares.
En esas circunstancias, el valor de los operarios que ejercían los oficios que solucionaban los problemas que son inevitables en la vida cotidiana, ideando incalculables innovaciones y sustituciones, crecía claramente. Pero esos oficios – el electricista, el plomero, el carpintero, el mecánico, el cristalero, el cerrajero, etc., etc. – que se trasmitían de padre a hijo por generaciones, empezaron a ser denostados: se les llamaba a los que los ejercían, despectivamente, como a los vendedores callejeros, merolicos, tomando una expresión extraña al léxico cubano, que llegaba de una telenovela mexicana.
En las calles de Cuba, donde habían aparecido pregones inmortales como “El manisero” o las “Frutas del Caney”, surgió un género insólito que cabría llamar el antipregón. Uno veía a un señor conversando animadamente en una esquina de Centro Habana, y cuando cruzabas a su lado, el tipo bajaba la voz hasta ser casi un susurro y te decía, como quien comunica la contraseña de un espía: “Maní”.
Hoy el doctor Eusebio Leal, historiador de La Habana, para la noble y extraordinaria tarea que ha sido y es la restauración de la ciudad ha tenido y tiene que recuperar esos oficios que la ofensiva del 68 condenó prácticamente a la extinción. Ejercerlos fuera del Estado se convirtió en actividad ilegal, fuertemente multada por los instancias jurídicas correspondientes. Lógicamente, ser practicante de un oficio había devenido delito y, consecuentemente, el precio del trabajo de esos oficios se encareció.
Pero como esa actividad no era permitida, en ninguna tienda estatal se vendían los insumos que estos operarios necesitaban y los negocios privados que podían procurarlos, habían desaparecido. Los operarios que habían decido continuar trabajando a pesar de la prohibición, tenían que procurarse esos insumos por vías fraudulentas, porque las legales estaban cerradas.
Pero la vida es infinitamente más fuerte que todas las burocracias: a pesar de que los sabios funcionarios habían decretado como ilegal y capitalista el trabajo de los plomeros, la desviada, la diversionista pila del agua del fregadero empezaba a gotear y había que cambiarle la zapatilla o sustituirla. Y había que conseguir los insumos, la zapatilla o la llave misma, allí donde único los había: en los incontrolados almacenes del Estado, que almacenaban infinitas cosas que envejecían, se deterioraban allí sin usarse. La única puerta abierta era la del robo.
Los comercios que tenían que ver directamente con el diario abastecimiento de las familias – bodegas, carnicerías, panaderías, lecherías, etc. — habían sido operados durante los primeros años del racionamiento, desde 1962, por sus dueños.
Recuerdo a esos dueños de bodegas que permanecieron en la Cuba socialista y que manejaban sus comercios con una honradez que hoy se echa de menos.
Hasta entonces, el detallista estafaba a su cliente, si lo hacía, dándole una “libra” de 14 onzas. Pero eran pocos los que incurrían en ello: se habían habituado a tratar con una clientela que era su vecina, y sabían que debían ganarse esa clientela que, antes del racionamiento, podía comprar libremente en cualquier tienda de víveres. Estos viejos pequeños propietarios vivían decentemente, pero ninguno se había enriquecido vendiendo arroz, frijoles, aceite, azúcar.y café.
En lugar de Vicente, el hijo cubano de gallego que vendía en una bodega de la calle 22 del Vedado, empezaron a aparecer unos administradores y bodegueros nombrados por la empresa del MINCIN que traían como aporte esencial al comercio cubano la creación de la “libra” de 12 onzas que, en ciertos comercios, ahora ha llegado a ser de diez y hasta de ocho.
Paulatinamente, los consumidores empezamos a darnos cuenta de que la Ofensiva Revolucionaria que había querido estatalizarlo todo y hacer total el socialismo, había ido creando una serie de negocios privados sostenidos por el Estado.
Visito con cierta regularidad un establecimiento de pan y dulces en el que habitualmente compro el pan que la familia debe consumir por varios días. Allí, como en otras unidades de la cadena del pan, se comercializa un pan de contextura suave, a tres pesos la unidad. Resulta más agradable, más fácilmente conservable y de más calidad que el habitual pan de diez pesos que se vende en la misma cadena, y al que no le ponen la grasa que debe llevar.
La última vez que llegué a la panadería de la que hablo, estaban colocando en los mostradores los panes suaves, pero me pareció enseguida que esos debían tener otro precio, porque eran casi la mitad del tamaño de los que habitualmente vendían allí. Cuando pregunté, el panadero me informó que esos panes también valían tres pesos cada uno.
Obviamente, producir uno de esos panes llevaba como mínimo un 40% menos de la harina, la grasa y la levadura que se emplea para hacer el pan con el peso establecido. Si ese cálculo que hice “a ojo de buen cubero” se aproxima a la verdad, cuando la panadería vende cien de esos panes, está empleando en ellos únicamente el 60% de la materia prima que tenía asignada para confeccionarlos. Hay un 40% de materia prima que no se empleó y que los operarios usarán después en producir más de 60 panes que venderán al mismo precio y se embolsarán el importe de la venta. Ellos, y el administrador de la unidad, que debía chequear el peso del pan que vende.
Así pues, el Estado mantiene el local de la panadería y su equipamiento, la surte de harina, grasa y levadura, paga la electricidad que consume y los salarios del administrador y de todos los trabajadores, que disponen además, fraudulentamente, de un 40% de las ganancias, que se obtienen vendiéndole al pueblo un pan que pesa mucho menos de lo debe pesar. Cualquier pérdida de la panadería – un saco de harina que se eche a perder, por ejemplo — es asumida en su totalidad por el Estado. El neoliberalismo jamás soñó empresas capitalistas con tales ventajas.
Los servicios informativos de la Televisión Cubana trasmiten unos éticos y combativos cortos en los que los usuarios discuten con los detallistas y exigen victoriosamente el peso que pagan.
Esa es una cómoda, injusta y cargante manera de decirle al pueblo que su deber es exigirle al que despacha, porque nadie le exige al administrador que debe vigilar y sancionar al que maltrata o roba a sus clientes. ¿No será que el administrador participa en las ganancias?
Creo que debe pensarse mejor el empleo de esa consigna que aparece a menudo en nuestros medios: tal actividad “es tarea de todos”.
Es importante concienciar a la población sobre temas que son de su interés, y que irán mejor si el pueblo asume su papel en ellos como son, por ejemplo los temas de salud y medio ambiente, pero ello no puede servir para olvidar que toda tarea tiene un responsable que cobra por hacerla: el orden público, la protección a la propiedad colectiva e individual, por ejemplo, no es tarea de todos sino, esencialmente, de la PNR. Cuando decimos que algo es tarea de todos, podemos disolver la responsabilidad de quien verdaderamente la tiene.
Pero volvamos a nuestro tema: la Ofensiva de marzo de 1968.
Actualmente se habla de las “plantillas infladas” en nuestros centros de trabajo. El presidente Raúl Castro ha dicho muy recientemente que los especialistas han calculado que de los millones de trabajadores que cobran sus salarios en las distintas dependencias del estado cubano, sobra más de un millón.
El proyecto socialista cubano siempre tendió a “poner la carreta delante de los bueyes”. El estado revolucionario cubano garantizó, desde su misma aparición, pleno empleo al pueblo cubano. Pero debía tenerse en cuenta que muchos de esos puestos de trabajo no tenían la correspondencia en la producción o la actividad en servicios que hacían los que los ocupaban. Se hacía más bienestar social que economía.
Esa tendencia no disminuyó nunca, y sus resultados han hecho crisis varias veces, sin que se fuera nunca al fondo del problema. El país casi se arruinó a raíz de la ofensiva de marzo de 1968 y de la utópica zafra de 1970, que quiso ser un avance decisivo para conseguir la independencia económica de la nación. La solución a los problemas que entonces se generaron, fue la entrada de Cuba en el C.A.M.E, lo que palió muchas insuficiencias de la economía cubana. Ello, hasta el fin de la URSS y del campo socialista europeo, que nos hizo entrar en el crítico “período especial”.
Nos ha salvado de males mayores, en la última década, la aparición de una Venezuela revolucionaria y del proyecto integrador del ALBA.
Habría que decir, con justicia, que esa tendencia revolucionaria y progresista que se advierte en América Latina, gobiernos de izquierda electos como los de Venezuela, Bolivia, Ecuador, Uruguay y Brasil, no habría sido posible sin la existencia y la resistencia de la Revolución Cubana.
Cualquier proyecto progresista y destinado a favorecer los intereses de nuestros pueblos, que había aparecido en esta zona del mundo, había sido implacablemente aplastado por el imperialismo norteamericano, liquidador del proyecto reformista de Árbenz en Guatemala, y del proyecto de la transformación social pacífica, que encabezó en Chile el presidente Salvador Allende. Durante décadas el imperio norteamericano, para mantener sus intereses, promovió y mantuvo las más sangrientas tiranías latinoamericanas, llamaránse sus jefes Somoza, Trujillo, Juan Vicente Gómez, Batista, Pérez Jiménez, Stroessner, Pinochet, Videla, Castelo Branco y un largo etcétera de militares formados en los Estados Unidos e instruidos para asesinar a sus pueblos.
Cuba fue el primer país que enfrentó exitosamente el poder del imperio y ello es algo que ha permitido el cambio que ha generado un proyecto integrador como el ALBA y que, por supuesto, el imperio no le ha perdonado a la Revolución Cubana.
Si se quiere “desinflar” esas plantillas en las que casi todo el aire lo ha puesto la política paternalista del Estado, habrá que permitir que los que pierdan sus improductivos puestos laborales, puedan hacer cualquier actividad que no sea delictiva, porque hacerlos abandonar sus empleos para echarles encima el mar de prohibiciones que existen para realizar cualquier trabajo, mandaría directamente a esa masa a delinquir, porque ese sería la única manera que tendrían para subsistir ellos y sus familias.
Las pequeñas y medianas empresas y el trabajo privado individual son necesarios en la Cuba actual, a pesar de que algunos ven estos resortes como capitalistas, porque pueden explotar en algún grado, trabajo ajeno. Pero tienen una insalvable justificación de existencia: son imprescindibles para el socialismo cubano, que apenas está en construcción y al que hay que redefinir en muchos aspectos. Digo, si el socialismo cubano aspira, como ha dicho el presidente Raúl Castro, a mantenerse de sí y a gastar lo que verdaderamente produce. Al fin y al cabo, es cumplir aspiraciones centrales de nuestros próceres y de nuestra historia. Cuando, en las primeras décadas del siglo XX Rubén Martínez Villena pedía “una carga para matar bribones”, era también
para que la República se mantenga de sí
para cumplir el sueño de mármol de Martí.
El general presidente lo ha dicho de modo terminante:
Sin una economía sólida y dinámica, sin eliminar gastos superfluos y el derroche, no se podría avanzar en la elevación del nivel de vida de la población, ni será posible mantener y mejorar los elevados niveles alcanzados en la educación y la salud que gratuitamente se garantizan a todos los ciudadanos.
Creo que ahora se requiere casi una discusión filosófica, porque los enemigos de las ideas que desarrollo aquí, quieren convertir este asunto en una cuestión principista. Aceptar ese retorno de formas de producción “no socialistas” sería ceder en los principios ante el capitalismo, piensan los que se oponen a la restauración de la mediana y la pequeña empresas privadas. Vamos a discutir ese punto.
El profesor portugués Buenaventura de Souza Santos (Coimbra, 1940), ha sido editado recientemente en Cuba, a raíz de haber obtenido en el pasado año 2006, el Premio de Ensayo “Ezequiel Martínez Estrada”, que concede Casa de las Américas. Su ensayo se titula La universidad del siglo XXI. Pero este acercamiento a la pedagogía y las teorías de la enseñanza, es apenas una faceta en el trabajo de este hombre, auténtico pilar intelectual de la izquierda, con una vasta obra traducida a varios idiomas, sobre epistemología, teoría del derecho, movimientos sociales, y que es uno de los animadores del foro social de Porto Alegre.
Dice el profesor de Souza Santos que una sociedad socialista no es aquella donde todas la relaciones que existen son socialistas sino donde las relaciones socialistas hegemonizan a las demás y las hacen trabajar en la dirección de sus objetivos. ¿Era socialista Cuba entre 1961 y 1968, donde subsistían formas de propiedad privada? Yo diría que sí, e incluso me atrevería a decir que era más socialista que la sociedad cubana actual. No tenía males que sólo aparecieron o se recrudecieron intensamente después del paso en falso que fue la Ofensiva de marzo de 1968.
¿Puede un sistema valerse de mecanismos que no son autóctonamente suyos para avanzar? Creo que sí, definitivamente, como asegura el profesor de Souza.
Sus enemigos de extrema derecha acusan a Barack Obama de impulsar una medida socialista, el referirse a la ley de salud promovida por el mandatario y, aunque con modificaciones, recientemente aprobada por el Congreso norteamericano. Y tienen razón.
Esa idea de dar cobertura de salud gratuita a todos los sectores de la población, con independencia de su estatus económico, es una medida socialista que, sin embargo, no transformará la sociedad capitalista que son los Estados Unidos de América, pero que responde a reclamos que el capitalismo no puede resolver, y que contribuye a la estabilidad del sistema capitalista que es el hegemónico allí.
Hay quienes afirman que, si por ejemplo, tenemos ciudadanos económicamente independientes (y esa independencia siempre sería relativa), no se verían obligados a asistir a un acto convocado por el estado revolucionario, pero a mí me parece que la Plaza de la Revolución se abarrotaba cuando teníamos trabajadores independientes que, por qué no, pueden y deben ser aliados de nuestra Revolución.
El presidente Raúl Castro lo dijo en el reciente congreso de la UJC:
La unanimidad absoluta generalmente es ficticia y por tanto dañina.
Aspiremos a la presencia en la Plaza de los que lo hagan sinceramente (son la clara mayoría) y convenzamos a los que creamos que debemos y podemos convencer. Creo, además, que si el conjunto de la sociedad empieza a mejorar, ello contribuirá al mejoramiento de la perspectiva ideológica y política de los cubanos.
Si esas plantillas infladas comienzan a desinflarse como la economía lo demanda, para que el dinero circulante de los salarios existentes corresponda a los bienes creados en la producción y los servicios, habrá que darle otras posibilidades a esos trabajadores que tendrían que salir de las nóminas del Estado. No todos querrían o podrían aceptar las opciones prioritarias que, en las circunstancias actuales, el Estado está en condiciones de ofrecer: construcción, agricultura, enseñanza, policía.
Estas nuevas empresas empezarían a ser una alternativa laboral, a cuyos empleos podrían aspirar muchos cubanos.
Obviamente, en el año 2010 es imposible reconstruir lo desmantelado en 1968.
Seguramente ha muerto un importante número entre los que eran entonces medianos y pequeños empresarios o simples trabajadores particulares. Quién sabe cuantos abandonaron el país y cuántos se vieron obligados a encauzar sus vidas de otra manera. Siempre no se puede volver a empezar.
La posibilidad que tenemos no es la de restaurar, porque seguramente, a una buena porción de los que entonces vieron esfumarse sus empresas o talleres, si estuvieran en condición de recibir la oferta, es seguro que les parecería por lo menos irónica.
La posibilidad, ahora, es la de construir.
No descarto ninguna posibilidad a la hora de materializar el proyecto, pero no me gustaría que en ello estuviera en primer plano el dinero aportado por emigrantes, que acaso serían los que más cómodamente estarían en condiciones de colaborar, a través de sus familiares, al establecimiento de estas empresas. No sé tampoco que papel podría desempeñar la inversión extranjera en negocios que trabajarían únicamente con la moneda que gana y gasta el cubano de a pie. Recuerdo, sin embargo, que ETECSA es una empresa mixta que brinda servicios en moneda nacional.
Deben estudiarse todas las propuestas, pero el modo que me parece más justo y que resulta más en concordancia con nuestra historia y nuestra realidad, es la creación de cooperativas nucleadas en torno a una actividad determinada – mecánica, barbería, peluquería y salones de estética, podólogos, cerrajeros, plomeros, electricistas, carpinteros, etc — que pudieran convertirse, a corto plazo, en las bases de empresas medianas y pequeñas, a las que habría que ayudar en su despegue hasta que puedan desarrollarse autónomamente y empezar entonces a aportar dividendos a la sociedad en forma de impuestos sobre ingresos, nunca de patentes que se pagan sin que existan ganancias. Esos mecanismos son saboteadores del trabajo por cuenta propia: ya se han probado y han fracasado.
La cooperativa debe llevar una seria contabilidad de gastos e ingresos y pagar sus impuestos con arreglo a las ganancias. Se trata de un impuesto sobre ingresos y no de una cómoda patente que la ONAT establece para ahorrarse el trabajo de calcular efectivamente las cifras de ingreso sobre las que debe cobrarse el impuesto.
En su etapa inicial, el primer objetivo es el resurgir de estas formas de producción y no crearle de entrada obstáculos que más bien, pareciera que pretenden conseguir su fracaso. Hay que darles confianza en que se necesita de su existencia y no que se las alienta hoy para hacerlas desaparecer a la menor oportunidad.
Acaso nuestra dirigencia piense que, hoy por hoy, el estado cubano no maneja la liquidez suficiente para ayudar a echar adelante estos proyectos. Yo creo que hay que confiar en la probada diligencia del cubano para llevar adelante una empresa que de veras le importe. Esa sería una condición de la que jamás podrían prescindir estos proyectos. Por otra parte, no todas estas cooperativas tendrían que empezar simultáneamente. Pero las que puedan hacerlo, debían comenzar a organizarse lo antes posible.
Habría que privatizar gradualmente el comercio minorista, hasta que los detallistas posean los comercios que regentean, mantengan los establecimientos y contribuyan asimismo, a partir de sus ganancias, a colaborar con el incremento del presupuesto estatal, el presupuesto de todos.
Cómo organizar estos procesos, debe quedar en manos de nuestros economistas.
Amigos, compañeros: en estas sucesivas monsergas me he sacado del pecho, a lo peor inútilmente, algo que tenía atravesado en él desde hace cuánto tiempo. Le agradezco a mi hermano Silvio Rodríguez, que me ayudó con el puñado de estupendas canciones de Segunda cita. Por ello, no se me ocurre terminar esta serie, sino con unos hermosos versos de ese disco, que acaso expresen lo que los revolucionarios de mi generación seguimos siendo, más de 40 años después:
Seguimos aspirantes de lo mismo
que todo niño quiere atesorar:
una mano apretada en el abismo,
la vida como único extremismo
y una pequeña luz para soñar.
El unico y exclusivo culpable de ese gigantesco error estratégico y de fatales consecuencias es Fidel. Igual sucede con todos los otros disparates.