Colombia: Las tareas antifascistas del momento
por Alberto Pinzón Sánchez
El no haber hecho un análisis dialéctico e histórico (basado en la lucha de clases) de la coyuntura de Colombia, y el no haber aceptado que con la llegada de la alianza narco paramilitar de Uribe y Santos al Poder, se estableció un régimen claramente fascista que exigía necesariamente la creación de un amplio frente unitario antifascista como contrario para su negación, ha llevado a la confusión y desmoralización en el movimiento popular y cívico colombiano que hoy se observa, cuando paradójicamente la contradicción social ha hecho brotar la necesidad (o tarea actual) de darle el empujón definitivo a dicha alianza (Uribe-Santos) para que se resquebraje de manera irreversible y el fascismo pueda ser superado.
En lugar de una política amplia y masiva de alianzas o acuerdos unitarios en la acción para enfrentarlo (tal vez con la excepción minoritaria de la Gran Coalición Democrática y algunos otros grupos pequeños de la sociedad civil), la izquierda registrada optó por la vanidad personal de confundir las elecciones con el poder, con el fin de implementar dentro de la conciencia popular y entre los trabajadores una equivocada estrategia de larguísimo plazo, de llevar a una “determinada” persona a la Presidencia de la República, bien fuera en las elecciones del 2010 o en las del 2014, subestimando, claro está, “las tareas del momento” y despreciando una política clasista y clara de alianzas antifascista.
Con el fallo de la Corte Constitucional, Uribe Vélez tal vez perdió la posibilidad de una nueva elección, pero lo que no se tuvo en cuenta (por el cretinismo parlamentario anotado que confunde elecciones con el poder) fue que Uribe Vélez no iría a perder el poder, ni a dejarse quitar su fuente que le emana de ser la persona aglutinadora de la alianza de clases encarnada en el dúo Uribe-Santos. La prueba de ello es que Juan Manuel Santos, el escogido a dedazo limpio para suceder al Presidente y prolongar a futuro la alianza fascista de clases, ha dicho enfáticamente que su ministro de Defensa, es decir el poder real en Colombia, será Uribe Vélez.
Pero la lucha de clases en Colombia y la movilización social (unas veces espontánea y otras organizada pero siempre ocultada por la falsimedia) han logrado desenmascarar (objetiva y subjetivamente) la catástrofe económica, social, moral e internacional que han significado para el pueblo trabajador colombiano estos ocho años de gobierno fascista, de la mafia uribista fusionada con la roñosa oligarquía representada por los primos Santos. Y lo grave del asunto es que no aparece quién, dentro del espectro de los partidos políticos registrados (incluida la izquierda), se comprometa a restablecer la legalidad, la legitimidad y la exigua democracia que fue arrasada durante fascismo narco paramilitar y el terrorismo “positivo” de estado, incubado, como lo acaba de reconocer el ex presidente Pastrana, por la gallinita clueca de su mandato.
Este vacío político fue rápidamente captado por algunos “tanques del pensamiento” nacionales y norteamericanos expertos en “gatopardos” e interesados en reflotar el régimen de Colombia sobre una nueva base de legalidad y legitimidad, pero sin hacer demasiados cambios en sus estructura social. Así surge la alianza de los ex alcaldes Mockus, Fajardo, Peñalosa y Garzón, quienes, ayudados generosamente por la multimedia y las redes de internet controladas por ya se sabe quien, bajo el nombre de “legalidad democrática” (en oposición a “seguridad democrática” de Uribe), con un programa anticorrupción, y sin que desde la izquierda inscrita se hubiera planteado un frente amplio antifascista con su correspondiente estrategia clasista de alianzas, logran capturar masivamente la opinión pública.
Ahora, a la cola de los partidos de la oligarquía se observa con preocupación y pasmo el ascenso de la candidatura presidencial rival, pero todavía sin percibir que el enemigo principal y prioritario a derrotar es la alianza de clases que representan Uribe y Santos, la que sólo un frente amplio antifascista bien concebido y estructurado en el corto y mediano plazo podrá negar y empujar al basurero de la historia. Se insiste, sin mayores perspectivas, en una persona bien intencionada en el año “venticatorce” (2014), cuyo único currículo positivo es haber hecho algunos debates parlamentarios contra el paramilitarismo y la mafia uribista.
En la eventualidad, cercana o remota (aún no se sabe), de que Mockus-Fajardo lleguen sin ayudas electorales a la presidencia de Colombia: ¿Quiénes y cómo se encargarán de hacerles cumplir sus promesas para restablecer un mínimo de condiciones democráticas favorables al pueblo trabajador, o de que resuelva mediante normas civilizadas, es decir legales y legítimas, el conflicto social armado que destruye a Colombia?
Y lo que es más chocante aún, dentro del electorerismo y la lógica del juego electoral vigente en Colombia y aceptada por la izquierda inscrita: ¿Existe una opinión “colectiva” desde esta izquierda que diga si es mejor o peor ayudar o no a la elección presidencial de Mockus y Fajardo para precipitar la derrota electoral de la alianza fascista de Uribe y Santos y abrirle paso a una nueva democracia?
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