El pensamiento pequeñoburgués de Simone de Beauvoir
Beauvoir se dispuso a “desbordar” el materialismo histórico a través del existencialismo. Mientras el materialismo histórico muestra el desarrollo de las relaciones humanas y sus fundamentos a través del estudio de la historia, el humanismo abstracto cree encontrar esencias eternas
David Fuente Adrián
El pasado 9 de enero se cumplió el 114 aniversario del nacimiento Simone de Beauvoir. Hace 73 años, en 1949, publicó su libro más conocido: El segundo sexo. El tercer capítulo de este libro se titula “La mujer y el materialismo histórico”1). En él, Beauvoir se disponía a evaluar el análisis marxista sobre la cuestión de la mujer.
Tras reconocer aspectos de los trabajos de Friedrich Engels y August Bebel, y dejando inexplicablemente de lado las tesis fundamentales redactadas por el propio Marx en el marco de El Capital, Beauvoir sentenciaba:
“Pese a que la síntesis esbozada por Engels señale un progreso respecto a las que hemos examinado, no por ello deja de decepcionarnos: los problemas más importantes son escamoteados. El pivote de toda la historia es el paso del régimen comunitario a la propiedad privada, y no se nos indica en absoluto cómo ha podido efectuarse. Engels confiesa incluso que «hasta el presente nada sabemos de ello»; no sólo ignora el detalle histórico de la cuestión, sino que no sugiere ninguna interpretación.
Del mismo modo, tampoco está claro que la propiedad privada haya comportado fatalmente la servidumbre de la mujer. El materialismo histórico da por supuestos hechos que sería preciso explicar: plantea, sin discutirlo, el lazo de interés que vincula al hombre a la propiedad; pero ¿dónde tiene su origen ese interés, fuente de instituciones sociales? Así, pues, la exposición de Engels es superficial, y las verdades que descubre resultan contingentes. Y es por la imposibilidad de profundizar en ellas sin desbordar el materialismo histórico. Éste no podría aportar soluciones a los problemas que hemos indicado, ya que éstos interesan al hombre todo entero y no a esa abstracción que es el Homo oeconomicus”.
Quien conozca mínimamente las posiciones filosóficas europeas de mediados del siglo XX, sabrá que con este cierre Beauvoir se dispone a “desbordar” el materialismo histórico a través del existencialismo. Beauvoir, desde esta posición filosófica humanista abstracta y voluntarista, es decir, premarxista, pretende tildar al marxismo de economicista para destruir cien años de progreso de la ciencia social.
En primer lugar, hay que resaltar la forma en que Beauvoir distorsiona lo que Engels afirmó no conocer. Los marxistas estamos ya bastante curtidos en la necesidad de revisar cómo los intelectuales burgueses han extraído frases de los clásicos. Beauvoir cita a Engels: “hasta el presente nada sabemos de ello”. Y para encontrar esta frase Beauvoir nos remite… ¡A todo el libro de Engels titulado El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado! Con esto Beauvoir no se libra solo de lectores inocentes que igual han creído desde el inicio sus palabras, sino también de lectores perspicaces sin tiempo para revisar alrededor de 200 páginas.
Veamos entonces dónde estaba inserta la frase de Engels extraída por Beauvoir. Cito ampliamente, porque el pasaje es importante, y la descontextualización también:
“Con arreglo a la división del trabajo en la familia de entonces [etapa superior de la sociedad comunista primitiva; aparición de la ganadería; matrimonios por parejas de fácil disolución], correspondía al hombre procurar la alimentación y los instrumentos de trabajo necesarios para ello. Consiguientemente, era, por derecho, el propietario de dichos instrumentos y en caso de separación se los llevaba consigo, de igual manera que la mujer conservaba sus enseres domésticos. Por tanto, según las costumbres de aquella sociedad, el hombre era el propietario de la nueva fuente de alimento, el ganado, y, más adelante, del nuevo instrumento de trabajo, el esclavo. Pero según la usanza de aquella misma sociedad, sus hijos no podían heredar de él, porque, en cuanto a este punto, las cosas eran como sigue:
Con arreglo al derecho materno, es decir, mientras la descendencia sólo se contaba por línea femenina, y según la primitiva ley de herencia imperante en la gens, al principio los miembros de ésta heredaban de su pariente gentilicio fenecido. […] Así, a la muerte del propietario, los rebaños pasaban a sus hermanos y hermanas y a los hijos de ésta, o a los descendientes de las hermanas de su madre. Respecto a sus propios hijos, se veían desheredados.
Así pues, a medida que iban en aumento, las riquezas daban al hombre una posición en la familia más importante que a la mujer y hacían que naciera en él la idea de valerse de esta ventaja para modificar en provecho de sus hijos el orden de herencia establecido. Pero esto no podía hacerse mientras permaneciera vigente la filiación según el derecho materno. Éste tenía que ser abolido, y lo fue, lo que no resultó tan difícil como hoy nos parece. Aquella revolución —una de las más profundas que la humanidad ha conocido— no tuvo necesidad de tocar ni a un solo de miembro vivo de la gens. Todos los miembros de ésta pudieron seguir siendo lo que hasta entonces habían sido. Bastó decidir sencillamente que, en el futuro, los hijos pertenecerían a la gens de su padre.
Así quedaron abolidos la filiación femenina y el derecho hereditario materno, sustituyéndolos la filiación masculina y el derecho hereditario paterno. Nada sabemos respecto a cómo y cuándo se produjo esta revolución en los pueblos cultos, pues se remonta a los tiempos prehistóricos, pero los datos reunidos, sobre todo por Bachofen, acerca de los numerosos vestigios del derecho materno demuestran plenamente que esa revolución se produjo. La facilidad con que se verifica se ve en muchas tribus indias donde acaba de efectuarse o se está efectuando, en parte por influjo del incremento de las riquezas y el cambio de género de vida (migración desde los bosques a las praderas), y en parte por la influencia moral de la civilización y los misioneros.
De ocho tribus del Misuri, en seis rigen la filiación y el orden de herencia masculinos, y en otras dos, los femeninos. Entre los shawnees, los miamíes y los delawares se ha introducido la costumbre de dar a los hijos un nombre perteneciente a la gens paterna, para así hacerlos pasar a ésta, con el fin de que puedan heredar de su padre. […] Resultó de ahí una espantosa confusión, la cual sólo podía remediarse, y en parte fue remediada, con el paso al patriarcado. “Esta parece ser la transición más natural” (Marx).
Acerca de lo que los especialistas en derecho comparado pueden decirnos sobre el modo en que se operó esta transición en los pueblos civilizados del Mundo Antiguo —casi todo son hipótesis—, véase Kovalevski, Cuadro del origen y evolución de la familia y la propiedad, Estocolmo, 1890.
La abolición del derecho materno fue la gran derrota histórica del sexo femenino en todo el mundo. El hombre empuñó las riendas también en la casa y la mujer se vio degradada, convertida en la servidora, en la esclava de la lujuria del hombre, en un simple instrumento de reproducción. Esta baja condición de la mujer, que se manifiesta sobre todo entre los griegos de los tiempos heroicos y todavía más entre los de los tiempos clásicos, ha sido gradualmente retocada, disimulada y, en ciertos lugares, hasta revestida de formas más suaves, pero ni mucho menos ha sido abolida”2.
Como vemos, Engels está lejos de no saber nada de la cuestión. Eran conocidas la fase del derecho materno y la fase del derecho paterno. Por lo mismo, se sabía a grandes rasgos los cambios que necesariamente debieron producirse. También era conocida la situación de comunidades contemporáneas en transición entre una fase y otra (aunque no solo por causas socioeconómicas, sino también por la influencia de los misioneros). Engels, apoyándose también en situaciones en curso en su época, incluso consideraba que aquella transformación no fue violenta.
Esta clase de inferencias, a partir de diferentes fuentes, es de lo que podía y puede valerse la antropología para comprender una transformación consumada antes de la escritura. En realidad, no se trata de un “detalle” ignorado por Engels, ni de algo sobre lo cual “no sugiere ninguna interpretación”. Se trata de un proceso complejo que no ha dejado vestigios directos, y que Engels reconstruyó hasta donde era riguroso hacerlo, explicándolo de una manera más que plausible.
La explicación no termina con lo citado. Cito un último párrafo y hago consciente al lector de que la explicación tiene cuatro páginas más:
“Con la familia patriarcal entramos en los dominios de la historia escrita, donde la ciencia del derecho comparado nos puede prestar gran auxilio. Y en efecto, esta ciencia nos ha permitido hacer importantes progresos. A Maxim Kovalevski (op. cit., pp. 60-100) debemos la idea de que la comunidad familiar patriarcal —según existe todavía hoy entre los serbios y los búlgaros, con el nombre de zádruga (que puede traducirse poco más o menos como “confraternidad”) o bratstvo (“hermandad”), y bajo una forma modificada en Oriente— ha constituido el estadio de transición entre la familia de derecho materno, fruto del matrimonio por grupos, y la moderna monogamia. Esto parece probado, al menos para los pueblos civilizados del Mundo Antiguo, los arios y los semitas”3.
Por otro lado, Beauvoir, antes de afirmar que la exposición de Engels era superficial —consideración del idealismo existencialista hacia el materialismo histórico, porque este combate las abstracciones individuales—, había dicho que:
“tampoco está claro que la propiedad privada haya comportado fatalmente la servidumbre de la mujer [esto es otra tergiversación; Engels expone cómo se produjo este proceso y tenemos la historia humana para constatar el resultado del mismo]. El materialismo histórico da por supuestos hechos que sería preciso explicar: plantea, sin discutirlo, el lazo de interés que vincula al hombre a la propiedad; pero ¿dónde tiene su origen ese interés, fuente de instituciones sociales?”
Esto último también es una tergiversación directa. Elude la explicación de Engels que acabamos de ver: “Así pues, a medida que iban en aumento, las riquezas daban al hombre una posición en la familia más importante que a la mujer y hacían que naciera en él la idea de valerse de esta ventaja para modificar en provecho de sus hijos el orden de herencia establecido”4.
Es decir, el desarrollo de la riqueza y de la propiedad privada, bajo una determinada división del trabajo en la familia, iba situando al hombre en condiciones de superioridad, y por tanto de desear y poder hacer valer un cambio en el orden de herencia. Tal vez Beauvoir esperaba una tesis metafísica que vinculase al hombre en abstracto a la propiedad privada. Lo que ofrece Engels es el desarrollo histórico que engendró el orden patriarcal de la Antigüedad clásica.
Nadie duda —y Engels lo dejó claro en el propio texto5— de que en su libro no estaba la explicación acabada de una vez y para siempre de los fenómenos expuestos por él. Esto se opondría a la propia concepción dialéctica de Engels. El conocimiento se desarrolla. Pero es evidente que solo siguiendo la vía del propio Engels, su método materialista, es decir, el análisis de fuentes con las que comparar e inferir las causas materiales de las transformaciones ya extinguidas, se puede avanzar en el conocimiento de estos procesos.
Beauvoir saca la conclusión contraria —¡y esto es lo central del asunto; donde se muestra el abismo entre las posturas!—: Engels no llega más lejos porque es imposible desde el materialismo histórico; porque este solo considera el ser humano como Homo aeconomicus, sin tener en cuenta —en opinión de Beauvoir— la totalidad de las relaciones humanas, también las no económicas. Este argumento antimarxista y falaz ha estado comúnmente de moda en el humanismo burgués. La propia existencia de la psicología marxista, y de una escuela psicológica importantísima además (Lev Vygostki, Alexander Luria, Alekséi Leóntiev…), deja directamente en ridículo esta tesis (si es que alguien no se había dado cuenta ya con solo leer a Marx y a Engels).
Pero, ¿en qué consistirá la propuesta superadora de Beauvoir? En 1845, Marx había dejado anotada la siguiente frase en la sexta tesis sobre Feuerbach: “la esencia humana no es algo abstracto inherente a cada individuo. Es, en su realidad, el conjunto de las relaciones sociales”. Como cofundador de este planteamiento, hemos visto de qué modo Engels expone en qué momento histórico pudo nacer en el hombre el deseo de instaurar el derecho paterno y la posibilidad de lograrlo.
Ese “hombre” no es una realidad abstracta, ahistórica e individual, sino un sujeto social en desarrollo durante siglos a través del trabajo y la vida social. Otro tanto ocurre con sus deseos históricamente desarrollados: no son inherentes a cada individuo e iguales para toda la historia, sino que su esencia está en el conjunto de las relaciones sociales de una época.
Esta es la visión del materialismo histórico. Beauvoir nos retrotrae a un humanismo abstracto que no comprende el desarrollo histórico sino que… ¡encuentra en algunos rasgos de la moral burguesa contemporánea el secreto que torció el régimen comunitario de la prehistoria hacia el desarrollo de las sociedades de clases! Así pretende “desbordar” el materialismo histórico:
“Está claro, por ejemplo, que la idea misma de posesión singular no puede adquirir sentido más que a partir de la condición originaria del existente. Para que aparezca es preciso, en primer lugar, que haya en el sujeto una tendencia a situarse en su singularidad radical, una afirmación de su existencia en tanto que autónoma y separada.
Se comprende que esta pretensión haya permanecido subjetiva, interior, sin veracidad, mientras el individuo carecía de los medios prácticos para satisfacerla objetivamente: a falta de útiles adecuados, no percibió al principio su poder sobre el mundo, se sentía perdido en la naturaleza y en la colectividad, pasivo, amenazado, juguete de oscuras fuerzas; sólo identificándose con el clan todo entero, se atrevía a pensar: el tótem, el maná, la tierra, eran realidades colectivas. […]
Pero esa realización jamás se habría logrado si el hombre no lo hubiese querido originariamente; la lección del trabajo no se ha inscrito en un sujeto pasivo: el sujeto se ha forjado y conquistado a sí mismo al forjar sus útiles y conquistar la Tierra. Por otra parte, la afirmación del sujeto no basta para explicar la propiedad: en el desafío, en la lucha, en el combate singular, cada conciencia puede intentar elevarse hasta la soberanía.
Para que el desafío haya adoptado la forma de un potlatch; es decir, de una rivalidad económica, para que a partir de ahí primero el jefe y luego los miembros del clan hayan reivindicado bienes privados, preciso es que en el hombre anide otra tendencia original: hemos dicho que el existente no logra captarse sino alienándose; se busca a través del mundo bajo una figura extraña, la cual hace suya.
En el tótem, en el maná, en el territorio que ocupa, su existencia alienada encuentra el clan; cuando el individuo se separa de la comunidad, reclama una encarnación singular: el maná se individualiza en el jefe, luego en cada individuo; y, al mismo tiempo, cada cual trata de apropiarse un trozo de suelo, unos instrumentos de trabajo, unas cosechas. En esas riquezas que son suyas, el hombre se encuentra a sí mismo, pues se ha perdido en ellas: se comprende entonces que pueda concederles una importancia tan fundamental como a su vida”.
Engels nos expuso cómo había surgido históricamente un deseo y las posibilidades de su realización. Para Beauvoir, en los prehistóricos latía en silencio el ánimo pequeñoburgués, a la espera de desatarse. Como se ve, el planteamiento es antitético respecto a lo que Marx resumía en la sexta tesis citada.
El lector quizá ya haya inferido que estos párrafos eran funcionales a la burguesía. Mientras el materialismo histórico muestra el desarrollo de las relaciones humanas y sus fundamentos a través del estudio de la historia, el humanismo abstracto cree encontrar esencias eternas. Mientras el materialismo histórico arma a la clase obrera teóricamente para comprender el movimiento de las sociedades y la propia disolución del modo de producción capitalista, y para enfocar con ello su práctica revolucionaria, el existencialismo entretenía a la intelectualidad descontenta bloqueándola en la práctica con supuestas esencias transhistóricas.
Los ejemplos dados no son puntuales, sino generales. Son muestras de la base del pensamiento de Beauvoir. Citaré uno más:
“Del mismo modo, resulta imposible deducir de la propiedad privada la opresión de la mujer. También aquí es manifiesta la insuficiencia del punto de vista de Engels. Ha comprendido éste perfectamente que la debilidad muscular de la mujer no se ha convertido en una inferioridad concreta más que en su relación con el útil de bronce y de hierro; pero no ha visto que los límites de su capacidad de trabajo no constituían una desventaja concreta más que en cierta perspectiva [falso; Engels sabía que la condición física de la mujer no le condena desde siempre y para siempre a la dominación masculina].
Porque el hombre es trascendencia y ambición proyecta nuevas exigencias a través de todo útil nuevo: una vez que hubo inventado los instrumentos de bronce, no se contentó ya con explotar los huertos sino que quiso desmontar y cultivar extensos campos. Esa voluntad no brotó del bronce mismo [¿pretende esto pasar por corrección al marxismo?]. La incapacidad de la mujer ha comportado su ruina, pues el hombre la ha aprehendido a través de un proyecto de enriquecimiento y expansión.
Y ese proyecto no basta para explicar que haya sido oprimida: la división del trabajo por sexos podría haber sido una amistosa asociación. Si la relación original del hombre con sus semejantes fuese exclusivamente de amistad, no se explicaría ningún tipo de servidumbre: este fenómeno es consecuencia del imperialismo de la conciencia humana, que trata de cumplir objetivamente su soberanía. Si no hubiese en ella la categoría original del Otro, y una pretensión original de dominar a ese Otro, el descubrimiento del útil de bronce no habría podido comportar la opresión de la mujer”.
Todo el capítulo de Beauvoir es un despropósito. Entenderá el lector el profundo problema científico y político que acarrea el hecho de que esta obra sea hoy en día mucho más conocida en las universidades, e incluso en espacios considerados de izquierda, que el fundamental trabajo de Engels. Se trata de un problema, y al mismo tiempo un síntoma y una manifestación del estado de debilidad del movimiento comunista en Occidente, el cual, entre sus errores y la fuerte presión de la burguesía, se ve orillado por la historia, o bien a la insignificancia y la recapitulación, o bien a la recuperación del firme y eficaz camino del marxismo-leninismo. No queda otra alternativa.
Con lo dicho hasta aquí, se desprende que todo intento de conjugar las tesis de Beauvoir con las del marxismo es alejarse en mayor o menor medida de este último, el cual, desde Marx, Engels, Bebel, Zetkin, Lenin… ya ha desarrollado y aplicado unas tesis y una práctica para la emancipación de la mujer, cuyo estudio urge.
Cierro con tres ideas. La primera, que la obra de Engels es tan superior que en ella se contiene la crítica al planteamiento filosófico de Beauvoir. La siguiente crítica a Lassalle dinamita, al mismo tiempo, el texto de Beauvoir:
“La segunda parte de la obra de Lassalle Sistema de los derechos adquiridos gira principalmente sobre la tesis de que el testamento romano es tan antiguo como Roma misma, que ‘nunca hubo una época sin testamento’ en la historia romana y que el testamento nació del culto a los difuntos, antes de la época romana.
Lassalle, en su calidad de buen hegeliano de la vieja escuela, no deriva las disposiciones del derecho romano de las relaciones sociales de los romanos, sino del ‘concepto especulativo’ de la voluntad, y de este modo llega a ese aserto absolutamente antihistórico. No debe extrañar eso en un libro que en virtud de este mismo concepto especulativo llega a la conclusión de que, en la herencia romana, la transmisión de los bienes era una simple cuestión accesoria”6.
En segundo lugar, quizá para nadie sea ya una sorpresa saber que el texto de Beauvoir cierra con el acostumbrado antisovietismo, la cantinela sobre un “socialismo democrático, en el que las clases serían abolidas, pero no los individuos”, la falaz inclusión del nazismo y la URSS bajo el título común de regímenes “totalitarios o autoritarios”, y otros acostumbrados cuentos burgueses empleados para asustar a la pequeña burguesía y a la aristocracia obrera, y minar y aturdir al proletariado revolucionario.
Tercero, frente a la explicación de Beauvoir, que hoy se aprecia a todas luces idealista y acientífica, el carácter superior del marxismo subsiste en mitad de la difamación y a pesar de los años. El alto valor científico y transformador que encierran su estudio, desarrollo y aplicación, deben ser aprovechados. Engels es aún hoy un aliado gigantesco; un punto de apoyo soberbio. Lo verificará quien se adentre a estudiar El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado sin prejuicios burgueses.
- Puede leerse aquí ↩
- Engels, Friedrich (2006), El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, Fundación Federico Engels: Madrid, pp. 62-64. ↩
- Engels, Friedrich (2006), El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, Fundación Federico Engels: Madrid, p. 65. ↩
- Engels, Friedrich (2006), El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, Fundación Federico Engels: Madrid, p. 63. ↩
- “Desde que apareció la primera edición han transcurrido ya siete años, en los que el estudio de las formas primitivas de la familia ha logrado grandes progresos. Por ello ha sido necesario corregir y aumentar minuciosamente mi obra, con mayor razón porque se piensa estereotipar el libro y ello me privará, por algún tiempo, de toda posibilidad de corregirlo. Como digo, he revisado atentamente todo el texto e introducido adiciones en las que confío haber tenido debidamente en cuenta el estado actual de la ciencia”. Engels, Friedrich (2006), El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, Fundación Federico Engels: Madrid, p. 15. ↩
- Engels, Friedrich (2006), El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, Fundación Federico Engels: Madrid, p. 190. ↩
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