La cultura neoliberal muestra fisuras, pero no ha sido derrotada
El progresismo de América Latina ha fallado en potenciar en esa área un remplazo de izquierda, alternativo y radiante. Entrevista con Álvaro García Linera (segunda y última parte)
Luis Hernández Navarro
Una de las grandes debilidades del progresismo latinoamericano y algo que explica sus derrotas parciales es la carencia de una cultura popular de izquierda, alternativa y radiante, con nuevos ejes de organización de la vida cotidiana, afirma Álvaro García Linera.
Para él, a pesar de los triunfos electorales y de las ideas progresistas en la región, el neoliberalismo ha sedimentado un sentido común, que va más allá de quién es el gobernante, expone en una charla con La Jornada sobre progresismo, izquierda, derecha y cultura popular. A continuación, la parte final de esta entrevista.
–Pareciera que en países como Chile, El Salvador y Ecuador la derecha ha logrado ganar no sólo elecciones, sino el imaginario de sectores medios y populares. ¿Cómo explicar este fenómeno?
–Y no solamente ahí…
Aún en las experiencias progresistas, el imaginario neoliberal como cultura de masas no ha sido desmontado del todo. Evidentemente, ha habido momentos de quiebre, de estupor y de apertura cognitiva en algunos lugares, pero cuarenta años de neoliberalismo han sedimentado un sentido común, que va más allá de quién es el gobernante, de si el Estado debe protegerte. Ha sedimentado en otro tipo de expectativas personales.
El progresismo no es la superación de la cultura neoliberal. Es un proceso de lucha contra esa cultura. Con altibajos, ha avanzado en otros aspectos, pero en éste –y en otros más– aún no le ha dado la batalla. Hay casos en los que ni siquiera está presente como lucha parcial contra la cultura neoliberal. Allí, el dominio neoliberal es casi absoluto.
Sólo que es un predominio cansado. Ya no es axiomático, presenta dudas. En los años noventa, el neoliberalismo cumplió una serie de axiomas de vida, que las personas asumían de manera indiscutible, como si fueran algo de la naturaleza. Hoy, en las experiencias progresistas, pero también en países como Colombia, El Salvador, Guatemala, en Europa misma, es un discurso que comienza a andar cojo, a trastabillar, se tropieza en las gradas, es torpe al subir, al caminar por la calle. Está comenzando a mostrar fisuras.
En países donde ha triunfado el progresismo, esas fisuras han sido aprovechadas para intentar impulsar, también con tropezones, una nueva cultura, todavía parcial, de mediano aliento. Pero yo siento que, más pronto que tarde, esa nueva cultura también va a surgir en otros lugares.
–¿Dónde estaría surgiendo?
–Colombia ha sido lo que fue Chile en los noventa. En el siglo XXI se ha convertido en un país en el que, con franquicias de Walt Disney, la promoción de sus artistas, la presencia militar norteamericana desbordante, y el imaginario de que son la continuación de Miami en América Latina, Estados Unidos iba a consolidar un modelo.
Se trata de un modelo en el que, sí o sí, funciona exitosamente un neoliberalismo del Sur, subordinado, vasallo del neoliberalismo del Norte. En el que los representantes de Estados Unidos se reúnen con empresarios y políticos colombianos. En el que las universidades colombianas están abiertas a las norteamericanas. En el que su cultura popular está siendo reconocida por Hollywood.
Pero mira: ahí se ha producido una gigantesca movilización de repudio contra todo ello. Ciertamente, no ha logrado trasvasar en lo político. Y eso es una experiencia de cómo la acción colectiva debe tener estrategia para poder irradiar a un hecho político. Pero, aún ahí, en lo que es la nueva Chile de los años 2020, se ha producido un temblor, un resquebrajamiento. Confío en que eso va a continuar en el resto de los países del continente.
–En la década de los sesenta y los setenta, la izquierda latinoamericana tenía una potencia cultural formidable. Su producción musical, literaria, gráfica, era excepcional. ¿Dónde está la obra cultural del progresismo?
–Esa cultura de izquierda ha alimentado la fuerza política, los cuadros y el conocimiento de la realidad de los progresismos. La izquierda de los años sesenta no ha dado lugar al progresismo, pero lo ha alimentado y le ha dado un temple interno. Una especie de tensores internos, pequeños pero muy sólidos.
Pongo el ejemplo de Bolivia. La emergencia del indígena-campesino nada tiene que ver con la izquierda de los años sesenta. Nada. Es más, para ella eran actores de segunda clase, pequeña burguesía que iba a ver cómo los obreros hacían la revolución. La emergencia campesina nace de otros sectores, de otras experiencias.
Al momento de las grandes insurrecciones colectivas, esta izquierda marginalizada por el neoliberalismo, con presencia urbana, potente en los años sesenta, setenta y en los ochenta, noventa, resurge. Y es convocada por el progresismo, como parte de sus cuadros, en el ámbito de los momentos comprimidos de las batallas ideológicas previas que se dan a las victorias electorales.
Estoy convencido de que, antes de ganar electoralmente, siempre se gana previamente en las ideas, aunque sea de forma parcial. Y, ahí, la antigua izquierda, los antiguos cuadros ayudaron en un momento comprimido. Supieron entender que era el momento, no esperaron. Algunos sí lo hicieron y se quedaron en su cubículo, en espera de que llegara el socialismo o el comunismo. Pero otra parte se metió. Entendieron que ahí estaba lo popular. Y esos cuadros ayudaron a pensar y a enriquecer, tanto la gestión como la discusión política.
Pero el nuevo progresismo no ha tenido ni el tiempo, ni la mirada lúcida de expandir esta cultura de izquierdas. Lo ha hecho muy lentamente o en algunos casos no lo ha hecho.
No sé si Bolivia es un ejemplo demasiado extremo. Se ha dado la paradoja de que en los años sesenta y setenta había una cultura de izquierdas de clase media. Pero la revolución la hicieron los indios en los años 2000, no la clase media. La clase media se sumó. Esto habla de la radicalidad del proceso, de una emergencia indígena y popular, bien plebeya, bien de abajo.
Es como otro mundo, en el que el vendedor de tacos se convierte en ministro, y luego regresa a vender tacos. No es el tipo que se vuelve ricachón y vive en el Pedregal en una mansión por ser dirigente social.
–¿Ha surgido una nueva cultura de izquierdas?
–Uno de los errores del progresismo, en el cual coloco a Bolivia, es no haber tenido el tiempo suficiente para producir una nueva cultura de izquierdas con esta impronta indígena. Ya no la anterior. No puede ser la anterior proveniente de esa mirada radicalizada de clase media. Porque, ahora, hay lo plebeyo en la calle. Pero, aún así, no se ha tenido tiempo y la capacidad de crear una cultura.
Por eso decía que la cultura neoliberal no ha sido derrotada. Le hemos abierto fisuras. Tiene hendiduras. Tiene rendijas. Pero no ha sido sustituida por un nuevo armazón cultural.
¿Cuándo vas a poder desarmar el armazón cultural neoliberal? Cuando tengas una cultura popular de izquierda, alternativa y radiante, con nuevos ejes de organización de la vida cotidiana.
Ésa es una de las grandes debilidades del progresismo y algo que explica sus derrotas parciales. Porque, si lo hubiera logrado, habrías tenido un ciclo de largo aliento, de tres o cuatro décadas por lo menos. Pero se ha tenido una oleada de quince años, y, ahora, otra vuelta a renacer. No estoy seguro de que tendrá una vida de otros quince o veinte años. No.
El gran debate de las nuevas estructuras culturales de organización de la vida cotidiana aún no está de tu lado. No tienes todavía en el continente una cultura de izquierdas, una cultura popular, radical, con narrativas de izquierdas triunfantes.
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