Imperialismo, fascismo o contrainsurgencia
Hay quienes, basados en el argumento formal de que en Colombia no se ha cerrado el Congreso, ni ha habido dictaduras abiertas, y aunque reconocen la abrumadora realidad del terror ejercido por una nubosa “élite” burguesa aliada de otra “élite” militar, niegan la existencia del fascismo colombiano.
Alberto Pinzón Sánchez
A pesar de la evidencia brutal que da el subregistro, el ocultamiento, la imprecisión, el maquillaje o enmascaramiento estadístico de las cifras que circulan sobre los 54 años del llamado conflicto interno colombiano, a la fecha (febrero 2021), todavía hay en Colombia o incluso en América Latina quienes niegan su existencia, con argumentos dogmáticos sacados del marxismo bastante emparentados con la concepción socialdemócrata que ha pretendido disimular o enmascarar el carácter de clase “específico y esencial” del fenómeno fascista, cuya esencia contradictoria y de clase la definió claramente el obrero comunista Dimitrov en 1935 en su histórica intervención ante la Internacional Comunista: “como la dictadura terrorista abierta de los elementos más reaccionarios, más chovinistas y más imperialistas del capital financiero”. Resalto, como lo resalta Dimitrov en todas sus intervenciones, monopolios del capital financiero.
Caracterización esencial enriquecida y probada en la práctica política y en los múltiples aportes clasistas antifascistas ya bastante sedimentada: No es la burguesía usuraria, ni la comercial, ni incluso los monopolios de la burguesía industrial; sino los monopolios de la burguesía financiera la que controla y dirige totalmente la totalidad del proceso fascista de revolución pasiva, desde las alturas, según el luchador antifascista y comunista Gramsci. Uso deliberadamente el concepto gramsciano de hegemonía y con el entendido de que quien habla de monopolios financieros (fusión de los monopolios del capital bancario con los del industrial) está hablando de la categoría imperialismo definida por Lenin, que no veo la necesidad de repetir aquí.
Hay, digo, quienes, basados en el argumento formal de que en Colombia no se ha cerrado el Congreso, ni ha habido dictaduras abiertas, y aunque reconocen la abrumadora realidad del terror ejercido por una nubosa “élite” burguesa aliada de otra “élite” militar, niegan la existencia del fascismo colombiano.
Claro que, saltándose o, mejor, pasando por alto el proceso histórico de la conformación del Estado moderno, autoritario y clerical de Rafael Núñez en 1886, luego afianzado por la dictadura represiva de Rafael Reyes y sus continuadores del “Respice Polum” de la hegemonía conservadora, las dictaduras conservadoras y falangistas del medio siglo XX de Ospina-Laureano-Gurropin, y el Estatuto de la Seguridad Nacional, en septiembre de 1978, del inolvidable binomio del presidente Turbay Ayala con el general Camacho Leiva.
También, basándose en los análisis y compendios sobre el fascismo con los que se pretendió explicar en aquella época las crueles dictaduras militares del llamado Cono Sur que asolaron el continente latinoamericano a fines de siglo XX, muchas de ellas de características francamente fascistas y que a pesar del intenso debate en el seno de las organizaciones marxistas, por razones de la práctica política no pasaron de llamarlas piadosamente “dictaduras militares”, o cuando mucho se avanzó, se negó su singularidad confundiéndolas con la estrategia continental imperialista anticomunista y violenta del Departamento de Estado en aquella época de la guerra fría global.
Todo se “embutió” en el cajón de sastre en el que se convirtió la categoría leninista del imperialismo. “En última instancia”.
Por aquella época, en junio de 1978, cuando el conflicto colombiano no pasaba de ser una “marginal” resistencia armada de unos cuantos campesinos comunistas a la agresión burgués-terrateniente sustentada por el ejército estadounidense, y el presidente Turbay Ayala expedía el memorable Estatuto de la Seguridad Nacional que oficializaba el “enemigo interno”, hubo una memorable discusión o debate teórico que afortunadamente quedó escrito, titulado “La cuestión del fascismo en América Latina”, basada principalmente en el análisis de lo que sucedía en el Cono Sur, en el cual participaron importantes teóricos marxistas latinoamericanos como Pío García, Agustín Cueva, Ruy Mauro Marini y Theotonio dos Santos, cuyo desarrollo recomiendo consultar en http://www.marini-escritos.unam.mx/282_fascismo_america_latina.html.
De este aleccionador debate, es de destacar el “visionario” aporte marxista de Ruy Mario Marini al análisis y categorización de aquellas dictaduras, cuando escribe (trato de interpretarlo) que las dictaduras militares son una expresión formal del Estado más no su esencia. Ella es la contrainsurgencia y por eso son estados de contrainsurgencia donde la dirección estatal la ejerce la cúpula de las FFAA, junto con los representantes de los monopolios del capital financiero, más allá de la expresión formal de dictadura.
Estas dictaduras obedecen a tres estrategias bien definidas: 1- Cambio estratégico global de EEUU que, ante el avance popular y de clases subalternas, pone en ejecución la doctrina de la contrainsurgencia. 2- Transformaciones internas y diferenciaciones en las “burguesías criollas” con avances de la burguesía monopólica financiera muy ligada al imperialismo estadounidense, ya en inicio de su transnacionalización. 3- El ascenso de masas y el aparecimiento y generalización de movimientos insurgentes.
Categoría de contrainsurgencia, definida ampliamente según sus propias palabras con tres características bien definidas así:
“Convendría destacar tres aspectos de la doctrina de contrainsurgencia. En primer lugar, su concepción misma de la política: la contrainsurgencia es la aplicación a la lucha política de un enfoque militar. Normalmente, en la sociedad burguesa, la lucha política tiene como propósito derrotar al contrincante, pero éste sigue existiendo como elemento derrotado y puede incluso actuar como fuerza de oposición. La contrainsurgencia, en una perspectiva similar a la del fascismo, ve al contrincante como el enemigo que no sólo debe ser derrotado sino aniquilado, es decir destruido, lo que implica ver a la lucha de clases como guerra y conlleva, pues, la adopción de una táctica y métodos militares de lucha.
En segundo lugar, la contrainsurgencia considera al movimiento revolucionario como algo ajeno a la sociedad en que se desarrolla; en consecuencia, ve el proceso revolucionario como subversión provocada por una infiltración del enemigo. El movimiento revolucionario es, pues, algo así como un virus, el agente infiltrado desde afuera que provoca en el organismo social un tumor, un cáncer, que debe ser extirpado, es decir, eliminado, suprimido, aniquilado. También aquí se aproxima a la doctrina fascista.
En tercer lugar, la contrainsurgencia, al pretender restablecer la salud del organismo social infectado, es decir, de la sociedad burguesa bajo su organización política parlamentaria y liberal, se propone explícitamente el restablecimiento de la democracia burguesa, tras el periodo de excepción que representa el periodo de guerra. A diferencia del fascismo, la contrainsurgencia no pone en cuestión en ningún momento la validez de la democracia burguesa, tan sólo plantea su limitación o suspensión durante la campaña de aniquilamiento. Mediante la reconquista de bases sociales, se debe pues marchar a la fase de institucionalización, que es vista como restablecimiento pleno de la democracia burguesa”.
Uno de los teóricos marxistas actualizador de la categoría del fascismo, alertaba con gran realismo y acierto que no se debía ni abusar de esa palabra ni menos calificar cualquier acto dictatorial de terror como fascista, siendo necesario el contexto especialmente histórico, pues esta categoría como es obvio es histórica. No hay discusión posible a esta afirmación, lo que si vale la pena es resaltar que aquella dictadura terrorista del capital financiero establecida en la Alemania de 1933, tomada como modelo clásico, fue la síntesis o, si me permiten, la coagulación de varios procesos que se traían en la historia de Europa:
1- El colonialismo. 2- El racismo de los imperios esclavistas en el Occidente como Inglaterra, Francia, España, Portugal, Holanda, etc, y de los “pogroms” o linchamientos antisemitas del zarismo o de los imperios de habla alemana en el centro y oriente europeos. 3- El trabajo esclavo revivido en Alemania con los “Zwangsarbaiter” (trabajadores obligados) confinados en los campos de concentración y explotados para producir bienes a los monopolios industriales alemanes y después productos militares hasta su colapso antes de ser llevados a las cámaras de gas a que los mataran con el mismo gas que ellos habían producido industrialmente, para luego convertirlos en cenizas fertilizantes en los hornos crematorios.
Y esto es lo que inaugura la novedad propia del fascismo nazi o 4 característica olvidada: La muerte industrializada y masiva, monopolizada por el Estado y sus monopolios que lo sostienen. He aquí el complemento al terror fascista y el que nos hace considerar en frío si se debe o no caracterizar un régimen o un Estado como fascistas. La diferencia es también importante, por lo menos en Colombia.
Sobre el papel que juega en el ascenso y consolidación del fascismo el lumpen proletario, es decir: los desclasados, tanto de la capa superior o aristocracia obrera o “alpargatocracia” que llamaba con sorna Lleras Camargo, y la capa inferior o proletarios en descomposición completa, o verdadero lumpen, así como sobre el papel específico en cada país jugado por las capas medias y la pequeña burguesía, sobre lo cual es muy difícil generalizar, no creo exista mayor discusión, como tampoco al reforzamiento actual del capital financiero (por ejemplo en Colombia) de las ingentes sumas del capital lavado producto del negocio de narcotráfico, sostén de su propio brazo armado paramilitar anexo a las fuerzas armadas oficiales, cuyos rendimientos millonarios no son solo económicos sino sociales, también con cifras enormes: siete millones de despojados de tierras, cien mil desaparecidos, cien mil fusilados, tres genocidios políticos, 6400 falsos positivos, miles de masacres, de fosas comunes y de hornos crematorios para desaparecer cadáveres, etc. Sobre lo cual no se tiene cifras exactas, como digo al comenzar.
Realidad monstruosa hoy en día, frente a la cual propongo en discusión analizar con las tres categorías del título de este artículo que, como se ve, va mucho más allá de la categoría histórica del fascismo y quizás requiera el empleo preciso y singular de las tres.
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