El plan seudofilosófico de Kohan para dinamitar al marxismo-leninismo desde dentro (última parte)
Las chorradas de Kohan sobre el “fatalismo”
Una de las tonterías favoritas de los idealistas como Kohan es poner el determinismo en el centro de sus disquisiciones. Naturalmente que no tienen ni sombra de noción de lo que es el determinismo en Engels, algo que ellos quieren confundir con el fatalismo. El recorrido es el mismo de siempre: empieza en Engels, sigue con Kautsky y con Plejanov, para acabar en la escolástica de Stalin. De una manera ridícula Kohan lo expone así:
“Frente a los revisionistas Kautsky defendió el supuesto determinismo marxista. En sus acaloradas respuestas encontramos una de las principales notas que caracterizarían posteriormente al DIAMAT: el fatalismo histórico, una conclusión completamente acorde con la teoría engelsiana de la ‘deducción-aplicación’ de la ontología materialista natural a la historia humana” (pg.97).
El fatalismo es eso que tanto repugna a los idealistas pero que sólo está en su podrida cabecita: la sucesión de los modos de producción, esa historia que va del esclavismo al feudalismo y acaba en el capitalismo, que parece ser “inexorable” y que hay que vincular al malvado Stalin. Son Kohan y telepredicadores de esa calaña los que se han inventado este esquema para entretenerse en criticarlo poniéndolo en boca de Engels, de Lenin, de Stalin… de cualquiera al que puedan poner la etiqueta de “dogmático”, “mecanicista”, “metafísico” y demás adjetivos favoritos.
Kohan tergiversa la categoría filosófica marxista de “determinismo” para introducir sus propias tesis idealistas. Convierte el determinismo es una muñeca rusa donde las cosas van encajando unas dentro de las otras gracias a la “deducción-aplicación”: la naturaleza dentro del cosmos, la sociedad dentro de la naturaleza, etc. Por eso asegura que si hay determinismo en la naturaleza obviamente también debe haberlo en lo social.
Fue precisamente Engels quien precisó la categoría marxista de “determinismo” como unidad (y contradicción) entre el azar y la necesidad en cualquier ámbito material, es decir, tanto en el universo como en la naturaleza o en la sociedad. No hay efecto sin causa ni causa sin efecto; las causas tampoco están separadas de los efectos: los efectos se convierte en en causas y las causas en efectos. La tarea de la ciencia consiste precisamente en aprehender la necesidad oculta bajo la apariencia de la contingencia. Pero ante todo el determinismo de Engels es un concepto científico dinámico, una aproximación progresiva.
Aunque el oportunismo se vista de seda…
Después de arremeter contra Engels, Kohan carga su escopeta de feria contra Lenin, centrándose en la fobia que tienen todos los oportunistas a la obra “Materialismo y empiriocriticismo”, un profundo estudio que les estropea sus ridículas disquisiciones. Cuando en 1908 Lenin escribió esa obra aún no había leido a Hegel; tenía un serio déficit intelectual, dice Kohan. Ya sabemos: no se puede entender el materialismo histórico y la filosofía marxista sin leer previa o simultáneamente al gran Hegel. Por eso la historia no es lo que parece ser sino que está al revés y Lenin no es poshegeliano sino todo lo contrario: es prehegeliano. Lamentablemente Lenin era un vulgar continuador del “materialismo anterior” (pg.108). De esa manera es posible empezar a a comprender sus enormes limitaciones: Lenin adolecía de una materialismo “precrítico” y una “débil y rudimentaria armazón categorial filosófica” (pgs. 101 y 107).
La filosofía de Lenin era bastante penosa pero afortunadamente para nosotros, en 1914 se le apareció la virgen de Fátima disfrazada de Hegel. A partir de ahí ya todo fue distinto. Hegel le abrió los ojos a Lenin y le sacó de su estupor, llevándole a realizar “una profunda autocrítica teórica, un viraje radical” (pg.109), “un nuevo paradigma” (pg.110). Los editores de las obras completas de Lenin deberían eliminar de ellas “Materialismo y empiriocriticismo” porque posteriormente Lenin renegó de sí mismo: “Lenin rechaza su actitud de 1908” (pg.110). Menos mal que los marxistas tenemos a Hegel para superar las torpes limitaciones que nos han legado filósofos mediocres como Marx y Engels, que nunca llegaron a superar a su gran maestro Hegel sino todo lo contrario: Marx y Engels empobrecieron la enorme riqueza hegeliana. Pero no hay que desmayar porque eso se puede superar leyendo (especialmente a Marx) con los ojos del gran Hegel, es decir, llevando a Marx hasta 1840, volviendo otra vez la historia del revés, convirtiéndola no en un progreso fatal sino en un regreso triunfal, en una involución.
Así se aclara todo: cuando en los “Cuadernos filosóficos” Lenin parece que critica a Plejanov, lo que hace es criticar “Materialismo y empiriocriticismo”. Los “Cuadernos filosóficos” son, pues, una autocrítica. Aquí Kohan vuelve otra vez sobre el fetiche de los idealistas: la podrida teoría del reflejo. Desde que se le aparece la virgen en 1914 Lenin “se cuestiona su anterior teoría del conocimiento como ‘imagen fotográfica’, y si bien sigue hablando del reflejo ahora subraya y pone en primer plano la crítica de su pasividad. Enfatizando el papel central de la actividad humana, plantea en su nueva perspectiva que la subjetividad del ser humano no solo intenta conocer el mundo mediante la teoría, sino que también —en unidad con ella— a través de la práctica contribuye a su creación” (pg.110).
A partir del momento en el que se le aparece la virgen en 1914, la esquizofrenia de Lenin llega al punto de autocriticar su definición anterior de materia, que es la que adopta luego el podrido “diamat”, a su vez, una mala copia de la “cosa en sí” kantiana. La definición que Lenin da de materia en “Materialismo y empiriocriticismo” es plenamente correcta y jamás la modificó: “La materia es una categoría filosófica para designar la realidad objetiva, dada al hombre en sus sensaciones, calcada, fotografiada y reflejada por nuestras sensaciones y existente independientemente de ellas”. Esta definición de Lenin subraya la oposición absoluta de la materia y la conciencia, que es la cuestión fundamental de la filosofía, la que divide al materialismo del idealismo. Naturalmente, como materialista, Lenin señala la prioridad de la materia con respecto a la conciencia. Ahora bien, esa polaridad, remarca Lenin, se circunscribe a los límites restringidos de esa cuestión y no se puede llevar más allá: “La oposición entre la materia y la conciencia tampoco tiene significado absoluto más que dentro de los límites de un dominio muy restringido: en este caso exclusivamente dentro de los límites de la cuestión gnoseológica fundamental acerca de qué se debe tener por lo primario y qué por lo secundario. Más allá de estos límites la relatividad de tal oposición no suscita duda alguna”.
Cualquier concreción de la noción de materia como sustancia nos sitúa, pues, fuera del terreno epistemológico del que Lenin no quiere salir en “Materialismo y empiriocriticismo” y, por tanto, la oposición entre materia y conciencia deja de ser absoluta o, como dice en otro inciso: “La conciencia es un estado interno de la materia” («Materialismo y empiriocriticismo», par.1/5, pg.86), una propiedad de la forma superior de organización de ésta, el cerebro, cuya esencia consiste en reflejar la materia. El materialismo dialéctico comprende la conciencia como un producto superior de la materia, una función del cerebro humano. Por tanto, es una de las innumerables propiedades de la materia, un derivado de ella, de donde se deduce necesariamente que ésta es lo primario y posee propiedades que no puede tener la conciencia. La materia puede existir sin la conciencia pero ésta no puede existir sin aquella.
Por consiguiente, es simplemente mentira esa separación “metafísica” entre el objeto y el sujeto de la que hablan Kohan y los oportunistas de su misma calaña. En “Materialismo y empiriocriticismo” Lenin afirma que las sensaciones son la unidad de lo objetivo y lo subjetivo: “Una imagen subjetiva del mundo objetivo”. Las cualidades personales de cada hombre dejan su impronta en la percepción de las sensaciones, en las cuales, igual que en la conciencia, siempre está presente el elemento individual y concreto, de modo que cada percepción expresa las propiedades objetivas de los objetos que se encuentran fuera del hombre y fuera de toda sensación, pero asimismo, es siempre un experimento del sujeto. Los objetos de nuestras representaciones difieren de nuestras representaciones, la cosa en sí difiere de la cosa para nosotros, añade. Las sensaciones son subjetivas porque son siempre experimentos del hombre, del sujeto: “No hay otros sentidos que los humanos, es decir, los ‘subjetivos’”, dice textualmente Lenin en “Materialismo y empiriocriticismo” (par. 2/3 y 2/2, pgs. 123 y 115-116). Si prescindimos del carácter subjetivo de la sensación, será una interpretación mecanicista, vulgar de la misma como reflejo especulativo, muerto, de la realidad.
Materia y conciencia, por tanto, forman una unidad dialéctica, lo cual no significa identidad. Como toda unidad de contrarios, la teoría leninista del reflejo no es más que una expresión de la ley dialéctica de la interacción universal. La sensación es el resultado de una reacción, de la interacción del objeto y el sujeto y, por lo tanto, el intelecto jamás reproduce pasivamente el objeto. Como dice Lenin, la reflexión nunca es exacta sino aproximativa, un avance del conocimiento, un movimiento. La dialéctica materialista no supone jamás que el conocimiento sea acabado e inmutable, sino que indaga de qué manera el conocimiento nace de la ignorancia, de qué manera el conocimiento incompleto e inexacto llega a ser más completo y más exacto. Esta es la tesis marxista-leninista del reflejo que Lenin reproduce de su predecesor: Engels. Lo demás son manipulaciones de trileros de baja estofa como Kohan.
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