Los acuerdos con “los contrarios”
Aurelio Suárez Montoya
Se ha vuelto casi dogma en el debate político afirmar que los acuerdos se hacen con “los contrarios” y no con los iguales. Con ello se validan agendas personales, para cuidar ambiguos protagonismos justificados como pragmáticos atrevimientos; se cultivan ingenuidades que, sin ir a lo esencial, confían en las buenas intenciones personales de “los contrarios”; y también se rebusca subsistencia política o supervivencia económica, camuflados en la esperanza que despiertan “los contrarios” cuando reparten la nómina.
Mucho de esto, o mezclas de tales factores, han inspirado a quienes fueron pasajeros de los distintos trenes de convocatoria nacional puestos a rodar en la historia de Colombia. “La Revolución en Marcha” de 1934, que impelía a un nuevo estado luego de 30 años de hegemonía conservadora; el Frente Nacional en 1958 para erradicar la violencia partidista; el Mandato Claro, en 1974, para limpiar los vicios incubados en el bipartidismo; el “Sí se puede”, para alentar la paz y la vivienda; el “Bienvenidos al futuro” para aclimatar concordia y “modernidad”. En esos periodos, excepto algunas concesiones secundarias, que luego se desmontaron, el establecimiento dominante, criollo y extranjero, ha edificado su poderío, que a veces parece irreversible pese a la enorme y creciente iniquidad en la que está cimentado.
Ahora es la “Unidad Nacional”, cuya envoltura, el “buen gobierno”, se presenta como antídoto de ocho años de detestables prácticas uribistas. No es distinto a lo acaecido en el siglo XX, y en el primer decenio del siglo XXI. Los discursos de posesión presidencial, iguales a los escuchados los 7 de agosto cada cuatrienio, se convierten en señuelo para el apaciguamiento y en coartada para felonías.
Dichas enseñanzas no pueden desecharse. Los partidos políticos que de verdad aspiren a establecer nuevos rumbos para la vida nacional; que no se satisfagan con mínimas partes de sus programas a cambio del todo o que no piensen que de a poco se llega hasta el final, o que crean que el país sí tiene arreglo, deben, si no están corrompidos, tomar nota del aprendizaje proverbial de varias generaciones sobre estos acuerdos con “los contrarios”.
Cuando la correlación de fuerzas favorece a “los contrarios”, imponen sus leyes, avanzan en la prórroga del país colonial que han moldeado y utilizan las vacilaciones de los demás como reflectores para iluminar sus vallas. Otra oportunidad es, como también ha sucedido en la historia universal, cuando “los de abajo ya no quieren y los de arriba ya no pueden”; compete entonces a demócratas y patriotas convocar a la salvación de las naciones. No es el caso actual. Por ahora todo espejismo puede implicar un desierto mayor. La labor es elevar la conciencia colectiva y no trastornarla más.
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