"Si los pueblos no logran modificar las leyes del mercado, se seguirá imponiendo el economicismo colonial"
El activista social colombiano Héctor Mondragón analiza la realidad socioeconómica de Latinoamérica
Por Fernando Arellano Ortiz
Mediante acciones políticas, económicas y militares combinadas, el capital transnacional en América Latina va a insistir en el neoliberalismo, con ayuda de las élites locales, por eso no es gratuita la presencia de tropas norteamericanas en bases militares de Colombia, el despliegue de marines en Costa Rica, el golpe de estado en Honduras el año pasado, la legislación antisindical que se acaba de expedir en Panamá, el Plan Mérida en México.
Ello, aunado a los tratados de libre comercio que impulsan los gobiernos de derecha de la región (Chile, Perú, Colombia, México y buena parte de las naciones centroamericanas), demuestra que aún las políticas neoliberales, no obstante su rotundo fracaso y las profundas injusticias sociales que han generado en la región, siguen manteniendo vigencia porque benefician a unos reducidos sectores plutocráticos que no tienen ningún reato de imponerlas incluso por la fuerza.
Esta lectura de la realidad socioeconómica del conjunto de países latinoamericanos es del economista colombiano e investigador social Héctor Mondragón, quien además sostiene que lo más grave en la actual coyuntura mundial es que no es descartable «la posibilidad de que el capital transnacional opte por la guerra como salida de la crisis» del capitalismo.
Economista y activista de movimientos sociales, campesinos e indígenas en Colombia, Mondragón es un intelectual que se ha destacado por sus investigaciones y actividades docentes, así como por sus actitudes de resistencia civil y denuncia de casos de violación de derechos humanos por parte del estado colombiano, lo que le ha valido persecución y estigmatización de gobiernos de ultraderecha como el de Álvaro Uribe Vélez (2002-2010).
Autor de diversas publicaciones y analista de temas económicos y políticos, Mondragón ha dedicado buena parte de su vida al trabajo en distintas comunidades campesinas e indígenas de su país.
Para analizar el devenir social y económico de la región, el Observatorio Sociopolítico Latinoamericano www.cronicon.net lo entrevistó y éstas fueron sus reflexiones:
La continuidad del modelo colonial
– ¿No obstante los avances en programas sociales y reducción de la pobreza en los llamados gobiernos progresistas de algunos países de América Latina, se puede afirmar que quedó enterrada «la triste y larga noche neoliberal», para utilizar una frase recurrente del presidente ecuatoriano Rafael Correa?
– Después de tres décadas de avanzar, a partir del golpe de Pinochet, el neoliberalismo ha sufrido importantes derrotas en América Latina, como resultado de grandes luchas, masivas, en las que participaron millones de personas, en Bolivia, Ecuador y otros países. La crisis económica internacional que comenzó en Estados Unidos a finales del 2007 significó además una refutación de la ideología neoliberal. En los propios Estados Unidos la salvación del sistema llegó de la estatización de bancos, aseguradoras y de por lo menos una gran empresa industrial quebrada. Así estas estatizaciones sean transitorias, nacionalizaciones de pérdidas, demostraron que sin gran intervención económica del Estado no existe capitalismo y que la cuestión radica en si el Estado interviene a favor del gran capital o a favor del pueblo.
Sin embargo nos equivocaríamos si creyéramos que el definitivo descrédito de la ideología neoliberal y que los avances populares en varios países latinoamericanos significan que las políticas neoliberales quedaron sepultadas. La imposición de las recetas monetaristas del FMI y los recortes salariales en Grecia y otros países europeos nos muestran cómo se vuelve a imponer una doctrina equivocada. Paul Krugman ha mostrado cómo Islandia, que por el resultado de años de neoliberalismo sufrió una crisis peor que la griega, se negó a seguir a la letra los dictados del FMI y ha conseguido mejores resultados ahora, pero el problema es político: o el capital transnacional impone sus dictados o los pueblos consiguen defenderse con alternativas diferentes o que al menos tengan en cuenta sus intereses fundamentales.
Lo más grave es de todos modos la posibilidad de que el capital transnacional opte por la guerra como salida de la crisis, como ha hecho otras veces. En la crisis inmediatamente anterior, la guerra en Iraq garantizó el restablecimiento de la tasa de ganancia a niveles muy altos. Las guerras en África han sido utilizadas para saquear minerales como el coltan y los diamantes o el petróleo.
El golpe de estado en Honduras mostró que las transnacionales no renuncian a imponer por la fuerza su política económica. La violencia en México o Colombia, el despliegue de tropas estadounidenses en Costa Rica y el establecimiento de bases militares, el intento de imponer legislaciones antisindicales como en Panamá y la firma y vigencia de tratados de libre comercio que establecen claras normas neoliberales, atando a ellas a los pueblos, demuestran que el capital transnacional va a insistir en el neoliberalismo, con ayuda de élites locales con intereses creados.
– ¿La explotación de recursos naturales (minería, agronegocios, petróleo) como base para financiar las economías de los países latinoamericanos, y en la que las grandes gananciosas son las transnacionales, constituye un obstáculo para superar el modelo neoliberal?
– La explotación masiva de un recurso natural como eje de la economía es un método colonial, anterior al neoliberalismo, al que precedió por varios siglos, ya que estuvo presente desde la génesis del capitalismo. El neoliberalismo ha fortalecido ese método voraz al derogar regulaciones que protegían a la gente o a la naturaleza u oponerse a su establecimiento, al dejar la economía al garete de las «ventajas comparativas» establecidas por el mercado, al privatizar las actividades extractivas y al establecer o restablecer derechos de los inversionistas por sobre los derechos colectivos.
Rechazar el neoliberalismo puede ser un paso para salir de los esquemas coloniales, en la medida en que se acepte la necesidad de regulaciones que subordinen las ganancias de los inversionistas y las determinaciones del mercado a las prioridades determinadas por los derechos colectivos, a las necesidades de la gente y a la protección de la naturaleza.
Sin embargo, la dinámica colonial tiene raíces muy profundas que van mucho más allá del neoliberalismo. El colonialismo está anclado en una mentalidad que considera que el más poderoso económica, política y militarmente puede imponer sus propios intereses como si fueran el «bien común», puede presentar su enriquecimiento como si fuera el «desarrollo» y su cultura como si fuera la «civilización». El colonialismo considera a las comunidades y a los pueblos como si fueran objetos que pueden ser manipulados o destruidos y a la naturaleza como si fuera un simple insumo de sus negocios. Así los pueblos y sus territorios son saqueados, desplazados o aniquilados, grandes migraciones despojan o substituyen las poblaciones; los seres humanos son despersonalizados, desterritorializados, desconectados de sus relaciones sociales propias.
El colonialismo internacional marcó la historia latinoamericana que también ha conocido los colonialismos internos de las élites. Los historiadores han descifrado bien todas las concesiones a banqueros y empresarios que caracterizaron la conquista y colonización de las Américas. El economista e historiador canadiense Harold Innis estudió las relaciones centro-periferia en el propio Canadá y mostró cómo la economía, la cultura y la política canadienses estuvieron marcadas por la explotación y exportación de pieles de animales, pesca, madera, trigo, metales e hidrocarburos, provenientes de la periferia del país y que han fortalecido al centro económico y político, y cómo ese paradigma se reproduce en lo internacional.
Puede construirse una historia diferente si se reconoce como sujetos a los demás, a los ahora débiles, a las comunidades rurales, a los pueblos indígenas. Cada uno tiene sus prioridades, visiones culturales y necesidades y sus relaciones con la naturaleza. El desarrollo de una sociedad mayoritaria o el enriquecimiento de las transnacionales no pueden seguir colonizando y aniquilando a los demás. Pero, si el mercado mundial es el que manda y los pueblos no logran modificar y regular sus estructuras, las «leyes del mercado» fabricadas por el colonialismo seguirán imponiendo el economicismo colonial.
– ¿Está de acuerdo con la tesis del ex ministro ecuatoriano Alberto Acosta en el sentido de que los países de América Latina «son pobres porque son ricos en recursos naturales»?
– «Parecería que somos pobres porque somos ricos en recursos naturales». Pero el problema no está en qué se produce, sino en cómo se produce, como parte de cuáles relaciones sociales y de cuáles interrelaciones económicas y con cuál tratamiento a la naturaleza. De hecho la tierra siempre ha brindado sus recursos a la humanidad y la ha sustentado y varios pueblos la llaman «madre». Los recursos naturales son una gran riqueza. Son las relaciones coloniales las que convirtieron la explotación de los recursos naturales en el camino del empobrecimiento de los colonizados.
Fue la concesión colonial la que convirtió la explotación masiva de recursos naturales en el eje de una economía que enriqueció a los conquistadores y empobreció a los nativos, que «desarrolló» a otros y subdesarrolló a los pueblos latinoamericanos, africanos y asiáticos y que depredó la naturaleza. Es por eso que Acosta mismo propone como alternativa detener el saqueo y regresar al aprovechamiento racional de los recursos naturales indispensables para volver a disfrutar la riqueza que significan.
La importancia de la conciencia y las movilizaciones sociales
– ¿Dada la estructura productiva de las naciones latinoamericanas, es posible superar el esquema de economía extractivista que tantos estragos genera al medio ambiente?
– Es extremadamente difícil, pero es posible e indispensable para el futuro de la humanidad superar tanto el esquema extractivista como otros esquemas coloniales. Las empresas coloniales originales eran extractivistas, buscaban por ejemplo oro, plata o marfil, pero también incluían la producción de bienes de bonanza como fue el caso de las plantaciones de azúcar, el tráfico de mano de obra para las plantaciones, minas y puertos, créditos a los estados y el control del comercio de los productos valiosos, sus puertos y vías de comunicación.
La economía de bonanza fue impuesta por el colonialismo y experiencias terribles como la fiebre del caucho costaron muchas vidas. La misma mentalidad ha sido fomentada por los altos precios de los combustibles o ahora por el alto precio del oro; pero no solamente proyectos extractivistas y megaproyectos repiten la mentalidad colonial, también los auges de ciertas plantaciones o de la maquila son impuestos en determinados territorios y sobre sus pobladores sin que siquiera ellos hayan sido consultados y mucho menos hayan consentido ni se sepa cuál será para ellos el beneficio comparado con el de los inversionistas.
La posibilidad de superar estos esquemas depende en primer lugar de la conciencia, organización y movilización de millones de personas de varios países que puedan integrar finalmente sus economías en forma diferente a la que el mercado mundial determina actualmente y construir tejidos económicos propios interrelacionados, solidarios y orientados hacia el bienestar, hacia el buen vivir como dicen los indígenas.
Formas de acumulación del capital transnacional
– ¿Dentro de esta lógica, América Latina sigue sumida en el propósito del gran capital financiero transnacional de «acumulación por desposesión», como lo define el teórico social británico David Harvey?
– El gran capital transnacional despliega tres formas de acumulación fundamentales. La «acumulación por desposesión» es una de ellas, renueva los métodos colonialistas y significa el despojo de recursos naturales como hidrocarburos, minerales, biodiversidad, tierras y territorios, así como de bienes de los deudores privados y de empresas estatales, de manera que con una mínima inversión las transnacionales se apoderan de altos valores y obtienen máximas utilidades. La población despojada y pauperizada ya no puede vivir para sí y se convierte en una masa de desempleados usada como mano de obra barata en cualquier parte del mundo, de manera que se fortalece la segunda forma de acumulación, la explotación de los trabajadores, que se ha incrementado durante la hegemonía neoliberal por el debilitamiento de los sindicatos y la legislación laboral.
La tercera forma de acumulación, importante en las coyunturas de crisis, es la acumulación por destrucción de los capitales competidores. Dos guerras mundiales sacaron al capitalismo de graves crisis, una de ellas la peor registrada hasta ahora. La destrucción económica de capitales mediante la ruina y las quiebras de los más débiles o su destrucción física mediante las guerras es la peor salida de las crisis capitalistas. Es terrible registrar cómo la destrucción de la industria y la economía en general de la antigua Yugoslavia dinamizó el crecimiento de Europa y Estados Unidos y aumentó la tasa de ganancia. O cuánto sirvió la destrucción y la «reconstrucción» de Iraq al capital transnacional. La guerra permite unir las tres formas de acumulación, la paz nos permite visionar alternativas diferentes.
– ¿Está de acuerdo con que el modelo neoliberal sigue funcionando aunque ya no gira alrededor de las privatizaciones, la apertura económica y las desregulaciones, sino en torno de los bienes comunes?
– Pues lo que veo es que el modelo neoliberal sigue girando en torno a los tratados de libre comercio que imponen aperturas a las importaciones de la producción de las transnacionales y derechos de los inversionistas que significan más desregulaciones, menos derechos colectivos y más privatizaciones. Es lo que seguimos viendo en la mayoría de América Latina. Por ejemplo, acaba de ser liquidada una empresa pública de electricidad en México. Solamente en algunos países latinoamericanos el neoliberalismo ha sufrido derrotas, por grandes luchas populares, pero en cada país la situación es diferente y el neoliberalismo puede seguir teniendo mayor o menor influencia según el caso, y más fuerza tienen siempre los arraigados esquemas económicos coloniales y en todos los casos la economía capitalista sigue dominando.
Ahora, modificar a fondo esa situación no depende sólo del curso de cada economía nacional. Por otra parte, el neoliberalismo siempre ha apuntado contra los bienes comunes, especialmente los esenciales, de hecho Pinochet abrió el paso a la privatización de las aguas en Chile, donde ahora se apunta a la privatización del mismo mar. La ideología neoliberal busca convertir en mercancía cualquier bien común.
El segundo desembarco español
– La celebración del bicentenario de la independencia de América Latina coincide con el segundo desembarco de las multinacionales españolas. ¿Qué implicaciones económicas, políticas y sociales considera usted que tiene la presencia de un representativo porcentaje del capital español en estos países?
– El segundo desembarco se produjo principalmente en los 80 y más en los 90. Las transnacionales españolas se expandieron gracias a la privatización de los servicios de electricidad, teléfonos, agua y salud. Hoy, la presencia de las transnacionales de origen español se ha ampliado, pero hablar de transnacionales específicamente españolas no es tan claro como entonces. Por ejemplo, Endesa, una de las empresas bandera de esa presencia y que compró por entonces la Empresa de Energía de Bogotá, fue comprada por Enel en 2009 y es ahora una empresa italiana. La crisis argentina y latinoamericana a comienzos de esta década golpeó las empresas privatizadas.
La compra de acciones en las bolsas no tiene patria y la British Telecom por medio de su filial estadounidense Infonet se convirtió en la mayor accionista de Telefónica, a la vez que la British Airways dominaba por lo menos el 13% de Iberia. La principal accionista de la petrolera Cepsa es ahora la francesa Total. Los fondos de inversión estadounidenses han ido comprando paquetes accionarios: el Franklin Resources tiene el 5% de Iberdrola; el Brandes, con el 1,4% de BBVA, ha incursionado en Repsol y llegó a ser su principal accionista, aunque ahora apenas diga poseer el 3%. Si se suman las inversiones del Chase Manhattan (5,4%) ligado a la Exxon, con otros inversionistas estadounidenses, la inversiones norteamericanas tienden al control de Repsol, que estuvo a punto de ser dominada por la rusa Lukoil.
Son de todos modos cada vez importantes en Latinoamérica el BBVA y el Banco de Santander; y la presencia de La Caixa sigue siendo fuerte en Repsol, Gas Natural, Unión Fenosa y otras transnacionales. Pero dentro del mismo capital español se destacó el fortalecimiento de los grupos de la construcción ligados a la burbuja inmobiliaria y a las concesiones de carreteras, tales como Sacyr y Abertis, que han irrumpido en América Latina en la construcción de carreteras y otras obras públicas que llegaron a hacerse grandes accionistas de transnacionales de otras ramas económicas como en el caso de Sacyr en Repsol.
Sin embargo, el fin de la burbuja inmobiliaria, la crisis fiscal española y la baja de los precios de las acciones de las petroleras e industrias europeas ha debilitado en los últimos dos años las transnacionales de la construcción española que en 2006 tuvieron su mayor fuerza. También lograron expansión hacia Latinoamérica las transnacionales del periodismo y en particular los grupos Planeta y Prisa, cuya influencia ahora es evidente y tiene un impacto político importante. La fuerte presencia del gran capital español en Colombia es de todos modos inferior a la presencia norteamericana e incluso a la británica, pero puede cobrar mayor influencia en el contexto de la Unión Europea.
En Colombia, la explosión social fue reemplazada por la pasividad
– Hablemos de Colombia. La herencia del gobierno de Álvaro Uribe es por decir lo menos catastrófica: 29 millones de pobres; nueve millones de indigentes, alrededor de tres millones de desempleados; 11 millones de trabajadores en la informalidad… Y para qué continuar. ¿El nuevo gobierno de Juan Manuel Santos podrá revertir esta bomba social si es evidente que continuará profundizando el modelo neoliberal?
– Las explosiones sociales no emanan de la pobreza. Cuando la mayoría de los líderes sociales han sido asesinados y las amenazas de muerte y la persecución mantienen a raya cualquier intento del pueblo llano de organizarse en forma masiva, en tales condiciones, en vez de explosiones sociales, lo que se registra es pasividad, desorientación, abstencionismo pasivo, la depresión política y social paralizan la lucha popular. La mayoría del pueblo, el 55% de los ciudadanos, ni siquiera participa en las elecciones. En los países en que se han registrado cambios y grandes movilizaciones la participación electoral es muy alta.
Incluso una explosión popular espontánea como la del 9 de abril de 1948 siguió a un proyecto electoral de cambio, con Jorge Eliécer Gaitán, que congregó a la mayoría de los colombianos. Una vez aplastada esa explosión desorganizada, llegaron años de retroceso para el pueblo. En el momento actual creo que el control social que consiguió el régimen con el gobierno saliente va a ser aprovechado por el gobierno entrante para tratar de ampliar el consenso social, ya que sabe que fue votado por el 30% de los ciudadanos. Como dijo Maquiavelo: «si la violencia es coerción, el respaldo será consenso o legitimidad». La política neoliberal trata de ganar el consenso con programas asistenciales pero eso tiene límites presupuestales, ya veremos qué pasa en medio de los avatares internacionales de la economía y el crecimiento de las deudas del Estado.
– Usted que ha dedicado buena parte de su vida al trabajo social con comunidades indígenas y campesinas en Colombia, ¿cómo analiza la realidad del sector rural en este país cuando buena parte de las tierras productivas está en manos de la mafia, las compañías transnacionales dedicadas al extractivismo y 32 pueblos aborígenes al borde de su extinción?
– La política agropecuaria seguida en Colombia durante los últimos se concentró en fomentar plantaciones de caña de azúcar y palma aceitera para producir agrocombustibles, mediante normas, subsidios, exenciones y la explotación de los trabajadores con las «cooperativas de trabajo asociado». Esto a su vez ha sido parte de una política general que procura sustituir la producción agropecuaria por grandes inversiones en minería, petróleo y algunos megaproyectos.
Lejos de provocar un auge del agronegocio, esta política ha golpeado fuertemente los cultivos transitorios y se caracterizó también por el aumento de las importaciones de bienes agropecuarios y la extrema concentración de la propiedad privada de la tierra. Un 0,06% de los propietarios, que tienen más de dos mil hectáreas, concentra el 53,5% de la tierra registrada en propiedad individual. Las importaciones agropecuarias aumentaron 30% en los tres años de mayor crecimiento económico y las importaciones de alimentos subieron de 4,4 a 8,2 millones de toneladas; la soberanía alimentaria se ha perdido, mientras que cinco millones de hectáreas de buena calidad para la agricultura siguen desperdiciadas en grandes propiedades.
Los tratados de libre comercio con Estados Unidos, Canadá y la Unión Europea van a empeorar la situación del campo en la medida que imponen garantías para los inversionistas transnacionales a costa de los derechos colectivos y abren los mercados a más importaciones, como las que amenazan a la avicultura y a varios productos agrícolas en el caso del TLC con Estados Unidos y a la leche nacional en el caso del tratado con la Unión Europea.
Recientemente los indígenas han encabezado la resistencia civil contra estas políticas y como uno de los pocos sectores que ha logrado conservar su organización propia y que se moviliza, soporta la represión y una intensa violencia que proviene de paramilitares, guerrillas y agentes del Estado. Sin embargo, los indígenas habían alcanzado ya el reconocimiento de sus derechos fundamentales por la Constitución Nacional y cuentan con el Convenio 169 de la OIT y la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas y gracias a ello la situación no es peor. Recordemos cómo la ley forestal y el estatuto rural fueron declarados inconstitucionales por violar el Convenio 169 de la OIT.
Un viraje profundo exige un cambio de prioridades, que garantice la soberanía alimentaria, respete la diversidad étnica y cultural, fomente la economía campesina, reintegre la tierra a los desplazados por la violencia, redistribuya la propiedad, proteja el ambiente y los ecosistemas y ello depende de una gestión macroeconómica anticíclica que proteja la economía nacional de la volatilidad de las «bonanzas». Un viraje así depende fundamentalmente de que las organizaciones propias del campesinado, los indígenas y afros se fortalezcan y puedan movilizar millones de personas para abrir el paso a estas nuevas alternativas.
Fuente: Cronicón Virtual
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