La imposible reducción de las emisiones de codicia capitalista
Por Alberto Pinzón Sánchez
Lo ocurrido la semana pasada en Copenhague muestra al mundo la encrucijada a la que ha sido llevada la humanidad. La gran crisis económica del capitalismo global se ha entrelazado de manera ominosa con la crisis ambiental planetaria, para retar definitivamente la capacidad de supervivencia de la especie humana. Ya no es como lo grabaron en “la mente y los corazones” de los hombres durante la pasada guerra fría, que el planeta Tierra estaba en riesgo de convertirse en cenizas y por ende la civilización, a causa de una bomba atómica disparada por alguna superpotencia imperial. ¡No!
La imposibilidad en la cumbre de Copenhague de llegar a un acuerdo entre las potencias capitalistas desarrolladas y el resto del mundo para reducir su codicia y avaricia, se debe a que, para lograr el simple y mínimo objetivo de limitar la temperatura ambiental y estabilizar la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera, es indispensable como necesidad histórica que el hombre con su praxis trasforme de raíz la lógica depredadora de la gran industria y la gran agricultura capitalistas, que han roto o desgarrado sin regreso el metabolismo existente entre la sociedad y la naturaleza.
Que abandone total y definitivamente el petróleo como fuente energética única de su aparato industrial y militar, junto con la loca deforestación de las selvas para roturar latifundios, lo cual implicaría revolucionar radicalmente las fuerzas productivas capitalistas actuales (complejo tecnológico, militar, industrial y financiero) junto con las relaciones de producción capitalistas y las guerras de rapiña que lo sustentan.
Este 19 de diciembre del 2009 en Copenhague, ha demostrado al mundo después de 150 años que lo escrito por Karl Marx en el famoso Prólogo a la Contribución a la Crítica de la Economía Política, los fundamentos de su teoría materialista de la historia están más vigentes que nunca: Cito el texto no “oficial” pero sugerente del Prólogo que aparece en la página 279 de la invaluable obra biográfica Karl Marx, escrita en 1918 por su contemporáneo el militante comunista y escritor alemán Franz Mehring, traducida al castellano por el maestro W. Roces y editada en 1932 por la Editorial Cenit de Madrid.
“Al llegar a una determinada fase de su desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad chocan con las condiciones de producción imperantes o, para decirlo en los términos jurídicos equivalentes, con el régimen de propiedad dentro del cual se habían venido desarrollando. De formas propulsoras de las fuerzas productivas, aquellas condiciones se convierten en trabas para las mismas. Y así, se abre una época de revolución social.
Al trasformarse la base económica de la sociedad se viene a tierra, más temprano o más tarde el inmenso edificio levantado sobre ella. En un análisis de estas transformaciones, hay que distinguir los cambios materiales que afectan a las condiciones económicas de la producción y que cabe pulsar en todo momento por los procedimientos de las ciencias naturales, y las formas jurídicas, políticas, religiosas, artísticas o filosóficas, ideológicas en una palabra, en que los hombres cobran conciencia de este conflicto y toman partido en él…
Una formación social no perece nunca hasta que no ha desarrollado íntegramente todas las fuerzas productivas de que es capaz, ni las nuevas etapas del régimen de producción entran en escena hasta que las condiciones materiales para su existencia no han germinado en el seno de la sociedad antigua. Por eso la humanidad no se plantea nunca problemas que no alcanza a resolver, pues bien mirado, lo que ocurre es que esos problemas no brotan en tanto no existen, o a lo menos se están gestando, las condiciones materiales para su solución”…
La cumbre de Copenhague ha lanzado, en medio de una tormenta de nieve, el gran desafío a todos los marxistas y a todos aquellos quienes se dicen sus seguidores, no para que vuelvan “verde” o ecologista el pensamiento de los grandes maestros del proletariado, sino la necesidad de aceptar que el socialismo del futuro, o del siglo XXI como lo caracterizan algunos autores, debe volver a releer los textos clásicos sobre la relación dialéctica entre el hombre y la naturaleza, mediada por el trabajo alienado y explotado, que conduce directamente a sociedades alienadas y agotadas por superar.
Profundizar en la riqueza de las concepciones sobre la naturaleza que el socialismo tiene dentro de sí, como parte de su propio corpus y no como un “diálogo” entre la ecología y el socialismo como si fueran dos praxis ajenas e independientes, y con el fin de entender (de una vez por todas) que el complejo y gigantesco aparato tecnológico y productivo del capitalismo global actual es un aparato más de los tantos aparatos (como el jurídico, militar o ideológico) construido y perfeccionado en el proceso histórico conducido y hegemonizado por la burguesía durante siglos, con el nombre de estado capitalista moderno.
En breve, que el proyecto socialista no es para capturar y “estatizar” mecánicamente estos aparatos, sino para transformarlos en el intento de construir una nueva sociedad, un nuevo modo de producción y un nuevo paradigma de civilización… “Por eso la humanidad no se plantea nunca problemas que no alcanza a resolver, pues bien mirado, lo que ocurre es que esos problemas no brotan en tanto no existen, o a lo menos se están gestando, las condiciones materiales para su solución”…
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