Simón Bolívar y James Monroe
Es común en la historiografía “tradicional” colombiana reducir la contradicción ideológica y política habida (desde siempre) entre Simón Bolívar y el gobierno de los Estados Unidos a una “simple tensión”, con argumentos supuestamente progresistas o liberales y partiendo de algunas cuantas palabras sacadas de su correspondencia personal tales como “albinos, regatones, belicosos, canallas, egoístas, capaces de todo, humillantes, fratricidas”, con las cuales el Libertador se refirió a la política (económica y militar) imperialista del gobierno de los Estados Unidos en su fase de ascenso y expansión sobre la América española, y que fuera sintetizada en toda su amplitud en la famosa proclama de 1823: “América para los (norte) americanos” del quinto presidente de los EEUU, James Monroe.
También es bastante frecuente leer la reducción que se hace del fondo antagónico y esencial de esta contradicción, a tres episodios notorios sucedidos como si hubiesen sido los únicos: 1- El incidente con el gobierno independiente de la Florida; 2- El de las goletas Tigre y Libertad capturadas en el Orinoco mientras contrabandeaban armas para los españoles, seguido del intercambio epistolar con el agente comercial Irving; y 3- El del duelo epistolar con el vicepresidente Santander a raíz de la invitación al Congreso Anfictiónico, que el traidor hiciera (en contra de Bolívar) al gobierno norteamericano.
Lo primero que hay que argumentar en contra de tan difundida versión de verdades a medias, además de lo que se ha dicho arriba sobre la notoria diferencia existente entre el pueblo norteamericano y su gobierno imperialista, y sobre la reducción formal del asunto a los tres incidentes más notorios mencionados, es que la esencia de la contradicción habida entre Simón Bolívar y el gobierno de los Estados Unidos representado por Mr. James Monroe radicó en dos hechos esenciales (uno económico y otro político) que estaban implícitos en el surgimiento y ulterior desarrollo del imperialismo estadounidense: la esclavitud negra y el federalismo provincial.
Estos dos trascendentales acontecimientos que estuvieron en el trasfondo de toda la “coyuntura histórica” de la independencia americana y de sus desarrollos posteriores, fueron palpados y experimentados directamente durante toda su vida por el Libertador. Y fueron los que en últimas le hicieran mirar con más atracción hacia el “modelo” de estado surgido de las revoluciones políticas y económicas que se estaban desarrollando en Francia e Inglaterra, y no en el modelo de estado de la democracia ultraliberal, esclavista y federal de las 13 colonias norteamericanas.
Cualquiera de los documentos más importantes que produjo el Libertador escritos después de cada una de sus experiencias político-militares, tales como la “Memoria dirigida a los ciudadanos de la Nueva Granada” (Cartagena, 15 de diciembre de 1812), redactada después de la toma militar de Caracas por el general Monteverde.
O la famosa “Carta de Jamaica” escrita en Kingston el 6 de septiembre de 1815, después de la toma sangrienta de Caracas por el primer paramilitar español llamado Boves, de la insensata guerra entre centralistas y federalistas en Bogotá y Cartagena, y después de haber comprobado a plenitud cómo la terrible guerra socio-racial de liberación de los 400 mil desnudos esclavos haitianos contra el ejército imperial de Napoleón (a quien derrotaron produciéndole la increíble cantidad de 20 mil soldados invasores franceses muertos) había convertido literalmente en cenizas a Haití, la antigua y rica perla francesa de las Antillas.
También es claro (para quien quiera claridad) no sólo el rechazo permanente mostrado por Simón Bolívar a la esclavitud negra, sino la permanente oposición y lucha a lo largo de toda la guerra anticolonial, al federalismo provinciano de facciones que en nuestros países revistió la forma de “patriecitas oligárquicas”, como el Libertador supo llamarlas y requiere un capitulo aparte.
La experiencia de Simón Bolívar contra la esclavitud negra no es sólo el fenómeno socio-racial y económico que él personalmente palpó en las permanentes fugas y cimarronajes, o en las sangrientas insurrecciones y rebeliones de esclavos tan frecuentes desde el siglo anterior a lo largo y ancho de la Nueva Granada, Venezuela y el Caribe, y que él llamó la “guerra de colores”, sino también tiene profundas raíces vitales:
Por ejemplo, es sabido que a causa de la tuberculosis padecida por su madre, él debió ser amamantado mucho tiempo por la generosa negra esclava Hipólita, a quien llamó “mi verdadera madre”. Que en la estricta y jerarquizada pirámide socio-racial impuesta en sus colonias por el colonialismo español, sus compañeritos de juegos infantiles no fueron niños mantuanos blancos de su clase social sino los hijos de la negra Hipólita y otros niños esclavos negros.
Y cuando, adolescente, viajó de Caracas a la hacienda familiar de San Mateo para residir cinco años y recibir la educación especial de Simón Rodríguez, nunca pudo olvidar las condiciones inhumanas de explotación de los cinco mil esclavos negros de propiedad de esta gran plantación de la familia Bolívar, apilados y encadenados en barracas inmundas.
Fue su genuino y más profundo antiesclavismo el que lo llevó a congeniar y fraternizar con el presidente haitiano Petión, a enfrentarse desde un principio a los esclavistas venezolanos, neogranadinos, peruanos, y sus aliados norteamericanos, y a granjearse su enemistad al decretar en 1816 en las solitarias playas de Ocumare la libertad total de los esclavos. Al implorarla en el Congreso de Angostura el 15 de febrero de 1819 y en el congreso de Cúcuta en 1821.
A decirle sarcásticamente a Santander en 1826, que su proyecto de Constitución para Bolivia sería “visto con horror por los intolerantes amos de esclavos”. Al oponerse a la burla truculenta de los esclavistas y federalistas, contenida en la fórmula de “la libertad de vientres” propuesta por los partidarios del vicepresidente Santander en la Convención de Ocaña de abril de 1828, y que cinco meses después motivó el atentado asesino de los santanderistas contra su vida.
Pero, además, lo que mayor antipatía e ira produjo entre sus adversarios políticos e ideológicos fue su talante jacobino de trasformador social radical (incluso rebasando los límites de su propia clase social), demostrado en los decretos por él expedidos en 1820 en Cúcuta y en 1825 en Chuquisaca (Bolivia) para liberar a los indígenas de la “servidumbre tributaria colonial” y devolverles sus tierras ancestrales usurpadas con la espada.
La contradicción económica, social e ideológica que siempre estuvo dinamizando la lucha de liberación de los países de la Patria Grande contra el colonialismo imperialista de la época fue la lucha del proyecto ilustrado defendido por Simón Bolívar de la libertad, la soberanía popular y democracia directa enfrentado al “modelo de democracia ultraliberal del estado esclavista y federado de las 13 colonias norteamericanas”, defendido a muerte como modelo a ser implementado en nuestros países por el vicepresidente Santander, los esclavistas de Popayán o Cartagena, coaligados con los hacendados gamonales y curas de Cundinamarca, todos ellos sostenidos por el gobierno de los Estados Unidos.
Desafortunadamente, el proyecto transformador ilustrado y jacobino de Simón Bolívar fue derrotado y echado para atrás por los gamonales latifundistas, esclavistas y exportadores de los frutos que producía el trabajo de los esclavos negros y los indígenas tributarios: en Colombia oro, en Venezuela cacao o azúcar, y en la Sierra Andina metales blancos. Con argumentos federalistas y aupados por el gobierno de los Estados Unidos, por ejemplo a partir del Congreso Anfictiónico, lograron desgarrar y hacer jirones la Gran Colombia.
Dos siglos después, cuando la estrategia imperial para continuar la “esclavitud asalariada” y el sometimiento y dominación de los pueblos de la Patria Grande consiste en prolongar su desunión, estimular separaciones federales y urdir guerras entre países hermanos, los pueblos y trabajadores de la Patria Grande han aprendido (incluso con sangre) que lo dicho en su oportunidad por ese primer bolivariano de Nuestra América, el apóstol José Martí: para concluir definitivamente lo que ha quedado inconcluso en la obra de Simón Bolívar, es decir, conseguir la verdadera independencia, la verdadera democracia directa y la soberanía popular en nuestros países, amén de superar la “esclavitud asalariada” (como llamaba Marx al capitalismo), sólo será posible siempre y cuando tengamos claras en todos los momentos de la lucha las enseñanzas teórico-prácticas que el Libertador nos legara en su fecunda vida.
Excelente artículo, Alberto, como todo lo que escribes. Abrazos fraternales, LES
que paseo esclarecedor de la historia real me he dado, muchas gracias y sigamos haciendo conciencia suerte y buena vibra
jorge enrique correa ramirez