Todos comenzamos con Marta Harnecker
Solamente una intelectual orgánica con presencia en las luchas populares sería capaz de comprender los dilemas del movimiento político de forma tan sensible y proponer, una vez más, no fórmulas, sino caminos para la superación de su crisis teórica, programática y orgánica.
Miguel Enrique Stédile
En una entrevista, el entonces vicepresidente boliviano Álvaro García Linera y el diputado español Pablo Iglesias intercambiaban impresiones sobre obras clásicas y sobre la iniciación política de cada uno, cuando el dirigente español sentenció: “todos comenzamos con Marta Harnecker”. La definición no solo es precisa para los exponentes más jóvenes de la izquierda, sino para miles de personas que reivindican el marxismo y el socialismo en las últimas cuatro décadas.
No es exageración afirmar que, probablemente, Marta Harnecker sea la principal difusora del pensamiento de Marx y Lenin en América Latina para sucesivas oleadas de militantes desde la publicación de sus Cuadernos de Educación Popular en los años 70, seguido por Los conceptos elementales del materialismo histórico. Al mismo tiempo, su propia trayectoria militante e intelectual es ilustrativa del recorrido de la izquierda latinoamericana en la segunda mitad del siglo XX.
Nacida en Santiago de Chile en 1937, inició su militancia en la juventud católica, siendo más tarde, profundamente impactada por la Revolución Cubana, como todos sus contemporáneos. Fue guiada por Louis Althusser en Francia y a su regreso a Chile participó activamente en la construcción del gobierno de Salvador Allende, período en el que escribe los Cuadernos de Educación Popular como forma de llevar las discusiones al mayor número de trabajadores urbanos y campesinos.
Con el golpe de Pinochet, se exilia en Cuba, desde donde continúa registrando, discutiendo y elaborando sobre la experiencia cubana, pero también sobre la Revolución Sandinista, la revolución en El Salvador. A partir de la década de 1990, estudiaría además las experiencias de gobiernos locales progresistas en América del Sur que comenzaban, como, por ejemplo, en los primeros mandatos del Partido de los Trabajadores en Brasil y del Frente Amplio en Uruguay, hasta finalmente asesorar y reflexionar sobre el proceso bolivariano en Venezuela.
En los años noventa, después de la caída del Muro de Berlín, una élite académica y eurocéntrica, aprovechando la ola de críticas a la experiencia soviética, criticó y condenó la obra de Harnecker como “mecanicista” y “de manual”. Ahora, precisamente al contrario de esa aristocracia intelectual, Marta era la materialización de la “intelectual orgánica”, profundamente vinculada a los movimientos políticos, a las contradicciones y cuestiones de nuestro tiempo.
Y su obra, no solo tuvo la capacidad de realizar e incorporar la autocrítica del período anterior, como su producción en los años noventa –como ya lo hizo en la década anterior– tuvo la sensibilidad de identificar nuevas prácticas y formulaciones de la izquierda latinoamericana. Tanto es así que su análisis toma en cuenta tanto los campamentos del Movimiento Sin Tierra como las experiencias de poder local en toda América del Sur.
En Desafios da esquerda latino-americana (Expressão Popular, 2019), Harnecker identifica tres factores para la crisis de la izquierda: la crisis teórica, con el abandono del materialismo histórico dialéctico como instrumento de análisis de la realidad; en consecuencia, sin conseguir identificar las contradicciones en el análisis de la realidad, la izquierda no es capaz de entender los cambios en el mundo del trabajo y en la sociedad y, por lo tanto, es incapaz de producir un programa de transformación para este tiempo, esta es la segunda crisis; y, por fin, los instrumentos de lucha social del siglo XX se vuelven incapaces de enfrentar los desafíos de los nuevos tiempos, sea por su rigidez, sea por las dos crisis anteriores citadas.
Su última publicación en portugués Um mundo a construir (Expressão Popular, 2018) es, de cierta forma, una síntesis de las dos últimas décadas de su trabajo. En ella, Marta hace un balance de las experiencias de los gobiernos progresistas en curso en aquel momento en Sudamérica, sin sectarismo ni triunfalismo, atenta a sus avances y contradicciones. Destaca todas las formas de ejercicio popular del poder y enfatiza que no hay proceso transformador sin protagonismo popular. Una vez más, sin construir fórmulas y señalando permanentemente que cada proceso depende de la correlación de fuerzas que existe en cada país.
En la tercera parte de Um mundo a construir, Marta vuelve al tema del nuevo instrumento político, tema también presente en Ideias para a luta (Expressão Popular, 2018). Harnecker retoma el concepto gramsciano de hegemonía, como la capacidad de una clase de transformar su visión de mundo y su interpretación de la realidad en un proyecto universal. La tarea del instrumento político es precisamente la construcción de esta nueva hegemonía.
Por lo tanto, es portador de un proyecto para la sociedad, a partir de su lugar, pero presentándolo al conjunto de esa sociedad. De modo que este instrumento se produce en la lucha – o mejor, en las diversas y diferentes luchas contrahegemónicas – y debe tener capacidad de atraer hacia el proyecto y formar a su alrededor un bloque social, amplio y diverso, cuyo parámetro es justamente este nuevo proyecto de sociedad. Por ello, este instrumento debe ser dirigido de forma colectiva, y no de forma burocrática o como expresión de un pensamiento monolítico.
Por lo tanto, este nuevo proyecto, llevado por el instrumento político, es resultado de una visión de mundo, de una interpretación de la realidad contrahegemónica, pero que se traduce en una plataforma de luchas que sea capaz de alterar la correlación de fuerzas en la sociedad y de construir cambios reales en la vida de las personas. Y, por fin, pero no menos importante, su militancia debe ser hoy una expresión del porvenir que este proyecto representa, como pedagogos populares.
En realidad se trata de una ecuación compleja en la que las nuevas formas organizativas no se construirán –y nunca podrían construirse– a priori, y si como resultado de las luchas de este tiempo que son producidas y producen una plataforma de reivindicaciones reales y concretas, capaces de transformar la realidad y cambiar la correlación de fuerzas, en la medida en que concienticen y atraigan a otras personas y sectores hacia este proyecto. No para exigir lo posible. El proyecto neoliberal afirma que lo posible es microscópico. Al contrario, recordaba y enfatizaba varias veces Marta, la política es el arte de hacer lo imposible.
Solamente una intelectual orgánica con presencia en las luchas populares sería capaz de comprender los dilemas del movimiento político de forma tan sensible y proponer, una vez más, no fórmulas, sino caminos para la superación de su crisis teórica, programática y orgánica. Lo que significa que, aunque nos haya dejado en junio de 2019, aún leemos mucho a Marta Harnecker y muchos aún comenzarán a caminar con su ayuda.
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