¿Revolución o transformación? Ya lo contestó Rosa (y segunda parte)
Solo es la socialdemocracia la que se imagina un proceso democrático para abrir paso a la “transformación” y lo cierto es que la revolución es la única que ha abierto procesos democráticos para derribar el capitalismo.
Borroka garaia da!
Continuación de ¿Revolución o transformación? Ya lo contestó Rosa (primera parte)
Transformación que nos imaginamos los individuos de izquierda en las sociedades actuales está basada en un proceso democrático, horizontal y participativo, y ello no combina bien con lo que fue el fundamento de la revolución socialista clásica: bien pensada y dirigida verticalmente por una vanguardia popular que hacía uso de la violencia revolucionaria. (—) Hoy en día, el concepto de democracia ocupa un protagonismo totalmente impensable hace sólo unas décadas. Se puede matizar o exigir que la democracia sea más profunda, más fuerte; se puede pedir que exista una verdadera democracia…, pero todo gira en torno a este concepto, y todas nuestras reivindicaciones hacen uso de él.
Ya se hablaba en el anterior artículo de la falsedad de adjudicar a la vanguardia revolucionaria el carácter vertical y el uso intrínseco de la violencia. Solo es la socialdemocracia la que se imagina un proceso democrático para abrir paso a la “transformación” y lo cierto es que la revolución es la única que ha abierto procesos democráticos para derribar el capitalismo. No se conoce ningún proceso democrático que haya tumbado al capitalismo, sino una vez tumbado es cuando se inicia tal proceso (que previamente es avanzado en la forma que toma la lucha popular). De ahí las discusiones antiguas entre Kautsky y las y los revolucionarios. Kautsky afirmaba que luchaba por la democracia y Lenin le preguntaba irónicamente: ¿Democracia, pero para quién?. Y es que pese a que la democracia no solo ahora, sino siempre, ha sido un objetivo revolucionario, no es lo mismo la democracia burguesa que la democracia socialista. A la democracia socialista la llamaron “dictadura del proletariado” que básicamente supone una democracia verdadera, pues es la clase trabajadora la que manda y no el capital como ocurre en las democracias burguesas. Luego no existe término abstracto para la democracia, existe democracia para un clase o para otra en función de un Estado. Es por ello que aun en la más democrática de las repúblicas burguesas, no habrá democracia real mientras que el capitalismo no caiga. Por lo que aquí nos encontramos dos visiones distintas de la democracia, la que quiere “democratizar” el capitalismo y la que quiere derrumbar el capitalismo y abrir paso a la democracia real. Ni que decir tiene que el movimiento revolucionario se encuadra en la segunda opción y por lo tanto las experiencias revolucionarias pasadas , presentes (y las futuras) encajan perfectamente con la revolución socialista sea cual sea, ya que es el único proceso que puede tumbar el capitalismo. Cualquier otra opción es solo una forma de adaptarse al capitalismo e intentar buscar su cara amable.
En esta búsqueda de la transformación gradual de la forma de pensar de toda la sociedad, ¿podríamos decir que el término revolución está agotado? Así lo podríamos afirmar si nos atenemos estrictamente al modelo clásico de 1917, pero también son ciertas sus resonancias épicas y simbólicas para la izquierda. Es evidente, por tanto, que la pervivencia real del concepto revolución debería pasar obligatoriamente por una redefinición y adecuación a los tiempos actuales.
Los tiempos actuales son exactamente los mismos en relación al capitalismo y a su forma de trascenderlo. Solo es posible mediante un proceso revolucionario. Solo que una vez más, no existe un molde concreto para hacerlo pese a que la socialdemocracia lleve siglos empeñada en que solo existe uno y que este no es válido. Lo hizo Berstein, incluso antes de la revolución rusa, y se sigue haciendo después pese a que ningún proceso revolucionario haya sido igual. Lo cual nos lleva al intento de pasar de la revolución redefinida en gradualismo es decir en reformismo, que solo sería la aplicación dogmática y mecánica de los cambios sociales, como si la historia fuera producto de un andar continuado por similares escalones, cuando precisamente son los saltos y los puntos de inflexión derivados de la lucha de clases los que cambian la historia y el pensamiento y se refuerzan en una realidad material, no en el terreno de las ideas que se las lleva el viento.
Lo cierto es que todos los movimientos sociales están convencidos de que la problemática que ellos plantean debería tener prioridad en la escena política. Como resulta lógico, el feminismo, el ecologismo, el movimiento euskaltzale, o cualquier otro movimiento, viven con especial intensidad los problemas que afectan a su ámbito de actuación, por lo que tienden a pensar que «se debería hacer más», «dar pasos más decididos» por encima de análisis de coyuntura y acuerdos institucionales o políticos. Ello es así porque el actual pensamiento movimentista de izquierda tiende a sumar problemáticas y reivindicaciones, dado que, ya lo hemos dicho, no podemos ser insensibles a alguna reivindicación. ¿Pero podemos objetivizar de alguna manera esta suma de subjetividades? ¿Podemos pensar en términos de operatividad? Y si fuera posible, una tercera gran pregunta es ¿quién es el encargado de dinamizar o conducir este debate?
No existe contradicción ni escala jerárquica entre las reclamaciones populares. Siempre se pueden encontrar posibilidades de hacer más y dar más pasos decididos. Es el institucionalismo socialdemócrata el que tiene problemas con ello debido a que se cree el centro de operaciones vertical que debe gestionar, recortar o limitar a los movimientos populares gracias al poder que le da el Estado, casi siempre en función no de una supuesta incompatibilidad entre demandas sociales ni mucho menos de un análisis de coyuntura sino en la mayor parte de las ocasiones debido a intereses partidiarios, electorales y de clase que no concuerda con las demandas. Por ejemplo, si en Iruñea se llegó a mentir de cara desalojar un gaztetxe lo fue para contentar a Geroa Bai debido a una estrategia partidaria que en lineas globales busca el acuerdo con el PNV. Si por ejemplo no se hacen caso a las líneas maestras sindicales no lo es porque “pidan mucho” sino porque el interés de clase de la pequeña y mediana burguesía siempre tiende a ser mucho más fáctico en apartados clave en la socialdemocracia institucional. Colocar el institucionalismo en centralidad lleva a eso, que se entiende el cambio desde una perspectiva institucional (con todos los límites sistémicos que esto trae) y por lo tanto el movimiento popular se ve como una amenaza que debe ser domesticada y puesta al servicio de los votos. Sin embargo para el movimiento revolucionario no está el movimiento popular por un lado y lo institucional por el otro, sino que deben tener una misma perspectiva, de ahí que el trabajo institucional quedaría en dependencia total del movimiento real y no al revés, que es la opción socialdemócrata. Por lo que casi siempre nos encontraríamos con dos análisis de coyuntura diferenciados siendo el institucionalismo el que se arroga la capacidad de centralizarlos en su beneficio particular, por lo que la salida fácil que queda es la de tachar de analfabetos políticos, extremistas e ignorantes “que piden mucho” al movimiento popular.
No es de extrañar que cuando el movimiento revolucionario está fuerte, el popular también lo suele estar, y en cambio cuando el socialdemócrata institucionalista entra fuerte en escena el movimiento popular se desinfla.
En lineas generales se podría decir que el texto ¿Revolución o transformación? enlaza con la petición histórica del reformismo clásico y de cara a Euskal Herria pretende dar fuerza a la izquierda “posmoderna” y para ello es necesario poner en cuestión la experiencia revolucionaria, lo cual en principio no está mal, claro que en este caso se pone en cuestión no para enriquecerla sino para dar alas al proyecto socialdemócrata. De ahí que las organizaciones revolucionarias de vanguardia “no sean necesarias” (el partido centralista socialdemócrata ya se encarga de vectorizar), el pacifismo dogmático se imponga frente la ética revolucionaria que legitima a todos los métodos de lucha en función del contexto pero no cree en vías permanentes ni en un sentido ni en otro, y frente a las demandas del movimiento popular el institucionalismo sea el órgano rector. Gradualismo e idealismo como supuesta superación del materialismo histórico y la revolución con clases sociales diluidas en el ciudadanismo. Pues bien, quizás el problema sea que los objetivo son diferentes.Amoldarse al capitalismo para hacerlo decente o superarlo mediante un proceso revolucionario.
Cuando en los años 60 (y mientras nadie diga lo contrario sigue siendo así) la organización revolucionaria Euskadi Ta Askatasuna toma como objetivo la revolución socialista, y no lo toma como una moda ni como consecuencia de que las condiciones estaban dadas para hacerla al día siguiente sino como un marco dado para transcender el capitalismo en Euskal Herria mediante el Estado socialista independiente. Con este paradigma ETA no se puso así misma como la única responsable de hacer la revolución socialista, ni tampoco mediante su accionar armado, que respondería a variables paralelas de puntos intermedios, sino que esa labor estaba reservada a la clase trabajadora vasca y no a ninguna organización por muy grande que sea. Puede que haya gente que en ese camino lo haya olvidado, o nunca tuvo tales objetivos y les satisfaga los intermedios. Están en su derecho, pero más que deslegitimar a la revolución socialista (única vía probada para dejar atrás el capitalismo) deberían aplaudir a las otras vías que lo han conseguido. Claro que no hay ninguna. Con lo que todo indica que en realidad es el propio socialismo lo que se está cuestionando. Y eso en principio tampoco está mal (no existe un socialismo, sino cómo se aplica), el tema es que el socialismo no es socialdemocracia, y si el socialismo no está en sus mejores momentos a nivel mundial no significa que la socialdemocracia o el reformismo sea la alternativa. Sino que es un proyecto diferente.
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