Las espadas sobre Colombia
Rómpase la tregua decretada por las FARC o no, las mayorías democráticas y el pueblo trabajador colombiano, sabedores de que la guerra anticomunista que se desarrolla en Colombia desde hace 70 años no tiene solución militar, debemos seguir insistiendo hasta el infinito en la solución política.
Alberto Pinzón Sánchez
Todos los colombianos sabemos de la cerril oposición de Uribe Vélez y sus seguidores al proceso de paz que se desarrolla en La Habana, y casi todos nos preguntamos el por qué. Varias respuestas han sido dadas.
La más creíble es la que, en el marco de la lucha de clases que se libra encarnizadamente en Colombia, ubica también una contradicción “horizontal” o interna por la hegemonía en la conducción del aparato estatal entre dos fracciones de las clases que conforman el bloque oligárquico dominante, instigada a su vez desde los EEUU por los intereses de los dos partidos enfrentados allá: los republicanos que atizan a Uribe, mientras los demócratas azuzan a Santos.
La guerra sucia de baja intensidad o contrainsurgente anticomunista que se libra actualmente en Colombia, llamada por los santistas “conflicto interno” y por los uribistas “amenaza narcoterrorista”, que de ninguna manera es una cuestión de nombre, sino de profundas e históricas connotaciones político-económicas sobre la continuidad o no del modelo oligárquico de desarrollo neoliberal de Estado colombiano vigente desde hace 40 años, finalmente ha llegado de manera seria a las alturas oligárquicas donde se debate si es el momento de concluirla o no.
Decisión trascendental para el pueblo trabajador colombiano, que está sometida a su vez a dos premisas geoestratégicas: una, la de los demócratas gobernantes en los EEUU, quienes consideran que para enfrentar en mejor posición los retos que demanda la crisis de decadencia del Imperio y la amenaza de la “multipolaridad” del sistema capitalista del imperialismo global es necesario hacerse fuerte en su patio trasero, para lo cual urge resolver los dos conflictos heredados de la guerra fría pasada: el bloqueo a Cuba y la guerra sucia de baja intensidad en Colombia, para concentrarse en el proceso venezolano que sí constituye en la actualidad un peligro tanto político (bolivarismo) como un riesgo económico (oferta abundante de petróleo para el mercado mundial y petróleo para Cuba).
Y otra, la visión enfrentada de los republicanos, quienes, desde la Cámara de Representantes donde dominan, consideran por el contrario que el bloqueo a Cuba, la guerra anticomunista en Colombia y la suculenta Venezuela no las puede soltar el águila imperial, para no dar muestras de debilidad ante las potencias emergentes retadoras y para no defraudar a los demás países clientes y mafias electorales de Miami que confían en la invencible potencia militar del “tío Sam”. Estas visiones geoestratégicas enfrentadas actualmente cursan en los procesos políticos de los EEUU.
Así pues que el proceso de paz de La Habana entre el Estado colombiano y las FARC con el fin de finalizar el aspecto armado del conflicto social (al cual se pretenden sumar el ELN y los restos del EPL) está cruzado por cuatro espadas:
1- La contradicción de la política geoestratégica entre demócratas y republicanos en el seno de la clase dirigente en EEUU.
2- La contradicción histórica indisoluble que ha atado, y actualmente ata aun más, los destinos antiimperialistas y patrióticos de Colombia con los de Venezuela.
3- La contradicción no del todo resuelta entre las dos fracciones santistas y uribistas de la clase oligárquica dominante en Colombia.
4- La contradicción política que surge de la confrontación militar en Colombia, es decir: la llamada “correlación de fuerzas” en el territorio patrio, que es lo que se ha estado tratando de resolver con la finalización del conflicto y que posiblemente la clase dominante no ha sabido interpretar, cuando las FARC (con una excelente disposición humanitaria) ha decretado una “tregua militar indefinida”, interpretada por los dominantes y sus militares gringófilos, quienes saben de sobra que el conflicto colombiano no tiene solución militar sino política pero insisten en presentar a la galería pública una derrota militar “inminente” de la insurgencia colombiana, y por eso, la triste y desapacible noticia de que la tregua indefinida de las FARC está siendo derrotada o se puede acabar por los continuos ataques militares, cercos de aniquilamiento y provocaciones armadas continuas que las tropas del ministro Pinzón (quien actúa de acuerdo con su jefe Santos) desarrollan todos los días.
Santos, enfrascado en la manzanilla electorera, la cual cree es lo fundamental para finiquitar el pleito con su rival Uribe Vélez, y obnubilado con la neblina mental (malintencionada) que le trasmite diariamente en los datos militares su ministro Pinzón, no se ha dado cuenta, todavía, que el fondo de la táctica política de Uribe Vélez consiste en igualarlo en el descrédito con Pastrana con el “ni- ni”: Ni derrotó a las FARC, ni logró finalizar el conflicto, sin importar un bledo lo que siga: después Dios dirá, parece ser el palio de la cruzada uribista.
De ahí sus virajes sobre lo acordado en La Habana, excluyendo la participación popular y centrando toda en conciliábulos oligárquicos manipulables:
a) No se necesita refrendación a lo pactado en La Habana, todo es cuestión de arreglar un renglón en el preámbulo del acuerdo de los cinco puntos (Luis Carlos Restrepo, Hernando Gómez Buendía).
b) Hemos recapacitado y ya no vemos la necesidad de hacer una Constituyente, es mejor un “congresito” (Uribe Vélez).
c) La “corraleja” de las fuerzas guerrilleras, apostillada con esta frase del asesor militar de Uribe Vélez Alfredo Rangel y que debe quedar grabada en piedra: “Los crímenes de la guerrilla desaparecen cuando se concentre”.
Rómpase la tregua indefinida decretada por las FARC o continúe, las mayorías progresistas democráticas y el pueblo trabajador colombiano, sabedores de que la guerra sucia de baja intensidad o contrainsurgente anticomunista que se desarrolla en Colombia desde hace 70 años, con la resistencia armada popular que esta ha generado, no tienen solución militar sino política, debemos seguir insistiendo hasta el infinito en la solución política del mismo, sin importar los avatares o circunstancias o imponderables que surjan en el desarrollo de las cuatro contradicciones antes enumeradas.
Nada ni nadie nos debe hacer cambiar de rumbo estratégico. Esa será la contribución del pueblo trabajador colombiano a la historia continental de “Nuestramérica”, laque se está escribiendo con tanto sudor y sangre desde aquella oscura noche cuando don Cristobalito Colón con un gorro rojo llegó a Guanahaní en tres carabelas hablando idioma ladino, y el Patriarca de García Márquez, confundido y azorado, lo vio desde su balcón presidencial.
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