El tratado de no agresión germano-soviético
El tratado de no agresión germano soviético, condenado por la historiografía oficial capitalista y por algunos sectores de la izquierda, como una connivencia con la Alemania nazi para repartirse Polonia, fue un último intento del gobierno soviético por mantener la paz en Europa y ganar tiempo en la preparación contra la máquina de guerra germana. Fue un verdadero acierto estratégico de la URSS que le hizo afrontar el ulterior ataque alemán en una situación mas ventajosa.
El tratado se firmó después del fracaso de las conversaciones de Moscú, durante la primavera de 1939, entre los representantes de la URSS, Inglaterra y Francia con el fin de conseguir un tratado de ayuda mutua y de seguridad colectiva en Europa (el tratado fue presentado por la URSS).
Durante las conversaciones fue quedando claro el escaso interés de Francia e Inglaterra de tomar medidas concretas junto a la URSS contra la posibilidad cierta de una agresión germana. Además, paralelamente a éstas conversaciones de Moscú, el gobierno británico mantenía contactos con Alemania en Londres para establecer delimitación de esferas de influencia.
Esto unido al precedente del Pacto de Munich por el que Alemania, Polonia y Hungría se repartían Checoslovaquia, con el consentimiento de Inglaterra y Francia, llevó a la diplomacia soviética a convencerse de que éstas no tenían ningún interés en formar una coalición antihitleriana con la Unión Soviética, sino incluso, que sus «amigos» occidentales persuadirían a Alemania a agredir a la URSS. La experiencia de la falta de apoyo de las «democracias» europeas a la república española con la neutralidad que significó un apoyo tácito a la intervención del Eje en España (sólo apoyada por la URSS y las Brigadas Internacionales), fue un argumento más que llevó al gobierno soviético a intentar parar la agresión alemana firmando el tratado con este país.
La Gran Enciclopedia Soviética dice al respecto:
«La posición de las potencias occidentales predeterminó el fracaso de las conversaciones de Moscú y puso a la Unión Soviética frente a la alternativa de quedarse aislada frente a la amenaza directa de la Alemania fascista o, tras agotar todas las posibilidades de alcanzar una alianza con Francia y Gran Bretaña, firmar un acuerdo de no agresión con Alemania y alejar así la amenaza de guerra».
De esta manera se intentó evitar la guerra con los países del Pacto Antikomintern, cuando la URSS se encontraba aislada sin ningún aliado en la escena internacional, así como no desaprovechar la ocasión que se presentó de recuperar los territorios arrebatados a la Rusia Soviética en Ucrania y Bielorrusia occidentales en 1919 por el tratado de Brest Litovsk.
El tratado de no agresión extendía el poder soviético a parte de Polonia, ayudando a las minorías nacionales de la parte este de Polonia a obtener su liberación, los países Bálticos y la Besarabia, a cambio de entregar a Alemania media Polonia, lo que significó sustituir el reaccionario y medio fascista gobierno polaco, por el de la Alemania nacionalsocialista.
Pero el tratado se concebía desde un principio como una medida estratégica que, avanzando las fronteras de la URSS cientos de Km hacia el Oeste, hacía retroceder las bases de las que partirían contra el país soviético los ejércitos del Eje en el momento del inicio del ataque fascista en caso de producirse.
Los estrategas del Kremlin sabían de las intenciones de Berlín gracias a los informes del agente soviético en territorio enemigo Richard Sorge, que ya informó en su momento de los planes de crear el Pacto Antikomintern, suscrito en 1936 por Alemania y Japón, así como más tarde advirtió de que Japón no tenía intenciones de atacar la URSS en Extremo Oriente, lo que permitió a Moscú trasladar divisiones de Siberia al frente occidental y reforzar las defensas de la capital soviética.
Los críticos oportunistas al tratado, que argumentan que facilitó los planes alemanes de invadir Bélgica, Holanda y Francia, no parecen querer comprender que a Alemania le era suficiente para conquistar Francia contar con la disposición del propio gobierno francés para claudicar ante el fascismo y entregar sin resistencia Francia a la Alemania nazi.
Igualmente esa izquierda oportunista ha utilizado el argumento de que con el tratado el gobierno soviético desorientó al movimiento comunista europeo y sustituyó su apoyo por el de la diplomacia de los tratados para evitar el ataque a la Unión Soviética.
Tales críticas irresponsables carecen de fundamento al quedar evidente que tras la derrota de la revolución alemana de 1919 y la de la república soviética húngara, el movimiento obrero era incapaz por sí solo de evitar el ataque militar a la URSS. Ya fue incapaz de hacer vencer la revolución española incluso con el apoyo soviético. La realidad del estancamiento de la lucha de clases y del aislamiento de la URSS dejó a ese país solo ante el avance del fascismo. Pretender en estas condiciones que la defensa de la URSS se deje en manos de un movimiento obrero en retroceso o derrotado es una falta de visión de la realidad o un ataque consciente a la supervivencia del país de los soviets.
La izquierda oportunista y pequeñoburguesa, junto a los lobos capitalistas, hablaron de «reparto de Polonia», en vez de ampliación del poder soviético hasta Varsovia y se convirtieron en defensores del régimen heredero del criminal Pilsudsky (asesino de miles de prisioneros soviéticos capturados en 1919), en vez de aplaudir la ampliación soviética hacia el Oeste.
Con la firma del tratado, Stalin y los estrategas soviéticos alejaron 300 Km de Moscú el lugar desde el que las divisiones de la Wehrmacht se lanzaron para conquistar la capital soviética. Esa distancia y el tiempo ganado resultaron cruciales para salvar la Unión Soviética que, en sólo cuatro años más, consiguió derrotar totalmente a la Alemania nazi y expropiar a la burguesía en media Europa.
Mucha tinta se gastó criticando a Stalin por «encerrar» el socialismo en la aislada URSS, pero gracias a su acierto en el análisis de la realidad internacional y de la situación de la lucha de clases, consiguió extender el poder soviético hasta allí donde anteriormente había fracasado. Y ésta vez el ejército soviético ya no fue derrotado a las puertas de Varsovia como en 1919, sino que llegó hasta Berlín, aniquilando la máquina fascista, en la más grande victoria miliar de todos los tiempos.
Fuente: Civilización Socialista
Comentarios recientes