La infamia de morir en prisión
Homenaje al militante comunista Francisco Luis Correa Gallego
Liliany Obando
Siempre he pensado que no hay nada más triste e indignante que morir en soledad y enfermo en una cárcel. Por eso, no pude contener las lágrimas cuando al leer un artículo sobre el tema carcelario me enteré que mi amigo y camarada Francisco Luis Correa Gallego había muerto el pasado 10 de mayo como consecuencia de una enfermedad que adquirió en prisión y que como en muchos otros casos fue inadecuadamente tratada.
Francisco era uno de los miles de prisioneros políticos que con estoicismo mantienen sus principios y moral revolucionaria y que también con expectativa esperaba recuperar la libertad a través de una Ley de Amnistía e Indulto, que debe resultar del actual proceso de paz entre el gobierno Santos y las FARC.
Desde su detención hace unos cuatro años atrás, había sido trasladado de un establecimiento penitenciario a otro. Estuvo en las cárceles de Garzón, Huila; Rivera, en Neiva, Cunduy en Florencia y la Cárcel Modelo de Bogotá era la última de ellas. Este año cumpliría 69 años y por eso se encontraba en el Patio de Tercera Edad en esa prisión.
De larga data, se había vinculado a la lucha revolucionaria a la que no renunciaría hasta el final de sus días. Se unió a las filas del Partido Comunista Colombiano en la cabecera del municipio de Milán, Caquetá.
Comprometido con la paz, en su momento, apoyó el proceso de diálogos de La Uribe, de cuyo seno nació el Movimiento Político Unión Patriótica (UP). Y fue concejal por la Unión Patriótica, en sus primeros años de existencia. Con emoción narraba cómo en el proceso de proselitismo de la entonces naciente UP, recorrió veredas y caseríos por el Caquetá incluso junto al hoy negociador de las FARC en La Habana, Iván Márquez, quien entonces fuera destacado por esa organización insurgente para hacer política por la vía legal. En 1988 fue promovido para ocupar un cargo en la primera alcaldía popular de la UP en el municipio de La Montañita en el Caquetá.
Francisco, quien sobrevivió en su región de origen al paramilitarismo que pretendía cobrarle su militancia comunista, no logró en cambio hacerlo a los barrotes que impone el Estado a quienes se atreven a desafiar su poder.
La cárcel es un escenario de prueba al temple revolucionario y Francisco no fue inferior a ese reto. En un par de cartas, una que me dirigió a mí y que preservo con especial cariño, y en otra dirigida a un escenario político, expresa abiertamente su profundo orgullo de ser comunista. “…No puedo olvidar a los compañeros Manuel Cepeda Vargas, José Antequera, Jaime Pardo Leal, Bernardo Jaramillo Ossa, Henry Millán Gonzáles, quienes me hicieron un discípulo de la revolución política y me vincularon a hacer parte de ese ejército explotado por el capitalismo”.
Los reconocimientos y homenajes merecidos a nuestros (as) compañeros de lucha es mejor hacerlos en vida, no obstante, dada la dureza de las condiciones en las que asumimos la militancia en nuestro país, nos topamos muy frecuentemente con hechos fatídicos como éste.
No me lo esperaba, Francisco. Me quedé con el paquete listo en el que había incluido el libro Fidel y La Religión, la Constitución Política, las últimas ediciones de VOZ y el resaltador que me pediste que te llevara en nuestro próximo encuentro. Lo siguiente sería darte el abrazo de bienvenida a la libertad tras la amnistía. Ya no fue posible y no imaginas cómo duele…
Ahora, Francisco, con mi corazón lloviendo por tu ausencia, sólo puedo rendirte tributo sumándome a tus sueños, recogiendo tus banderas y compromiso revolucionario. Compromiso que dejaste plasmado también con tu puño y letra:
“Compañeros: yo exhorto a todos los que están afuera y a los que estamos privados de la libertad a continuar luchando por construir la Colombia que queremos, en paz y con justicia social”.
Hasta siempre, querido Francisco, ¡ya eres de los imprescindibles!
A su familia nuestras más sentidas condolencias.
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