Ahora, la integración regional en la mira de Washington
Un ataque cerrado contra expresiones de integración regional contrahegemónicas, como los Brics, Mercosur, Unasur y Celac, indicaría el deseo de Washington de recuperar el control de las economías latinoamericanas. Hacia ese objetivo apuntan los cambios políticos en Argentina y Brasil
Alberto Acevedo
En lo que pudiera suponerse un plan cuidadosamente preparado, la casi totalidad de organismos de integración regional, que de alguna manera expresan la voluntad de los pueblos de construir su destino soberano sin la tutela del Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial, han comenzado a ser blanco de diversos ataques.
En la primera semana de mayo, el vicepresidente de los Estados Unidos, Joe Biden, organizó una cumbre de seguridad energética para países de Centroamérica y el Caribe, excluyendo a Venezuela, en donde instó a los países participantes a retirarse de Petrocaribe, alegando el inminente colapso de este programa, e iniciar una transición hacia “energías limpias”, especialmente hacia el gas natural, del que las empresas norteamericanas tienen importantes excedentes, gracias al método de extracción por fractura hidráulica, o fracking, que tanta indignación ha producido entre ambientalistas.
Recuérdese que Petrocaribe, fundada en 2005 por el presidente Hugo Chávez, fue un acuerdo que ayudó de manera sustancial a las naciones integrantes, que recibieron petróleo con un financiamiento entre el 40 y el 60 por ciento, con tasas de interés entre el uno y el dos por ciento, a un plazo de hasta 25 años. Con los programas sociales que contribuyó a financiar esta ayuda, se salvaron no pocas vidas humanas en la región centroamericana. Solo en el caso de Haití, la ayuda de Venezuela representó alrededor del 20 por ciento del PIB de esa nación.
Sin Mercosur
Recientemente, el ministro de Economía de Argentina, Alfonso Prat, declaró que los cambios políticos en Brasil son “una buena oportunidad para refundar el Mercosur”. El presidente interino de Brasil, Michel Temer, casi en forma simultánea, expresaba su interés de suscribir nuevos acuerdos económicos con los Estados Unidos y la Unión Europea, que podrían concluir en tratados de libre comercio, “con o sin la anuencia de Mercosur”.
Con la llegada al poder de gobiernos como el de Luis Inacio Lula da Silva, Néstor Kirchner y Hugo Chávez, en 2002 se frustró el proyecto de los Estados Unidos de establecer un área de libre comercio para las Américas a través del ALCA. En cambio se fortaleció Mercosur, con la creación del Consejo Sudamericano de Defensa y el Banco del Sur.
Nunca como en esos años, los Estados Unidos estuvieron tan aislados en el continente. Junto a instrumentos como Unasur y la Celac, la prioridad de los países de esta parte del planeta comenzó a ser la integración regional, sin los TLC ni las imposiciones de la banca internacional.
Saldando deudas con el amo
Para los nuevos gobernantes del Cono Sur, refundar puede significar abrir los espacios económicos a los TLC, al libre mercado neoliberal, a bajarle el perfil al Mercosur y en cambio fortalecer la Alianza para el Pacifico del señor Juan Manuel Santos. El titular de la cartera de Economía de Brasil ya insinúa la revisión de toda la política con los Estados Unidos y la entrega de petróleo brasileño a las empresas transnacionales.
Sobra advertir, que siendo Argentina y Brasil, pilares de la iniciativa del Mercosur, revertir ese proceso significa endurecer el cerco a Venezuela, Bolivia y Ecuador, y acelerar, quizá, el fin del ciclo de los gobiernos progresistas en la región, idea que acaricia la diplomacia norteamericana.
Después de deshacerse de Dilma Rousseff y de Cristina Fernández de Kirchner, Washington ha conseguido que el gobierno de Macri se disponga a pagar a los denominados fondos buitre la totalidad de los bonos que estos habían comprado a precio de huevo y ahora se cancelan con una suma astronómica, que los jueces argentinos calificaron como deuda ilegítima e ilegal.
Esta estrategia, además, se dirige a golpear a los Brics, grupo de integración económica del que hacen parte China, Rusia e India, entre otras naciones emergentes. No hay que hacer mayores esfuerzos para mostrar que se quiere golpear las económicas china y rusa, aislar a América Latina de su influencia, y de paso hacer todos los esfuerzos para que Venezuela regrese al control de la burguesía de ese país.
Detener la mano del agresor
Si cabe alguna duda de los propósitos de la Casa Blanca en esta dirección, veamos lo que pasó a mediados del pasado mes de abril en la cumbre de países productores de petróleo, agrupados en la OPEP, reunida en Doha, Catar.
Para el día 17, vísperas de la cumbre, estaba prácticamente listo un acuerdo de congelamiento de la producción petrolera, poniendo fin a una sobreoferta que hundió los precios del petróleo y precipitó una crisis financiera a escala global. Sería además la primera vez, en quince años, que se alcanzaba un acuerdo entre Rusia y la OPEP en esta materia.
Pero unas horas antes, Arabia Saudita, aliado incondicional de los Estados Unidos en el Oriente Medio, argumentó que si Irán no firma, no hay acuerdo. Todo el mundo supo que al fracasar la reunión, Arabia Saudita sacrificó su propio presupuesto nacional, para frustrar una medida que iba a beneficiar de manera particular las economías de Venezuela, Rusia e Irán, atendiendo a una estratagema de Washington.
Estados Unidos nunca renunció a la idea de recuperar su influencia en América Latina, convertir la región en un área de libre comercio y provocar el desmadre de los procesos de integración regionales, patrióticos y soberanos. Habrá que esperar si los pueblos se ponen en acción y frustran esta ofensiva neocolonial o permanecen impávidos ante el invasor.
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