Cuba: Dudas y certezas de una visita
El presidente cubano ha propuesto al Gobierno de los Estados Unidos una convivencia civilizada que acepte y respete las diferencias
Enrique Ubieta Gómez
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Que alguien nos lo recuerde, por favor. Han pasado 57 años y yo acababa de nacer. El Presidente Obama no había nacido. ¿Cuál fue el punto de ruptura de Cuba y los Estados Unidos? ¿Por qué, apenas un año después de iniciada la Revolución, en diciembre de 1960, el Gobierno estadounidense suprimía la cuota azucarera que cada año reservaba al principal producto cubano de exportación? ¿Acaso porque se violaban los derechos humanos? No lo creo. La Revolución había derribado una dictadura que los violaba impunemente, que asesinaba a los jóvenes en las calles. Aquel ejército asesino y corrupto combatía a los insurgentes en las montañas orientales, con armas estadounidenses.
¿Por qué, si no habían roto con Batista, rompían con el recién estrenado gobierno revolucionario? Ah, la doctrina imperial de seguridad nacional: el país no termina donde termina, se extiende hasta las torres de petróleo del Medio Oriente o de Venezuela, hasta cualquier lugar donde operen o pretendan operar las transnacionales. Se le impuso el bloqueo económico, comercial y financiero a una semicolonia que se insubordinaba; algo que, ciertamente, afectaba sus intereses económicos transnacionales.
Nuestro Presidente ha propuesto al Gobierno de los Estados Unidos una convivencia civilizada que acepte y respete las diferencias. Pero cuando el Presidente Obama habla de que el bloqueo no produjo los resultados esperados y que ha decidido por ello cambiar de estrategia (no de fin), dudo. ¿Será posible? ¿Querrán, de verdad, ellos? ¿No será que el multipartidismo que exigen y el desarrollo de la propiedad privada que desean se asocia no a la Carta de los Derechos Humanos, sino al Decálogo de una soñada Reconquista económica y política?
Creo que la visita de Obama es un paso positivo. Es un hombre carismático. Con su sonrisa y su inteligencia natural, conquista corazones. Nosotros, quiero decir, los cubanos de las últimas décadas, conocimos a otro tipo de líder. El candidato a un cargo político en aquella sociedad debe ser un producto apetecible para el potencial consumidor: debe saber reír con los humoristas de turno, y si es posible, hasta bailar. Los electores-consumidores lo tendrán en cuenta —se supone— si es simpático y parece seguro de sí. Su programa de gobierno recogerá dos o tres tópicos de gran demanda para el sector que representa y mantendrá el orden establecido.
Yo agradezco que venga, y que intente capturar mis sentimientos. Pero los cubanos hemos estudiado, y eso sirve de algo: las medidas que ha tomado para desestructurar el bloqueo, en lo posible, eluden la colaboración con el Estado, que es por cierto quien asegura la salud y la educación gratuita de todos los cubanos, y la seguridad social de niños, ancianos y desvalidos.
Su propósito, insiste en ello, es estimular el éxito de los llamados “emprendedores”, los pequeños y medianos propietarios. Cree que ellos abrirán el camino hacia el capitalismo cubano. El capitalismo cubano, desde luego, no sería muy cubano. Y aquí está la bola escondida; porque si las transnacionales regresan y se apoderan del país como antes, los pequeños y medianos propietarios serían barridos. Resulta que, paradójicamente, los cuentapropistas cubanos serán exitosos mientras vivan en una sociedad socialista.
A pesar de estas cavilaciones incómodas, me sentí satisfecho cuando dijo: “el destino de Cuba no va a ser decidido ni por Estados Unidos ni por otra nación, el futuro de Cuba —es soberana y tiene todo el derecho de tener el orgullo que tiene— será decidido por los cubanos y por nadie más”.
¿Entenderá lo que para nosotros significa, en términos de soberanía nacional, que ocupen ilegalmente por más de cien años parte de nuestro territorio en Guantánamo?
Si la idea es que nuestros pueblos se encuentren y compartan con libertad sus criterios, aceptamos el reto. Nosotros también tenemos cosas que aportar y criterios que defender; no es gratuito el interés mutuo por desarrollar investigaciones médicas conjuntas, y por colaborar en el control de epidemias que afectan por igual a todos los pueblos del mundo, como las del cólera en Haití, el ébola en África o el zika, más recientemente. Entonces, no entiendo por qué Obama, si elogia la actitud de Cuba en África, mantiene el programa que estimula la deserción de los médicos y enfermeros que colaboran en otras naciones.
La lógica de la convivencia civilizada conduce a la eliminación incondicional del bloqueo. Y descarta frases como esta: “hay mayor interés en el Congreso para eliminar el embargo. Como dije anteriormente, la rapidez con que ello suceda, en parte va a depender de que podamos solventar ciertas diferencias sobre asuntos relacionados con derechos humanos”. La no aceptación del sistema político cubano, digámoslo de una vez, nada tiene que ver con principios o convicciones humanistas, sino con intereses económicos imperialistas.
Fidel y Raúl —tanto como Camilo y el Che, entre otros— conquistaron el corazón de los cubanos en 1959, no por un estudiado carisma eleccionario, sino porque primero pusieron en juego el suyo propio, porque más que con palabras —y no se puede decir que hablaran poco— hablaron con hechos. Es el tipo de líder al que se acostumbraron los cubanos. Obama no pudo resistir la tentación de fotografiarse con la silueta del Che a sus espaldas; él nada tuvo que ver con su muerte, desde luego, pero es el Presidente del imperio que la decretó. ¿Intentaba apoderarse del símbolo o solo se llevaba a casa un souvenir? La apropiación y la manipulación de los símbolos podría ser tema de otro artículo.
Que acepten nuestro socialismo pacífico no es un grave problema, Cuba no es una amenaza para los Estados Unidos. Pero si el imperialismo no se contiene, por naturaleza, en sus fronteras, ¿qué hacemos? Esta visita ya es histórica. Hacía 88 años que no venía un Presidente de ese país; antes del 59, la colonia se administraba desde la Embajada. El puente de la confianza debe construirse desde las dos orillas.
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