Nada crece en la oscuridad
Esta fotografía deberá quedar guardada en el álbum del libro de la Historia Universal de la Infamia. Fue tomada la mañana del día aciago en que apresuradamente y de manera furtiva, desoyendo y contrariando todas las opiniones institucionales de Colombia y de todos los gobiernos de la América Latina, el gobierno colombiano firmó definitivamente la anexión (diplomática) o la ocupación (militar) del país, por el gobierno de EEUU.
El centro del retrato, a donde se dirigen necesariamente todas las miradas, es el delgado portapliegos o portafolio oscuro, que tiene grabado o repujado en dorado el escudo de armas del gobierno de los Estados Unidos sobre lo que parece ser una badana negra.
Lo tiene aferrado, aprisionado o como sujetado con el brazo izquierdo con fuerza, o con afán contra su tórax el sr embajador de USA en Colombia Mr William Brownfield, mientras gira un poco su cuerpo para estrechar con la mano derecha y tirar hacia abajo con fuerza, la mano de Fabio Valencia Cossio, ministro del Interior y Justicia del gobierno de Uribe Vélez.
El embajador lleva una corbata del color de su piel y parece mirar con sus característicos ojos guiñados o semicerrados al ministro colombiano. La luz del salón se proyecta sobre su cabeza, aclarando el color de su pelo y haciendo una aureola o tonsura que llama la atención de los otros dos ministros situados a la derecha del retrato. Está apurado y desea, no es claro, si salir rápidamente o sentarse.
A la derecha suya está el conocido político de la oligarquía lumpen de origen antioqueño Fabio Valencia Cossio, un poco más rollizo y alto, quien obsecuente o dócil o sumiso o subordinado o complaciente se deja coger del sr embajador, mientras que con su mano izquierda parece tocarlo imperceptiblemente por el codo, insinuándole que continúe. Su cabeza cuadrada coronada por un extraño copete de cabello blanco que se desliza sobre su amplia frente, abulta hacia delante su cara.
Él ha dicho que los políticos como él deben tener piel de armadillo o dasipódido, y refleja, a pesar del grueso maquillaje y las toscas gafas, las cicatrices profundas que lo motivaron a hacer tal afirmación.
Trata de mirar (sin pensar en su hermano el fiscal mafioso de Medellín) un poco por encima de los lentes al embajador, con una sonrisa lineal larga y sin labios, pero claramente de satisfacción.
Su traje, más oscuro que el del embajador, sólo realza su personalidad gris, y su corbata vinotinto de pepas blancas no hace juego con su traje ni su cara, y menos aún el cuadro barroco de la virgen santísima que en medio de ropones y mantos está en la pared del segundo plano de la fotografía, colgado allí por los asesores presidenciales del Opus Dei, con el propósito de dar una sensación de santidad a ese aposento palaciego.
Al lado del cuadro de la virgen y tapando lo que parece ser un tricolor colombiano y del cual sólo sobresale la franja amarilla, se alcanza a apreciar la mitad del rostro de una mujer de pelo largo, quien parece ser una secretaria, que mira con desprecio la escena.
En el otro extremo de la foto aparece de frente y con su característica blandura y flojera, el ministro de Exteriores Jaime Bermúdez, sosteniendo sin fuerzas o sin ganas la mano de su par el ministro de Defensa Gabriel Silva. Ambos miran seducidos y al mismo tiempo la cara singular de Valencia Cossio y gozosos parecen musitarse algo. Por eso tienen la boca humedecida, entreabierta y anhelante.
Silva, un poco añoso y quien ha pasado directamente de la dirección del poderoso gremio exportador de los cafeteros a ser ministro de Defensa de los latifundistas y de toda la oligarquía financiera vendepatria, de quien equivocadamente se ha dicho (por su carencia de mentón y boca siempre abierta) que parece una persona fronteriza, roza con su mano derecha, también sin muchas ganas, la mano de Bermúdez, mientras con los dedos crispados de la otra mano, la izquierda, hace un gesto bien significativo: ¡Lo conseguimos! (We are getting it).
Detrás de él, para destacar aún más su figura, sobresale ominosa la bandera estrellada rojiblanca de los Estados Unidos, que deja caer en lluvia sobre la cabeza de Silva la estrella número 51 de Colombia, la cual irremediablemente se agregará a las otras 50 estrellas de los estados de la Unión. Mientras que en el fondo, premonitoriamente, un arcón oscuro de madera tallado con el estilo imperante el 20 de julio de 1810, absorbe el brillo de la luz irradiada por una lámpara de cristal, que no logra iluminarlo totalmente.
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