¿Revolución o transformación? Ya lo contestó Rosa (Primera parte)
El reformismo a veces presenta “la revolución” como un golem hecho a medida, al que se le atribuyen características que realmente no existen ni nunca han existido y alguna que otra barbaridad para así luego pretender desmontarlo fácilmente en base a una realidad creada para ese único fin.
Borroka garaia da!
“Yo sé que también los bolcheviques tienen algunos yerros, sus rarezas, excesiva intransigencia, pero yo los comprendo plenamente y los justifico: no se puede por menos de ser firme como la roca a la vista de esa masa informe y gelatinosa que es el oportunismo menchevique.”
(Congreso de Londres del POSDR) (1907).
Si vamos al diccionario veremos que transformar es hacer que algo o alguien cambie de forma o aspecto, pero sin alterar totalmente todas sus características esenciales. En ese sentido, y siguiendo en el diccionario, en este caso en el de sinónimos, veremos que transformar es sinónimo de reformar. Reforma o revolución fue el título de un libro de Rosa Luxemburgo y ¿Revolución o transformación? es el título de un artículo aparecido en el diario Gara ayer, que un siglo más tarde pretende responder a ese dilema y lo hace en el sentido justamente opuesto al especificado por Rosa y tantos y tantas otras, apostando por el reformismo y descartando la revolución.
Claro que esto no es una novedad, aunque la apuesta reformista se presente como una conclusión adquirida tras largas décadas de lucha de la izquierda. Precisamente el libro de Rosa fue una respuesta al reformismo. Y es que ya en 1850 alguien afirmaba que “el socialismo se logrará a través de una lucha prolongada, tenaz, avanzando lentamente de posición a posición, lo que producirá una especie de evolución del capitalismo. La aparición de la democracia y los logros de beneficios sindicales que esa aparición hacen posible significa que el proletariado tendría cada vez más derechos a defender y, por lo tanto, menos razones para una insurrección. Todo lo anterior ha revolucionado completamente las condiciones de la lucha del proletariado. Los métodos de 1848 (la referencia es al Manifiesto Comunista) son obsoletos en todo sentido”. Eduard Bernstein, el autor de lo anterior, fue uno de los ideólogos principales de estas posturas socialdemócratas, claro que luego vino la revolución socialista de Octubre y después algunas más (y las que están por venir).
El reformismo a veces presenta “la revolución” como un golem hecho a medida, al que se le atribuyen características que realmente no existen ni nunca han existido y alguna que otra barbaridad para así luego pretender desmontarlo fácilmente en base a una realidad creada para ese único fin. Pero esa realidad no es la realidad de la revolución y nunca lo fue. Y es que en el 2017, no hay nadie que pueda rebatir la verdad de la revolución, pues no se conoce ninguna experiencia socialista y de toma del poder por la clase trabajadora que no haya partido de una revolución socialista en toda la historia de la humanidad (ni se conocerá). Luego no tienen ninguna experiencia que poner encima de la mesa. Ni la tenía Bernstein, ni los que usan los argumentos de Bernstein décadas o siglo después.
“En el vocabulario utilizado por la izquierda occidental, se ha venido denominando revolución a un cambio drástico, corto en el tiempo y relativamente violento, que tiene como modelo por excelencia a la llamada revolución bolchevique, liderada por Lenin en 1917. Se plantea especialmente en el campo de la política, porque las ideas del momento imaginaban el cambio social intrínsecamente unido a los cambios en la estructura política y económica, y entendían que el conflicto fundamental de la sociedad era el expresado en la lucha de clases”.
La revolución socialista es universal y no depende de factores geográficos. Tampoco existe un modelo definido que como molde deba ser aplicado. Y los primeros y primeras que aseveraban tal cosa fueron los que llevaron a cabo tal revolución rusa. Y no es que entendieran el conflicto fundamental como una moda o coyuntura del momento y que fuera expresado en la lucha de clases, sino que eso era (y es) entendido como una verdad científica y como motor real de la historia desde que es historia. Claro que si se construye un golem mediante el cual la lucha de clases supone exclusivamente la lucha de un obrero industrial contra el patrón, no se entenderá que la lucha de clases no es eso, o mejor dicho no simplemente eso.
De lo que se está hablando aquí es de la supresión del capitalismo, no de la transformación del capitalismo en socialismo (algo imposible). De la misma manera que el sistema feudal no se transformó en capitalismo, el sistema capitalista no se transformará en socialista. Eso solo es posible mediante una revolución, no por un capricho, sino porque A es A y B es B y para pasar de A a B no hay ningún puente sino una lucha descarnada que acaba siendo violenta no por decisión estratégica del oprimido u oprimida sino porque existe otra verdad, la verdad de la violencia en la historia que hace que ningún sistema opresor ceda sus privilegios sin oponer resistencia. Y no se habla aquí de meros privilegios parciales, sino de todo un sistema organizado. Siglos de capitalismo no serán abandonados por el poder porque un día se levante la burguesía piadosa, cuando además sabe que precisamente el objetivo es eliminarla. Pues, entre otras cosas, el objetivo del socialismo es la desaparición absoluta y total de la burguesía. Y mientras que el sistema capitalista sea vigente, sea la época de Rosa, la nuestra o la futura, es decir, mientras la burguesía siga dominando esta etapa histórica dividiendo a la sociedad entre poseedores y desposeídos o desposeídas, no existe el intelectual, por mucho que lo intente, que pueda rebatir ni la existencia de la lucha de clases ni que los manzanos dan manzanas y no peras. Por lo que no puede existir ningún argumento con base que pueda afirmar que el capitalismo dejará la escena sin revolución y de forma pacífica. Afirmar tal cosa solo puede venir del idealismo más vulgar. Es decir, de la fantasía.
En este modelo, de gran repercusión a escala mundial, la revolución se planteaba de una manera vertical, valga el término, liderada por un partido político que se erigía en vanguardia del proceso, y que, tras un análisis objetivo y científico de la situación social, buscaba apropiarse del poder político, y así incidir en la estructura económica, verdadera clave de las desigualdades. Si bien es cierto que la teoría y práctica socialista y anarquista del momento mostraban una dimensión moral, la construcción de lo que se denominaba el Nuevo Hombre se veía generalmente como un logro a más largo plazo, posterior a la revolución, y consecuencia del nuevo orden social. Pero a lo largo del siglo XX comenzaron a hacerse patentes las carencias de dicho modelo. Los pueblos colonizados, las mujeres sometidas y discriminadas, las naciones oprimidas y la preocupación ecologista por el funcionamiento desarrollista, entre otras, fueron una fuente incesante de insatisfacción y de crítica al modelo revolucionario y a la filosofía que lo sustentaba. De esta crítica fueron surgiendo nuevas líneas de trabajo y análisis de la realidad social, y el pensamiento de izquierdas se fue poco a poco complejizando, en la medida en que acogía las nuevas preocupaciones. De aquí se han derivado tres importantes consecuencias para la actualidad.
La primera es la diversificación del pensamiento: ya no hablamos sólo de los problemas del proletariado. No se puede entender ser de izquierdas y no ser sensible, por ejemplo, a las reivindicaciones feministas, ecologistas o identitarias, las cuales no sólo afectan al proletariado.
La segunda es la subjetivización de las reivindicaciones: ya no se trata tanto de hacer un análisis lo más científico posible de las condiciones objetivas necesarias para el cambio; sino que el cambio se vive más como una necesidad vital, un sentimiento relacionado, normalmente, con alguna identidad de grupo.
Y la tercera se refiere al momento de la revolución: ya no existe un día D para el cambio. Más que de revolución, se habla de transformación, de un proceso largo, continuado, complejo.
Pese a la insistencia sin sentido de que la revolución rusa supuso un día D en el que todos los astros cuadraron en el cielo o de la supuesta existencia de una vanguardia vertical que dirige y manda en tal revolución , ni una cosa ni la otra es real ni verdad. Y precisamente en más casos que en otros esa “vanguardia vertical” ha sido y es el modelo socialdemócrata reformista de organización, no el revolucionario.
Yo no se quien habrá sido el primero que dijo que la revolución rusa fue un día D de toma del palacio de invierno (aunque me gustaría saberlo), pero también me gustaría saber si realmente la legión de personas que lo aduce saben realmente qué diablos fue verdaderamente la famosa toma del palacio de invierno. Me imagino que piensan que fue algo así como una insurrección militar sangrienta que se llevó a todo por delante de un día a otro. Pero el caso fue que se descartó una ofensiva armada y se optó por una estrategia defensiva, apenas hubo nada de violencia, fue muy incruento. Quedó claro que una insurrección armada contra el Gobierno provisional por parte exclusivamente de los bolcheviques sería rechazada por las masas; se aprobó entonces la toma del poder pero siguiendo una estrategia defensiva, que consistía en asegurarse el traspaso del poder durante el II Congreso de los Sóviets a punto de celebrarse. Sería el Sóviet de Petrogrado el que tomase el poder y cualquier intento de resistencia del Gobierno se presentaría como un ataque contrarrevolucionario. Estaba todo el percal vendido ya. Fue la orden gubernamental de enviar parte de la guarnición lo que desató el estoque final. Y es que la famosa toma del palacio de invierno no fue cosa de un día. La revolución rusa no fue la toma de un palacio de invierno. Sino un proceso social que duró años, con una cadena de crisis y sucesos de una estrategia revolucionaria extendida en el tiempo. Es decir, un proceso revolucionario, no un día D. Un proceso que cuenta con estrategia y táctica en la que la organización bolchevique no pocas veces se vio superada por las masas, su acción y las circunstancias, pues no se debe confundir la vanguardia con el “estado mayor”. La vanguardia, es decir, la existencia de organización revolucionaria con independencia de clase, es un factor imprescindible para toda revolución (proceso) pero no es el “estado mayor”. La misión de tener el poder la tenían los soviets. Y hubo un tipo que dijo: “Todo el poder para los soviets” y nadie dijo “todo el poder para la vanguardia”. La vanguardia revolucionaria en ningún caso tiene capacidad vertical en las masas ni se puede autoconstituir por decreto. Su capacidad hegemónica y dirigente solo puede ser aceptada (o no) por las masas debido a la certeza de sus diagnósticos, a la valía de sus acciones y a su ejemplo a ser seguido. Si eso no es valorado en positivo no hay vanguardia que valga ni que pueda hacer su labor. La confusión entre vanguardia y estado mayor proviene de la tradición socialdemócrata y no de la marxista, es por ello que todas las vanguardias que han intentado ser estado mayor han derivado en socialdemócratas. Algunos dicen que eso es exactamente lo que pasó en Rusia en los tiempos posteriores a la revolución, lo que iría abriendo el camino a la restauración capitalista.
La tradición socialdemócrata es también a la que se le debe adjudicar el mecanicismo de que la realidad objetiva determina en su totalidad a la subjetiva o de que el sujeto revolucionario exclusivo sea el obrero industrial (sorpresa, la revolución rusa fue campesina mayoritariamente). Fue la escuela marxista no la reformista (el Che por ejemplo, que si a algo está unido es a la palabra revolución) el que habló más claramente del “hombre nuevo”, fueron las primeras marxistas las que en buena lógica empezaron a teorizar y poner en práctica la liberación de la mujer trabajadora, y tanto el ecologismo como cualquier tipo de lucha (la liberación nacional) no es que sean compartimentos separados de la revolución y la lucha de clases sino condiciones indispensables de ésta (si hoy el reconocimiento de la autodeterminación es lo que es en el mundo, se lo debemos en gran medida a la lucha descarnada de las y los “obsoletos”.)
Al contrario de lo que piensa la socialdemocracia debido al espejo inverso al cual mira, la izquierda revolucionaria no tiene dogmas, el marxismo es una guía para la acción. Luego en décadas de lucha revolucionaria ha existido mucho aprendizaje (y errores) pero siempre dentro del marco de la propia revolución y la luchas de clases. Es el oportunismo que aprovecha derrotas o debilidades coyunturales la que de un plumazo pretende si le dejas hasta borrar la existencia de las propias clases o pretender que un manzano pueda dar peras.
Los problemas “del proletariado” no están por un lado y por otro “los demás problemas”. El socialismo busca a la par que eliminar a la burguesía, al proletariado. Es la clase trabajadora en su conjunto y todo lo que le afecta negativamente lo que debe ser eliminado en la desaparición de las clases. Es por ello que resulta sintomático que se pueda llegar a decir que “no se puede entender ser de izquierdas y no ser sensible, por ejemplo, a las reivindicaciones feministas, ecologistas o identitarias, las cuales no sólo afectan al proletariado”. Y es que si no afectan al proletariado, solo lo pueden hacer a la burguesía y aquí nos encontraríamos con otro de los paradigmas fundamentales del reformismo, la conciliación de clases. Como si la clase trabajadora tendría que luchar por “cosas que le afectan” a la burguesía cuando es la burguesía el generador precisamente de las cosas que le afectan negativamente a la clase trabajadora. O como si la burguesía fuera un fenómeno de la naturaleza que está condenada a existir hasta el fin de los tiempos o a cuando el big bang se retraiga y vuelva adonde salió.
De ahí que a la conciliación de clases se le una el idealismo, “ya no se trata tanto de hacer un análisis lo más científico posible de las condiciones objetivas necesarias para el cambio; sino que el cambio se vive más como una necesidad vital, un sentimiento relacionado”.
Que se sepa, nunca ninguna revolución ha estado exenta de “sentimiento y pasión”, más bien el desapasionamiento llega con el reformismo. El sentimiento en el aire es lo que trae el cambio y para que el capitalismo deje de existir habrá que ser por tanto muy sentimentales y no fijarnos demasiado en las condiciones de superación del capitalismo. Claro, porque si lo hiciéramos llegaríamos a la conclusión de la revolución, ya que no hay otra.
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