Colombia: Recapitulemos para avanzar
por Alberto Pinzón Sánchez
La persistencia del conflicto social y armado colombiano y las nuevas realidades de la contradictoria coyuntura colombiana muestran, primero que todo, que ya no es más un “asunto interno” de Colombia; y segundo, que la reducida visión dominante durante los últimos 30 años de la alianza oligárquica-imperialista, popularizada en los 80 por Lewis Tambs el entonces embajador USA en Colombia (1983-1985), poco después autor de los conocidos documentos geopolíticos de “Santa Fe” y quien lo redujo a un simple “asunto de narcoterrorismo”; actualmente no es posible sostenerla por más tiempo.
Nadie en el mundo cree hoy que un estado tan poderoso como los EEUU necesite un Sistema Integrado de enormes Bases Militares (SIBM) en su protectorado de Colombia, para seguir “combatiendo” con éxito al narcotráfico. Algo hay más en el fondo de este trascendental paso político y militar que acaba de dar el Pentágono estadounidense, y eso es lo que se está aclarando en el actual momento de la lucha.
Y en cuanto al terrorismo, tampoco nadie se explica cómo un ejército “”profesional” contrainsurgente de más de 600 mil hombres armados (que a la fecha consumen el 6,5% del Producto Interno Bruto de toda Colombia), asignados a cuatro ramas como son la Aviación, la Marina, el Ejército de tierra y la Policía, cada uno con su correspondiente cuerpo civil de inteligencia, a los cuales hay que agregar todas los demás agencias represivas de Justicia y de inteligencia del Estado (que también tienen otra partida similar del llamado presupuesto nacional) sumados los inmensos fondos secretos para pagar caza-recompensas, mercenarios, delatores e infiltrados descuartizadores, y un millón de informantes; no hayan podido con todo este gigantesco gasto público controlar un problema limitado de orden público.
Hay también algo más de fondo en todo este inexplicable y largo despilfarro estatal, ineficiente e ineficaz, que no sabe o no puede aclarar históricamente a dónde han ido a parar todos esos recursos financieros. Esto igualmente se está esclareciendo en el proceso.
Asimismo en la lucha de ideas y de toma de conciencia social se han obtenido avances sustanciales en la comprensión social del llamado conflicto colombiano: Hace siete años el bloque de clases dominante en Colombia, conformado por la fusión de la oligarquía latifundista tradicional y los sectores de la burguesía financiera transnacionalizada (caracterizada desde hace muchos años como oligarquía militarista liberal-conservadora), y que hasta ese entonces eran hegemónicos, sufrió una aparatosa modificación cuando una clase fraguada en la dura realidad de los negocios “torcidos” o burguesía lumpen narcoparamilitar, especialmente paisa, fue tomando paulatinamente todo el control del estado colombiano y finalmente logró imponer su hegemonía en la conocida figura de Uribe Vélez, quien unificó a los tres sectores con el alto mando del “Ejército Nacional” mediante un programa fascista de prebendas militaristas, el cual fue presentado habilidosa y masivamente por la propaganda de los medios de comunicación a su servicio como la derrota en el corto plazo de la insurgencia, con el nombre absurdo de «seguridad democrática».
Esta reestructuración estatal que abarcó todos los aspectos (económicos, militares, políticos, ideológicos y éticos) del Estado junto con sus aparatos de hegemonía y coerción (Gramsci), obligó a los marxistas a afinar el análisis de clase.
Ya no era posible seguir hablando de una única contradicción entre burgueses y proletarios como la descrita clásicamente en el Manifiesto por Marx, para los países noratlánticos de capitalismo desarrollado, sino que se hizo necesario recoger la categoría de pueblo trabajador, que en 1923 el mismo Gramsci propuso para describir tanto a los sectores proletarios como a las abundantes capas medias también explotadas, sometidas y dominadas por una oligarquía mafiosa y fascista, categoría social marxista en donde igualmente cabían otros sectores populares como indígenas y afrodescendientes, etc., incorporados nuevamente a la lucha de masas.
¿Quien en aquel entonces, aparte de la insurgencia, se atrevía a hablar de la solución política (escueta y sin adjetivos) del conflicto social armado de Colombia y en favor de los trabajadores? Hoy por el contrario constituye un logro de la conciencia social y una reivindicación real de amplios sectores democráticos del pueblo trabajador colombiano, de Latinoamérica y del mundo en general, quienes no creen en una solución militar para Colombia.
Pero no es todo. La alianza oligárquica-imperial durante el pacto de silencio del Frente Nacional había logrado inculcar en la conciencia de los trabajadores y del pueblo la enervante noción de que el conflicto colombiano carecía de historia. No tenía historia. Semejante movilización y resistencia campesina y de trabajadores al exterminio estatal de más de un siglo, que incluso llamó la atención por su persistencia y heroicidad a estudiosos de la historia del siglo XX como Eric Hobsbawm; era ahistórico, local o marginal.
Se sabía de oídas el numero de trabajadores muertos y los sitios, pero no de sus azuzadores o incitadores y menos sus responsables directos en el poder, beneficiados personalmente de la orgía oficial de sangre. Un poderoso manto de amianto y de enajenación cubría desde las alturas del poder el genocidio impune.
Hoy, en cambio, después de siete años de resistencia y lucha, ya nadie se atreve a hablar ni dentro ni afuera de Colombia del conflicto social y armado sin hacer mención de toda la historia de Colombia. ¡Toda! Unida por un hilo conductor de Violencia impune ejercida desde el poder oligárquico-imperial, y usada como relación social de producción y dominación capitalista neocolonial. ¿No es este otro logro en la conciencia social surgido de la praxis?
¿Quién, excepto algunos pocos comunistas, hablaba en Colombia (bueno, y en Latinoamérica) de que era posible un diálogo fecundo, un encuentro vivificador entre Carlos Marx y nuestro padre Libertador Simón Bolívar? Toda discusión entre marxistas se cancelaba con la “cita de autoridad” del famoso articulo plagado de errores y atribuido a Marx sobre Bolívar.
Hoy en cambio, después de siete años de praxis concreta, este es un promisorio campo de investigación y reflexión: Sí es posible encontrar un rico sustrato y fundamento de la confluencia entre estos dos grandes hombres transformadores, a partir primero de su anticolonialismo (precursor del antiimperialismo) y segundo, de su jacobinismo entendido como lo entendió Lenin y lo supo asimilar el propio Marx a quien le gustaba que le dijeran que era un jacobino: un trasformador social que sobrepasa los intereses de su propia clase social para servir en todas las formas a las clases explotadas u oprimidas.
1-Un revolucionario convencido de la soberanía popular. 2- Un republicano intransigente. 3-Un partidario del estado centralizado. 4- Un radical (que va a la raíz de los problemas). Y 5- Un internacionalista, o anfictiónico en el lenguaje del Libertador.
Hoy (02.12.09), cuando finalmente el presidente Obama se ha quitado frente a Afganistán la careta pacifista con que lo maquilló la academia sueca, ya no es necesario regresar a la avinagrada discusión superada y cerrada por la vida misma y por la historia entre trotskistas y estalinistas, para argumentar en contra (como lo hacen ambos herederos) de la creación de una Internacional Socialista, necesaria en un continente preñado de posibilidades emancipadoras, como reemplazo de los irregulares foros de Sao Paulo e instancia coordinadora de las necesarias luchas que se van a seguir presentando en Latinoamérica y en mundo.
Nadie hoy desconoce las críticas de Trotsky a la degeneración burocrática del estalinismo que condujeron a la restauración del capitalismo y posterior desintegración de la URSS. Pero hay muchas más cosas para analizar en los monumentales errores que condujeron al derrumbe soviético, aparte y además de las criticas hechas por Trotsky.
Lo que en su momento Trotsky escribió y luego fue recogido como un dogma insuperable por los trotskistas y herederos suyos (quienes de manera muy extraña todos desconocen deliberadamente el papel de Trotsky en la conformación del Ejército Rojo durante la espantosa guerra civil que siguió a la revolución) no puede servir de freno o parálisis al avance teórico-práctico del marxismo manteniéndolo congelado en el tiempo de la revolución rusa, como si no hubiera pasado nada afuera y en el tiempo.
Como si ni hubiera corrido agua por debajo de los puentes y hubieran sucedido las experiencias de China, o Vietnam, o Cuba (entre otras) y de las cuales es imperioso sacar enseñanzas creadoras, no sólo como gigantescos procesos históricos y sociales de la lucha de clases que fueron, sino de la experiencia y praxis innovadora de sus dirigentes. Lo cual, afortunadamente, ya también forman parte inseparable de la conciencia social latinoamericana.
En enero de 1957, es decir todavía en plena dictadura militar oligárquica-imperial de Rojas Pinilla, Gabriel García Márquez fechó en Paris “El coronel no tiene quien le escriba”, su verdadera novela, según lo conceptúa el valeroso escritor Fernando Garavito en el libro que explica el oscuro y sórdido ascenso al poder de Uribe Vélez a partir del gobierno de Turbay Ayala, titulado “la biografía no autorizada del señor de las sombras” (Editorial Oveja Negra 2002 Bogotá).
La esposa del coronel despierta y le pregunta -¿Con quien hablas? Y él le responde tratando de explicar la ruina física y moral de Colombia (y la suya propia) que sobrevino después de la firma el 24 de octubre de 1902 del tratado de rendición de la hacienda Neerlandia en Ciénaga (Magdalena), con el cual se puso fin a la guerra civil de los Mil Días en Colombia, y se les entregó la entrañable provincia colombiana de Panamá al USArmy:
-“Con nadie -dijo el coronel- estaba pensando (en voz alta) que en la reunión de Macondo tuvimos razón cuando le dijimos al coronel Aureliano Buendía que no se rindiera. Eso fue lo que echó a perder este mundo” (El coronel no tiene quien le escriba Pág. 54. Sección IV).
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