No una guerra, sino dos
La ilusión reformista de cierta nomenclatura burocrática dirigente de las luchas populares en nuestro país, de considerar el Estado como un “algo neutral” por encima de la lucha de clases, definitivamente ha quedado superada al no contar con sustento empírico ni haber superado la prueba de la praxis.
Alberto Pinzón Sánchez
Si tomamos la tradicional abstracción imperante en el marxismo de que el Estado capitalista moderno es una máquina o aparato de explotación asalariada y dominación política, que como cualquiera otra puede ser tomada por asalto por los explotados y subalternos, cambiada su esencia y puesta bajo sus órdenes para realizar los cambios o trasformaciones estructurales favorables a los intereses de las clases explotadas-oprimidas, y la adecuamos a una concepción actualizada, es decir para la época del desarrollo del Sistema Global Imperialista (SGI) con su globalización neoliberal en curso;
acorde con la nueva teorización que se ha venido desarrollando acerca del concepto de Estado, partiendo del análisis crítico del sinnúmero de experiencias concretas positivas y negativas a nivel mundial sucedidos hasta la fecha, y a partir de la Comuna de París de 1781 como primera experiencia socialista concreta ampliamente analizada por K. Marx en sus escritos y análisis ejemplares sobre estos acontecimientos tales como la Guerra Civil en Francia, el 18 Brumario de Luis Bonaparte y sobre su historia en la lucha de clases en Francia;
tal como lo desarrolla el teórico marxista Bob Jessop en su megaobra El Estado, Pasado, Presente y Futuro (Ed. Catarata. Madrid, 2017), apoyado sobre los aportes de Gramsci y Poulantzas sobre el Estado en contradicción con la sociedad civil como campo de la lucha de clases, la hegemonía, la contrahegemonía y los bloques de poder; podríamos tener el siguiente punto de partida para la discusión y aplicación a la realidad colombiana:
La llamada “esencia” del Estado moderno (la explotación-dominación) es, como el capital, una relación social que condensa un complejo sistema de múltiples y variadas contradicciones en continuo y acelerado movimiento y trasformación que se expresan como tendencia, que no solo incluye una cosa sustancial y unificada (el aparato) sino también las formas, funciones y tecnologías del ejercicio y los efectos del poder estatal estrechamente interconectado con el SGI, y sobre todo, los resultados “inestables” de los tres tipos de lucha de clases (económica, política, e ideológica) que se dan en su interior y conducen a seis tipos de crisis:
1. Crisis de representación y acceso al Estado.
2. Crisis de integración y articulación institucional.
3. Crisis de racionalidad en la intervención estatal.
4. Crisis dentro del bloque de poder.
5. Crisis de legitimidad en proyecto de Estado.
6. Crisis de hegemonía.
La ilusión reformista de cierta nomenclatura burocrática dirigente de las luchas populares en nuestro país, de considerar el Estado como un “algo neutral” por encima de la lucha de clases, definitivamente ha quedado superada al no contar con sustento empírico ni haber superado la prueba de la praxis.
Con esto, podemos preguntarnos: ¿Cuál, entonces, es la tendencia que ha triunfado en la actual lucha política electoral que acaba de concluirse en Colombia, en la disputa por la orientación del Estado?
Si analizamos detenidamente tres cosas:
1- La importante y sincera entrevista cedida por el “elegido” presidente Duque a la agencia rusa de noticias RT.com, la que se puede ver con papel y lápiz en mano.
2- El programa para el futuro gobierno de Colombia presentado por los 21 gremios “de todas las actividades económicas del país”, ya totalmente unidos en torno al nombre del nuevo presidente Duque, presentado desde el 7 de junio, y que también se puede leer, con papel y lápiz a mano.
3- El gabinete ministerial que, pétalo por pétalo, ha ido entregando el nuevo presidente a los colombianos a través de su cuenta en Twitter, donde claramente se puede ver que ya no son los partidos políticos tradicionales (destruidos durante los 16 años de gobernanza neoliberal de AUV y Santos) quienes “ponen” a los colaboradores del presidente en las principales carteras de la actividad estatal, sino el consejo gremial unificado.
Hasta el nominado ministro del Ambiente, ex funcionario del gremio de los industriales (ANDI) y nombrado en contra de Ordóñez y Viviane Morales, es el esposo de un alto ejecutivo de Davivienda.
Se puede concluir (como lo anoté en mi pasado artículo) que se trata de:
a) Continuar la profundización del neoliberalismo mafioso de más mercado / menos Estado que se viene implementando más abiertamente a partir de la Constitución de 1991 impuesta por el bipartidismo ampliado (liberal-conservador + M-19) mediante dos reformas estatales: una, la reforma fiscal y otra, la reforma a la Justicia
b) Hacer modificaciones o “corregir” lo que está mal en el acuerdo de La Habana.
c) “Combatir” las 200 mil hectáreas sembradas de coca que deja el gobierno saliente de Santos. Y reorientar, para hacer más efectiva y eficiente, la War-on-Drugs estadounidense, con todo lo que esto significa “militarmente” en la periferia y en los campos de Colombia. Para lo cual ya las agencias de inteligencia estatales están reestructurando y resucitando el enemigo armado a combatir, y de lo cual ni el ELN ni las llamadas disidencias de las FARC, ni menos aun el EPL podrán escapar.
d) La dificultad de avanzar en acuerdos políticos con el ELN, si previamente este no cesa todo tipo de hostilidades.
e) Concluir el cerco global que se tiene contra Venezuela, que deja montado el gobierno Santos con el ingreso de Colombia en la OTAN.
Es decir que tendencialmente el Estado colombiano va rumbo, ya no a un nuevo ciclo de conflicto interno, sino a una posible escalada militar con el Estado venezolano: no una guerra, sino dos. Tendencia que, como ya ha sido advertido, solo podrá ser revertida oponiéndole una férrea resistencia de masas y de movilización social unitaria.
Viene entonces a mi mente, como compensación a este pesimismo de la realidad, la famosa argumentación del joven Marx esbozada en la Crítica a la Filosofía del Derecho de Hegel, donde refiriéndose al Estado, aclara que la emancipación política no es sinónimo de emancipación humana:
“El limite de la emancipación política se manifiesta inmediatamente en el hecho de que el Estado puede liberarse de un limite sin que el hombre se libere realmente de él, y que el Estado puede ser un Estado libre, sin que el hombre sea un hombre libre”.
Es decir que la emancipación política es un gran adelanto dentro del orden social existente, en el camino de la emancipación humana definitiva.
Comentarios recientes