La transferencia del Comisionado para la Paz

por Alberto Pinzón Sánchez
24 de febrero de 2005

El doctor austriaco Sigmund Freud, creador de la teoría psicoanalítica, utilizó el concepto de "transferencia" (que significa en latín "llevar una cosa de un lugar a otro"), a manera de una base de su terapia, para explicar cómo el paciente, en la medida que establece una relación profesional con su analista, va cediéndole a éste paulatinamente el dominio que tiene de sus emociones.

El analista, como se supone es un profesional, cuando considera que dispone de esa carga emocional, la "contra-trasfiere" de regreso a su paciente, analizada, elaborada y contextualizada, es decir hecha consciente, en un proceso muy complejo que se llama tratamiento. Para que una vez, quien ahora en los manicomios se llama usuario, sea "consciente"' de sus angustias y traumas infantiles, pueda convivir "normalmente"' y de manera autónoma con ellos, concluyéndose la terapia.

Dije profesional, porque hay personas que haciéndose pasar por uno de ellos, actúan deshonestamente y en contra de toda ética medica y humana, manipulan para su provecho personal esa carga emocional que algunos pacientes han depositado confiadamente a su cuidado y no se la "contra-transfieren", sino que se apoderan de ella en un tratamiento sin final, para sacar beneficios personales con todo lo que les ha sido transferido.

Éste es el caso lamentable y tan pobremente analizado de la manipulación político-personal presentada a raíz de la carta de renuncia a su cargo de Alto Comisionado PARA la Paz, que le presentó el psiquiatra Luis Carlos Restrepo al presidente de Colombia Uribe Vélez la semana pasada, a sabiendas que, en el estado lamentable de salud en que éste se encuentra, no se la iba a aceptar y que por el contrario iba a salir reforzado con prerrogativas del poder tales que le permitieron insultar de la manera más bellaca a sus "amigotes" de antaño y hasta amenazar con la Fiscalía (lo que en la actual Colombia equivale a una condena perpetua) a un columnista de la revista Semana. Al otro ya lo hicieron renunciar. Nunca antes en la historia política de Colombia (ni siquiera cuando el Alzheimer hacía estragos en la mente de 'Lilolá' Barco) se había evidenciado una manipulación tan repulsiva y descarada de un presidente enfermo y sin equilibrio, no sólo corporal sino político.

Este sórdido y advenedizo personaje especializado en Psiquiatría en la U. Javeriana y de quien no se sabe por qué extraña razón (o pago) está empeñado en que una tierna nube de amnesia total, más severa que las descritas por el neurólogo Alzheimer para la enfermedad que lleva su nombre, caiga sobre todos los colombianos y tal vez sobre el universo y se extienda a la Corte Penal Internacional, cubriendo con el manto del olvido todo el genocidio terrorífico que los paramilitares de Carlos Castaño, 'Salvador' Mancuso, 'Botalón' Isaza y demás capos mafiosos han cometido (y siguen cometiendo protegidos por la Fiscalía y el Ejército en Ralito), a nombre del Estado de Colombia que dice llamarse legítimo y legal.

Bueno, aunque después de la comprobación del masivo fraude de las elecciones pasadas en la pesebrera de Augías, el universo desafortunadamente tendrá que admitir que es semi-cuasi-legítimo y legal.

Ya no se trata de legalizar las "milicias nacionales" con las que todavía sueña el vetusto ex militar secuestrador del cadáver del sacerdote guerrillero Camilo Torres, con decretos presidenciales como los expedidos en 1966 por Carlos Lleras (el abuelo del hijo del 'Gallino' Vargas), o con los decretos del torturador y fundador de "Patria Nueva" Turbay Ayala, compendiados en el Estatuto de Seguridad de 1979, o con el decreto --¡asómbrense!-- expedido por el presidente César (OEA) Gaviria en 1993, creando las Convivir cuando --¡asómbrense!-- era gobernador de Antioquia nada menos que Uribe Vélez, como pago --¡asómbrense!-- por haberle hecho aprobar un poco antes en el Congreso, la nunca bien calificada ley neoliberal 100 del 93 sobre salud y pensiones.

Después de 30 añitos de "guerra contrainsurgente", como la llama Rangel, o mejor de terror de Estado, la legalización de las inmensas narco-fortunas amasadas por sus ejecutores oficiales. De los cuatro millones de hectáreas de las más "ubérrimas" tierras del país despojadas a punta de motosierra a cuatro millones de colombianos desplazados (fuera de los que se quedaron abonando las fosas comunes), del poder que posee el partido armado PARA la reelección de Uribe Vélez, ya son hechos cumplidos y aceptados según las infalibles encuestas oficiales, por el 80% de los colombianos.

Ya no hay mucho que legalizar. El binomio Uribe-Mancuso es una realidad que a estas alturas no puede ocultar ante el mundo ni siquiera la rastrera manipulación del psiquiatra PARA la Paz Restrepo. De lo que ahora se trata es de que esta ley no sea mediante un decreto presidencial como los anteriores intentos arriba mencionados, sino que sea el "Honorable" Congreso de la República de Colombia, que la literatura panfletaria de Alberto Lleras Camargo llamaba la caballería de Augías, el que de manera súbita después de un sospechoso y prudencial tiempo, mostrado ante la faz del planeta como producto de un fenomenal y criminal fraude, lo haga. Y, ¡bingo! (ojalá Serpa no lo tome como ofensa): ¡Todos somos responsables de todo! ¡Todos a hacer la ley del olvido o... se cierra el maloliente establo!

Entonces, el libro del Quijote, por estas fechas muy mencionado como manual para gobernar por el tribuno fluido y elocuente candidato presidencial Juan Manuel Santos (primo hermano del vicepresidente), co-dueño del diario El Tiempo y enemigo jurado del proceso soberano de Venezuela, nos permitiría decir con el pobre loquito Quixano, quien murió sanado después de haber hecho su propio proceso de "contra-transferencia" cuatro siglos antes de que el dr. Freud existiera: "Puta la madre, puta la hija, puta la manta que las cobija".

Pero como todo este proceso a fin de cuentas es económico, y de antemano sé que no me van a creer, por favor créanle al dueño de la bolsa de Bogotá ex ministro de Finanzas de Uribe Vélez y vocero oficioso del gremio de los financieros (ANIF) Carlos Caballero Argáez, cuando escribe en su columna dominical en el diario oficial (El Tiempo 20.02.2005) la siguiente parrafada rebosante de optimismo financiero y de cerrado apoyo al enfermito de Cartagena:

"La pregunta, entonces, es: ¿qué diablos es lo que pasa que no crece más la economía colombiana? Dejando de lado la posibilidad de error de los analistas, la respuesta es siempre la misma: los esfuerzos del presidente Uribe no han despejado el horizonte ni en el tema de la seguridad, ni en lo económico (la deuda pública es altísima), ni con el de la estabilidad jurídica. Además, el ambiente político se enredó con la reelección y con la incertidumbre sobre la decisión que tome la Corte Constitucional. No puede esperarse que en éste se aprueben nuevas reformas económicas en el Congreso y, sin ésta, no hay posibilidades de reordenar la economía. En último término, vuelve uno a la consideración de que el principal obstáculo para el crecimiento económico es de naturaleza política".

Así es más fácil comprender la causa de los mareos y pérdidas del equilibrio "públicos" del enfermito de Cartagena, que fue a Caracas a pedir excusas en privado para dejar de ser el obstáculo, como también el respeto que me infunden los enfermos. ¿Lo notaron?

 
Actualizado: 24.02.2005 7:52