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Los partisanos de Tito y lo que sucede en Palestina
por Alberto Cruz Ceprid 16 de febrero de 2009
En
las manifestaciones populares, en las entrevistas periodísticas y en
los análisis ha habido un importante sector que ha pretendido
indignarse por la matanza pero dejando claro que están tanto contra la
agresión israelí como contra Hamas. Son los que hicieron lo mismo
cuando a principios de 2003 se manifestaron contra la guerra de
invasión de Iraq con mucho cuidado para que no se les identificase con
el gobierno de Saddam Hussein, quienes en el verano de 2006 criticaron
a Israel por arrasar el sur de Líbano al tiempo que no ahorraban
ninguna forma conocida o desconocida de desmarcarse de Hizbulah. Y
ahora lo han vuelto a hacer. Sin embargo no son seres angelicales, sino
que estos «ni-ni» muestran a quién favorecen con este tipo de
planteamientos porque ponen en plano de igualdad al agresor y a la
víctima, es decir, ponen al mismo nivel al opresor y al oprimido
haciendo caso omiso del sistema de opresión. Y, lo más importante, dan
una patada -como los sionistas y sus aliados- al Derecho Internacional
y a la historia de los pueblos.
Por lo tanto, y puestos a rizar
el rizo, tal vez merezca la pena volver la vista atrás, a la Historia,
con mayúsculas. De ahí el título de este artículo, llamativo, sin duda,
provocativo, si se quiere, y al mismo tiempo esclarecedor de lo que
pretende: vincular la lucha de liberación nacional y social impulsada
por los partisanos de Tito en la Yugoslavia ocupada por los nazis con
la que mantienen en Palestina las organizaciones palestinas,
especialmente en Gaza. En realidad, se podría decir que cualquier
parecido con la realidad actual es algo más que un parecido: es una
coincidencia.
La invasión de Yugoslavia duró 12 días. Una vez
los nazis se hicieron con el control del país, procedieron a su
desmembración política y a acentuar los enfrentamientos entre los
diferentes pueblos que componían Yugoslavia. Los croatas recibieron un
trato muy suave, tanto que los nazis permitieron un gobierno títere
bajo el control de los fascistas ustachis croatas y le dieron toda
clase de apoyos, incluido el militar. Este gobierno títere azuzó a sus
tropas y sus fuerzas paramilitares, que los alemanes le habían
permitido conservar, contra los resistentes al nazismo. Nadie estaba a
salvo. Cualquier resistente antinazi era, sistemáticamente, detenido,
vejado, torturado y asesinado. Las víctimas del salvajismo ustachi se
cuentan por decenas de miles. Ello provocó que los serbios se
organizasen alrededor de Drazha Mihailovic, un antiguo coronel
monárquico fervientemente anticomunista y a quien no le interesaban lo
más mínimo los agravios sociales o económicos que ocasionaba la
ocupación.
Un «moderado»
Mihailovic
era un hombre tan moderado que no realizó acciones militares de
renombre contra los ocupantes alemanes, esperando que la lucha de los
demás le facilitase el camino y que, una vez lograda la retirada
alemana, y con sus fuerzas prácticamente intactas, las potencias
vencedoras le reclamasen para hacerse cargo de Yugoslavia. Este chetnik
serbio se dedicó toda la guerra a reclamar el reconocimiento de las
potencias aliadas -y lo obtuvo- como el líder de la insurgencia, no
dudando en entrevistarse con los ocupantes alemanes para sondear algún
tipo de cooperación ante el auge, cada vez mayor, de la parte más
significativa y relevante de la resistencia yugoslava: los partisanos
de Tito.
Josip Broz, «Tito», era la antítesis de Mihailovic.
Miembro del Partido Comunista, hablaba al mismo tiempo de revolución
social y de liberación nacional, dando un argumento político al pueblo
serbio que los colaboracionistas chetniks ni siquiera se planteaban. Su
propuesta de realización de acciones conjuntas a Mihailovic cayó en
saco roto e, incluso, se vio abocado a un enfrentamiento armado con los
chetniks, que ya colaboraban de forma abierta con los alemanes, quienes
sufrieron una derrota decisiva para el devenir de Yugoslavia. A partir
de entonces quedó claro que la resistencia a la ocupación en Yugoslavia
sólo era una, incluso para las potencias occidentales, que comenzaron a
enviar «oficiales de enlace» con los partisanos.
Los partisanos
de Tito sufrieron, y resistieron, nada menos que siete grandes
ofensivas alemanas. La pretensión nazi era aniquilar a la resistencia
de Tito, y lo hacían a conciencia. Nada les paraba, ni mujeres, ni
niños, ni ancianos, ni heridos. Pero los partisanos resistieron una y
otra vez.
En la Segunda Guerra Mundial no había muchos «ni-ni»
pero, de haberlos, serían aquellos que criticasen por igual a los
partisanos de Tito -que tampoco se andaban por las ramas en el combate-
y a los ocupantes nazis. Es decir, se situarían en una cómoda posición,
como la de Mihailovic o como el dios Jano, el de las dos caras:
aparentemente, un resistente; en la práctica, un colaboracionista.
Guste o no que se diga en el caso de la reciente matanza de Gaza los
«ni-ni» han actuado de la misma manera. Han condenado el lanzamiento de
cohetes desde Gaza -cuando no es más que una dramática forma de llamar
la atención sobre un asedio en el que todos han colaborado- y se han
referido a la «respuesta» israelí como «desproporcionada».
Hablando de proporcionalidad
Si
estos «ni-ni» supiesen de qué hablan se podría entrar en un debate
interesante, y necesario, sobre la proporcionalidad utilizada por unas
fuerzas y por otras. Ya pasó en la guerra de liberación de Yugoslavia
contra la dominación nazi y volvió a pasar en la guerra de Vietnam,
cuando el Vietnam Congsan (el famoso Vietcong, «Vietnam Rojo» en
vietnamita) decidió fusilar a prisioneros estadounidenses en represalia
al fusilamiento de sus combatientes por los ocupantes y sus aliados del
gobierno colaboracionista del Sur.
Los sionistas se protegen
argumentando que ha existido «proporcionalidad» en su ofensiva contra
Gaza. ¿Proporcionalidad con los aviones, helicópteros, bombas de
fósforo...? Volvamos entonces por pasiva el argumento: según el Derecho
Internacional, el uso de la fuerza armada por parte palestina no es
contrario a la legalidad internacional porque existe proporcionalidad
entre los medios utilizados -los palestinos no tienen ejército- y el
objetivo perseguido, que no es otro que la libre autodeterminación y la
independencia. Los palestinos no plantean la recuperación de los
territorios de la Palestina histórica (hoy Israel ocupa el 78% de esa
Palestina histórica, Gaza y Cisjordania suponen el 22% de ella) y,
además, Israel se niega a retirarse totalmente de los territorios que
ocupa de forma ilegal y contraviniendo el Derecho Internacional desde
1967. Alguien recordará que Hamas hablaba hasta no hace mucho de la
Palestina histórica, cierto, pero en la actualidad sólo se refiere a
las fronteras de 1967.
El uso de la proporcionalidad está en el
Derecho Internacional, ése que una y otra vez es violado con desparpajo
por los sionistas tal y como han vuelto a hacer en Gaza, así como el no
ataque a civiles. Y, ya puestos, merece la pena recordar que según el
Derecho Internacional, el ocupado no tiene el deber de obedecer al
ocupante (artículo 50 del Protocolo I de la IV Convención de Ginebra),
el ocupante no puede establecer castigos colectivos contra la población
civil (artículo 33) y debe, además, facilitar y garantizar el
suministro de víveres y productos médicos, sanidad, higiene pública,
asistencia y educación a los niños (también se recogen estos aspectos
en el artículo 50). Es decir, todo lo que no hace Israel.
¿Qué
significado tiene recordar estos artículos, entre otros que
sistemáticamente viola Israel, del entramado jurídico del Derecho
Internacional? Pues, ni más ni menos, que Palestina -tanto Gaza como
Cisjordania y Jerusalén Este- está sometida a ocupación desde hace más
de 60 años. Un aspecto que parecen olvidar o no quieren mencionar los
«ni-ni». Y este es el quid de la cuestión, y no otro. Para hacer frente
a esta ocupación los palestinos han utilizado la fuerza, han ofrecido
treguas y han firmado acuerdos de paz con la ilusión de tener un estado
independiente y soberano. Mahmud Abbas, el Mihailovic del relato, lleva
años proponiendo treguas a las organizaciones de la resistencia
palestina y renegando de la lucha armada. Sus fuerzas están dedicadas a
reprimir a su pueblo y a proteger al ocupante, más que a luchar por la
independencia. ¿Dudas de que esto sea así?
«Soldados de Dayton»
En
la actualidad 1.600 «soldados de Dayton» (en referencia al general
estadounidense Keith Dayton, quien está a cargo de la formación de las
fuerzas de seguridad palestinas sobre la base de una nueva extensión de
la autoridad del Estado) han sido formados en Jordania y a ellos se va
a sumar en los próximos días un nuevo contingente de otros 500 sin que
aún exista un estado palestino y sin que haya frontera alguna que
defender. Luego la pregunta es bien sencilla: ¿Cuál será su función?
Pues la que ya ha sido durante la matanza de Gaza: impedir que cuajase
el llamamiento de Hamas de una tercera intifada. Los «soldados de
Dayton» han estado muy activos en impedir por todos los medios
manifestaciones en solidaridad con la resistencia de Gaza -realizando
docenas de arrestos- y se han desplegado en la ciudad de Hebrón para
evitar enfrentamientos entre el medio millar de colonos que hay allí y
los palestinos. Pero cuando estos colonos atacaron a los palestinos,
los «soldados de Dayton» no intervinieron porque sus órdenes son no
enfrentarse a los israelíes.
Abbas versus Mihailovic
Como
Mihailovic hizo durante la ocupación nazi de Yugoslavia, Abbas y su
partido, Al-Fatah, llevan 16 años intentado hacer ver al pueblo
palestino que transigir con el ocupante es la única forma para
conseguir las históricas reivindicaciones palestinas. Pero la realidad
es otra, y tozuda. Como bien entendió Tito, sólo la lucha ofrece
resultados. Los Acuerdos de Oslo han sido un absoluto fracaso para los
palestinos en todos los aspectos, incluyendo la situación de los presos
políticos. En virtud de Oslo, los presos políticos palestinos tenían
que haber pisado la calle desde hace mucho tiempo, y aún están entre
rejas. Israel les mantiene como moneda de cambio. Por lo tanto, sólo
las acciones militares podrán ponerles en la calle. Como la llevada a
cabo en 2006 para capturar a un soldado, Shalit, desde entonces en
poder palestino. Shalit no es un secuestrado, sino un prisionero de
guerra y utilizado, también, como moneda de cambio. Shalit saldrá en
libertad intercambiado por un millar de presos palestinos.
Hay
dos presos palestinos que son iconos de la resistencia: por una parte,
Marwan Barghouti, el principal dirigente de las milicias de Fatah; por
otra, Ahmed Sa'adat, secretario general del Frente Popular para la
Liberación de Palestina. Si ellos están finalmente entre los liberados,
se podrá hablar de éxito de la resistencia y de fracaso del
colaboracionismo.
Hay movimientos político-militares en el mundo
árabe de corte islamista que, en la actualidad, cumplen un papel
revolucionario en cuanto a la defensa de las reivindicaciones
históricas de sus pueblos. Hizbulah, por ejemplo, mantiene una
colaboración estratégica con organizaciones de la izquierda libanesa y
se viene caracterizando por la cooperación y el diálogo con
organizaciones abiertamente marxistas. Hamas es lo mismo, aunque en
menor medida. Ni Hizbulah ni Hamas, por su propia estructura religiosa,
abogan por la abolición del capitalismo o la implantación del
socialismo. Están, de hecho, muy alejados de lo que planteaba Tito.
Pero, al igual que él, son hoy la principal referencia de lucha contra
la ocupación israelí y la pretensión imperialista de cambiar el mapa de
Oriente Medio. |
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