Las dos Coreas (parte II)
por Fidel Castro Ruz
24 de julio de 2008
El
19 de octubre de 1950 más de 400 mil combatientes voluntarios chinos,
cumpliendo las instrucciones de Mao Zedong, cruzaron el Yalu y salieron
al paso de las tropas de Estados Unidos que avanzaban hacia la frontera
china. Las unidades norteamericanas, sorprendidas por la enérgica
acción del país al que habían subestimado, se vieron obligadas a
retroceder hasta las proximidades de la costa sur, bajo el empuje de
las fuerzas combinadas de chinos y coreanos del Norte. Stalin, que era
sumamente cauteloso, prestó una cooperación mucho menor que lo que
esperaba Mao, aunque valiosa, mediante el envío de aviones MiG-15 con
pilotos soviéticos, en un frente limitado de 98 kilómetros, que en la
etapa inicial protegieron a las fuerzas de tierra en su intrépido
avance. Pyongyang fue de nuevo recuperado y Seúl ocupado otra vez,
desafiando el incesante ataque de la fuerza aérea de Estados Unidos, la
más poderosa que ha existido nunca.
MacArthur estaba ansioso por
atacar a China con el empleo de las armas atómicas. Demandó su uso tras
la bochornosa derrota sufrida. El presidente Truman se vio obligado a
sustituirlo del mando y nombrar al general Matthews Ridgway como jefe
de las fuerzas de aire, mar y tierra de Estados Unidos en el teatro de
operaciones. En la aventura imperialista de Corea participaron, junto a
Estados Unidos, el Reino Unido, Francia, Países Bajos, Bélgica,
Luxemburgo, Grecia, Canadá, Turquía, Etiopía, Sudáfrica, Filipinas,
Australia, Nueva Zelanda, Tailandia y Colombia. Este país fue el único
participante por América Latina, bajo el gobierno unitario del
conservador Laureano Gómez, responsable de matanzas masivas de
campesinos. Con ella, como se vio, participaron la Etiopía de Haile
Selassie, donde todavía existía la esclavitud, y la Sudáfrica gobernada
por los racistas blancos.
Hacía apenas cinco años que la matanza
mundial iniciada en septiembre de 1939 había concluido, en agosto de
1945. Después de sangrientos combates en el territorio coreano, el
Paralelo 38 volvió a ser el límite entre el Norte y el Sur. Se calcula
que murieron en esa guerra cerca de dos millones de coreanos del Norte,
entre medio millón o un millón de chinos y más de un millón de soldados
aliados. Por parte de Estados Unidos perdieron la vida alrededor de 44
mil soldados; no pocos de ellos eran nacidos en Puerto Rico u otros
países latinoamericanos, reclutados para participar en una guerra a la
que los llevó la condición de inmigrantes pobres.
Japón obtuvo
grandes ventajas de esa contienda; en un año, la manufactura creció un
50%, y en dos recuperó la producción alcanzada antes de la guerra. No
cambió, sin embargo, la percepción de los genocidios cometidos por las
tropas imperiales en China y Corea. Los gobiernos de Japón han rendido
culto a los actos genocidas de sus soldados, que en China habían
violado a decenas de miles de mujeres y asesinaron brutalmente a
cientos de miles de personas, como ya se explicó en una reflexión.
Sumamente
laboriosos y tenaces, los japoneses han convertido su país, desprovisto
de petróleo y otras materias primas importantes, en la segunda potencia
económica del mundo.
El PIB de Japón, medido en términos
capitalistas -aunque los datos varían según las fuentes occidentales-,
asciende hoy a más de 4,5 millones de millones de dólares, y sus
reservas en divisas alcanzan más de un millón de millones. Es todavía
el doble del PIB de China, 2,2 millones de millones, aunque esta posee
un 50% más de reservas en moneda convertible que ese país. El PIB de
Estados Unidos, 12,4 millones de millones, con 34,6 veces más
territorio y 2,3 veces más población, es apenas tres veces mayor que el
de Japón. Su gobierno es hoy uno de los principales aliados del
imperialismo, cuando este se halla amenazado por la recesión económica
y las armas sofisticadas de la superpotencia se esgrimen contra la
seguridad de la especie humana.
Son lecciones imborrables de la historia.
La
guerra, en cambio, afectó considerablemente a China. Truman dio órdenes
a la VI Flota de impedir el desembarco de las fuerzas revolucionarias
chinas que culminarían la liberación total del país con la recuperación
del 0,3% de su territorio, que había sido ocupado por el resto de las
fuerzas pro yanquis de Chiang Kai'shek que hacia allí se fugaron.
Las
relaciones chino-soviéticas se deterioraron después, tras la muerte de
Stalin, en marzo de 1953. El movimiento revolucionario se dividió en
casi todas partes. El llamamiento dramático de Ho Chi Minh dejó
constancia del daño ocasionado, y el imperialismo, con su enorme
aparato mediático, atizó el fuego del extremismo de los falsos teóricos
revolucionarios, un tema en el que los órganos de inteligencia de
Estados Unidos se convirtieron en expertos.
A Corea del Norte le
había correspondido, en la arbitraria división, la parte más
accidentada del país. Cada gramo de alimento tenía que obtenerlo a
costa de sudor y sacrificio. De Pyongyang, la capital, no quedó piedra
sobre piedra. Un elevado número de heridos y mutilados de guerra debían
ser atendidos. Estaban bloqueados y sin recursos. La URSS y los demás
estados del campo socialista se reconstruían.
Cuando
llegué el 7 de marzo de 1986 a la República Popular Democrática de
Corea, casi 33 años después de la destrucción que dejó la guerra, era
difícil creer lo que allí sucedió. Aquel pueblo heroico había
construido infinidad de obras: grandes y pequeñas presas y canales para
acumular agua, producir electricidad, abastecer ciudades y regar los
campos; termoeléctricas, importantes industrias mecánicas y de otras
ramas, muchas de ellas bajo tierra, enclavadas en las profundidades de
las rocas a base de trabajo duro y metódico. Por falta de cobre y
aluminio se vieron obligados a utilizar incluso hierro en líneas de
transmisión devoradoras de energía eléctrica, que en parte procedía de
la hulla. La capital y otras ciudades arrasadas fueron construidas
metro a metro. Calculé millones de viviendas nuevas en áreas urbanas y
rurales y decenas de miles de instalaciones de servicios de todo tipo.
Infinitas horas de trabajo estaban convertidas en piedra, cemento,
acero, madera, productos sintéticos y equipos. Las siembras que pude
observar, dondequiera que fui, parecían jardines. Un pueblo bien
vestido, organizado y entusiasta estaba en todas partes, recibiendo al
visitante. Merecía la cooperación y la paz.No hubo tema que no discutiera con mi ilustre anfitrión Kim Il Sung. No lo olvidaré.
Corea
quedó dividida en dos partes por una línea imaginaria. El Sur vivió una
experiencia distinta. Era la parte más poblada y sufrió menos
destrucción en aquella guerra. La presencia de una enorme fuerza
militar extranjera requería el suministro de productos locales
manufacturados y otros, que iban desde la artesanía hasta las frutas y
vegetales frescos, además de los servicios. Los gastos militares de los
aliados eran enormes. Lo mismo ocurrió cuando Estados Unidos decidió
mantener indefinidamente una gran fuerza militar. Las transnacionales
de Occidente y de Japón invirtieron en los años de la Guerra Fría
considerables sumas, extrayendo riquezas sin límites del sudor de los
surcoreanos, un pueblo igualmente laborioso y abnegado como sus
hermanos del Norte. Los grandes mercados del mundo estuvieron abiertos
a sus productos. No estaban bloqueados. Hoy el país alcanza elevados
niveles de tecnología y productividad. Ha sufrido las crisis económicas
de Occidente, que dieron lugar a la adquisición de muchas empresas
surcoreanas por las transnacionales. El carácter austero de su pueblo
le ha permitido al estado la acumulación de importantes reservas en
divisas. Hoy soporta la depresión económica de Estados Unidos, en
especial los elevados precios de combustibles y alimentos, y las
presiones inflacionarias derivadas de ambos.
El PIB de Corea del
Sur, 787.600 millones de dólares, es igual al de Brasil (796 mil
millones) y México (768 mil millones), ambos con abundantes recursos de
hidrocarburos y poblaciones incomparablemente mayores. El imperialismo
impuso a las mencionadas naciones su sistema. Dos quedaron rezagadas;
la otra avanzó mucho más.
De Corea del Sur apenas emigran a
Occidente; de México, lo hacen en masa hacia el actual territorio de
Estados Unidos; de Brasil, Suramérica y Centroamérica, a todas partes,
atraídos por la necesidad de empleo y la propaganda consumista. Ahora
los retribuyen con normas rigurosas y despectivas.
La posición
de principios sobre las armas nucleares suscrita por Cuba en el
Movimiento de Países No Alineados, ratificada en la Conferencia Cumbre
de La Habana en agosto de 2006, es conocida.
Saludé por primera
vez al actual líder de la República Popular Democrática de Corea, Kim
Jong Il, cuando arribé al aeropuerto de Pyongyang y él estaba
discretamente situado a un lado de la alfombra roja cerca de su padre.
Cuba mantiene con su gobierno excelentes relaciones.
Al
desaparecer la URSS y el campo socialista, la República Popular
Democrática de Corea perdió importantes mercados y fuentes de
suministros de petróleo, materias primas y equipos. Al igual que para
nosotros, las consecuencias fueron muy duras. El progreso alcanzado con
grandes sacrificios se vio amenazado. A pesar de eso, mostraron la
capacidad de producir el arma nuclear.
Cuando se produjo hace
alrededor de un año el ensayo pertinente, le transmitimos al gobierno
de Corea del Norte nuestros puntos de vista sobre el daño que ello
podía ocasionar a los países pobres del Tercer Mundo que libraban una
lucha desigual y difícil contra los planes del imperialismo en una hora
decisiva para el mundo. Tal vez no fuera necesario hacerlo. Kim Song
Il, llegado a ese punto, había decidido de antemano lo que debía hacer,
tomando en cuenta los factores geográficos y estratégicos de la región.
Nos
satisface la declaración de Corea del Norte sobre la disposición de
suspender su programa de armas nucleares. Esto no tiene nada que ver
con los crímenes y chantajes de Bush, que ahora se jacta de la
declaración coreana como éxito de su política de genocidio. El gesto de
Corea del Norte no era para el gobierno de Estados Unidos, ante el cual
no cedió nunca, sino para China, país vecino y amigo, cuya seguridad y
desarrollo es vital para los dos estados.
A los países del
Tercer Mundo les interesa la amistad y cooperación entre China y ambas
partes de Corea, cuya unión no tiene que ser necesariamente una a costa
de la otra, como ocurrió en Alemania, hoy aliada de Estados Unidos en
la OTAN. Paso a paso, sin prisa pero sin tregua, como corresponde a su
cultura y a su historia, seguirán tejiéndose los lazos que unirán a las
dos Coreas. Con la del Sur desarrollamos progresivamente nuestros
vínculos; con la del Norte han existido siempre y continuaremos
fortaleciéndolos.
Fidel Castro Ruz
Julio 24 de 2008
6 y 18 p.m.