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La revolución naxalita acumula fuerzas y se extiende por territorio indio
por Alberto Cruz 30 de diciembre de 2008
El
año que viene, en mayo, se van a celebrar elecciones generales en
India, un país de más de mil millones de habitantes y que acaba de
firmar un acuerdo nuclear con EEUU que le sitúa, de forma inequívoca,
dentro de la órbita occidental.
Se trata de una vieja aspiración
de la oligarquía india que en los últimos 19 años se ha traducido en la
imposición de políticas neoliberales, desmantelando paulatinamente su
hasta entonces economía centralizada y privatizando los principales
sectores productivos.
Junto a este hecho, y en un intento por
reforzar este paso al occidentalismo, India ha alcanzado acuerdos
militares con Israel (lo que ha provocado un auge del islamismo que se
está traduciendo en atentados por todo el país y en ataques contra
otras confesiones religiosas, en especial la cristiana) y estudia «congelar» el acuerdo de construcción de un oleoducto de gas con Irán.
Es,
por tanto, un año crucial para la izquierda india, muy numerosa y con
responsabilidades de gobierno en estados como Bengala Occidental,
Kerala, Minipur, Tamil Nadu y en Tipura (que albergan a unos 220
millones de indios en total, casi la cuarta parte de la población del
país), todos gobernados por el Frente de Izquierda hegemonizado por el
Partido Comunista de India (marxista). Pero también en India se está
asistiendo al auge, cada vez mayor, de la insurrección naxalita,
liderada por el Partido Comunista de India (maoísta) y su brazo armado,
el Ejército Popular Guerrillero del Pueblo. Existe, además, otra
organización guerrillera impulsada por el Partido Comunista
Marxista-Leninista Guerra Popular. Estas dos organizaciones ya han
hecho un llamamiento a boicotear las elecciones.
Los naxalitas
se están convirtiendo en un movimiento político de alcance nacional.
Actúan en 14 de los 28 estados de India (Chhattisgarh, Jharkhand, Uttar
Pradesh, Asma, Uttaranchal, Kerala, Tamil Nadu, Bengala Occidental,
Gujarat, Andhra Pradesh, Madhya Pradesh, Orissa, Maharashtra y Bihar),
lo que, en cifras, significa que en 182 distritos, de un total de 602
en que está dividido administrativamente el país, son los maoístas
quienes controlan la situación. En abril se consideraba que actuaban en
165 distritos (170, según del CADH), y el que ahora estén activos en 17
distritos más indica su progresión imparable, que se produce no sólo en
el campo sino que está comenzando a extenderse a las ciudades,
especialmente a las zonas obreras e industriales de Delhi, Mumbai,
Raipur, Pune y Jammu, donde alternan las acciones propagandísticas con
las militares. El propio gobierno indio estimaba hace un año que entre
el 30% y el 35% del territorio de India está bajo el control de los
naxalitas, porcentaje que será mayor en la actualidad.
Los
éxitos revolucionarios en el campo son incuestionables: ni la Policía
ni los funcionarios estatales se atreven a entrar en Bastar, una
extensa zona del estado de Chhattisgarh, de unos cien mil kilómetros
cuadrados, y sus acciones contra los paramilitares de Salwa Judum
(«cazadores de la paz», armados por terratenientes y el propio Estado
que les ofrece, además, un sueldo) están provocando la desmoralización
y deserción de estos mercenarios en cuanto se produce un combate,
debido a las constantes bajas que sufren.
El periódico «Indian
Express» relataba con crudeza lo ocurrido tras un ataque maoísta que
causó 55 muertos a una fuerza conjunta de policías y paramilitares al
hacerse eco de un informe oficial en el que se recogía la investigación
llevada a cabo: «La cobardía, la
deserción, la excesiva dependencia de los oficiales de Policía respecto
de la Policía Especial Local (los paramilitares de Salwa Judum tienen
la categoría de agentes policiales rurales), la carencia de un
entrenamiento apropiado y el consumo de sustancias tóxicas influyeron
en las causas de la matanza de los 19 policías y 39 PEL (Salwa Judum)». Para minimizar el efecto de la derrota, el informe recogía que dicho ataque había sido efectuado por una fuerza de «por lo menos 400 naxalitas».
Aunque éste ha sido, hasta ahora, el ataque con mayor número de
muertos, constantemente se reportan bajas entre policías y
paramilitares, incluyendo a los comandos de élite de Andhra Pradesh,
llamados «Galgos», que el pasado mes de junio sufrieron 38 bajas
mortales al ser atacado el barco en el que se dirigían a realizar una
operación militar contra un campamento maoísta.
«Diez contra uno, uno contra diez»
Los
naxalitas han dado el paso de la guerra de guerrillas a la de
movimientos, con una mayor acumulación de fuerzas y siguiendo el
esquema clásico maoísta de «diez contra uno, uno contra diez»,
es decir, de obligar a las fuerzas estatales a asumir una posición
defensiva táctica -fácilmente atacable en base a la superioridad de
fuerzas- para, debido a estos golpes militares, obligarles luego a
asumir una posición defensiva estratégica, o sea, la inmovilidad y la
concentración de fuerzas en un solo punto para defender una ciudad o un
territorio. Se puede afirmar que la guerrilla naxalita actúa en
brigadas de hasta 300 combatientes. Si hay que hacer caso a la prensa
india, los ataques contra estaciones de Policía, locales de los
paramilitares, empresas mineras, ferrocarriles, estaciones de
telecomunicaciones, construcciones eléctricas e, incluso, asaltos a
cárceles -en diciembre de 2007 atacaron la prisión de Raipur, capital
de Chhattisgarth, facilitando la fuga de 299 presos, 100 de ellos
guerrilleros- los realizan fuerzas de entre 40 y 150 combatientes
aunque en ocasiones llegan a los 400. No obstante, eso no quiere decir
que los naxalitas mantengan grandes formaciones guerrilleras con
carácter permanente, sino que se constituyen en función de la
estrategia.
Los datos son esclarecedores. En 2007, los naxalitas
realizaron 8.488 ataques a establecimientos policiales en 91 distritos
de 11 estados, según un informe presentado por el ministro de Interior,
Sriprakash Jaiswal, ante el parlamento indio (Lok Shaba, Cámara del
Pueblo). Y la guerrilla está comenzando a buscar la complicidad de los
policías, a quienes llama a pasarse a su filas si no quieren seguir
sufriendo sus embestidas. Desde junio de 2007, cada vez que se realiza
un ataque contra dependencias policiales los guerrilleros dejan en el
lugar panfletos que dicen: «Estás
luchando para impedir el levantamiento del pueblo, por lo que tu vida
está en juego, porque el pueblo, al que estás matando, es de tu propia
clase. Levántate contra el sistema». Cabe indicar que el
Ejército, como tal, no está implicado en la lucha con los guerrilleros
aunque algunas unidades de élite sí han participado en operaciones
concretas contra la dirección naxalita.
La situación ha llegado
a tal extremo que el Gobierno, que ya consideró hace unos años a la
insurgencia maoísta como el principal problema de India, ha decidido
poner en marcha un plan para contener el avance de la guerrilla:
Iniciar un programa de desarrollo de las zonas más empobrecidas,
modernizar la Policía, construir carreteras que sirvan tanto a las
poblaciones como para facilitar el traslado rápido de las fuerzas
policiales y crear seis escuelas de guerra, es decir, formar unidades
antiguerrilleras para poder atacar y destruir los campamentos naxalitas
en la selva. La idea del Gobierno es crear unos batallones específicos
para la lucha contra la guerrilla que estén compuestos por 14 mil
efectivos y la previsión era que antes de fin de año hubiera dos o tres
en funcionamiento. En la actualidad la Fuerza Central de Reserva de la
Policía, junto a los paramilitares de Salwa Judum, lleva el
protagonismo en la lucha contra los maoístas. Cuenta con 201
batallones, 32 de los cuales están desplegados en zonas donde operan
los naxalitas pero se han mostrado altamente ineficaces y, cada vez con
mayor frecuencia, reciben contundentes golpes militares, por lo que
ahora se han decidido crear batallones antiguerrilla al estilo del
tristemente célebre Batallón Atlacalt de El Salvador, responsable de
innumerables matanzas en zonas rurales del país centroamericano.
El gran salto adelante
Hasta
este momento, la guerrilla estaba dejando a un lado las ciudades para
centrarse en el control total del campo, siguiendo la vieja estrategia
de cercar las ciudades desde el campo. La estrategia era penetrar y
consolidarse en las áreas rurales y, una vez consideradas seguras sus
bases de apoyo, ir estableciendo coordinaciones eficaces y efectivas
entre las diferentes células en otros estados. Esto ha dado
inmejorables resultados en Nepal.
Al igual que sus camaradas
nepalíes, los maoístas indios respetan a los cargos locales -incluyendo
a policías- si el pueblo considera que son honestos y no están
comprometidos en casos de corrupción o represión. También respetan a
las empresas que están instaladas en sus zonas de influencia, pero las
cobran un «impuesto revolucionario»,
que oscila entre el 15% y el 20% de sus beneficios, con el que
financian sus actividades. Por el contrario, los naxalitas son
implacables en su lucha contra las Zonas Económicas Especiales (ZEE)
que está poniendo en marcha Delhi, con el apoyo de los gobiernos de los
estados, para establecer industrias, incluidas las metalúrgicas y
mineras, y que están provocando el desplazamiento de sus hogares de
decenas de miles de habitantes rurales, que, por consiguiente, están
perdiendo sus medios de vida. La gran mayoría de desplazados son
aparceros sin tierra, artesanos y pequeños comerciantes, provenientes
de las comunidades desfavorecidas de dalit y adivasi y de minorías
religiosas.
El trabajo político de la guerrilla naxalita, según
su IX Congreso de enero de 2007, se centra, precisamente, en los
dalits, los intocables en el sistema de castas y los parias dentro de
India. Esta decisión ha estado en el origen de la expansión guerrillera
por toda India. Como eje del trabajo político y militar, en este
congreso se acordó, además, la extensión de la guerra popular a todo el
país, «el apoyo a las luchas nacionales contra el expansionismo indio»
en Cachemira y Jammu, la expansión del movimiento a las ciudades para
tener presencia entre las masas urbanas empobrecidas y la clase media
con la finalidad de «lograr un movimiento masivo contra las políticas neoliberales» y, por consiguiente, la lucha contra las ZEE, calificadas de «enclaves neocoloniales», que han sido creadas en los últimos años y han provocado «la
dislocación de las pequeñas industrias y de los comerciantes, empujados
a la bancarrota por la ofensiva masiva de las imperialistas compañías
transnacionales y de los compradores-burócratas-burgueses».
La entrada en las ciudades es «el gran salto adelante»
de los maoístas indios. Hay presencia de células naxalitas en las zonas
obreras e industriales de Delhi, Mumbai, Raipur, Pune y Jammu. Aunque,
por el momento, la principal actividad es la propagandística, en
algunas zonas donde el movimiento naxalita es especialmente fuerte se
están ya realizando acciones militares.
Es el caso de Nayararh,
una de las más importantes ciudades del estado de Orissa, donde un
comando naxalita realizó una de sus más audaces acciones hasta la
fecha: El pasado 16 de febrero se produjo el asalto a una comisaría de
Policía y la requisa de 1.069 armas almacenadas allí. El gobierno indio
sólo ha dado la cifra, no detalles de las armas capturadas, lo que
indica que en poder de la guerrilla hay ahora un material más
sofisticado, como se pondría de relieve en las últimas operaciones
militares en las que se han bombardeado instalaciones policiales con
morteros de 80 milímetros y se están usando lanzagranadas para atacar
las caravanas de vehículos policiales y paramilitares.
La
presencia naxalita en ciudades y centros industriales supone el salto a
la guerra popular prolongada. Desde mediados de 2007 los naxalitas han
actuado de forma preferente en ZEE de una franja que comprende las
ciudades de Bhilai-Ranchi-Dhanbad-Calcutta, por un lado, y de
Mumbai-Pune-Surat-Ahmadabad, por otro, al tiempo que han planteado
bloqueos que han sido impuestos de forma desigual, dependiendo de las
zonas donde tienen más fuerza, como es el caso de los estados de
Jharkhand, Orissa, Chhattisgarh y Bengala Occidental y en los que
menos, como en Haryana y Punjab. En Bengala Occidental, un estado
gobernado por la izquierda, la ZEE prevista ha tenido que ser
suspendida tras una revuelta popular campesina, que contó con el apoyo
maoísta y que fue sofocada a sangre y fuego. Este hecho provocó un
tremendo descrédito de la izquierda tradicional, del que se está
beneficiando la insurrección naxalita que ve cómo los campesinos pobres
se incorporan en masa a sus filas.
En India hay en estos
momentos 40 ZEE en funcionamiento y el gobierno central tenía previsto
que en 2008 generaran un volumen de comercio superior a los 27 mil
millones de dólares en cuanto a bienes, servicios y mercancías. En
total, el gobierno indio prevé aprobar la puesta en marcha de 339 ZEE y
dice que supondrán un empleo directo para 800 mil personas. Las ZEE son
áreas que, gracias a las desgravaciones que posibilitan que las
empresas no paguen ningún impuesto, gozan de ventajas fiscales y
económicas para favorecer la productividad y donde se puede eludir la
legislación general del país en materia laboral, sindical y ambiental
con el objetivo de atraer inversores locales y extranjeros.
Un nuevo frente de izquierda
Los
éxitos militares de los revolucionarios indios están siendo acompañados
de un éxito político demostrable en las zonas bajo su control, donde se
ha logrado una eficaz mejora del nivel de vida de la población,
básicamente rural, y están en condiciones de ofrecer una alternativa a
la izquierda tradicional y reformista. Esto está provocando que un
cierto sector de los intelectuales indios vea con agrado y simpatía a
la guerrilla y que, como es el caso de Arundhati Roy, se niegue a
calificar su lucha de inmoral o «terrorista». O como el conocido músico Ravi Shankar, que ha dicho públicamente que los maoístas son «admirables».
Desde
que los naxalitas comenzaron a realizar trabajo político en las
ciudades, entre los pobres urbanos, los habitantes de los barrios
marginales y de la clase obrera organizada, especialmente tras la
masacre de campesinos ordenada por el gobierno de Bengala Occidental
-gobernado por el Frente de Izquierda hegemonizado por el Partido
Comunista de India (Marxista)- en marzo de 2007 cuando se oponían a la
ZEE prevista en Nandigram, las voces para que los maoístas lideren otro
frente de izquierda en India, de carácter inequívocamente
revolucionario, se están alzando cada vez con mayor fuerza. Se les pide «una nueva dinámica en la propaganda», una mayor atención hacia los «no iniciados en política» y «una mayor atención a las clases medias».
Los
maoístas están en ello, conscientes de que el progreso de su guerra
popular prolongada depende de la creación de una plataforma cultural y
políticamente diferente de la que ha existido hasta ahora en India -de
forma especial en lo que se refiere a la separación de castas, la
opresión feudal de la familia y las costumbres- y, sobre todo, alejada
de los pasillos del poder que tanto gustan a la izquierda tradicional. |
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