Volver al inicio ZONA DE DISTENSION - Territorio liberado para la música y la revolución!
Nos volvimos viejos
Andrés Casas Casas

“…and i´m atacking myself to a dirty part of town
where all my troubles can´t be found…”

Head on
Jesus and Mary Chain
Automatic, 1989


En la K7#65-01 ya no existe la hermosa construcción que un día contuvo la euforia de miles de almas que se perdieron en sudoríparas paredes. Pese a que en su paso por la década de los noventa del pasado siglo serviría a propósitos muy distintos a los que le dieron su esencia -la convirtieron en local de todo tipo de empresas comerciales, institutos mediocres de educación, campañas políticas que no lograron su cometido-, esa casa emblemática, símbolo de una época particular de la noche bogotana, se erigía como baluarte de una generación.

Hoy sólo queda un lote forrado de blanco que servirá para otra cosa distinta a guardar las notas sublimes de lo mejor de la música, así como los desesperados intentos de incontables cabezas que guardan el profundo recuerdo de la flor.

En La Floristeria aprendimos a abrir nuestros oídos, en una época en que Kurt Cobain y Pearl Jam con su Seattle sound dominaban la escena. En Colombia el ‘boom’ de Estados Alterados, de Las Almas, de Los Aterciopelados rockeros. Bares de rock (de la onda post-Barbarie, Barbie y Vertigo campoelías 13 A con 34) que no se han vuelto a ver: Transilvania, Membrana, T.V.G, Bol&Bar, y por supuesto la flor.

La séptima era un corredor hermoso, lleno de niñas lindas forradas de negro y de torpes borrachos de camisa de cuadros, botas industriales o Converse vinotinto. La Bogotá de principios de los noventa no se mostraba agresiva con nosotros los residentes, pues a pocos les pasó algo más allá de algunas lesiones por riña callejera, o de algunos traumas óseos producto de una golpiza fascista. Era la Bogotá que no dormía, en la que se podía caminar hasta la casa (unas veinte o treinta calles) a las 4 a.m. sin temor.

Al llegar, un puesto de perros calientes en la esquina, una entrada pequeña custodiada por un gorila que algunos decían había trabajado para uno de los duros de Medellín de la época. Una boleta a 1000 pesos con derecho a cocktail con cereza en el fondo, servido por musas hermosas que hoy deben tener hijos, o por lo menos estar algo arrugadas. Felipe va a la playa, Felipe y su familia van a la playa; un corazón salvaje que quemaba la garganta y hacía brotar lágrimas en medio del afán de no dejar quemar el pitillo.

Adentro, en medio de paredes de colores que sudaban, entre cosas que no debían estar ahí (una nevera rosada, un T.V sin señal suspendiendo la mente en una eterna estática, un carro rojo que servía como mesa para un d.j. que casi nunca tocaba las canciones que uno le rogaba poner) se perdían las mejores (y las peores) mentes de nuestra generación, en el dolor de no ser amados, embriagados por el baile suave de Sarah, siempre Sarah.

El pogo era tierno, como el de los japoneses, saltitos hacia arriba, al ritmo de: Talking Heads, Sweet, Spin Doctors, Blur, P.J. Harvey, Dinosaur Jr, R.E.M., Red Hot Chili Peppers, Devo, Kraftwerk, Arrested Development, Eddie Brickell and the New Bohemians; Elvis Costello, The Police, Robert Palmer, Pixies, Jesus and Mary Chain, Charlatans U.K., Soup Dragons (¿se acuerdan de Running Wild?), Beastie Boys, Sonic Youth, Weezer, Nirvana, Frank Black, Lemonheads, Ministry, Depeche Mode; Primus, Mano Negra, Daisy´s Chainsaw, Love and Rockets, B 52´s, Mano Negra, Caifanes, La Maldita Vecindad, Harry Belafonte, Morrisey, Breeders, Bjork, House of Pain, Billy Idol, Dexys Midnight Runners, Madness, Black Crowes, The Cars; al ritmo de mambo, de samba; de videos de Beavis and Butthead, videos de una eternidad de buenos grupos.

Sumergidos en el denso humo de cigarrillos legales e ilegales, víctimas de la fraternidad alcohólica de quienes frecuentábamos, se iba la noche y con ella algo de lo mejor en el corto paso por este cementerio andante. Noches temáticas, de rap en vivo con Raza Gangster, de sombreros, de pijamas, de disfraces, de Smiths, de The Cure, de Pixies (4 de diciembre de 1993), noches donde la casa se abría o se cerraba.

Al fin la histeria se acabó y la flor se marchitó. Champi se fue, y nada quedó (pues la última noche regalaron todo lo que uno pudiese cargar). Pasaron los años, quedamos nosotros, nuestros recuerdos, una que otra fiesta de remembranza, intentos de CDs homenaje, pero el recuerdo material se derrumbó. En la K7#65-01, ya no hay un objeto sobre el cual proyectar el deseo de nuestra memoria, de la esperanza de que los buenos tiempos no pasen, pues la euforia no volverá a ser igual. No rezará más en aquellos muros el lema: “la mente es un recurso natural (while it lasts boy)”.

Sólo queda formular un epilogo:
que descanse en paz la flor, con ella yace nuestra histeria
Bogotá 1992-17 de diciembre de 1993.

*Andrés Casas es el melancólico encargado de la sección La Periferia del programa radial La Silla Eléctrica. Este escrito leído al aire el sábado 24 de mayo de 2003 está inspirado en un corto texto de 1997 compilado con otros trabajos inéditos del mismo autor en Escritos Fallidos, en revisión en este momento.