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La banlieue y el hip hop: La poesía es un arma

"¡Policía por todas partes, justicia por ningún lado!"
MIB (Mouvement des Inmigrants et des Banlieues)

En francés, banlieue es un término neutro que se utiliza para designar cualquier suburbio de cualquier ciudad. Sin embargo, en los últimos años ha ido adquiriendo nuevas connotaciones sociales y políticas. Cuando se habla de banlieue es bastante probable que se esté haciendo referencia a la realidad cotidiana de los habitantes –en su mayoría inmigrantes– de los extrarradios de las grandes ciudades francesas (sobre todo de París, Marsella y Lyon) y a sus muchos problemas.

La construcción en los años 60 de las grandes torres de pisos que conforman el paisaje de estos barrios, las cités, fue vista como símbolo de un capitalismo decoroso que había pactado con la clase obrera para dotar a los trabajadores metropolitanos de unas condiciones de vida dignas. Ya entonces, como en todos los guetos del mundo, los delitos menores y la violencia formaban parte de la vida cotidiana del extrarradio. Sus protagonistas eran adolescentes que, tras unos cuantos años de hacer el macarra, se reincorporaban al mundo del trabajo y con bastante frecuencia entraban a formar parte de las organizaciones políticas y sindicales. La irrupción del paro masivo en los años 70 golpeó especialmente a los inmigrantes que habían llegado a Francia para satisfacer la demanda de trabajadores no cualificados y que, años después, se habían convertido en el nuevo proletariado. Salvo la acción minoritaria pero incesante de algunos movimientos sociales heroicos (MIB, MRAP), las únicas vías de expresión que quedan tras la escabechina neoliberal son las explosiones catárticas de violencia nihilista (un ejemplo típico es la quema ritual de coches aparcados en la calle) y, contra todo pronóstico, la exteriorización del odio por medio de rimas y beats.

A menudo, en las novelas negras de Manchette, Daeninckx o Izzo los protagonistas del horror y del crimen son remanentes ultraderechistas del ejército colonial francés que pretenden terminar en Francia el trabajo de tortura y humillación que dejaron a medias en Argelia y Senegal. Los portavoces de la banlieue parecen estar de acuerdo con este diagnóstico si bien, obligados por las circunstancias, son más concretos en sus acusaciones.

El protagonismo del crimen corresponde a la policía francesa que, con su impresionante currículum de 30 años de asesinatos y palizas a jóvenes de los antiguos territorios de ultramar, se ha ganado la admiración de todos los citoyens de bien que temen por el destino de sus coches. No importa que ya esté más que demostrado que los maderos forman parte del problema y no de la solución. Como en España, cada vez que aparece la cuestión de la desintegración social disfrazada del “problema de la inseguridad”, la ciudadanía francesa clama por la entrada en la banlieue de más policía. Ya que no hay nada que se pueda resolver, por lo menos que sepan quién manda.

El sinónimo del horror es Jean Marie Le Pen que –con el apoyo de una legión de palurdos desdentados que no están dispuestos a que venga ningún moro a quitarles sus gallinas– cada cuatro años amenaza con devolver a todos esos criminales malolientes y ruidosos (la expresión es del muy admirado Chirac) al lugar de donde vinieron. Ni que decir tiene que, a estas alturas, la gran mayoría de ellos no ha pisado en su vida otra cosa que el territorio francés, con lo cual nunca está demasiado claro adónde habría que enviarles.

El efecto más pavoroso que ha producido el cerdo bretón consiste en que, por su culpa, la política social de gaullistas (igual de miserables aunque algo menos chabacanos que el PP) y socialistas puede llegar a parecer benévola. Ninguno de los dos partidos ha necesitado de una solución final para afrontar las consecuencias sociales de las reestructuraciones económicas. Les ha bastado con la alternativa neoliberal: prisión o trabajo precario. Por lo demás, para saciar la desmedida afición del ciudadano medio a los castigos ejemplares, han promulgado cada cierto tiempo legislaciones represivas como la doble pena, que establece la deportación de ciertas categorías de condenados de origen extranjero (generalmente por reincidencia en delitos contra la propiedad). Una vez en el país de destino, el deportado se suele encontrar con que allí no tiene ni familia ni vínculos sociales. Generalmente optan por volver a Francia para quedarse, esta vez como sin papeles, en los mismos barrios donde nacieron.

“Si no te ocupas de la política, la política se ocupa de ti”
Rockin’ Squat. MC de Assassin

Assassin y NTM en París e IAM en Marsella son los tres grupos que han definido el carácter del hip hop francés. Ellos y no Rimbaud, ni los profesores de literatura, son los responsables de que los adolescentes de la banlieue pasen sus días en busca de la metáfora perfecta. A estos tres grupos les han salido retoños por todas partes que han continuado trabajando en su línea musical y política, como Fonky Family y Psy 4 de la Rime en Marsella o Disiz la Peste en París. El mérito enorme de estos grupos consiste en haber sabido tomar de la cultura hip hop americana aquellos elementos que pueden trasladarse a la situación francesa y moldearlos hasta hacerlos propiedad de los chavales de los barrios. Una vez controlados los platos y las rimas, se ha puesto en marcha un talento colectivo enorme que ha convertido lo que podía haber sido una caricatura en un medio de expresión y denuncia asombrosamente eficaz.

Koma, rapero de Scred Connexion, del barrio parisino de Barbès, explica perfectamente cómo se entiende el hip hop en Francia: “La lengua es un deporte de combate. Cuando la dominas puedes elegir irte con los fuertes para aplastar a los débiles o irte con los débiles para luchar contra los fuertes [...] Un tío puede decir con mucho orgullo que él es un gangster o que su papá era un gangster, incluso aunque nunca haya salido de un barrio pijo. No está diciendo más que gilipolleces, está cayendo en la trampa de un sistema que adora a los que no tienen nada que decir”.

El hip hop ha conquistado a la juventud de Francia y ha obligado a muchos a escuchar (aunque sólo sea porque sus hijos lo están tarareando todo el día) lo que de ninguna manera querían oír: que los chavales de la banlieue no están dispuestos a aceptar su papel de víctimas pasivas. Probablemente, lo último que se les pasaba por la cabeza a los primeros que agarraron el micro para contar su vida, fue que se iban a ver forzados por las circunstancias a suplir el vacío político que había dejado en los barrios la huida de la izquierda hacia posiciones más cómodas y bien pagadas de la política parlamentaria. Basta con revisar someramente las declaraciones de los representantes más destacados del hip hop francés de los últimos años para encontrarlos explicando que ellos no son políticos y que, si lo que ellos hacen es política, no tiene nada que ver con la pantomima de los políticos profesionales. Y es que no hay nada más dañino para alguien cuyo oficio es decir la verdad que ser confundido con un político profesional.