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La crisis de la industria del disco y sus causas
Por: Patricia Godes - Ladinamo

La industria del disco siente que su fin se acerca y que, si Dios no lo remedia, va a extinguirse del mismo modo que se extinguieron los dinosaurios. Anteriormente, otros industriales prósperos y decentes, como pudieran ser los fabricantes de escupideras y orinales, tuvieron que cerrar sus puertas cuando tiempos más higiénicos les declararon obsoletos. Nada nuevo bajo el sol, es la ley de la oferta y la demanda: cuando nadie quiere lo que tú vendes, desapareces.

Imagino que el lector debe estar pensando que la música no es lo mismo que un orinal y que, excepto los bebés, nadie necesita un orinal teniendo un buen cuarto de baño, mientras que la música gusta y ha gustado siempre a todo el mundo, habiendo incluso mucha gente a la que nos enloquece. Y el lector tendrá toda la razón del mundo, pero el hecho está ahí: la crisis de la industria del disco es la noticia más candente y comentada del mundo musical.

Los precios abusivos de los discos, el pirateo y las páginas de intercambio de MP3 en internet (yo añadiría el empeño de la industria y los medios por promocionar música mediocre y aburrida, pero, claro, eso es una cuestión de gustos) han hecho tambalearse a una industria en apariencia inamovible. Lo curioso es que, mientras iba sacando, sin prisa, pero sin pausa, a puñaditos, la tierra que iba a cubrir su ataúd, la industria se regalaba triunfalista, alardeando de unas cifras de ventas multimillonarias (millones de copias de Alejandro Sanz, un millón de Estopa, 400.000 de Ana Torroja, otras tantas de Manolo García, Jarabe de Palo, Enrique Iglesias, Ismael Serrano, Marta Sánchez, Duncan Dhu y quien se tercie) que, indudablemente, o eran falsas, o, de ser ciertas, denotan lo absurdo de un mercado que, independientemente de los millones, está a punto de extinguirse.

Como espectadores conscientes de las jugadas desmañadas que se estaban llevando a cabo en nombre de un mercantilismo malintencionado o ingenuo, vamos a proponer, sin ningún ánimo de polémica, los siguientes argumentos en relación con el tema para los que, afectados o no, tengan ganas de ejercitar las meninges.

I. La industria se ha empeñado obsesivamente en demostrar que la música no importa.

No podemos comprender el porqué, pero así es: se supone que son la belleza física, la elegancia, la literatura y, a lo más, el sonido lo que hace vender discos. Me remito a los hechos: ¿cómo es sino que el MP3, que es sólo música, está logrando desbancar a esas ediciones en CD tan bonitas y tan caras que se empeñan en hacernos comprar? Incluso la fan más alienada, cuando se compra un disco del ídolo más lamentable -Enrique Iglesias, por ejemplo-, está convencida de que lo que le gusta es su música. Si no, se compraría postales, pósteres, cromitos o camisetas que son más baratos que el disco.

II. La industria del disco no vende música, sino soportes.

La industria del disco ha estado convencida durante los últimos veinte años de que, contando con una exposición y un valor añadido extramusical suficientes, cualquier producto se puede convertir en éxito, incluyendo los consabidos dos minutos de silencio (desde John y Yoko hasta Depeche Mode). Y, sin embargo, a nadie le gustan los discos ni las casetes per se, sino las canciones que contienen: contra todo pronóstico, el público ha elegido bajarse las canciones de internet sin soporte ni nada o comprarse los discos en el “top manta”, despreciando la portada y los regalitos que no hacen más que encarecer el producto. Este aspecto de la crisis tiene difícil solución porque, desde los años 60, y quizá antes, disco y música se han convertido en sinónimos tanto para la industria como para muchos consumidores y estoy segura de que, ahora mismo, hay lectores que no están entendiendo de qué estamos hablando. Las consignas lanzadas por algunas campañas alarmistas abundan en identificar ambos. Pues no, la crisis de la industria no trae consigo la muerte de la música: ni Juan Sebastián Bach ni los grandes maestros del pasado necesitaron cobrar derechos de autor ni tener discos en el mercado para inventarse lo que ahora mismo seguimos llamando música.

III. La industria del disco no se molesta en conocer a sus clientes.

Los gustos y criterios personales de su personal y, como mucho, de la gente de los medios, constituyen la única guía para llevar a cabo tal o cual inversión. Los jefes de producto de las compañías tienen, en mi opinión, una responsabilidad injusta y las compañías arriesgan demasiado en cada lanzamiento hecho a ciegas. Inevitable que se hayan vuelto tan conservadoras y se limiten a repetir fórmulas mil veces probadas. Encuestas, tests, estudios de mercado, sondeos de opinión y, sobre todo, servicios de atención al cliente, semejantes a los que existen en cualquier otro sector, se convierten en imprescindibles en un momento de crisis. Incluso en estos tiempos de pirateo e internet, siguen existiendo sectores alternativos de la industria discográfica que siguen prósperos dada su comprensión de lo que el público les pide. Los ejemplos llenarían miles de páginas.

IV. La industria del disco desprecia al melómano, su único cliente potencial.

Es decir, crea su producto para el público al que no gusta la música -en teoría más grande y más manipulable-, despreciando a los que, por lógica, son los consumidores básicos de música: los melómanos. Generalmente se considera que este sector es más reducido y menos manejable, olvidando que, en cambio, es muchísimo más fiel y más activo.

V. La industria del disco se ha quedado anclada en los planteamientos de los años 60.

Me refiero a que, dado que fue entonces cuando, gracias al aumento de la capacidad consumista de los adolescentes, consiguió su mayor desarrollo, sigue dirigiéndose exclusivamente al público adolescente en lugar de recapacitar y observar la cruda realidad: después de dos décadas de carestía de bebés, la edad media de los españoles sobrepasa los cincuenta años y, ni el más memo de los cincuentones va a interesarse nunca por Natalia, Raúl o Snoop Doggy Dogg, ni va a sentir el más mínimo interés por la frivolidad y la locura que rigen la actualidad musical.

VI. La industria del disco ha perdido el contacto incluso con el público joven.

Sabido es que están dejando de comprarse música porque prefieren el Sega, el fútbol, el botellón y otros hobbys más divertidos y actuales: la industria del disco no ha sabido encontrar su sitio en medio de la oferta de ocio actual para la juventud. La gente que sólo ha conocido el CD no lo valora como se valoraban antes los delicados discos de vinilo. Desde el principio sabes que tienes algo regrabable y que no vale lo que cuesta. El fracaso es mayor en cuanto que este sector constituye su objetivo principal. No sería tan grave si se hubieran ganado otro público, pero como no es así…

VII. La industria del disco ha devaluado metódicamente su producto con el baile de soportes que se inició hace veinte años.

Porque... ¿quién te dice que, cuando hayas conseguido sustituir tu querida colección de discos de vinilo, que tantos sudores te costó reunir, por sus correspondientes CDs (porque tú sabes que, te digan lo que te digan, aún no están editados en CD todos tus discos y casetes), no van a venir con otro invento todavía más caro y todavía más moderno para que te veas obligado a tirar a la basura los CDs junto con los discos y las casetes? ¿Solución? Pasas de todo y empiezas a coleccionar cochecitos y... ¡un comprador de discos menos!

VIII. La oferta de la industria del disco es excesiva y gratuita.

Una manera perfecta de alienar al comprador: demasiados lanzamientos, demasiados nombres nuevos, demasiadas modas y demasiadas tendencias... Teniendo en cuenta que el disco no es un bien de consumo esencial como el jabón o el pan, la mayor parte de productos están destinados al fracaso. Las estadísticas no mienten: la mayor parte de los discos venden menos de cien copias. El exceso de nuevos valores todavía empeora más la situación. No se cuida a los clásicos porque, en caso de éxito, los contratos con los novatos resultan más beneficiosos para las compañías que los de los artistas consagrados, más exigentes, para empezar, en los tantos por ciento de beneficios.

IX. La industria del disco nos ha estado obligando a comprar un álbum con doce (o más) canciones desconocidas por una que nos gusta.

Es decir: nos obliga a comprar doce kilos de arroz cuando pedimos uno para hacer una paella. En realidad es más grave: es como si, cuando vamos a comprar un kilo de arroz, nos obligasen a comprar once kilos de residuos y basura. Personalmente opino que, hablando de música popular, la canción constituye la unidad de medida y que es muy fácil encontrar canciones buenas, emocionantes o divertidas en cualquier temporada, pero resulta muy difícil que quien ha grabado una de esas canciones consiga producir, al mismo tiempo, diez más del mismo nivel. La mayor parte de la música que sale a la venta son cortes de relleno y eso lo saben los propios artistas, productores y editores. En una palabra: estoy profundamente convencida de que hacer desaparecer el mercado de singles constituyó un error irreversible.

X. La profesionalidad del personal de la industria se ha degradado ostensiblemente.

Lo normal ahora es que en las discográficas trabaje gente de marketing y no gente de música. Pero vender chorizos es diferente de vender canciones y sus tecnicismos equivocados les han llevado a la crisis. Los contestadores automáticos están permanentemente enchufados para evitarse la molestia de contestar a tus llamadas. Y, llegado el caso de que consigas contactar, nadie va a saber quién eres -prueba irrefutable de que no hacen su trabajo y no leen revistas- y te van a tratar a patadas (hay excepciones, pero casi siempre se trata de amigos o gente de los viejos tiempos). Cuando yo empecé a publicar, fueron las compañías las que contactaron conmigo para hacerme llegar sus discos… Pero entonces no se hablaba de crisis y ahora sí.

XI. El mercado del disco está en manos de señores que no pertenecen al mundo de la música.

La crisis de los primeros 90 acabó con las tiendas de discos. Sólo han sobrevivido establecimientos altamente especializados y los grandes almacenes se han quedado como únicos en ofrecer música al gran público. Desprecio al cliente, desconocimiento del producto y unas reglas mercantilistas simplistas y reaccionarias rigen los principales puntos de venta de música de este país. La oferta se reduce al mínimo según criterios equivocados de gente que no entiende ni valora lo que es la música.


Ocho datos relevantes

Redacción música

* Según el IFPI, asociación mundial de discográficas, las ventas de discos cayeron un 6.5% en todo el mundo durante el 2001 (8% en España). Los países con mayor bajón de ventas: Polonia (28%) y Brasil (25%). El caso más extremo de piratería lo encontramos en China, donde el 90% de la música que circula es pirata.

* Cuando hablamos de piratería, nos referimos a descargas de internet y ventas de compactos grabados. En España, la copia casera es legal, tras aprobarse un canon destinado a los autores (0.18 euros por cada cincuenta minutos de música).

* El año 2000 fue el de la explosión de compactos grabables (CD-R). Las ventas subieron un ochenta por ciento: de mil millones de unidades (1999) a mil ochocientos. En Rusia y México, dos de los mercados donde la industria pone mayores esperanzas de expansión, el CD-R fue el disco más vendido del 2001 (aunque gran parte no se usa para grabar música).

* No todas las cifras son igualmente fiables. Imposible, por ejemplo, que la Mesa Antipiratería pueda calcular “lo que la industria ha dejado de ganar” o “lo que el fisco ha dejado de ingresar”. ¿Asumen quizá que quien compra un CD en las mantas (3 euros) lo compraría igual en las tiendas (15 euros)?

* El precio de los compactos no está sólo determinado por la ley de la oferta y la demanda. La industria del disco funciona en régimen de oligopolio, donde cinco empresas controlan tradicionalmente más del 90% del mercado. Esta es la explicación de que el compacto, más barato de fabricar que el vinilo, se venda a un precio superior.

* La piratería ha provocado el cierre masivo de pequeñas tiendas. Según la distribuidora independiente PIAS, cien establecimientos cerraron el año pasado en España. Olvidando la contribución de otros factores (como las grandes superficies), se aduce, como único motivo, el que ya no despachaban tantos “superventas” (por culpa del “top manta”) ni tantos discos exquisitos (por la dura competencia de las ciber-tiendas).

* Como dice el tópico periodístico: Internet es el futuro. La Recording Industry Association Of America, que reúne a los sellos de Estados Unidos, calcula que cada mes se descargan de internet 3.600 millones de canciones. Nadie duda de que irá a más. La prestigiosa consultora Merrill Lynch hace una profecía para el 2010: ese año, el 46% de la distribución de música se hará a través de la red, ya sea en forma de suscripciones, descargas gratuitas o venta por correo.

* Según el IFPI, en España hay 200 acciones al mes contra los distribuidores piratas. El número de discos piratas confiscados por la policía y aduanas ha aumentado espectacularmente: de 300.000 unidades en el 2000 hasta 700.000 en el 2002 (datos de abril, con sólo cuatro meses de actividad).


Cinco páginas web para seguir el conflicto

www.ifpi.org

www.sgae.es

Información oficial, de primera mano, sobre la industria del disco.

La IFPI, radicada en Suiza, es la mayor patronal del sector, que engloba a la todopoderosa RIAA estadounidense y a nuestra AFYVE (cuya página web, www.afyve.com, apenas tiene contenido). La SGAE, por su parte, es la polémica Sociedad General de Autores y Editores, que mantiene una intensa actividad judicial (como demandante y como demandada) en asuntos relacionados con el canon, el cobro de derechos y los archivos MP3.

www.antisgae.com

www.putasgae.com

En la otra trinchera, dos combativas páginas, que recogen testimonios de artistas favorables a la piratería, como Steve Albini, Courtney Love (Hole), Negativland, Jorge Otero (Stormy Mondays) o Nacho Escolar (Meteosat). Ofrece enlaces con varias organizaciones contrarias al copyright y numerosos artículos de prensa (desde fanzines hasta Le Monde). El pasado 14 de mayo, en la sede de la SGAE, varios activistas repartieron folletos anti-copyright, aprovechando una conferencia de Naomi Klein, autora del primer best-seller cómplice de estas tesis (el célebre No logo).

www.todaslasnovedades.com

Las crónicas de Diego A Manrique, prestigioso y veterano crítico musical, arrojan luz sobre los métodos de la industria discográfica (especialmente, la española). Sin militar en ninguno de los dos bandos, ofrece anécdotas, análisis y ejemplos sobradamente elocuentes sobre los intereses enfrentados. Hay archivo con artículos antiguos. Si se quedan con ganas de más, pueden leer su columna mensual en la revista valenciana Efe Eme.


Cinco propuestas (bien serias) para mejorar la difusión de la música pop


1. Tramitación de una Ley de Radiofórmulas, que impida a los locutores hablar encima de la música. También quedaría prohibido emitir una canción más de 24 veces al día. Se pretende acabar con el método bombardeo, el síndrome de Estocolmo de algunos oyentes y la marginación del 90% de los artistas (con honrosas excepciones, como las radios libres o Radio Nacional).

2. Tramitación de una Ley de la Carcasa, que suprima el armatoste de plástico que enmarca los compactos en las grandes superficies, impidiendo muchas veces la lectura del listado de canciones, en colaboración con el código de barras y la pegatina del precio.

3. Tramitación de una Ley del Piercing, que permita a personas de aspecto corriente, sin piercing, tatuajes o pelo de colores, presentar programas musicales. No reivindicamos a Carlos Lozano o Agustín Bravo, sino locutores informados que no hablen a gritos. También, si procede, una Ley del Valium para frenar la euforia desbordante e injustificada de los jóvenes presentadores.

4. Tramitación de una Ley de Dos Preguntas para prensa escrita. Esta bien que a Khaled le pregunten cada año por el FIS, está bien que a los Planetas les pregunten cada año por la drogas y está bien que a todo quisque le pregunten por el 11 de septiembre. Pero, para no perder del todo la perspectiva, molaría que cada entrevista o reportaje sobre música contuviese un mínimo de dos preguntas musicales.

5. Tramitación, y ya terminamos, de una Ley de Fonotecas. Primero, para crear una Fonoteca Nacional, que recoja cuatro copias de cada lanzamiento, y también una red de fonotecas municipales donde la gente pueda acercarse a escuchar música. Las copias de fonoteca serían suministradas por la discográficas y estarían libres de cualquier tasa. La SGAE, la AFYVE y las grandes discográficas llevan años intentando que la música sea considerada cultura, con la consiguiente rebaja fiscal, así que suponemos que no tendrán inconveniente en que la gente tenga la posibilidad de acceder a ella de manera gratuita, como pasa con los libros.



Fuera de contexto (especial piratería)

"Bueno, es que esto [la piratería] es como si entran a robar en tu casa. En este tema, lo siento mucho, pero en contra de mis principios, he de decir que lamentablemente la única solución que encuentro es la represión. Conseguir que resulte muy difícil encontrar esos discos piratas. Lo que no puede ser es que el 30% o el 40% de lo que se venda sea pirata o que te encuentres el mismo disco a las puertas de unos grandes almacenes a 500 pesetas. Debería haber una brigada antipiratería discográfica como la hay antidroga”. (Alejo Stivel, productor de discos, ex Tequila, a El País, 9 de marzo de 2002)

“Los verdaderos piratas son las multinacionales. [...] Cuando miras la referencia de un CD, dice copyright 1976 Atlantic Records o copyright 1996 RCA Records. Cuando miras un libro, sin embargo, dirá algo como copyright 1999 Susan Faludi, o David Foster Wallace. El autor posee sus libros para licenciarlos a los editores. Cuando el contrato termina, a los escritores les devuelven sus libros. Pero las compañías discográficas poseen nuestro copyright para siempre”. (Manifiesto escrito por Courtney Love, cantante de Hole, que se puede encontrar íntegro y traducido en www.putasgae.com)

“Nos quejamos de que las multinacionales se forran, pero luego lo reinvierten en fichar talentos y en hacer promoción, mientras que el chino o el blanco que vende discos piratas en la calle se lo queda él”. (Enrique Bunbury, El Mundo, 29 marzo de 2002)

“Internet ha tenido un gran impacto en la música: sobre todo, porque es la primera vez que la gente llega a un formato antes que la industria. Esa es una gran ventaja. Puede haber un cambio en las relaciones de poder. La gente está pasando del papel de espectador al de participante”. (Chuck D, líder de Public Enemy, al programa de la BBC Go digital, 23 abril de 2002)

“Un compacto se vende al 2000 por ciento de su valor: ¿Eso es música o narcotráfico?”. (Andrés Calamaro, en la revista argentina La García, julio de 2001)

"Jennifer López hace playback en la gala de Los Ondas, pero se desplaza con cerca de treinta personas, incluido a un ‘seguroso’ cuyo exclusivo cometido es vigilar las maletas de la expedición. Se aloja en el hotel más chic de Barcelona y, entre otros caprichos, exige que los camerinos -y todo lo que haya dentro- sean blancos. Ni me atrevo a calcular lo que ha costado esta ‘actuación’ que ha consistido en una rueda de prensa y una canción. Pero lo recuerdo para la próxima vez que un ejecutivo de multinacional me intente convencer de que los (altos) precios de los CDs están justificados". (Diego A. Manrique, Efe Eme, número 35, febrero de 2002).

"La piratería es hija del sistema. Si todo el mundo tuviera un trabajo digno no existiría, pero en este mundo la economía paralela es inevitable. Eso sí: hay piratería casera, la de los chavales que graban mis discos en casa, que me enorgullece, y la de las mafias, que son unos cabrones, hacen mierdas de discos, y eso sí que duele". (Manu Chao, en rueda de prensa en el Cine Bellas Artes de Madrid, 24 de marzo de 2002).