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Los músicos cubanos reflexionan:
Y sin embargo, ¡ellos cantan!

por Hernando Calvo Ospina
13 de diciembre de 2005

El escenario los atrapa en las noches. Interpretan canciones que retoman cosas sencillas del diario vivir, frases nacidas desde la inventiva popular y callejera. La esencia de su creación es divertir, hacer bailar hasta que el cuerpo explote exorcizando hasta el stress, a partir de sonidos fuertes pero armoniosos que recogen lo fundamental de las herencias africana y europea. A pesar de sus constantes viajes, la fama, y la alta formación académica y artística, no son difíciles de encontrar en Cuba. Casi todos son amables, espontáneos y dicharacheros. Eso sí, no es extraño que esas cualidades tiendan a opacarse cuando un periodista extranjero les propone una entrevista. Y tienen motivos de peso: "Con nosotros, la prensa internacional siempre está buscando el lado político de las cosas para distorsionar lo dicho y hacer daño a Cuba, a la revolución", sostiene quien quizá sea el pianista más completo del mundo, ganador de cinco grammys, ostentador de varios honoris causa, entre otros reconocimientos internacionales, Chucho Valdés.

Es en 1960 que algunos artistas cubanos dejan su país al comprender que la revolución acabaría con la juerga que tenía armada la mafia de la Cosa Nostra, y por lo cual la isla era conocida como el cabaret y centro de prostitución más grande del Caribe. La huída se precipita cuando el gobierno cambia el sistema de producción musical; las casas productoras, las radios y TV son nacionalizadas y reagrupadas; la publicidad es prohibida; y se decide que los artistas deben ganar un salario único y estable.

A comienzos de 1962 el continente americano pierde su principal manantial sonoro cuando el presidente estadounidense John F. Kennedy rompe todo tipo de relaciones con Cuba, y la casi totalidad de gobiernos del hemisferio lo secundan.

Para la música popular, los efectos de ese aislamiento se agravan con las medidas tomadas al interior de la Isla. El jazz, el rock y el pop son casi censurados durante unos años por ser vehículos de "penetración imperialista". La producción musical bailable, su difusión y los grandes conciertos de masas se reducen considerablemente al ser tachados de "rezagos" de la época recién pasada. "En cierta medida empezaron a hacer un tabú de esas músicas, y a decir cosas erróneas de ellas. Nunca las prohibieron oficialmente, nunca existió una orden explícita de la dirección de la revolución. Fue la decisión de algunos señores", comenta Juan Formell, cuya agrupación Van Van se convirtió en insignia mundial cubana, nacida a fines de los 60, justo en medio de tal situación.

Algunos funcionarios, quizás pretendiendo la pureza cultural y social de la revolución, lograron que desde fines de los 60 hasta bien entrados los 70, se expulsara o amonestara a los estudiantes que en las escuelas de música fueran sorprendidos tocando jazz o música popular. "Eso lo vivimos aquí por culpa de unas personas que decidieron amargarnos la vida al creer que después de la música clásica, la 'culta', no podía haber más", expresa uno de los más jóvenes compositores, percusionista y director de Klímax, Giraldo Piloto.

Hoy, Chucho Valdés reflexiona: "se vivió una época de incomprensiones e inconsecuencias en los primeros años de la revolución. Pero es normal que en todos los principios existan confusiones. Por eso la revolución es revolución. En esa confrontación unos se hicieron a un lado, mientras otros seguimos batallando hasta que ganamos".

En 1977 el gobierno del presidente Jimmy Carter intenta suavizar la agresividad hacia Cuba, empezando por reiniciar los intercambios culturales. Varias agrupaciones de jóvenes artistas viajan a Estados Unidos demostrando que, aunque a suave paso, la producción artística no se había detenido. Ese mismo año llega a Cuba un barco con más de 50 jazzistas encabezados por Dizzie Gillespie y Dave Amram.

Por las mismas fechas, La Típica 73 se convierte en la primera agrupación latina "salsera", radicada en Estados Unidos, que visita la isla revolucionaria. A su regreso fue recibida, en Nueva York y Miami, con amenazas a la vida de sus integrantes mientras muchas emisoras boicotean sus temas.

En 1983 el venezolano Oscar d'León participó del Festival Internacional en Varadero. Poco después, las organizaciones contrarrevolucionarias de Miami le exigieron el disculparse públicamente por esa actuación, y comprometerse a no regresar más a Cuba, si quería que su música no fuera vetada. Así lo hizo: No podía perder ese inmenso mercado.

A partir de allí, a cuentagotas, y casi clandestinamente, unas pocas orquestas latinas se han atrevido a actuar en Cuba.

A comienzos de los 90 se produce la desintegración de los países del bloque socialista, trayendo graves consecuencias para la economía cubana, afectando lo artístico. "Los instrumentos se pusieron carísimos, y los estudiantes ya no pudieron ir al Chaikovski de Moscú, pues poner un pie ahí empezó a costar muchos dólares, y ya no nos recibieron azúcar a manera de pago", nos cuenta Pancho Amat, tal vez el mejor tresero del mundo en la actualidad.

Aprovechando el aislamiento político de Cuba, Washington reforzó el bloqueo adoptando leyes de tipo extraterritorial --contrarias a los tratados internacionales-- que hicieron muy difícil el comercio cubano con cualquier país. Ante ello el gobierno de la isla declara un "período especial". "En esa terrible situación, sin casi comida, ni electricidad, ni gas, nosotros tratábamos de dar alegría al pueblo tocando gratis en el campo, en los barrios, en los ingenios. Una parte de lo que ganábamos actuando en el exterior, lo dábamos para que no faltara la leche en las escuelas. Unos artistas huyeron del país, demostrándose quiénes creíamos en esta revolución", recuerda José Luis Cortés, extraordinario flautista y director de NG La Banda.

Paradójicamente, es durante el "período especial" que se produce el "boom" de la música popular bailable cubana, siendo Buena Vista Social Club, con quien logra el punto más alto. Dirigido por el estadounidense Ray Cooder y el cubano Juan de Marcos González, este "all star" conjugó a viejos vocalistas como Compay Segundo, Omara Portuondo e Ibrahím Ferrer, con jóvenes instrumentistas, interpretando canciones de antes de la revolución.

Para que un artista cubano realice una presentación en territorio estadounidense, debe de ser invitado por una universidad o institución cultural. Las leyes de ese país contra Cuba prohiben que pueda realizar un contrato de tipo comercial: dinero sólo se le puede entregar en forma de viáticos. El gran problema es que el Departamento de Estado le conceda la visa. Y ello parece una loteria, pues no tiene lógica política: puede que sí, o lo contrario; esta vez sí, pero la próxima no se sabe. Se han dado casos donde la obtienen todos los integrantes de una orquesta, menos el director, o un instrumentista fundamental...

Así se ha actuado con los miembros de Buena Vista. Y hasta con Chucho Valdés, quien posee las "llaves" de San Francisco, Los Ángeles, Madison y Neuilly, ciudades estadounidenses. Cuando se les ha negado la visa se invoca la ley migratoria 212-F, que es aplicada a terroristas, asesinos y narcotraficantes...

No es sólo eso en lo que incide la agresividad de Washington hacia Cuba. Sin esconder su indignación, Juan Formell dice: "Cargamos con el 'castigo' del veto, por haber creado dentro de la revolución, y seguir viviendo en esta isla 'comunista', 'castrista', o como la quieran llamar. Un 'castigo' que se nos aplica también en América Latina, y a veces en Europa, pues no nos dan la promoción necesaria, ya que son empresas americanas las que deciden en esos mercados, y pueden ser multadas por el Departamento del Tesoro de su país".

El inesperado éxito de Buena Vista, con sus millones en ventas, facilitó a sus integrantes la firma de contratos con filiales de transnacionales estadounidenses. Otros artistas que lo lograron, de un día para otro se encontraron con su obra "desaparecida", pues no fue distribuída, y ni obtuvieron una explicación.

Cuando se le pregunta a estos grandes artistas por qué no han dejado a Cuba, se obtienen respuestas poco esperadas. Formell: "Afuera nos ofrecen dinero, mansiones y posibilidades de mercado inmensos. Eso es muy tentador. Pero existe una contrapartida bastante negativa: Nos obligan a dejar del todo a Cuba". Adalberto Álvarez, un gran renovador de los ritmos tradicionales cubanos: "Viajo, observo, entonces me digo: ¿Para qué me voy? Nadie puede decir que en Cuba existe la miseria en que viven millones de seres en Estados Unidos y Latinoamérica. Nuestros problemas son una basurita comparado con lo que he visto en el exterior". Mientras el casi octogenario y mundialmente aplaudido, Ibrahím Ferrer dice que él se siente muy feliz en Cuba, por lo tanto: "A mis nietos les cuento lo que aquí había antes de la revolución para que aprendan a valorarla, pues yo no tuve la oportunidad ni de aprender a firmar".

Por su parte Giraldo Piloto ve su vida en Cuba de esta manera: "Aunque tenemos 50 problemas, pues no somos una sociedad perfecta, estoy convencido de que afuera sería bastante difícil de realizar mi proyecto. Allá será el productor quien dictará mis pautas musicales, y si no me gusta tendré que hacer otra cosa para comer. Aquí voy haciendo música a mi gusto. ¿Qué más puedo desear como artista?".

Cuando uno los ve en un escenario no se logra imaginar que estos artistas defiendan ese sistema político de tal forma. Aunque no ahorran palabras para hablar de los errores que en la construcción de "su" revolución se han cometido. Claro, si no existen periodistas extranjeros cerca.

José Luis Cortés, quien es de los que menos pelos en la lengua tiene, asume: "Fidel decide si es comunista o socialista, pero yo soy fidelista. He tenido problemas con algunos burócratas, pero no por eso me voy en contra de la revolución. En Cuba todo es político, y así se hacen las peleas". Y prosigue : "Si la democracia estadounidense dice que permite todas las libertades ¿por qué no dejan a Cuba tranquila? Si aquí existe el Partido Comunista, pues que exista. Nos odian porque no nos pueden dictar lo que debemos hacer. Nosotros tenemos el derecho a tener el sistema que queramos. Y este que tenemos lo cambiamos el día que no nos sirva. ¡Y Fidel lo sabe!".

David Calzado, después de una actuación ante mil entusiasmados jóvenes de la capital cubana, confiesa: "Tengo mi historia que no es la de comunismo, ni de revolución, sino de una realidad objetiva. Soy un producto de este sistema que me ha dado la oportunidad de ser lo que soy: Un negro bien negro, pero hombre feliz, aquí, en Cuba".


* Hernando Calvo Ospina, periodista y escritor colombiano residente en Francia. Las declaraciones de los artistas provienen del libro "Sur un air de Cuba", del mismo autor. Ed. Le Temps des Cerises, Pantin-Paris, 2005.