En su centenario
Luis Vidales, el poeta de Colombia

Por: José Luis Díaz-Granados

Para mí es particularmente difícil escribir un par de líneas sobre Luis Vidales, no sólo por el secreto temor de aparecer inferior al designio, sino porque toda mi vida he aspirado a realizar un ambicioso trabajo que abarque analíticamente la totalidad de sus años, de sus obras publicadas e inéditas y su larga trayectoria política en favor de los pobres del mundo. Entonces, al volcar mis expectativas sobre tan sólo dos o tres cuartillas, siento que me voy a quedar corto, que muchas cosas se envolverán en las sombras del tintero y que la eterna agonía entre el deseo interior de expresar emociones y la dura realidad de hacerlo a medias, va a sentar sus reales en estas páginas, irremediablemente.

Porque conocí al maestro Vidales desde 1962 y fui indistintamente su amigo, discípulo, secretario, confidente, hijo adoptivo, subalterno de oficina, compañero de innumerables veladas báquico-literarias, oyente sempiterno de sus poemas, prosas, anécdotas y recuerdos y testigo del cotidiano espectáculo de su inteligencia, puedo dar evidencia de su insobornable vocación, devoción y entrega absoluta a la poesía y a las causas justas de la humanidad.

Para Vidales no existieron esquinas desconocidas en el género. Tentó, acudió, exploró y dominó todos los registros líricos y durante más de 70 años experimentó de manera cotidiana, como un alquimista en su cueva de milagros, nuevas formas de expresión literaria trasmutando sueños por palabras y encontrando en ciertos vocablos de ayer ecos jubilosos del mañana.

Es por eso por lo que los lectores de su obra poética --volcada en sus libros Suenan timbres, publicado en 1926 cuando sólo contaba 22 años, La obreríada, editada en Casa de las Américas de La Habana en 1978, Obra inédita (1980), Poemas del abominable hombre del barrio de Las Nieves (prologada por quien esto escribe, 1985) y El libro de los fantasmas (1986)--, se encontrarán ante un poeta mayor para quien no existen secretos en el oficio ni estructura lírica sin explorar.

Luis Vidales fue el único poeta de su generación que se atrevió a escribir obras de vanguardia cuando el surrealismo hacía furor en Europa. Y posteriormente, en los años 30 y 40, escribió poesía política mientras recorría el país, cuando organizaba, junto con otros dirigentes, el Partido Comunista Colombiano. Así, en un breve poema recordó la masacre de artesanos en la Plaza de Bolívar en 1918, cantó el trabajo humillante de los peones del campo, ensalzó la huelga de Calzado Pacífico, efectuada en Cali en 1932 y alentó con sus versos y trovas a todos los trabajadores y obreros que en aquellos años comenzaban a organizarse en los primeros sindicatos de Colombia.

Entre 1930 y 1978, Vidales fue detenido y llevado a prisión en más de 40 ocasiones, en la última de las cuales, a sus 74 años, fue llevado a las caballerizas de Usaquén, luego de que fuera allanado su apartamento.

En uno de sus textos más memorables, el titulado "La costurera", dice:

"La máquina de coser es un vampiro / y de tu corazón toma su fuerza"

Y agrega:

"Mañana nueva del planeta; / la insurrección ya incendia el cielo; / hay una nueva estación... / Cinco son las estaciones de la tierra: / verano, invierno, otoño, primavera, revolución!".

Y en el resto de su vasta obra, los lectores hallarán sonetos de impecables endecasílabos en los que alude a Lope o a Quevedo, antecediendo un poema de versos libérrimos en los que fustiga a un tal Ronald Reagan o para elevar a los más altos tronos de la belleza a su amada patria colombiana:

"Antes de serlo, patria, yo te amo. / Y en tus vivas entrañas de granito, / cuando sólo eras roca de infinito, / ¿Es que no escuchas, patria, que te llamo?"...

Para Luis Vidales en su original armonía, el coro universal de la poesía es un espejo que irradia, traspone o multiplica el sueño o el sentimiento de cada día, la motivación de cada instante de manera que de la mano del poeta recorremos los caminos de su infancia en Calarcá, nos ahondamos en Honda, nos duele Viet Nam, vivimos el intenso tráfago bogotano, cantamos villancicos antibélicos, satirizamos el Plan --¡plan, pataplán!-- presupuestal, demolemos el romanticismo, levantamos el mástil del sexo, vamos a vespertina con la novia, ensalzamos a Lenin, a Fidel y a Ho Chi Minh, y sobre todo, nos encendemos del más puro, arterial e inmarchitable amor por Colombia.

Este colombiano extraordinario que vino al mundo hace cien años en la población de Calarcá --un 26 de julio de 1904--, amó por igual la estadística y los juegos de palabras, la Edad Media y la Revolución de Octubre, a Carlos Marx y a Luis Tejada, al hombre de Cromagnón que pintó las cuevas de Altamira y a Pablo Picasso, a las remotas galaxias y al cine de Charlot, a Angela Davis y a los centauros del Pantano de Vargas.

Este revolucionario que falleció en Bogotá un 14 de junio de 1990, considerado como el Poeta Nacional de Colombia y que había obtenido el Premio Nacional de Poesía y el Premio Lenin de la Paz, habita desde hace mucho tiempo en el territorio del corazón de millares de lectores que lo reconocen en consenso cada vez mayor, como su cantor, su intérprete y como aquel poeta que detectó sus alegrías, emociones y dolores y que convirtió todo ese innumerable panal de sentimientos en los más bellos, cáusticos, delicados y prodigiosos espejos de su patria.

 
Actualizado: 23.09.2004 1:59