Venezuela:
Reforma y revolución
por Luis Britto García
9 de diciembre de 2007
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No
hay revolución sin partido revolucionario, afirmó Lenin. Una revolución
depende de un instrumento político coherente, orgánico y eficaz. Los
movimientos sociales espontáneos desencadenan marejadas históricas;
para encauzarlas hacen falta organizaciones ideologizadas,
disciplinadas y comprometidas. El proceso bolivariano es único en la
historia por su incesante constitución y desmantelamiento de los
aparatos que le agenciaron el triunfo. Disolvió el MBR-200, desbandó los Círculos Bolivarianos, licenció las Unidades de Batalla Electoral y mandó a romper filas al MVR en aras de la futura integración del PSUV.
Esta sucesión de descartes podría obedecer al intento de rectificar
desde cero el rumbo de organizaciones que quizá habían empezado a
distanciarse de las masas. Pero también a la dificultad para
institucionalizar los vínculos entre pueblo y poder. Quizá fue
demasiado audaz lanzarse a una confrontación decisiva después de
desmantelar el partido más próximo al proceso y antes de consolidar el
sustituto.
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No
hay partido revolucionario sin ideología revolucionaria, añadió
Vladimir Ilich. Sólo se transforma el mundo a partir de una visión
verídica. Una ideología revolucionaria interpreta y valora al mundo,
formula un proyecto alternativo con metas específicas, y define las
acciones necesarias para alcanzarlas caracterizando los adversarios a
vencer, los aliados a convocar y el agente de las modificaciones. El
aparato sin ideología es piñata ante la cual todos se arrodillan para
recoger caramelos y se marchan al concluir la rebatiña. Blasonaba el
PSUV de seis millones y medio de inscritos. Evidentemente, la
conciencia de cerca de dos millones de estos revolucionarios no les
bastó para invertir media hora de un domingo en apretar un botón para
legitimar la construcción de un mundo nuevo o defender la educación, la
salud y la seguridad social para todos.
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No
hay partido revolucionario sin revolucionarios, acotamos. Convocar a
todos es no convocar a nadie. Quimérico resulta acometer un cambio
radical admitiendo sobras del Opus Dei y de partidos confesionales,
derrelictos de secesionismos regionalistas, saldos de burocracias
socialdemócratas, mediocridades engreídas, nulidades consagradas,
oportunistas, promotores de casinos o privatizadores de las aguas. Para
quien no tiene conciencia, más fácil que cambiar el mundo es cambiar de
bando.
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No
hay revolucionarios sin comprensión de los métodos
contrarrevolucionarios. Decía Marx que la historia se repite, la
primera vez como drama, la segunda como comedia. La contrarrevolución
insistió en 2007 en todas y cada una de las tácticas ensayadas en 2002.
Renovó su financiamiento por organizaciones dependientes de potencias
extranjeras. Reprodujo sus movilizaciones violentas con saldos de
policías heridos. Reincidió en el terrorismo y asesinó ciudadanos.
Reiteró la sofocante agresión mediática violatoria de todas las normas
constitucionales y legales, que presentó a las víctimas bolivarianas
como agresores y falsificó el contenido de la reforma. Recicló su
pronunciamiento militar, con amenaza de golpe de estado. Reestrenó el
sabotaje de los suministros, para quebrar al pueblo con
desabastecimiento. Pero su arma más poderosa fue la apariencia de que
esta brutal y delictiva violación de normas constitucionales y legales
constituía un divertimento democrático y no una confrontación de vida o
muerte en la cual un bando respetaba todas las reglas y el otro
ninguna. Las autoridades revolucionarias no impidieron la repetición
anunciada de una sola de estas agresiones. En vano la Coordinadora Simón Bolívar
acudió ante Conatel a reclamar una vez más que aplicaran la
Constitución y las leyes. Desmotivado por autoridades que no parecían
interesadas en defenderse, el pueblo no se movilizó para protegerlas,
ni adoptó la masiva acción de calle que derrotó el golpe de estado y el
cierre patronal y sabotaje petrolero de 2002.
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No
hay revolución sin ofensiva revolucionaria. En media hora instauró
Lenin las bases del primer estado socialista; en dos años sentó Fidel
las bases del socialismo cubano; en ocho meses lanzó Juan Bosch
la reforma agraria y nacionalizó empresas estadounidenses, en tres años
Allende nacionalizó el cobre. Chivo que se devuelve se esnuca;
revolución que se estanca se ahoga. Contra todo proceso que pierde
dinamismo opera el desgaste. La corrupción y la ineficacia lo agravan.
Hasta el presente buena parte de los avances del proceso bolivariano se
deben a acometidas frustradas de la derecha. El primer triunfo de la
oposición se debe esta vez a una fallida iniciativa bolivariana.
Dispuso el bolivarianismo de una mayoría de 360 contra 5 en la
Constituyente y de 100% en la Asamblea Nacional. No aprovechó su
ventaja en la primera para construir el socialismo; todavía puede
emplear su preponderancia en la segunda en la sanción de decisivas
normas radicales.
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No
hay revolución sin aprendizaje de los errores. A pesar de sus fallas
–que denuncié oportunamente antes de que fuera sancionada-, la
Constitución actual deja espacio para aprobar normas verdaderamente
revolucionarias. En ella nada obsta para que sea sancionada una
verdadera ley de reforma del estado, una eficaz ley de reforma agraria,
una oportuna ley de nacionalizaciones, una contundente ley de
inversiones extranjeras. Nada impide que las autoridades apliquen las
normas constitucionales y legales vigentes sobre los medios. Nada
impide una radical reestructuración de las organizaciones
revolucionarias. En fin, establece el artículo 345 de la Constitución
que la iniciativa de reforma constitucional que no sea aprobada no
podrá ser presentada de nuevo en el mismo período; pero una reforma
presentada por el presidente es distinta de otra que presente la
Asamblea Nacional o el pueblo en los años venideros. 20 años no es
nada; cinco son mucho si se aprovechan. Nadie devuelve el tiempo
perdido; más irrecuperable es la oportunidad desaprovechada. Nada
impide, en fin, que los liderazgos revolucionarios se sigan ejerciendo
con independencia de las normas que consagren o descarten elecciones
indefinidas. Hay quien está, y hay quien es, y quien es no lo es porque
ocupa un cargo.