Paco Ignacio Taibo II

"Me despaché todo"

por Álvaro Castillo Granada
Bogotá, abril de 2002

-Hace tres años nos encontramos y conversamos una mañana sobre sus novelas, el oficio de escribir, la novela negra y la biografía del Che. Al leer cualquiera de sus libros nos damos cuenta de que detrás de ellos hay un lector. Un gran lector. ¿Qué recuerdos tiene de sus primeras lecturas?

-Está muy fácil porque están muy vivas. Yo resulté niño enfermo en una sociedad sin televisión. Vivía en el norte de España en aquella época, en Gijón, y tuve todas las enfermedades infantiles conocidas e incluso algunas que no son conocidas.

-¿Cuáles son las no conocidas?

-Una cosa que se llama hepatitis negra.

-¿Y esa cuál es?

-Una muy chingona por que te tiene nueve meses en cama. Entonces a mí me gustaban las enfermedades largas de convalecencia porque en ésas era en las que leía. Entonces mi tío abuelo, que fue el alma constructora de nuestra familia y al que le rindo un homenaje en Primavera pospuesta, me inició en la lectura... Tengo la sensación de que aprendí a leer solo, no en el colegio. Mi padre periodista traía el periódico y decía: “¿Qué dice ahí?” Aprendí a leer por palabras, que es la manera como, cuando eres muy niño, empiezas a leer. No por sílabas sino por bloques enteros que identificas. Y entonces me recuerdo a los cinco años leyendo... Me salté la etapa de la literatura infantil. Leí comics, muchos... Los que me gustaban en aquella época ya no me gustan. No los voy a reivindicar. Era yo medio bobo porque leía unos comics muy bobos. Debía ser que era joven todavía... Tenía cinco años. Luego salté casi de inmediato a la novela de aventuras clásica. Me despaché todo. Me leí Verne completo, Salgari completo, ochenta tomos, me leí Karl May, me leí Zevaco, me leí Dumas, desde luego, me leí Sherlock Holmes. Entre los cinco y los nueve me devoré... Incluso llegó un momento en el que ya organizaba las enfermedades.

-Las planeaba.

-Pos sí. De qué mierdas... si tengo tres Sandokanes aquí esperando qué coño voy a estudiar bobadas al colegio... Aquí hay lecciones de geografía, de botánica, todo lo que sé de geografía en mi vida lo aprendí en la literatura. Borneo... yo era el único de mis compañeros que sabía dónde estaba Borneo. Y además sabía de qué tamaño era, cuál era la vegetación, cuál era la diferencia entre los dayacos del mar y los dayacos de la costa. Yo creo que el impacto más fuerte de ésas lecturas de infancia fue Salgari y Sandokán.

-¿Por qué?

-Era el tipo de novela de aventura que era cautivante. Además yo creo que yo traía genéticamente, yo era de izquierda, vengo de una familia, como bien sabes, de izquierda por ambos lados. Pues al cabo Sandokán era de izquierda: el gran jefe antiimperialista. A los ingleses a joderlos, a hundirle los barcos, abajo el imperio. Cualquiera que se educó en Sandokán no puede ser adepto al tratado de libre comercio, ni tener simpatías por la política exterior norteamericana. La transición entre lo que se podría llamar una literatura más adulta se produjo en México. Yo llegué a México a los nueve años, cumplí diez aquí. Ahí la transición se produjo cuando otra vez mi tío abuelo dijo: “Ya basta. Ya se ha leído todo. No le queda nada por leer”.

-Ochenta tomos de Salgari...

-Veintidós de Holmes... “Ya se ha leído todos los de Conan Doyle”, inclusive las novelas históricas, ya me eché las aventuras de Tarzan de Burroughs y los de Pardayán completos. Ya no quedaba nada. Entonces opté por organizar mi transición. Mi tío era un personaje muy singular porque actuaba de una manera muy discreta. En lugar de obligarte la lectura la inducía. Aparecieron en la mesa de noche, al lado de mi cama, no sé en qué secuencia, tres novelas antibélicas. Yo creo que me tío quería contrarrestar el belicismo de mis lecturas juveniles y me puso al lado de la cama Sin novedad en el frente de Remarque, Adiós a las armas de la Baronesa de Sulman y Al otro lado del río y entre los árboles de Hemingway.

-Una de las novelas de Hemingway más hermosas y más vapuleadas por la crítica.

-Yo desde aquella época odiaba a la crítica y me gustaba Hemingway. Tenía en aquel momento once años. El diario de Ana Frank llegó después y, muy pegadito, El viejo y el mar. Ahí intervino por primera vez mi padre en la organización de mis lecturas y le robé de su cuarto las Crónicas marcianas de Bradbury. Creo que es el registro de primeras lecturas que tengo. Es bastante preciso.

-Usted es un gran admirador de la novela de ciencia ficción. ¿Qué es lo que le atrae, qué es lo que encuentra en ella?

-Yo creo que fue el gran antídoto contra el marxismo neandertal en mi formación política. Piensa que en los años sesentas nos educamos en una lectura muy primitiva y muy primaria, muy dogmática, de un marxismo de cocina, era como libros de cocina... Contra ese marxismo el pensamiento
crítico entró en mi vida por el lado de la literatura de ciencia ficción que, por cierto, en los medios tradicionales de la izquierda estaba mal vista porque era norteamericana y era de evasión.

Ahí empecé a elaborar la teoría de que la evasión no existe, lo que existe son viajes de ida y vuelta. Vas al futuro, al infinito, a un pasado remoto y regresas, reanimado además. Mi antiimperialismo no tiene nada que ver con mi amor por la cultura norteamericana. La ciencia ficción representó la entrada de un pensamiento crítico lleno de especulaciones, de metáforas, política, visiones extrañas de la sociedad en espejos distorsionados.

Tengo la sensación de que la ciencia ficción norteamericana de los cincuentas y los sesentas, producida en pleno momento de guerra fría, es el reducto del pensamiento crítico más importante que se ha construido en la cultura occidental como un aparato. Y que no hay conciencia de esto excepto para los que la leímos. La lista es larga, porque no sólo es Bradbury y Fahrenheit 451, por ejemplo, o Crónicas marcianas o El hombre ilustrado.

Es también Dick, El hombre en el castillo, la primera metáfora sobre qué hubiera pasado si los japoneses hubieran ganado la guerra. Vienen unas especulaciones extrañas, como todo Dick. Es también otros Dicks que exploran el universo de las drogas. Creo que me hice puritano y antidrogadicto leyéndolo a él.

Veías que el pobre tenía el hígado destrozado y de eso terminó muriendo: del abuso de esta generación norteamericana que fumó todo, hasta los pedazos de los árboles que tenían enfrente de sus casas, las cortezas, “y fluyen más lágrimas”, dijo el policía. Algunos escritores que me marcaron de manera brutal.

Gentes como Gene Wolff con sus novelas sobre la Grecia clásica, de ciencia ficción, o autores como Spenrad o los hermanos Ztugaski, que establecen la primera novela políticamente incorrecta que se escribió en Rusia, donde un personaje dice: “No, no, pero el fascismo no puede surgir en una sociedad medieval”. Y dicen los hijos de la chingada vestidos de negro: "me vienen a matar".

Pero sobre todo el impacto vino de un escritor al que le tengo un tremendo afecto, que es Philip Joseph Farmer. El mundo del río entró en mi vida y dijo: “¡Guau! Se puede jugar con todo”. Era el permiso para jugar con todo lo que yo necesitaba como escritor años después.

Y paralelamente a eso, mientras leía esto, me involucré, son lecturas de los sesentas y de los setentas, sobre todo de los sesentas, en una lectura continua de obras muy disímiles, todas ellas apuntando hacia la novela de acción, que iban desde Pío Baroja hasta Howard Fast. Me tocó todo el boom de la literatura latinoamericana que seguí con verdadero fanatismo: García Márquez, Cortázar, Vargas Llosa, Roa Bastos, Onetti, Benedetti...

-¿Uno de los autores de cabecera de Héctor Belascoarán Shyne puede ser Howard Fast y de Jesús Daniel Fierro puede ser Ryszard Kapuscinski?

-Si. Mis personajes leen lo que yo leo. Favor que les hago.

-El agradecimiento que tiene Fierro por Kapuscinski es inmenso...

-Yo creo que cualquiera que haya leído a Kapuscinski se lo tiene que agradecer. El dijo: “Ve como es el mundo, te lo voy a contar bien”. Y lo cuenta muy bien, muy bien, jodidamente bien. Viajo con él de compañero... Por un lado yo creo que no hay duda de que la ciencia ficción me pegó de una manera cruel , sin embargo, mi falta de formación científica me impidió arribar luego más tarde como escritor a una literatura especulativa.

Toda mi vida he querido escribir una novela de ciencia ficción y nunca he encontrado la parte de la ciencia que me permitiría escribirla. Tengo que encontrar una trampa para hacerlo. Eso por un lado. De pronto me digo que los autores que me impactaron de una manera brutal son una combinación muy extraña en diferentes momentos de mi vida. Y se fueron acumulando. Por un lado es Fast y la novela histórica. Sin duda. Por otro lado fue Dos Passos. Fue iluminante.

Esta es literatura múltiple, angular, fracturada. El gran dinero, Manhattan, Paralelo 42... Y luego Steinbeck de otra manera. No sólo Las uvas de la ira sino también Al este del paraíso. De ratones y de hombres cayó en mis manos y me fascinó. Leí a la generación perdida con cuidado. Fitzgerald es quizás el que menos me impactó curiosamente. El mejor estilista de todos ellos es el que anecdóticamente no tiene tanta fuerza como los demás. Sus anécdotas son más blandas.

-¿Para usted es fundamental la anécdota?

-La literatura sin anécdota se me cae de las manos. Por eso la generación postboom latinoamericano no me ha interesado para el carajo. No tenían nada que contar y entonces para qué escribían.

-En Retornamos como sombras hay un homenaje a Gabriel García Márquez. ¿Qué significa él para usted?

-Fíjate que Cien años de soledad no lo quería yo leer porque todo el mundo lo estaba leyendo. Entonces yo dije: “A la mierda”. La moda es un fenómeno peligrosísimo. Decidí leer otra cosa y leí La hojarasca y El coronel no tiene quien le escriba. El coronel me pareció estupendo. Y La mala hora fue la que me ganó. Bueno... yo ando devolviendo todo el rato favores. Cuando leo una buena novela digo: “Este cuate le debo una... Se la tengo que pagar algún día”. Entonces sale en la novela perseguido por mariposas blancas, no amarillas, en medio de la alameda de Ciudad de México un niño que está comprando un tren.

-¿De otros autores del boom cuáles son para usted los más importantes?

-Vargas Llosa es, si no le haces caso cuando habla, para mi gusto el mejor de todos ellos. Aquel que tiene la capacidad de experimentar mejor cruzada con la estructura anecdótica. Y todos sus juegos de salón literarios son funcionales a las historias que está contando. Conversación en la catedral me pareció durante mucho tiempo el libro mayor del boom, por encima de Cien años de soledad y de Rayuela. Aunque me caían mucho mejor personalmente Cortázar y García Márquez.

-¿Y Carlos Fuentes? ¿Qué es lo que más le gusta de Carlos Fuentes?

-Las dos primeras: La región más transparente del aire y La muerte de Artemio Cruz. Mucho. Ahí es uno de los autores que si me marcó... sobre todo por la idea de incorporar en La región la ciudad como personaje central. Me pegó fuerte. Me la estaba leyendo en una época que teníamos un círculo de marxismo que se escapaba a jugar voleibol con unas gringas que estaban en curso de verano. El curso de marxismo vencía invariablemente. En aquella época decidimos abandonar el curso y aplicarlo a una lectura crítica de La región más transparente. Estuvo bien porque era Engels con Fuentes que es una buena combinación. Y las gringas y el voleibol... Luego hay otras cosas que llegaron de manera extraña en mi vida, dando vueltas muy tardíamente. La poesía del siglo de oro español llegó muy tarde pero me cautivó.

-¿Quevedo?

-Quevedo es el jefe, cuate. Quevedo es el poeta que tiene un niño en el patio: el verso indicado en el momento preciso y vas por la tarde como con campanillas en el culo.

-¿Y qué otros poetas le gustan? Sé que le gusta Gelman...

-Mucho. Nazim Hikmet lo seguí con gran cariño. Ungaretti, un descubrimiento extraño... Leopardi cayó en mis manos hace poco. Un poeta pesimista como él es muy divertido porque es todo lo contrario a lo que yo soy y entonces no me afecta. No me golpea, no me ablanda. Del siglo de oro básicamente Quevedo. Lope está muy bien. Y luego tengo un gran aprecio por la generación española de los cincuentas: Blas de Otero, Celaya, Angel González, Gil de Biedma... Pero Blas de Otero y Celaya son cuates que a veces, de repente, tengo ecos en la cabeza y son ritmos de ellos. Cuando me doy cuenta de dónde traigo este eco verbal viene de los dos. Mezclados con Simenon, al que leí en línea.

-¿Todas las de Maigret?

-Todas. La setenta.

-¿Y las otras?

-De las otras leí algunas nada más. Las de Maigret me las eché completas. Fue mi escuela cotidianista para escribir más tarde novela policíaca.

-¿En qué momento decidió escribir?

-Cuando tenía cinco años dije: “Yo quiero escribir”. Mi papá dijo: “¿Nada más?”. “Trapecista y bombero”, añadí. Fracasé en el dos y el tres. Descubrí que si eres escritor puedes ser, de alguna manera y en el mundo que construyes, trapecista y bombero. Te puedes ahorrar la parte del trapecio...

-Usted contó en un texto que cuando niño se metía debajo de la mesa de su padre a escuchar el tecleo de la máquina de escribir.

-Me dormía debajo de la mesa de la cocina arrullado por la Remington. Es una anécdota cierta. Hay muchos elementos míticos en mi biografía. Algunos los he proporcionado yo, otros los han proporcionado mis amigos. Como eso de que puedo comer, durante un festival, en dos lugares al mismo tiempo. Eso lo fabricó Santiago Gamboa. Y dijo que tiene pruebas, o sea, tiene una foto en la que se me ve en dos mesas al mismo tiempo.

-Tiene el don de la ubicuidad.

-Exactamente. Teoría de Gamboa... Yo creo que no es cierto. Ahora quién va a saber. La verdad es que me muevo bastante rápido. Es la única manera de que no te pongan una etiqueta. Pasa el marcador del supermercado poniéndote etiquetas. Si te mueves muy rápido no te alcanzan.

-Usted se define como el intelectual de sobaco de la izquierda.

-Si. Te llevan debajo del brazo en las manifestaciones.

-¿Qué otros autores son importantes?

-La literatura que surgió del periodismo, digamos Kapuscinski, Wallraff, Mailer, Capote, me pareció siempre apasionante. Esa lectura directa de la realidad, sin mediaciones, donde la literatura es función periodística me resulta muy atractiva. Son autores que siempre me han acompañado. Por un lado. Por otro la ciencia ficción, la generación perdida norteamericana, la poesía española como espacios. Soy un gran lector de novela histórica. Y he descubierto algunas cosas francamente interesantes. Algunos autores. En el origen Howard Fast. De las nuevas generaciones el alemán Ginsbert Haefs, con una novela llamada Troya. Es memorable. Por afición, por interés, porque reúne ésta doble veta que me emocionó cuando yo era niño y adolescente: una literatura cargada de información sobre el pasado y también sobre el presente.

-¿Poetas latinoamericanos?

-Cisneros, Javier Heraud... Poetas asociados a la generación de la ruptura política. Toda ésta generación en la que está Roque Dalton. Cuaderno de Praga me fascinó... Y en la que están gentes como Efraín Huerta o José Emilio Pacheco, al que leo con gran cariño desde siempre. Benedetti. Retamar sin duda...

-Se podría escribir una novela con usted como personaje: sufre enfermedades desconocidas, tiene el don de la ubicuidad y publica libros que nadie encuentra...

-Alguien dijo que yo era como Speedy González. Una vez en una conferencia en una universidad italiana donde había 2.000 jóvenes, todos con libros míos en la mano, fui presentado así: “¡Y aquí está el mítico Paco Taibo!”. Me divirtió mucho. Connotación houdinesca. Me sentí muy orgulloso. No como el gran narrador o el maestro de las letras. El mítico Paco Taibo.