Contra el neofascismo
Por Iñaki Gil de San Vicente
La
lucha de clases entre el Trabajo y el Capital se mueve siempre dentro
de la dialéctica entre, por un lado, la continuidad y permanencia de lo
esencial, y, por otro lado, la aparición de lo nuevo y la desaparición
de lo viejo. Esta dialéctica exige comprender la existencia de unas
determinadas contradicciones esenciales, genético-estructurales, del
modo de producción capitalista, que lo diferencian cualitativamente de
otros modos anteriores, de sus clases sociales y de las luchas entre
ellas. Ahora bien, en
cuanto
dialéctica de contradicciones en lucha, ella
misma exige que siempre se estudie la realidad móvil para descubrir lo
nuevo, lo que aparece, y lo viejo, lo que desaparece. Lo nuevo está ya
en germen en las contradicciones existentes, y en lo viejo que ya está
acelerando su desintegración bajo el empuje de esas contradicciones.
Esta afirmación abstracta se basa en la síntesis concreta de las
experiencias prácticas tanto en la sociedad como en la naturaleza
orgánica e inorgánica. Sin entrar ahora en diferencias lógicas e
inevitables entre las formas del movimiento dialéctico en estos tres
niveles, y centrándonos sólo en el social, lo nuevo y lo viejo siempre
nos remiten a la permanente que, a su vez, solamente se comprende en su
evolución si tenemos en cuenta sus partes viejas y nuevas. Muchos
de los errores políticos de las izquierdas tienen que ver de algún modo
con el desprecio a esta inexcusable regla metodológica. Las izquierdas
tienden a creer que todo permanece igual e inalterable, que las grandes
conmociones sociales son simples repeticiones de viejas luchas, que no
se han desarrollado todavía novedades significativas que obliguen a un
cambio profundo de la línea mantenida hasta ese momento. Y sucede la
derrota. Pero en otros
casos,
cree lo opuesto, que todo ha cambiado tan
cualitativa, súbita e intensamente que ya no vale nada del pasado y que
hay que elaborar otra línea radicalmente opuesta. Con el fascismo
sucedió algo parecido y también sucede lo mismo con el neofascismo. En
las condiciones de los años 20 del pasado siglo, las
contradicciones
sociales, clasistas y nacionales estaban llegando al máximo del
antagonismo irreconciliable permitido y potenciado por el alto grado de
agudización de las contradicciones dentro del capitalismo, y entre el
capitalismo y la URSS. Se encresparían aún más como efecto de la
terrible crisis de 1929-33, que se prolongó de hecho hasta 1945. En
realidad, la causa radica en el imperialismo y sus devastadores efectos
sobre las condiciones de vida y trabajo de las masas trabajadoras. Pero
lo decisivo fue el endurecimiento de las luchas revolucionarias y
contrarrevolucionarias y el nacimiento de la URSS. En estas
condiciones, el grueso de las burguesías optó por soluciones
autoritarias, termidorianas y hasta militaristas y bonapartistas. Hasta
aquí, hasta esta fase del movimiento de la lucha de clases, el marxismo
entonces vigente podía explicar qué estaba sucediendo y por qué. Los
textos marxistas clásicos explicaban perfectamente el proceso
sociopolítico consistente en que una fracción burguesa dirigiera hacia
el autoritarismo al bloque de clases dominante. Sin embargo, por debajo
de la teoría hasta entonces válida, se sucedían cambios que daban
fuerza a prácticas nuevas ante las que esa teoría sociopolítica estaba
envejeciendo. 2. Características del fascismo Ciñéndonos
exclusivamente al fascismo menos conocido y sin extendernos al italiano
y alemán, en Finlandia se desarrolló el Movimiento Lappo, en Rumania la
Guardia de Hierro, la Heimwehren en Austria, en la Gran Bretaña el BUF,
en el estado francés el PPF, en Bélgica el rexismo, en el estado
español la Falange, en Hungría los Cruces de Flechas, en Estonia los
Combatientes de la Libertad, en los Países Bajos en el NSB, y otros
grupos menores en otros muchos países, especialmente Portugal, Polonia
y Suiza. Pero, además, otro componente de la ideología nazi-fascista
como el racismo, se extendió ampliamente y se reforzó donde ya era
fuerte, como en los EE.UU. Aunque bastantes de
estas
características ya habían surgido en el
pasado, sólo con el fascismo adquirieron el contenido de unidad
sistémica nueva, de tal modo que desbordó a la mayoría de los
marxistas, ridiculizando a algunos de ellos, precisamente los más
encumbrados en el poder oficial. Muy pocos se dieron cuenta no sólo de
la gravedad del nuevo movimiento contrarrevolucionario sino de su
contenido y características fundamentales. Peor aún, en los decisivos
momentos iniciales, cuando el monstruo era pequeño y débil, fueron
todavía menos quieren elaboraron una estrategia de combate de masas.
Pero lo más trágico para la suerte de la humanidad es que esas minorías
premonitorias fueron denunciadas, denigradas y perseguidas por la
burocracia estalinista. 3. Lo nuevo en el capitalismo En
algo más de medio siglo el capitalismo mundial ha pasado a otra fase en
su evolución histórica, siendo el mismo modo de producción. Sin más
análisis al respecto, también han evolucionado los sistemas represivos,
los estados, etc., manteniendo pese a todo su identidad
genético-estructural. Es en este sentido que debemos comprender que el
viejo fascismo se mantiene latente en el nuevo neofascismo, a la espera
de desarrollar su terrible poder destructivo cuando se lo ordene la
burguesía, poder que se manifestará con formas externas nuevas pero
defendiendo al mismo amo de clase. Que se llegue a una situación así
depende, en primer lugar, de la evolución mundial de la lucha de clases
y de los procesos de liberación nacional; en segundo de su evolución en
sus países y estados concretos, y, en tercer lugar, de la capacidad de
los marxistas para elaborar eficaces estrategias masivas contra el
neofascismo. Teniendo en cuenta
lo
dicho hasta aquí, antes de pasar a proponer una
línea de intervención contra el neofascismo en su identidad
genético-estructural hay que definir brevemente sus características
comunes y la mejor forma de hacerlo es comparar sus innovaciones con
respecto al fascismo, su padre. 4. Características del neofascismo A
diferencia del fascismo inicial, en primer lugar, el neofascismo actual
está más controlado por los aparatos de estado y por las organizaciones
de la burguesía. Es verdad que existen grupos fascistas puros y duros,
tan fanáticos como sus antecesores, pero están más controlados por los
servicios secretos que antes. La razón radica en que la burguesía ha
comprendido que el fascismo aplicado en el interior de su estado es un
instrumento represivo con muchos efectos colaterales no deseados, es
decir, que su brutalidad sanguinaria desatada puede terminar azuzando
procesos revolucionarios. Por esta razón y mientras no necesite llegar
a tales extremos, la burguesía controla desde dentro y teledirige el
neofascismo permitiéndole ascender u obligándole a descender según las
necesidades del sistema. Pero en el exterior, lo aplica sin reparos ni
contemplaciones. Además, ahora los fundamentales instrumentos de
manipulación de masas, la TV sobre todo, están más controlados por los
estados y las burguesías, e incluso en casos extremos como el del
neofascista Berlusconi en Italia, son considerables las resistencias de
otras fracciones burguesas, aparatos del estado y del reformismo. A diferencia del
ambiguo
y difuso populismo anticapitalista de la
primera época fascista, en quinto lugar, ahora el neofascismo es
abiertamente capitalista como lo fue el fascismo en su época, aunque
con algunos celos contra la alta burguesía en defensa de las viejas
burguesías, como las pegas de Le Pen, y otros fascistas y neofascistas
a la UE, etc., o los movimientos yanquis contra el excesivo centralismo
federal. Son posturas defensivas de fracciones de clase que ya saben
que no recuperarán su poder anterior y que sólo quieren no perder más. 5. Contra el neofascismo
Tenemos
que partir de estas consideraciones para elaborar unos mínimos de
intervención contra el neofascismo en el interior de los estados
burgueses y contra su fascismo exterior. Antes de seguir, es
conveniente insistir en esta dialéctica de lo interno y externo porque
el capitalismo siempre ha sido uno, siempre ha sido mundial. Más aún,
esta dialéctica está más vigente que nunca antes porque la
mundialización de la ley del valor-trabajo hace que cualquier derrota o
contratiempo del capitalismo en un área repercuta inmediatamente, en
tiempo real, en el resto del planeta, azuzando las resistencias y las
luchas. El fascismo tenía más tiempo de iniciativa y adaptación porque
el tiempo político era más lento, pero ahora, con una mundialización
capitalista en tiempo real, esa ventaja ha desaparecido. Las burguesías
son conscientes de ello y por eso controlan más de cerca a sus
respectivos neofascismos, sabedoras de que un aventurerismo cualquiera
repercute en el acto en las finanzas mundiales, en los precios
energéticos, en el comercio y en la industria. Las críticas que sufren
Bush y Berlusconi por sectores burgueses son un ejemplo.
1.- Dialéctica de
lo viejo y lo
nuevo
Dicha dialéctica, por otra parte, permite explicar la permanencia
de determinadas características que son constantes al capitalismo pese
a sus cambios de forma y fenomenología exteriores, histórico-genéticas,
de modo que utilizando el método marxista podemos encontrar por entre
la maraña de acontecimientos aparentemente desconectados entre sí,
caóticos, determinadas regularidades profundas y relativamente estables
pero invisibles a primera vista.
Las profundas transformaciones sociales forzadas por el
imperialismo habían terminado por expresarse en las reacciones de las
clases sociales, sobre todo de las fracciones más afectadas,
impotentes, desbordadas y superadas por esos cambios. Hay que tener en
cuenta que no existe una automática e inmediata relación causa-efecto
entre los cambios socioeconómicos -en este caso el tránsito capitalista
del colonialismo comercial al imperialismo industrial- y los
sociopolíticos. Siempre debe existir un período de perplejidad,
adaptación y respuesta por muchas fracciones de las clases a tales
cambios, tiempo de respuesta que depende del desarrollo anterior de
organizaciones políticas y sindicales, culturales, etc., capaces de
racionalizar teóricamente lo nuevo, explicarlo y, sobre todo, elaborar
alternativas nuevas.
Esta especie de regla histórica es especialmente válida para el
movimiento obrero, parte consciente de las clases trabajadoras, que
debe compensar con otros recursos organizativos e intelectuales la
aplastante superioridad de medios de la burguesía. Sobre todo es válida
para el marxismo, que debe estar al tanto de los más recientes
acontecimientos prácticos y teóricos. Sin embargo, con y frente al
fascismo, dicha exigencia metodológica se cumplió muy minoritariamente.
La mayoría del movimiento obrero y del marxismo fueron sorprendidos por
el nacimiento y rápido auge del nazi-fascismo.
Todos estos grupos tenían entre sí diversas características comunes
esenciales, y otras diferentes pero secundarias. Las primeras son las
que permiten identificarles como movimientos fascistas, pertenecientes
a una corriente política nueva en la historia del capitalismo. Las
segundas son las impuestas por las circunstancias específicas de cada
país y estado, según su propia historia de lucha de clases, de la
evolución de sus contradicciones internas, de su lugar en la jerarquía
internacional capitalista y de división del trabajo, etc.
Una primera característica de estos grupos fue sus relaciones de
subterránea dependencia económica de las organizaciones privadas
burguesas y hasta, en bastantes casos, de las aportaciones estatales.
Además de los fondos recaudados por ellos mismos, la mayoría de sus
gastos eran sufragados por “ayudas” burguesas. Junto a esto, también
tenían fuertes lazos con los aparatos represivos, con el ejército y la
policía. Ambos apoyos les permitían disponer de medios de prensa
superiores a su inicial fuerza de masas, así como un tratamiento
benigno cuando no apologético de la mayoría de la prensa. Y en muy
contados casos tuvieron problemas con las iglesias cristianas, sino que
al contrario, las iglesias fueron aliadas pasivas o activas. Como
síntesis de todo lo anterior, la mayoría de ellos dispusieron de un
nuevo y fundamental instrumento de adoctrinamiento y movilización
social vedado a las izquierdas, como fue la radio.
Una segunda característica, decisiva y definitoria, fue su apoyo
incondicional al capitalismo. Fueron, además del estado y sus
instrumentos represivos, el otro brazo armado con apoyo de masas contra
el movimiento revolucionario y contra el reformismo. Y su apoyo al
capitalismo se plasmaba en apoyo a la fracción más poderosa, la
industrial y financiera, la militarista, la más necesitada del recurso
a la guerra imperialista para salir de la crisis. Aunque según los
países, contaban con el apoyo de la burguesía latifundista, la
comercial, etc., el objetivo esencial del fascismo fue apoyar el
militarismo de la burguesía industrial y financiera, sobre todo el
exterminio del movimiento revolucionario y de la URSS.
Una tercera característica fue, como hemos dicho, el apoyo de masas
obtenido dependiendo de cada país. Masas provenientes de la pequeña
burguesía arruinada, del paro estructural y del precariado, de sectores
campesinos, de franjas obreras anteriormente socialistas y hasta
comunistas, además de sectores de la mediana y gran burguesía. Estas
masas eran atraídas al fascismo por una mezcla de subideologías cogidas
de otras ideologías pero mezcladas de una forma tal que formaban algo
específico, diferente, siempre en estrecha conexión con la
interpretación reaccionaria, machista e imperialista de las tradiciones
e identidades nacionales, generalmente interpretadas desde la visión
pequeñoburguesa de la sociedad en un capitalismo que no había
desarrollado la plena asalarización social y que tampoco conocía la
tramposa seguridad existencial que prometen las cadenas de oro de los
créditos fáciles, del dinero de plástico, de la financierización, etc.
Una cuarta característica es precisamente ésta, la dialéctica entre
lo común al fascismo en general y las diferencias de cada uno de ellos,
lo que se ve claramente en el diferente peso de las versiones
reaccionarias de la historia nacional correspondiente, de su memoria
militar, de su cultura popular, etc. Mientras que las izquierdas
revolucionarias abandonaron o menospreciaron el profundo pozo
inconsciente de lo identitario, de los referentes nacionales, los
fascismos hicieron no sólo lo contrario sino que tergiversaron las
identidades, sobrevaloraron sus contenidos reaccionarios barriendo y
ocultando los progresistas, y sobre esas bases construyeron
artificiosas mitologías nacionalistas, imperialistas y
contrarrevolucionarias.
Una quinta característica es que esa manipulación de los referentes
colectivos estaba reforzada en la mayoría de los casos con la
manipulación de un sentimiento anticapitalista difuso e impreciso,
mezcla del miedo y de los celos de la pequeña burguesía y del
campesinado hacia la alta burguesía urbana y rural, así como de una
crítica al comunismo y a los sindicatos. Tal mezcla explica que
existieran corrientes de “izquierda” en bastantes fascismos,
manteniendo así el anclaje ideológico en sectores confusos de las
clases trabajadoras. Pero ese “izquierdismo” fue depurado sin piedad
cuando lo ordenó la burguesía.
Una sexta característica es que semejante ideología estaba
internamente reforzada por el impulso de todos los componentes
sadomasoquistas y neuróticos de la estructura psíquica de masas del
capitalismo; por el mito del líder, caudillo, duce o führer que asume
el papel de autoridad sádica que delega parte de su poder en sus
sumisos e incondicionales seguidores, que obedecen con dosis de
masoquismo que a su vez descargan sus deseos frustrados y sus odios
sobre los inferiores, estableciéndose una cadena de transferencia de
represiones sublimizadas y de mando de arriba abajo en la que el
irracionalismo y los fantasmas del inconsciente tenían la misma fuerza
o más incluso que la conciencia. La familia patriarcal, el machismo más
sexista y misógino, la manipulación sistemática del falocentrismo
agresivo sobre todo en espectáculos y movilizaciones de masas, etc.,
estos y otros componentes -incluidos los del opio religioso en
bastantes casos- reforzaban el espeluznante irracionalismo de fondo de
la práctica fascista.
Debemos recordar estas lecciones amargas y tristes del pasado para
no repetir ahora aquellos errores desastrosos, cuando en condiciones
diferentes en la forma y en algunos contenidos nuevos, la burguesía
imperialista recurre a un neofascismo que no ha roto su cordón
umbilical con el fascismo, sino que es una adaptación de lo viejo a las
nuevas necesidades represivas. Y como adaptación, en algunos lugares el
neofascismo tendrá -tiene- características superficiales y secundarias
diferentes al neofascismo de otros lugares, siendo aquí más represor y
criminal que allí, etc., pero siendo neofascismo esencial en todos
ellos, buscando el mismo objetivo esencial en todas partes: detener la
actual oleada de luchas y derrotarlas.
Un cambio significativo en el capitalismo mundial con repercusiones
para el tema que tratamos consiste en que el capitalismo ha logrado
acabar tras varios decenios de guerras y dictaduras con el inmediato
peligro revolucionario en su mismo centro neurálgico, en el corazón de
la vieja Europa, y con las duras luchas clasistas de los
años 30 en los
EE.UU. Como veremos, lo ha logrado desplazando al resto del mundo las
contradicciones y endureciendo al máximo las explotaciones, pero
también desarrollando nuevos sistemas de control, vigilancia y
represión, así como de integración, compra y soborno, sobre la base de
un aumento espectacular de la productividad del trabajo, de las
sobreganancias imperialistas y del colaboracionismo reformista y de la
URSS desde finales de los 20 hasta su implosión..
De este modo, el capitalismo central superó durante un tiempo la
necesidad de recurrir otra vez al fascismo. Pero, desde finales de
los 60 y comienzos de los 70, la vuelta de la crisis
estructural ha ido
minando lentamente la estabilidad lograda y pese a los esfuerzos del
neoliberalismo, del reaganismo y del thatcherismo, las tensiones
sociales han ido en aumento. En síntesis, esta es la razón última por
la que con cierta rapidez las burguesías han puesto en marcha un
neofascismo adaptado a las condiciones del centro capitalista.
Como hemos dicho, uno de los recursos para la derrota del
movimiento revolucionario e integración de la clase obrera fueron las
sobreganancias obtenidas por el imperialismo, pero a costa de trasladar
al planeta entero los terribles efectos destructores de este modo de
producción, multiplicándolos exponencialmente. Una inabarcable lista de
represiones, sistemas autoritarios, militaristas y fascistas, con
crímenes sin fin, marcan la historia mundial en la segunda mitad del
siglo XX. Sin embargo, también aquí las transformaciones capitalistas
han forzado el recurso por parte de muchas burguesías a un neofascismo
adaptado a las condiciones del capitalismo semiperiférico y periférico.
No es este lugar para extendernos en una comparación detallada de
las diferencias secundarias entre estos neofascismos, como tampoco lo
hemos hecho anteriormente con las de los fascismos. Simplemente decir
que las distancias mundiales no son un problema a la hora de que los
neofascismos se relacionen entre sí bien directamente, bien vía de los
servicios estatales o de las organizaciones burguesas que
actúan por
debajo del neofascismo, porque las modernas tecnologías de la
comunicación lo permiten y, sobre todo, porque las burguesías han
perfeccionado sus relaciones en la ayuda mutua de la represión y
mantenimiento del sistema.
A diferencia del fascismo, en segundo lugar, que surgió en muchos
países como el único recurso para salvar al capitalismo, en la
actualidad el neofascismo opera con la ayuda de otros recursos de
orden, represión y alineación que entonces no existían. Sin el peligro
inminente de una revolución, con más de medio siglo de experiencia y
con otras formas de alineación -por ejemplo, el consumismo compulsivo,
etc.- el capitalismo actual reserva el neofascismo para legitimar
nuevas leyes represivas “democráticas”, recortar derechos sociales con
el apoyo o la pasividad del reformismo, endurecer y fortalecer al
estado, criminalizar a sectores crecientes, etc., pero manteniendo la
ficción democrática en el interior de los estados. Sin embargo, en el
exterior, frente y contra otros pueblos, el neofascismo aparece tal
cual es, como perfecto hijo de su padre, el fascismo. Así se explican
las inhumanas agresiones yanquis a todo pueblo digno y resistente, como
Cuba.
A diferencia del relativo apoyo de masas que obtuvo el fascismo, en
tercer lugar, ahora existen organizaciones interclasistas que cubren
ese espacio. El capitalismo actual ha mercantilizado el voto mucho más
que entonces, y busca con precisión los grupos de votantes, prometiendo
diferentes cosas a cada uno de ellos. Esto hace que el fascismo tenga
que recurrir al racismo en el centro capitalista -estado francés,
Austria, etc.- mientras que en otros sitios tiene que ocultar su
fascismo sustantivo bajo un celofán “democrático”, como en Venezuela
contra Chávez, los gusanos de Miami contra Cuba, etc. El ejemplo más
claro es EE.UU., en donde el neofascismo de la Casa Blanca se protege
bajo una demagogia de los “derechos humanos” mientras protege el
fascismo de la burguesía yanqui. Sobre todo, la mayor asalarización
social hoy existente limita la base histórica del fascismo como la
pequeña burguesía tradicional y le obliga a tener en cuenta el aumento
de la población que vive de un salario así como a la nueva pequeña
burguesía, y a esas franjas objetivamente asalariadas que sin embargo
se creen subjetivamente las “nuevas clases medias” porque viven con
tarjetas de crédito aseguradas por sus altos salarios y la
financierización. Ahora bien, el neofascismo sabe que tiene un campo de
crecimiento en parte de estos sectores cuando vuelve la crisis y la
incertidumbre e inseguridad.
A diferencia de los respectivos nacionalismos reaccionarios
construidos por los fascismos, en cuarto lugar, ahora se tiende a crear
grandes ideologías regionales -UE, área asiática y área yanqui- que
absorben más o menos los nacionalismos oficiales preexistentes, a la
vez que en Europa y EE.UU. se potencia el occidentalismo reaccionario y
racista -guerras de “intervención humanitaria”, de “defensa de los
derechos humanos”, etc.- para justificar el expolio de los pueblos
“atrasados”. Esta tendencia no anula a los nacionalismos reaccionarios
existentes, sino que los adapta e integra para una mejor explotación
imperialista. El neofascismo ha asumido felizmente esta innovación
porque le permite ocultar su racismo y nacionalismo de fondo, que no
duda en sacarlo a la superficie cuando es necesario para mantener y
aumentar la tasa de ganancia.
A diferencia del descarado componente sadomasoquista y neurótico
del fascismo, en sexto lugar, ahora el neofascismo tiene que adaptarse
al avance de la mercantilización de la existencia, de las industrias
burguesas del ocio y de la gratificación sexual de masas, del
consumismo compulsivo de masas, etc. Pero nada de esto anula el
contenido sadomasoquista inherente, sino que lo adapta a los cambios en
el sistema patriarco-burgués, a la presencia masiva del falocentrismo
en el marketing que todo lo inunda, etc., de modo que el neofascismo
tiene que mejorar la iconografía de sus líderes teniendo en cuenta
tales cambios. Sin embargo, aunque la adoración fálica al uniforme
militar se ha tenido que mitigar, no por ello ha desaparecido del todo,
reapareciendo cuando es necesario como, por ejemplo, los actos del
presidente norteamericano vestido de uniforme de campaña y rodeado de
soldados.
Aunque muchas diferencias son formales, otras reflejan los cambios
novedosos sucedidos en el capitalismo, concernientes unos a la esfera
de la producción y de la estructura clasista, como la asalarización
social, por ejemplo; otros a la esfera de la circulación y realización
del beneficio, como el consumismo, y otros como la financierización,
que impacta tanto sobre la producción como sobre el consumo. Pero el
cambio fundamental que se ha producido es que actualmente existe una
especie de división del trabajo represivo de las burguesías y sus
estados: el neofascismo se aplica en el interior, y en el exterior se
aplica el peor fascismo de siempre. Naturalmente, existen
interferencias e identidades, campos y momentos en los que ambos son lo
mismo y en otros no, etc. Lo que nos interesa decir es que las
burguesías quieren mantener una cierta imagen de “democracia”, que en
el interior de sus estados controlan el neofascismo según los momentos
y necesidades -por ejemplo, la manipulación neofascista descarada de
las informaciones sobre la resistencia musulmana entre el 11 y el 13 de
marzo en el estado español por parte del PP-, y en el exterior aplican
el fascismo sin ningún disfraz.
Una forma de
lucha es,
por tanto, la de la potenciación de la
solidaridad internacionalista contra la política fascista exterior de
las burguesías, allí donde se produzca. Esta fue ya una lección de hace
70 años, cuando las izquierdas europeas apenas se movilizaron
contra el triunfo del fascismo italiano a comienzos de los 20,
como
tampoco se movilizaron contra los grupos contrarrevolucionarios
alemanes y de otros países a finales de la guerra de 1914-18. El
fascismo europeo tuvo las manos libres para sus atrocidades excepto en
el corto período en el que la URSS permitió la solidaridad de la
Brigadas Internacionales contra el fascismo español, desmontándolas más
tarde, en plena guerra. No podemos permitir que el imperialismo siga
impune allí donde quiera. Las izquierdas europeas, por ejemplo,
estuvieron pasivas cuando la “guerra humanitaria” en la antigua
Yugoslavia;
y el reformismo europeo la apoyó, y apoyó también las invasiones de
Iraq y Afganistán, aunque los cambios sociales posteriores le han
obligado a ser menos colaboracionista con los EE.UU.
Otra forma de
lucha se
deriva de esta, ya que la oposición a las
agresiones en el exterior deben volverse en luchas contra el
neofascismo interior. Ninguna guerra de agresión deja de repercutir en
el interior. Cuando las izquierdas no se oponen a la guerra, es la
clase dominante la que sale ganando mientras no se produzca una derrota
aplastante o mientras los costos del esfuerzo bélico no dañen mucho la
situación de las masas trabajadoras. Si las izquierdas se oponen a la
guerra, deben desarrollar una argumentación que en poco tiempo les
enfrenta radicalmente a la burguesía porque ésta se ha lanzado a la
guerra con la excusa de la “grandeza nacional”, criticando el
derrotismo y antipatriotismo de las izquierdas. Si la izquierda insiste
en acabar la guerra imperialista e injusta más temprano que tarde
chocarán dos conceptos opuestos de nación, y si insiste en aumentar la
lucha contra su burguesía, siguiendo las tesis de Lenin en 1914,
entonces se acerca la guerra civil.
El choque de dos
conceptos opuestos de nación no surge de la nada,
sino que tiene sus raíces en la historia, porque en todo estado
capitalista coexisten dos naciones enfrentadas, la de la burguesía
explotadora y la de la clase trabajadora explotada. Este clásico axioma
marxista ha sido negado por el reformismo y por buena parte de las
izquierdas, sobre todo si pertenecen a un estado que oprime
nacionalmente a otros pueblos. Hemos visto que una característica del
neofascismo es adaptar el nacionalismo fascista. En los estados que no
oprimen a naciones, el neofascismo defiende el nacionalismo
reaccionario pero sin mayor insistencia, excepto si la izquierda
presenta un modelo nacional propio diferente al de la clase dominante.
Desde estos momentos, el neofascismo muestra su fanatismo nacionalista
reaccionario atacando a las izquierdas. Por tanto, corrigiendo los
errores del pasado, las izquierdas de los estados que no oprimen a
otras naciones han de desarrollar un modelo de nación democrática y
socialista para adelantarse a la manipulación irracional del
nacionalismo reaccionario que hace siempre el neofascismo pero que
incrementa cuando se agudiza la lucha de clases.
Esta lección
histórica
confirmada desde hace mucho tiempo, es
todavía más actual para la izquierda de un estado que oprime
nacionalmente a otros pueblos. En estos estados, el neofascismo asume
fervientemente la extensión del nacionalismo opresor dentro de las
naciones oprimidas, pero también dentro de las clases trabajadoras de
la opresora. Los marxistas debiéramos saber esto de memoria, pero no es
así por razones que no podemos exponer ahora. Sin embargo, el
neofascismo ha tenido frecuentemente un aliado en las izquierdas
estatales que defienden lo esencial del nacionalismo de su burguesía, a
lo sumo llegan a plantear falsas soluciones descentralizadoras y
autonomistas. Un ejemplo patético es el de las izquierdas españolas y
francesas frente a las naciones oprimidas por sus estados.
Ahora bien,
aunque lo
anterior es muy importante y decisivo en
determinados contextos, también es verdad que el neofascismo tiene
características esenciales que transcienden las fronteras y que se
refieren a su capacidad de manipular la estructura psíquica de masas
aun no existiendo problemática nacional, o presentándose ésta bajo su
forma suavizada de racismo. En el capitalismo actual, los límites que
separan a la derecha reaccionaria del neofascismo son muy maleables en
una y otra decisión, lo que se comprueba viendo las oscilaciones
electorales entre estos bloques, y otro tanto entre los ex comunistas y
los neofascistas, pero por razones opuestas. Una razón que explica este
fenómeno es, además de las anteriores, la existencia de una
personalidad insegura y con fuertes componentes de obediencia a un
líder, algo esencial al fascismo pero que ahora se presenta con formas
nuevas. Otra es la existencia de una personalidad autoritaria que en el
capitalismo actual tiene formas diferentes al autoritarismo de
comienzos del siglo XX, siendo idéntico en el fondo.
En el
capitalismo
actual, la necesidad de un líder crece tanto por
la incertidumbre vital inherente al capitalismo como, sobre todo, por
los efectos de la financierización de la economía, con las
inseguridades que eso impone, y con los ataques a los derechos sociales
y laborales. Otro factor es la frustración diaria entre el quiero y el
no puedo, es decir, querer consumir todo lo que se ve en la TV y ser
como la imagen impuesta por el márketing arrasador -el terrorismo
simbólico de culto al cuerpo, a la riqueza, al triunfar en la vida,
etc.-, querer ser así y no poder serlo nunca, aun a costa de aumentar
las horas de trabajo asalariado. Esta frustración diaria refuerza la
inseguridad personal que introduce la educación burguesa desde la
infancia, y es reforzada por la extremada especialización tecnológica
que castra a la gente e impide su desarrollo pluridimensional y
polivalente. Y la inseguridad tiende tarde o temprano hacia la
búsqueda de un líder.
En el
capitalismo
actual, el autoritarismo personal surge de la
extrema aspereza del competitivismo burgués necesario para superar el
aumento de dificultades para triunfar en la vida. La financierización
multiplica estas dificultades y añade una dosis letal de incertidumbre.
Y como estas novedades han impregnado la totalidad social, nadie escapa
a ellas. Esto explica que, por un lado, aumenten las tensiones y
violencias cotidianas en todo el capitalismo, especialmente el
terrorismo machista contra las mujeres y el terrorismo racista,
respuestas violentas de personas autoritarias incapaces de tolerar las
libertades de otras personas; y, por otra parte, este mismo aumento
refuerza la sensación de que sólo vencen los fuertes y superiores en un
mundo de salvajes, tópicos reaccionarios inscritos en la ideología
contrarrevolucionaria, fascista y neofascista. Se refuerza así una
continuidad entre estas ideologías que permite que sectores sumisos e
inseguros, necesitados de un líder, busquen en los sectores
autoritarios la dirección y la seguridad que necesitan
inconscientemente. De esta manera, se recompone en el capitalismo
actual la cadena sadomasoquista de mando y obediencia típica del
fascismo, como hemos visto, pero adecuada a las necesidades burguesas
de hoy.
Las izquierdas
deben
luchar contra las nuevas formas de la
estructura psíquica de masas alienadas reactivando los clásicos métodos
de la cultura creativa, crítica y desmitificadora ya practicados por
izquierdas revolucionarias en fases anteriores del capitalismo. Nada de
esto se consigue sin ayudar a la fortaleza de los movimientos populares
y sociales, de los sindicatos sociopolíticos, de los colectivos de
emancipación vital revolucionaria, etc. Es decir, la izquierda se
enfrenta al dilema de potenciar la cultura revolucionaria y el placer
de la subversión, que giran alrededor del valor de uso, en vez de
seguir siendo peones pasivos de la culturilla alienadora creada por la
industria político-mediática burguesa o por los intelectuales
reformistas, que giran siempre alrededor del valor de cambio. Sin esta
recuperación militante del valor de uso como criterio regulador de la
praxis revolucionaria cotidiana, sin ella, el neofascismo seguirá
encontrando un caldo de cultivo en la estructura psíquica alienada de
las masas bajo el capitalismo, y seguirá apoyando la ferocidad fascista
exterior de sus estados. Pero, para concluir, el valor de uso siempre
nos remite al problema decisivo del poder revolucionario.