Cantos estelares de un viejo koljós
(La ciencia-ficción soviética de entreguerras)

Juan Manuel Santiago

Una necesaria introducción

Dentro de lo que podemos denominar la "prehistoria" de la CF no anglosajona, la evolución del género en la Unión Soviética ocupa un lugar relevante, por una serie de razones que van desde su peculiar carácter hasta la ingente producción y repercusión que la CF tiene (o tuvo) en los países del Este, pasando por el hecho de que ha producido algunos de los grandes hitos literarios de la historia del fantástico (Nosotros de Zamiatin o El Maestro y Margarita de Bulgakov) o, en resumen, a la indiscutible superioridad de la ciencia ficción europea (y, dentro de ella, la soviética a la cabeza) sobre la americana.

Las peculiaridades y características de la ciencia-ficción soviética se apartan de cualquier otro modelo, casi hasta el punto de considerarla como un mundo diferente del anglosajón, con sus propios puntos de referencia y objetivos. Esta situación ya se adivinaba en el período de entreguerras, en el que confluyen la "prehistoria" del modelo que en los años 50 y 60 popularizarían por el mundo autores de la talla de Iván Yefremov, Anatoli Dneprov o los hermanos Strugatski y, por otro lado, la plenitud de una ciencia-ficción más vanguardista e interesante pero tristemente abortada como fue la cultivada por los Bulgakov o Zamiatin. Tal contraposición responde al enfrentamiento entre dos modos opuestos de entender la cultura: uno, al que podríamos denominar el "oficial", y otro, el "disidente".

La cultura "oficial" --también conocida como clasicismo de izquierdas, como acertadamente la denomina Manuel Vázquez Montalbán al referirse a la arquitectura del período (1)-- nace de la desesperada necesidad del régimen de consolidarse y diferenciarse de los dos grandes peligros que atenazan a la aún frágil revolución: el capitalismo y los incipientes movimientos fascistas.
Frente a ellos hay que crear, en un primer momento, prácticamente de la nada, unas señas de identidad en las que reconocerse, un nuevo sistema de valores que ayude a salir del peligro al sistema, único en el mundo y por tanto sobreexpuesto a cualquier tipo de amenaza exterior. Una vez consolidado el sistema, en los años 30, se produce un segundo momento, de rigidez, apoteósicas exaltaciones del régimen, gigantismo arquitectónico, estereotipadas defensas del sistema y no menos estereotipados ataques al fascismo y al capitalismo, grandes demostraciones de masas y culto ciego a la persona de Stalin. Es un mundo maniqueo, de buenos y malos, como corresponde a una sociedad en estado prebélico.

La cultura "disidente", por contra, es más rica en matices. Evoluciona desde un momentáneo apoyo a la Revolución --gran parte de sus artífices había padecido la represión del agónico Estado zarista-- hasta una postura libre de serviles ataduras que lleva a constituirse en auténtica molestia para el régimen, unas veces de modo consciente, otras por la estrechez de miras de la cultura "oficial". Es una inquieta amalgama en la que se mueven nombres ilustres del arte universal de todos los tiempos como Rodchenko, Kandinski, El Lissitzki, Mayakovski... La mayoría de ellos desaparece en los años 30, bien exiliados, bien muertos en vida, bien forzados al suicidio...

Además de esta dialéctica oficialidad-disidencia, hay que valorar otros elementos no menos relevantes que nos ayuden a entender mejor el carácter de la CF soviética. Muy ligado al carácter "estatal" u "oficial" de la cultura está el hecho del eminente carácter didáctico o, si se prefiere, "cientifismo". Y no es por casualidad: el amor a la ciencia es fundamental en un pueblo como el que desean las autoridades soviéticas, y una buena y amena manera de inculcarlo es a través de la ciencia-ficción, que, de este modo, "instruye deleitando". No es extraño leer relatos de CF intercalados en breviarios de astronomía, por poner un ejemplo (2).

No hemos de olvidar la particular idiosincrasia de la literatura rusa, sus particulares personalidad e influencias literarias. Tenemos, en primer lugar, una vasta y fructífera tradición autóctona, los "novelones" de unos Dostoievski, Tolstoi o Gogol, especialmente virtuosos en la caracterización de personajes. Añadamos otra característica de la cultura rusa: el fortísimo influjo de la cultura francesa, que hace de Julio Verne un autor especialmente querido. Existe también una innegable influencia de H.G. Wells, uno de los escasos intelectuales punteros que se atreven a viajar a la Unión Soviética por estos años, y de quien se dice que comentó a Lenin, en el transcurso de su entrevista del 6 de octubre de 1920: "¿Electrificar la Rusia arruinada? ¡Usted es aún más fantaseador que yo, Sir!" (3).

Por último, destaquemos la querencia, muy rusa, por el teatro: no es por azar que al menos tres dramaturgos --Zamiatin, Mayakovski y Bulgakov-- escriban obras de teatro (o con el teatro como protagonista) de temática fantástica.

En pocas palabras: la ciencia-ficción soviética de estos años no recibe la menor influencia de la, por entonces, segundona y atrasada CF norteamericana. Demostrado lo cual, pasaremos a referir de manera muy breve algo acerca de los principales cultivadores del género por aquellos años.

La ciencia-ficción "oficial"

Las primeras referencias disponibles de algo parecido a la ciencia-ficción rusa (y en este punto me siento obligado a agradecer a Agustín Jaureguízar --prestigioso estudioso y memoria viva de la ciencia-ficción en España-- su inestimable ayuda bibliográfica) datan nada menos que del siglo XVI, con un opúsculo titulado La leyenda del Sultán Mahomet, al cual supongo emparentado con las utopías y relaciones de viajes a tierras exóticas tan en boga por aquel entonces. Ya en el siglo XIX, tenemos un Viaje al país de Ofir (1806), del príncipe Sherbatov, El año 4338 (1840), del también príncipe Odoyevski, o la precursora de la utopía socialista, ¿Qué hacer? (1862), de Nikolai Chernichevski. Domingo Santos menciona asimismo El sueño de un hombre ridículo, de Dostoievski, o las fantasías satíricas de Gogol. En todo caso, lo más accesible para conocer el género en la Rusia zarista es el reeditadísimo cuento de Chéjov "Las islas voladoras" (1885), lograda parodia de Julio Verne.

Ya en el siglo XX, los eruditos suelen citar El sol líquido, de Alexandr Kuprin (1912), que vaticina la utilización de la energía solar; La estrella roja (1908), de Alexandr Bogdanov, utopía socialista desarrollada en Marte; La Icaria rusa, de P. Sakulina o, quizás lo más célebre, las obras de Konstantin Tsiolkovski, el padre de la astronáutica.

Con el triunfo de la Revolución de 1917 prolifera la ciencia-ficción "oficial" (o "políticamente correcta", como parece que hay que decir últimamente), aunque aún se escriben novelas como Plutonia (1915), de Vladimir Obruchev, émulo de Burroughs, quien, por las referencias de que dispongo, escribe una estimable novela de civilizaciones perdidas, o Los maestros y los aprendices (1923), antología de relatos fantásticos, de Kavarin. Empero, la regla general viene marcada por obras como Viaje de mi hermano Alexéi a los países de la utopía campesina (1920), prototipo de la CF de tipo social que, sin embargo, no pudo salvar a su autor de la deportación en los años 30; El país de Gonguri (1922), de Vivian Itin; Tiempo adelante, de Valentín Kataiev; El trust D.E., del más oficial de los escritores oficiales soviéticos, el siempre interesante Iliá Ehrenburg, novela en la que el capitalismo americano conquista Europa... Y un largo etcétera, hasta llegar a dos autores de sobra conocidos entre los aficionados españoles al género: Alexéi Tolstoi y Alexandr Beliaev.

Alexéi Tolstoi (1882-1945) es un caso singular. Fugitivo de la Revolución en 1918, regresa cinco años después, convertido en un entusiasta propagandista del régimen, un poco como los personajes de Aelita (1922), su novela más conocida. Progresivamente decantado hacia el realismo y la novela histórica, sus primeras obras son sin embargo de ciencia-ficción.

Citemos en primer lugar su Aelita (1922), que sirvió como punto de partida para una célebre película homónima de 1924, dirigida por Protozanov y que merece la pena buscar. Aelita (también conocida como El Soviet en Marte) puede leerse como una inteligente actualización y revisión de la serie de Marte de Edgar Rice Burroughs desde una perspectiva más "científica", "madura" o "intelectual", si se desea, pero no por ello menos entretenida.

El brillante ingeniero Loss decide reclutar voluntarios para un vuelo tripulado a Marte en una nave de su invención. Acompañado por el trapacero soldado Gusev, parte hacia su destino en un vuelo cuyos efectos subjetivos son los siguientes:

Nuestros amigos no tardan en trabar contacto con los azules y menudos marcianos y son conducidos a su espléndida capital, Soázera, donde gobierna el soberano Tuscub. Su hija, la hermosa Aelita, no tarda en cautivar el corazón del ingeniero Loss quien, gracias e ella, conoce el increíble origen y el trágico destino de esta civilización: se trata de un pueblo descendiente de la Atlántida terrestre y la esterilidad está abocando a la raza a una inevitable desaparición. Marte es un planeta crepuscular y sus habitantes aguardan resignados su fin, como haría un personaje bradburyano, consolados únicamente por una sustancia narcótica, la javra. Además, algo huele mal en Soázera, como descubre el animoso Gusev. En un discurso digno de gobernante zarista, el ahora implacable Tuscub, no se muestra especialmente comprensivo con el proletariado urbano de la capital:

"La fuerza que arruina el orden mundial, es decir, la anarquía, viene de la ciudad, que es un laboratorio en que se fabrican asesinos, borrachos, ladrones, almas vacías. (...) Y el deber del Gobierno es luchar contra los aniquiladores ilusos, oponiéndoles la voluntad del orden. Tenemos que hacer un llamamiento a las fuerzas sanas del país y arrojarlas contra la anarquía (...). Es, pues, necesario aniquilar la ciudad, no dejar nada de ella".

Exacerbados los ánimos, Gusev acaudilla una revolución socialista en Marte, que es reprimida sin concesiones. Tras vagar por el inframundo subterráneo de Soázera, Loss y Gusev logran huir a la Tierra, el primero desolado por la pérdida del amor verdadero, el segundo dispuesto a regresar pero esta vez acaudillando una revolución triunfante. Entre ambas posturas, Tolstoi se decanta inequívocamente por Loss, dejando de lado las heroicidades de la Revolución en favor de los sentimientos. Para Loss, la novela concluye con un tenue rayo de esperanza en forma de mensaje de su amada Aelita. Aelita es, pues, una novela romántica más que política, en la que el discurso ideológico se nos antoja una excusa para conseguir el beneplácito de las autoridades. Es también una novela optimista y esperanzada, un canto al Paraíso recobrado, Rusia, que tanto Tolstoi como los protagonistas de su libro daban por perdido. En resumen, una de las mejores novelas de ciencia-ficción de la década de los 20 que aún hoy resiste una lectura crítica.

Más panfletaria es El hiperboloide del ingeniero Garin (1925-7), en la que nos presenta al poco escrupuloso personaje homónimo, un científico loco dispuesto a dominar el mundo con su "hiperboloide", rayo lumínico de efectos devastadores, en cierto modo precursor del láser. Sus colaboradores, forzosos unos, voluntarios otros, son la bellísima Zoia Monroz, femme fatale donde las haya y menos escrupulosa incluso que Garin; el magnate de la industria química americana Rolling, tiburón de los negocios dispuesto a colonizar Europa, y el inspector soviético Shelgá, elemento meramente decorativo en la novela hasta que, en las últimas páginas, se dedica a organizar una revolución socialista mundial, nada menos.

Podríamos considerar esta novela como un buen ejemplo de novela popular de acción, misterio y política-ficción, una especie de James Bond puesto del revés. Baste saber que Garin codicia las reservas mundiales de oro, ocultas en la "capa olivínica" de la corteza terrestre, con la intención de depreciarlo y revalorizarlo a voluntad para así controlar la marcha de la economía mundial. La Europa de la novela está deshecha por la guerra del 14, el revanchismo y el presentimiento de una futura conflagración mundial son evidentes --al igual que en otras novelas de la época, por ejemplo La Guerra de las Salamandras, de Karel Çapek-- y no es muy difícil ver en Garin un símbolo del emergente fascismo, del mismo modo que Rolling lo es del capitalismo internacional aliado con el fascismo, Shelgá es un trasunto del prometedor futuro comunista y Zoia no es sino la vieja y desorientada Europa, dispuesta a venderse al mejor postor. En un momento dado, Garin expone sus delirantes intenciones a Shelgá:

"... Lo interesante del caso es que no se trata de una utopía... Simplemente soy lógico... Está claro que a Rolling no le he dicho nada, porque no es más que un bestia... Verdad es que Rolling y todos los Rolling del mundo hacen a ciegas lo que he desarrollado creando un amplio y preciso programa. Pero lo hacen como bárbaros, pesada y lentamente. (...) Mi primera amenaza al mundo será dar al traste con el valor del oro. Obtendré cuanto oro quiera. Después pasaré a la ofensiva. Estallará una guerra más terrible que la del 14. Mi victoria está asegurada. Luego procederé a la selección de la gente que quede viva después de la contienda y de mi victoria, aniquilaré a los indeseables, y la raza por mí elegida empezará a vivir como corresponde a dioses, mientras los 'operarios' trabajarán con todo empeño, tan satisfechos de su vida como los primeros habitantes del paraíso". (Cap. 86)

La novela se lee muy bien, pese a ciertas estridencias y derrapes neuronales hacia el final. Se trata de una obra que aún posee cierto encanto, por lo cual recomiendo encarecidamente su búsqueda a los lectores.

Más famoso aún fue Alexandr Beliaev (1884-1942), el Julio Verne de la ciencia-ficción soviética. Autor de ingente producción (unos 60 libros), destaca por su agilidad narrativa, que compensa con creces el hecho de no haber envejecido lo que se dice muy bien. Empero, ha sido la influencia principal de todos los autores de CF soviéticos posteriores, el equivalente a Heinlein y Asimov juntos en un solo escritor. A todo ello no es ajena su trayectoria humana: pasó gran parte de su vida postrado en la cama, a consecuencia de una caida producida a los 14 años, intentando volar en un aparato de su invención. Como muy bien se señala en la Enciclopedia de Peter Nicholls, este hecho explica el que los protagonistas de sus obras sean casi siempre seres dotados de superpoderes y habilidades especiales (excepto en El ojo mágico, como veremos).

Consagrado a la CF desde 1925, gustaba de ambientar sus novelas en países capitalistas, lo cual permitía una crítica feroz, no exenta de ingenio, de su modo de vida, como en el relato "Míster Risus", que narra las andanzas de un estadounidense dedicado al mundo del espectáculo, cuyo mayor afán es lograr una explicación científica del fenómeno de la risa y vengarse del empresario que se negara a hacerle partícipe de los beneficios que legítimamente le correspondían por sus chistes.

Otra de las grandes preocupaciones de Beliaev es la meticulosidad con que maneja los datos científicos, tal y como demuestra en "La gravedad ha desaparecido", perteneciente a una serie de relatos protagonizados por el profesor Wagner, quien en esta ocasión utiliza la hipnosis para impartir al lector, en un tono marcadamente "cientifista", una lección sobre las leyes de la gravedad y la fuerza centrífuga.

De toda la obra novelística de Beliaev, no he podido encontrar en castellano más que La estrella Ketz, Ictiandro (también conocida como El hombre anfibio), El ojo mágico y Ariel. Como tampoco se trata de hacer interminable este artículo, me referiré brevemente a las dos últimas.

De El ojo mágico (1938) sorprende su ingenuo optimismo con respecto a las posibilidades de la ciencia y la tecnología. El autor desarrolla la idea de la televisión --el "ojo mágico" que da título a la obra-- y sus múltiples aplicaciones prácticas, en particular la investigación subacuática. No menos optimista se muestra con respecto a la energía nuclear:

"(...) Sí, la piedra filosofal. El sueño de los alquimistas sobre la transformación de los elementos... No es solamente una revolución. ¡Es una nueva época de la química, de la historia de la Humanidad! (...) Los motores atómicos realizarán una completa revolución en la técnica y en la vida. Seremos inmensamente más fuertes y ricos". (pp. 39-43)

En cuanto a los logros de la ciencia soviética, nos encontramos con perlas propagandísticas como la siguiente:

"...El encuentro de la flotilla soviética en el océano Atlántico en el lugar de la catástrofe del Leviatán fue un golpe inesperado para Scott. No dudaba de que los bolcheviques en algún modo habían olido el oro... Ellos disponían de tres barcos, excelentes instalaciones de televisión y, sobre todo, casi inagotables recursos materiales y técnicos... ¡Una potencia que no ahorraba recursos con tal de lograr su objetivo!" (p. 162)

El argumento no tiene el menor desperdicio. D. Blasco Jurgés naufraga a bordo del transatlántico Leviatán, llevándose a las profundidades abisales la fórmula de la energía atómica.

El periodista español Blasco Azores (sic) indaga en Argentina, patria del finado Jurgés, y convence a las autoridades soviéticas para organizar una expedición, capitaneada por el ingeniero Bórin y seguida desde su hogar --a través de la televisión-- por el joven Mishka Bórin, convaleciente de un accidente. Una vez en el Atlántico, y después de descubrir nada menos que la Atlántida (total: pillaba de camino...), coinciden con otra expedición, dirigida por un tal Scott, siempre dispuesto a entorpecerles la tarea. ¿Buscará también la fórmula? ¿Se saldrá con la suya? La solución, cuando leáis la novela.

Algo más floja, pero en todo caso digna, es Ariel (1941), que narra la historia de un joven heredero inglés a quien sus tutores, para desposeerle de su patrimonio, ingresan en una extrañísima escuela teosófica de la India. Un tal Dr. Hyde, el científico loco de rigor, le enseña a volar. Ariel huye de su internado y sobrevuela toda la India, donde conoce la injusticia del sistema de castas. Es tomado por un dios, sirve de bufón al rajá y acaba trabajando en un circo, antes de viajar a Nueva York, ciudad en la que le vemos trabajando de Supermán. Harto de los Estados Unidos, donde "una buena intención puede devenir un crimen horrible", regresa a la India, junto a sus verdaderos amigos... Pese a su carácter moralizante y una bastante primaria crítica social, la novela demuestra que Beliaev no era en absoluto un mal escritor, que no mereció en absoluto su trágico final --murió, vencido por el hambre, en 1942-- y que merece ser leído, bien es verdad que con una sonrisa en los labios.

Pero la CF "oficial" no termina con Beliaev. Se publican obras como Dentro de mil años (1927), de V. Nikolski, donde se predice una explosión nuclear para ¡1945!; La tierra feliz (1931), de Yan Larri y, para terminar, la muy panfletaria El secreto de los dos océanos (1938), de Georgi Adamov.

La ciencia-ficción "disidente"

Yevgueni Zamiatin

Los autores aquí incluidos reciben una cierta influencia de la tradición utópica europea de finales del siglo XIX, con un marcado carácter de denuncia que les lleva a camuflar sus críticas bajo la apariencia de ciencia-ficción. Para entendernos, el paradigma Verne es sustituido por un doble paradigma Wells-Bellamy, el mismo que llevó en estos años a ciertos autores a escribir algunas de las novelas más perdurables del género: Un mundo feliz (1926), de Aldous Huxley; La guerra de las salamandras (1936), de Çapek; 1984 (1949), de Orwell y, por supuesto, Nosotros (1921), de Zamiatin.

No deja de ser un chiste de mal gusto que el summum del izquierdismo finisecular (británico, se entiende; en el resto de Europa las cosas estaban más radicalizadas) influyera decisivamente en unos autores que más tarde fueron purgados por Stalin, algunos de ellos tras haber colaborado con la Revolución.

Como Yevgueni Zamiatin (1884-1937), ingeniero de profesión y gran escritor, a quien de nada sirvió haber militado en el partido bolchevique durante los últimos años del zarismo. Su obra literaria y crítica es abultada, aunque poco traducida al castellano. Debe su fama, y no es para menos, a la novela Nosotros (1921).

Nosotros, que no dudo en calificar como una de las cinco o seis mejores novelas que ha dado la ciencia ficción, es a un mismo tiempo antecedente de las más famosas Un mundo feliz y 1984. Escrita entre 1919 y 1921, fue publicada en París de modo clandestino, al igual que gran parte de las novelas de exiliados políticos rusos (como Novela con cocaína, de Agueiev, otro hito de la narrativa rusa de un exilio que Vladimir Nabokov describía a la perfección en su deliciosa novela Pnin), ampliamente conocida por la intelectualidad occidental de la época --existe constancia de que tanto Huxley como Orwell la habían leido--, pero nunca editada de modo oficial en Rusia hasta los años de la perestroika.

El argumento es sencillo: en el opresivo y mecanizado Estado Único, férreamente gobernado por el Bienhechor, donde nadie tiene derecho siquiera a la intimidad --las paredes son transparentes y sólo puede haber relaciones en los "días sexuales" fijados a tal efecto--, donde toda actividad está regida por la Tabla de las Leyes --no olvidemos que es la época del taylorismo, de ahí las semejanzas con la crítica de Huxley-- y el mayor pecado es ser un individuo, vive el ingeniero D-503, constructor de la nave espacial Integral. D-503 conoce a la subversiva I-330, quien hace zozobrar sus esquemas de orden e inmutabilidad del sistema, en lo que constituye una auténtica educación sentimental. El mismo personaje que al comienzo de la novela afirmaba convencido que "nosotros sabemos que los sueños son una enfermedad psicológica muy grave" acaba descubriendo, horrorizado, que está enfermo: "Es algo grave. Por lo visto, se le ha formado un alma". Su mente cartesiana llega a la conclusión de que A[el amor] = (f) M [la muerte] y, más aún,

"...¿Qué es la felicidad? Todos los deseos son dolorosos y la felicidad sólo puede existir cuando los deseos son satisfechos. ¡Qué error tan grave hemos cometido al poner un signo positivo delante de la felicidad! El signo de la felicidad absoluta es el signo menos, el divino signo menos".

Tras un intento de apoderarse de la nave Integral, D-503 es sometido a una operación de lavado de cerebro. Está curado. Vuelve a la realidad:

"...He dejado de delirar, he dejado de hablar con absurdas metáforas, he dejado de tener sentimientos". Con lo cual la novela llega a un final feliz, al menos para el ahora rehabilitado protagonista. Las ingenuas ideas revolucionarias han muerto con I-330, "porque no puede haber otra revolución. Porque nuestra revolución fue la última y no puede haber otra".

Resulta totalmente imposible de leer desapasionadamente. Nosotros pone la carne de gallina. El ambiente opresivo, la carencia de esperanzas, la deshumanización de la sociedad... Todo ello la hace mucho más impresionante que la exagerada pirotecnia de 1984. A la casi inaudita firmeza narrativa de Zamiatin se une una capacidad de evocación visual muy viva: el lector "ve" la novela, como si estuviera en presencia de un cuadro de Kandinski o una escenografía teatral preparada por Rodchenko. Zamiatin, además de vigoroso novelista, ha sido también dramaturgo y poeta vanguardista en el inquieto San Petersburgo de primeros de siglo: junto a Borís Pilniak (autor de El año desnudo, agria revisitación de la guerra civil que acarreó innumerables problemas a su autor), forma parte del grupo literario de los "Hermanos Serapión", y será una violenta campaña de prensa contra ambos lo que precipite la salida de Zamiatin de la URSS (4). Basta con leer algunas frases entresacadas de su obra para apreciar el poder de su prosa: "¡Con qué placer escuché nuestra música actual!... ¡Qué regularidad grandiosa e inflexible! ¡Y qué miserable parecía a su lado la música de los antiguos, libre, absolutamente ilimitada excepto en su fantasía salvaje!", "Cada poeta auténtico es un Cristóbal Colón. América existía muchos siglos antes de Cristóbal Colón, pero éste la descubrió", etc... Sí, Nosotros es más que una obra maestra: es un libro de una complejidad extrema, imposible de abarcar en una sola página de resumen, una novela que gana en matices con cada nueva lectura, una experiencia absolutamente irrepetible y que merece por sí sola todo un artículo.

Con ser también un excelente trabajo, el relato "La caverna" (1920) apenas nos da una ligera idea de las posibilidades reales de Zamiatin como prosista, pese a la conseguida descripción de un San Petersburgo postcatástrofe, anegado por el hielo. Tampoco La pulga (1925) va mucho más lejos, y se queda en un "juguete cómico en cuatro actos", como apunta el propio subtítulo de esta obra teatral... No. Por extraño que suene, la otra obra maestra de este escritor es la carta que dirige a Stalin en 1929, recogida en un interesantísimo volumen conjunto con las cartas de Bulgakov a Stalin (5). Tan solo leamos unos fragmentos:

"...la crítica ha hecho de mí el diablo de la literatura soviética. Escupir al diablo se considera una buena acción y nadie se priva de hacerlo (...). El código penal soviético prevé una pena aún peor que la pena capital: la expulsión del país. Si realmente soy un criminal y merecedor de una pena, con todo, pienso que no puede ser tan grave como la muerte literaria; y por eso pido su sustitución por la expulsión de la URSS (...) la razón principal de mi petición... es mi desesperada situación como escritor dentro de la URSS, debido a la sentencia de muerte que ha sido dictada contra mí como escritor". (pp. 80-86)

De afortunado podemos tildar a Zamiatin, pues consiguió autorización para exiliarse a París, ciudad en la que falleció en 1937. No ocurre lo mismo con uno de los mejores poetas universales del siglo XX, Vladimir Mayakovski (1893-1930), quien se ve forzado al suicidio, y todo por una obra teatral de género fantástico, verdadera culpable de todos sus padecimientos: La chinche, "comedia mágica en nueve cuadros", estrenada en 1929. En ella, Prisipkin, un desagradable y casposo obrero, es congelado durante 50 años. Despierta en el futuro, donde lleva consigo la epidemia de la holgazanería, convertido en un parásito, una "chinche" que ha de ser exhibida en el parque zoológico junto con un gran cartel de advertencia: "¡Cuidado! Esto escupe".

Por lo visto, la obra no sienta muy bien a Stalin (dicho sea de paso, gran aficionado al teatro), quien, después de haberle calificado "el poeta más grande de nuestra época", lanza contra su persona una campaña de acoso y derribo. El antaño bardo oficial de la Revolución se vuela la tapa de los sesos en 1930, agobiado por la presión. Paradojas de la vida, a su muerte se instaura un auténtico culto oficial a su obra poética.

A Mijail Bulgakov (1891-1940) no se le permite ninguna de las dos formas de evasión física (exilio o suicidio) que ya hemos visto, de modo que sus últimos años transcurren como un muerto en vida, silenciado, dentro de su mundo. Y, así, produce la mejor novela fáustica de todos los tiempos, El Maestro y Margarita, así como anteriormente había escrito dos recomendables incursiones en la ciencia-ficción a lo H.G. Wells: Los huevos fatales (1924) y Corazón de perro (1925). Vaya por delante de todo que es mi escritor favorito, pero ya publiqué un artículo sobre su obra literaria en Cyber Fantasy nº6 y al mismo me remito, si bien merece una reescritura que muy bien podría aparecer en futuras entregas de la recomendable revista electrónica Ad Astra.

BIBLIOGRAFÍA BÁSICA

ANTOLOGÍAS

- Jacques BERGIER (rec.), Lo mejor de la ciencia ficción rusa, Bruguera, col. Libro Amigo nº88. Barcelona, 1968.

- Domingo SANTOS (rec.), Lo mejor de la ciencia ficción soviética, Orbis, col. Biblioteca Básica de Ciencia Ficción, nº 62-64. Barcelona, 1986.

- V. MAIAKOVSKI y otros, Teatro Cómico Soviético Contemporáneo, Ed. Aguilar. Madrid, 1968.

NOVELAS Y RELATOS

- Alexandr BELIAEV, El ojo mágico, Edhasa, Nebulae 1ª época, nº 128.

- _______ _____ , Ariel, Ed. Ráduga. Moscú, 1990.

- _______ _____ , Ictiandro, Ed. Ráduga. Moscú, 1989.

- _______ _____ , La estrella Ketz, Edhasa, Nebulae 1ª época, nº 113.

- _______ _____ , "Míster Risus", en BERGIER, Lo mejor...

- ________________,"La gravedad ha desaparecido", en SANTOS, Lo mejor...

- _______ _____ , "El laboratorio W", en El ojo mágico.

- Mijail BULGAKOV, Los huevos fatales/ Maleficios, Valdemar. Madrid, 1990. (Otras ediciones de Los huevos... en Ed. Bruguera.)

- _______ _____ , Corazón de perro, Alfaguara. Madrid, 1992.

- _______ _____ , El Maestro y Margarita, Alianza Tres. Madrid, 1992 (entre otras muchas).

- Anton CHÉJOV, "Las islas voladoras", en SANTOS, Lo mejor..., y también en SANTOS (rec.), La ciencia ficción a la luz de gas, Ultramar. Barcelona, 1990.

- Vladimir MAYAKOVSKI, La chinche, en Teatro...

- Alexei TOLSTOI, El hiperboloide del ingeniero Garin, Ed. Ráduga. Moscú, 1988.

- _____ ________, El Soviet en Marte, Ed. Ayacucho. Buenos Aires, 1946.

- Yevgeni ZAMIATIN, Nosotros, Alianza Editorial. Madrid, 1993.

- __________ _____, "La caverna", en BERGIER, en SANTOS, y en Ciencia Ficción 18, Ed. Bruguera. Barcelona, 1975.

- _______ _____ , La pulga, en Teatro...

NOTAS

(1) Manuel VÁZQUEZ MONTALBÁN, Moscú de la Revolución, Ed. Planeta, col. Ciudades en la Historia. Barcelona, 1988. Pág. 188.

(2) V. KOMÁROV, Nueva astronomía popular, Ed. Mir, col. Ciencia Popular. Moscú, 1985.

(3) Citado en el curiosísimo e inencontrable opúsculo de E. DOBROVOLSKAIA y Y. MAKAROV, Así fue la Revolución Rusa, Ed. Progreso. Moscú, 1985.

(4) Citado en Vitali CHENTALINSKI, De los archivos literarios del KGB, Anaya & Mario Muchnik. Madrid, 1994. Me gustaría insistir con este libro, realmente memorable.

(5) M. BULGÁKOV y Y. ZAMIATIN, Cartas a Stalin, Grijalbo-Mondadori, col. El Espejo de Tinta. Madrid, 1991.